Capítulo 16
El asombro de Sexton Blake no duró más que breves segundos. Con el ceño fruncido se volvió hacia Dick:
—¡Quédese aquí!, —le ordenó—. Voy a ver qué significa, esto.
Y antes de que el otro pudiera contestarle, inició la ascensión de la escala. Tramo a tramo, iba subiendo con infinitas precauciones. Por fin alcanzó el alféizar de la ventana, y nudo abarcar con la vista toda la habitación, que estaba completamente a oscuras. Lo primero que le atrajo su atención, fue un olor dulzón, muy penetrante, que reconoció enseguida. ¡Era cloroformo!
Saltando ágilmente, penetró Blake en la habitación. Allí era el olor mucho más penetrante, casi insoportable.
Cruzando la estancia, dio una vuelta al interruptor, inundándola de luz; estaba desierta. Era efectivamente la alcoba de Kathleen Warrender, pero la joven no estaba allí.
La cama estaba deshecha, y se hallaba en un desorden absoluto. Una mancha blanca en el suelo 1llamó la atención de Blake. Era un trozo de algodón en rama, que todavía apestaba a Cloroformo. La deducción era lógica. Kathleen Warrender había sido raptada. Pero, ¿por quién? Y ¿adonde hablan conducido a la joven?
El detective se acercó a la ventana y asomándose, llamó en voz queda a Dick. Unos segundos después entraba Alperton en la alcoba por la ventana.
—¿Qué ha sucedido?, —preguntó el joven con ansiedad—. ¿Dónde está Kathleen?
—No lo sé, —repuso el detective repuso gravemente—. Alguien la ha adormecido con cloroformo y la ha raptado.
—¡Dios mío!, —murmuró Dick—. Pero ¿quién ha podido ser? ¿Por qué?
—No lo se, repitió el detective recorriendo la estancia con su penetrante mirada y sin hacer mucho caso del joven.
—Probablemente será el mismo que cuenta ya tres crímenes en su haber.
—Pero ¿qué querrá de Kathleen?, —inquirió Dick con vehemencia—. ¿Será capaz de asesinarla también?
—No lo creo, afirmó el detective sin vacilar. Si hubiera tenido esa intención no se la hubiera llevado.
Abstraído en sus pensamientos se acercó la puerta.
—¡Cerrada y sin llave!, murmuró hablando consigo mismo.
—¡Qué raro! ¿Por qué se habrá llevado la llave?
—¿No cree usted que debíamos avisar a la policía inmediatamente?, —preguntó Alperton con ansiedad. Tal vez podamos rescatarla todavía sin que haya sufrido el menor daño.
—Sí, hay que avisar a la policía, —dijo Blake que continuaba completamente abstraído en mitad de la estancia—. Pero no creo que consigamos nada útil con ello. No tenemos ni la menor idea de dónde pueda estar la señorita Warrender. Puede ser que a estas horas se encuentre a muchas millas de distancia de Stiltley Manor.
Con súbito impulso se dirigió hacia un gran armario de luna que había en la alcoba, y lo abrió. No contenía más que una bata y un salto de cama.
—Aquí falta el traje con que vino Kathleen a Stiltley Manor. Seguramente será el que lleva puesto ahora.
—¿Se puede saber qué hacemos aquí parados?, exclamó Dick, cuya paciencia tocaba a su término. —¡Tenemos que movernos! ¡Hay que avisar a la policía!
—Hay que tener paciencia, contestó el detective con calma.
—Ante todo hay que registrar esta habitación, para poder dar a la policía, la mayor cantidad de datos posibles.
Y sin hacer caso de Alperton, que murmuraba no sé qué entre dientes, procedió a examinar cuidadosamente la alcoba de Kathleen. Donde concentró principalmente su atención, fue en la cama, cuyo examen duró cerca de media hora, con gran desesperación del joven.
—Aquí no hay nada interesante, dijo finalmente, cuando Alperton estaba a punto de estallar.
—Vamos a ver si encontramos algo ahí abajo.
Y seguido por Dick, salió por la ventana, y bajó por la escala. Al llegar al pie de la misma, sacó su linterna de bolsillo y examinó detenidamente aquellos alrededores. Encontró diversas huellas. Fácilmente pudo reconocer las suyas y las de Dick; también encontró Blake otras huellas, que supuso lógicamente que eran las del secuestrador. De Kathleen no se veía ni rastro, y sin embargo, era evidente que salió calzada, pues en su habitación no había dejado ningún par de zapatos. Indudablemente el raptor la llevaba en brazos.
Un detalle preocupaba profundamente al detective. Pese al desorden con que se encontraba la cama, estaba convencido de que aquella noche no se había echado nadie en ella. La igualdad del colchón se lo probaba suficientemente. Pero si Kathleen Warrender no se había acostado aquella noche, ¿cómo la había podido sorprender el secuestrador? Lo más natural, si estaba despierta, es que en cuanto viera entrar un desconocido por la ventana, gritara pidiendo auxilio, o tratara de huir por la puerta. El detective recordó entonces que la puerta estaba cerrada con llave. Seguramente Kathleen trató de huir, impidiéndoselo aquella puerta cerrada y sin llave. SI, aquello era lo más probable. Pero, ¿por qué no gritó al ver que la fuga era imposible? ¿Y quién había cerrado la puerta y quitado la llave? ¿La misma joven o algún cómplice del secuestrador que vivía en el mismo Stiltley Manor?
Sexton Blake iba pensando en todo esto mientras seguía las huellas del raptor, claramente impresas en la tierra mojada. Por ellas dedujo que el hombre en cuestión era alto y fuerte, y que además iba cargado con un gran peso, posiblemente con el cuerpo inerte de Kathleen Warrender.
Siguiendo las huellas, recorrieron el detective y Dick casi toda la finca, y finalmente desembocaron en la carretera principal. A un lado de la misma, y entre unos árboles, logró descubrir Blake la huella marcada por unos neumáticos y una gran mancha de aceite, que delataba la estancia allí de un automóvil durante algún tiempo. Evidentemente el misterioso raptor había huido en un coche que tenía allí preparado de antemano.
Dick Alperton había llegado ya i último límite de su paciencia.
—Yo voy a avisar a la policía, Blake, —dijo—. El superintendente debe estar todavía en la comisaría; voy a ponerle en conocimiento de todo lo que ha sucedido. ¡Es verdaderamente criminal perder el tiempo tontamente cuando Kathleen puede estar en peligro!
—No estamos perdiendo el tiempo, repuso Blake, pero de todas maneras no tengo ningún inconveniente en que vaya a avisar a la policía.
Iba husmeando por aquellos alrededores, pero como no descubriera nada más, regresó a Stiltley Manor cuidando de ir por otro sitio distinto al que había venido para no borrar las huellas del desconocido. Exceptuando la luz que había dejado en el cuarto de Kathleen el vasto edificio estaba completamente a oscuras. Silenciosamente abrió la puerta principal y entró en el vestíbulo. Ni un ruido. Al parecer dormía todo el mundo en la casa.
El detective subió al primer piso, y por el pasillo se dirigió al cuarto de la señorita Warrender. Una rendija de luz que se filtraba por la parte baja de la puerta se lo indicó. Acercándose a la puerta, encendió su linterna, y examinó la cerradura. ¡La llave estaba allí!
Era por lo tanto seguro que aquella puerta había sido cerrada por fuera y Blake comprendió inmediatamente la importancia de aquel descubrimiento. Probaba, sin dejar lugar a, dudas, que el raptor tenía un cómplice en la casa. ¿Quién era? Eso es lo que había que averiguar.
Sexton Blake se dirigió al cuarto de Tinker. Quería despertar a su ayudante, pues necesitaba de sus servicios. La puerta de su habitación estaba entornada. El detective la empujó suavemente, y entrando en el dormitorio, encendió la luz. Sus ojos, acostumbrados a la oscuridad, quedaron deslumbrados un momento; cuando recuperó la vista no pudo contener una exclamación. La habitación estaba desierta. ¡También Tinker había desaparecido!