–¿Y Mara cómo está?
–Mi hija, fenomenal, se vino a estudiar a la Escuela de Arte Dramático, vive aquí cerquita.
–¿En serio? ¿Desde cuando?
–Hace cuatro meses. ¿Usted es su abuelo? Encantada de conocerle –le dice a él, y se dan la mano.
–Igualmente, señora... ¿Es usted de Málaga?
–Vecinas, ¿verdad Adri? –así es como me llama Manolo, siento un nudo en la garganta y temo que lo mencione.
–Estupendo, en la calle de Toledo, tiene su casa –le dice él.
–Ay, se lo agradezco mucho, pero ya me voy esta tarde, tal vez en otra ocasión –me mira engurruñendo la boca– ¿Pero tú no estabas en América?
–No, me vine a conocer a mi abuelo.
–Pues Manolo cree que estás por el Nuevo Mundo. Se volvió loco cuando te fuiste... –el abuelo frunce el ceño– Y sentí lo de tu madre. Qué pena, ¿le daría un mareo?
–No sé qué le ocurrió... Perdona, tenemos que irnos, ¿pero podrías darme el teléfono de Mara?
–Uy, pues no lo sé de memoria, pero si me dices el tuyo, se lo doy para que te llame –se lo pregunto al abuelo, lo escribo en un trozo de papel y trato de memorizarlo, ella lo coge y lo guarda en el bolso– Se pondrá loca de contenta cuando se entere de que estás aquí. Y Manolo también...
–Prefiero que no le digas a él que estoy en Madrid. Si no te importa.
–Hay personas que van con cara de cordero y cuando los conoces no son lo que parecían, ¿verdad, Adri? Pues, guapetona, que me alegro de verte tan requetebién.
El abuelo me coge de un brazo, nos despedimos, y avanzamos en sentido contrario. –Perdona que no te hablase de Manolo.
–¿Era tu novio?
–Todavía es mi marido.
–¿Pero os casaríais muy jóvenes, no?
–Yo tenía 16 años.
–¿Y cómo no me lo comentaste?
–Es que prefiero olvidar que existe.
–Erais unos niños, ese matrimonio puede anularse.
–Él era mayor, al principio me daba seguridad porque veía en él al padre que nunca tuve.
–No lo conocías bien, ¿verdad? –le digo que no con la cabeza– Si no lo quieres, para mí no existe y no hay nada más que hablar –me da una palmada en la espalda y abre la puerta de la boutique– Anda pasa, a ver si esta señora te encuentra algo de ropa que te guste.
La dependienta saluda muy efusiva a mi abuelo, me mira de arriba abajo, y le pregunta por su esposa. Él le responde que se le fue hace tres años, pero que desde que llegué yo, ha vuelto a tener ganas de vivir.
–Lo siento mucho, Don Jaime, sería un duro golpe para usted... Así es la vida, unos se van y otros vienen.
–Pero mi nieta se vino con lo puesto, a ver si le enseña algún vestido que le guste.
–Es maja, la moza se parece a la abuela, tiene sus mismos ojazos verdes rasgados... ¿Vestido o traje? –él y yo respondemos a la vez; él, vestido, y yo, traje. La mujer nos sonríe, saca del perchero algunas prendas y las pone sobre el mostrador. Me pruebo el traje de pantalón corto rosa y un vestido caqui. Cuando voy a pagarlos, el abuelo me aparta la mano.
–Deja eso para otra cosa –me dice y le da a la mujer la tarjeta de crédito– Además de guapa, ha salido escritora.
–Pues que tengas mucha suerte, maja.
Por la tarde, estreno el traje de pantalón y llego al taller puntual, mi reloj marcha correctamente. Llamo al portero y se abre la puerta. La chica tatuada de ayer llega corriendo y me pide que la espere. Le sostengo la puerta y entramos.–Gracias por esperar. Un amigo me contó que aprendes muchísimo aquí, él va a repetirlo este mes y escribe genial... Y el profesor está rico, ¿te has fijado? Demasiado músculo para mi gusto, pero de cara es muy mono.
En el recibidor, Porfirio está de espaldas desenroscando una bombilla.
–Perdonadme un momento, se fundió, y la tengo que cambiar, tardo un minuto –nos brinda una sonrisa de oreja a oreja. El chaleco sastre pronuncia sus anchos hombros. Una mujer madura entra muy diligente, y nos saluda y, otra, embarazada, le sigue.
–Si os parece id entrando –Porfirio me lanza una sonrisa y se enciende la lámpara.
La clase está llena de alumnos, nos miran, saludamos y al unísono nos devuelven el saludo. Un chico que lleva un piercing en la oreja se levanta, y tras dar a Lucía un beso, le dice que se siente en su sitio, que va a buscar un par de sillas. Se cruza con Porfirio que entra dando un pequeño bote en cada zancada y mira a los alumnos que tiene en frente. –Ante todo, buenas tardes. Es de agradecer veros aquí... Sois gente rara, en vez de iros a dar un paseo o de compras, venís a escuchar que os hable de literatura, me alegro mucho de que me hayáis escogido a mí. Pero no todos llegaréis hasta el final, suele haber bajas, porque empezáis a trabajar, no os cuadra la hora o surgen problemas... –el chico del piercing entra con dos sillas– Gracias, Javi, eres muy amable, deja una a mi lado para Adriana, que es más guapa, y tú puedes ponerte allí en frente con Lucía –se ríen y nos sentamos. Coge unas tarjetas del cajón, las baraja y reparte dos a cada uno explicándonos que debemos improvisar un texto acerca de las imágenes que nos hayan tocado. Las mías son de un elefante y una luna. Los demás escriben rápido, pero en mi mente no encuentro una frase que tenga sentido, algunos compañeros comentan que ya han terminado y no he escrito ni una palabra.
La rubia con una felpa de margaritas que hay sentada frente a mí, se enrolla un tirabuzón en el dedo y mira a Porfirio pensativa. –Pues yo he acabado hace un rato, ¿puedo leer el mío? –le dice en tono meloso.
–Espera que acaben los demás, ¿vale?
–Es que estoy deseando conocer tu opinión, que luego en casa nunca tienes tiempo –dice contrariada y él le guiña un ojo. Será su mujer, aunque parece más joven. Me gustaría estar en su lugar, con él seguro que es feliz; podría ser mi marido y no Manolo que tanto me hizo padecer. Porfirio me mira fijamente.
–Quedan 30 segundos –me dice quitándose el reloj, lo pone en una esquina de la mesa.
No puedo dejarlo en blanco y escribo lo primero que se me ocurre: “Elefante, elefante, que siempre recuerdas, en qué noche me olvidaste por otra luna llena”.
Libertad muestra sus dos imágenes. Una es una mariposa y comenta que le encanta, la otra, un duende. Lee un cuento que parece infantil y cursi sobre mariposas de colores que buscan a sus duendes. Porfirio la felicita, eso es porque está enchufada. Todos, uno a uno levantan la mano y leen los suyos. La mayoría son de media carilla, algunos más extensos y bien redactados; qué vergüenza, el mío es una birria. Leo la última. Porfirio me sonríe sin decir nada. Me gustaría que la tierra me tragase, qué ridículo ha sonado mi texto. Porfirio señala hacia abajo y golpea con el índice la mesa varias veces.–Esto no es un taller de poesía, que nadie se equivoque. Hay alguien que ha escrito un texto poético, pero esto no es un taller de poesía, esto es una taller de prosa, de relatos y cuentos-. Primer pinchazo. Rodeada de gente que escribe mejor, con esa chica que no deja de sonreír a Porfirio, y su comentario, me dan ganas de levantarme, pero, una fuerza me retiene. Nos explica el funcionamiento de las clases. La primera hora la dedicará a teoría: personajes, narrador, trama, estructura del cuento, etc. En la segunda, leeremos lo que hayamos escrito en casa y lo corregirá. Para el próximo día pide que traigamos un texto sobre “despertarse”. Pone las palmas sobre la mesa y se separa echando el sillón hacia atrás.
–Un placer. Los que quieran vamos a tomar una copa.
Me excuso diciendo que tengo que irme.
–A tu hija le gustó Absenta, ¿repetimos? –le propone Javi y mira a la joven de las margaritas. Estoy eufórica, ¡es su hija! ¡Qué torpe soy!
–Antes tengo que llenar el estómago que estoy muerta de hambre –dice ella y Porfirio le sonríe asintiendo.
–Bueno a quienes no la conozcáis, os presento a Libertad, dice que le gustan mis clases, no sé si es amor de hija.
Ella se coge la amplia falda de hippie elegante por ambos lados y nos hace una reverencia.
–Y no estoy enchufada, que pago mi mensualidad como todos.
Javier y Lucía aceptan, unos se excusan, otros se van sin dar explicaciones. Porfirio no deja de mirarme con una sonrisa que me resulta burlona.
–¿Me das tu telefono por si necesito contactar contigo?
–Creo que ya me lo aprendí –digo buscando en mi bolso el bolígrafo de mi abuelo. Saca la ficha y me la da con mi Inoxcrom.
–Creí que lo había guardado...
–Habrá venido volando. ¡Adriana, qué cosas más raras te ocurren! –dice riéndose.
–Lo habré sacado, pero creí que lo había guardado.
–Al final, esto va a ser una cuestión de fe.
–¿Qué es una cuestión de fe?
–Todo, la realidad, la vida, la escritura...
–¿El amor también lo es?
–¿El amor, el deseo? –dice pensativo.
Escribo el número y se lo doy.
– Creo que este es el mío.
–...Sí, lo es. ¿No te quedas a la copa? Pues te vas a perder lo mejor.
–Me encantaría, pero no he avisado a mi abuelo.
Porfirio niega con la cabeza.
–Lo que pasa es que no te fías de nosotros.
Libertad me mira con una sonrisa de complicidad.
–Anda, quédate, Adriana.
Él me acerca un teléfono sin cable.
–Si es por eso, llámalo, así te quedas más tranquila, úsalo todo lo que quieras.
–¡Qué moderno!
–Es un teléfono portátil, lo vas a estrenar.
–No es necesario, gracias, si solo es un ratito...
Libertad da un bote.
-¡Se queda, chachi! Bueno, ¿nos vamos?
Lucía y Javi prefieren ir a Absenta y Porfirio les dice que nosotros tomaremos antes algo sólido.
–¿Le contaste que somos ranas? –le dice Libertad. Él se acaricia la mandíbula y niega con la cabeza.
–No vayas a asustarla, ¿vale?
–Lo intentaré. ¿Pero puedo contárselo?
Y Porfirio me guiña un ojo sonriendo.