Capítulo 14
El vagabundo había muerto, y según pudo comprobar Blake después de un ligero examen, había muerto hacía ya bastante tiempo. Tenía una profunda, herida en el cuello, que había debido interesarle una arteria, a juzgar por el enorme charco de sangre que le rodeaba.
Hailsham entró en aquel momento acompañado por Dick Alperton. Cuando vio el cadáver del vagabundo, se detuvo en seco con los ojos muy abiertos.
—¡Otro asesinato!, exclamó horrorizado.
—En efecto, —contestó Blake lacónicamente, y volviéndose hacia el joven, que continuaba más blanco que el papel, añadió:— Será mejor que hable usted claro, Alperton, dijo.
—¿Quién era este hombre?
Dick tragó saliva, y mojando sus labios resecos con la lengua, contestó con voz débil:
—Bannister, James Bannister.
El detective no pudo evitar un gesto de asombro.
¿Se refiere usted al hijo de Francis Bannister?, preguntó.
Alperton asintió.
—Pero, ¿qué diablos estaba haciendo aquí? —gruñó Hailsham—. Había una orden de arresto contra él.
—Lo sé, dijo Dick; en su voz se notaba un ligero tono de impaciencia.
—¡Precisamente por eso estaba aquí! Iba huyendo de la policía.
—Y usted le proporcionaba alimentos y estaba preparando su fuga, ¿no? —interrogó Blake que empezaba a comprender.
—En su propio interés le aconsejo que diga cuanto sepa, Alperton. Su situación actual muy delicada.
El joven se había recobrado ya bastante. A propósito se había vuelto de espaldas al rincón donde yacía Bannister.
—Ya no tengo ningún motivo para callar, dijo tras unos momentos de vacilación. Voy a decirles toda la verdad.
Y a continuación empezó su narración. Hablaba rápidamente, como si quisiera acabar pronto, y en su voz se notaba profunda, emoción cuando hablaba del muerto.
—Jim y yo fuimos compañeros en la Universidad de Oxford, empezó, y desde entonces nos hicimos íntimos amigos. Yo acabé antes que él los estudios y le perdí de vista durante algún tiempo. Hará unos cuantos meses lo encontré en un teatro en Londres y desde entonces volvimos a reanudar nuestra amistad.
Jim era un compañero excelente, alegre, franco y muy amigo de los amigos. Nunca le vi preocupado. Vivía a lo grande y gastaba el dinero a montones.
Su padre le tenía asignada una buena renta y, sin embargo, había contraído muchísimas deudas.
No tenía la menor consideración del valor del dinero. Andaba además liado con una mujer, que le sacaba hasta el último céntimo. Cuando ocurrió la desgracia de su padre, yo, como amigo suyo me ofrecí a él para todo lo que quisiera. Pero Jim, en su inconsciencia de niño mimado de la fortuna, no veía la gravedad de la situación.
A mi me dijo que no tenia por qué preocuparme; que la fortuna de su padre era inmensa y que bastaba y sobraba para pagar a todos los acreedores y aún le quedaría a él un buen pico. Por desgracia no fue así. De la Inmensa fortuna de Francis Bannister no se salvó ni un penique; los acreedores se quedaron con todo.
Por aquel entonces compró mi padre Stiltley Manor. Jim se vino a vivir unas cuantas semanas con nosotros. Estaba buscando un empleo, y Warrender había prometido ayudarle. Un día salió para. Londres, y desde entonces no volví a tener noticias de él hasta el día antes de que mataran a Casselll. Aquel día me telefoneó, pidiéndome que acudiera por la noche aquí; me indicó como la hora más a propósito para nuestra cita la una de la madrugada. Yo le manifesté mi extrañeza por el sitio y la hora que había escogido pero él me interrumpió diciendo que no me podía hablar más claro por teléfono, que acudiera sin falta a la cita, y que no dijera, una palabra a nadie de cuanto me había dicho Así se lo prometí.
—Aunque todo aquello me parecía muy raro, no vaciló un instante, y a la hora indicada me presenté aquí Jim estaba sentado en un taburete fumando un cigarrillo, y al pronto no le reconocí. Tenía una barba de dos días, y su traje era un verdadero desastre. En cuanto me senté, me contó todo. Sus acreedores particulares le habían acosado como moscas hambrientas aquellos últimos días pero gracias a Warrender pensaba librarse pronto de sus garras. Todo hubiera ido divinamente, si no hubiera cometido una chiquillada de las suyas. Jim habla prometido regalarle una pulsera a su amiga, y cómo estaba loco por ella, no quiso privarle de ese gusto. Compró la pulsera, y la pagó con un cheque contra una cuenta corriente suya que desde hacia unas semanas estaba saldada. Los joyeros le persiguieron judicialmente, y la policía dictó una orden de arresto contra él por fraude. Varios días anduvo errando por Londres sin saber qué hacer, hasta que por fin decidió venir aquí para pedirnos consejo y protección a Warrender y a mí. Después de telefonearme, telefoneó a Warrender, el cual se había prometido entrevistarse con él a la mañana siguiente…
—Un momento, Alperton, interrumpió Blake. —¿Cómo es que Warrender no le ofreció su casa?
Dick se encogió de hombros.
—No lo sé, dijo. Creo que le habló de ciertos asuntos urgentes, pero en realidad no sé nada seguro. Yo le propuse desde luego que viniera conmigo a Stiltley Manor. Pero él ce negó en absoluto. Temía que cualquier indiscreción descubriera su presencia en nuestra casa, y no quería comprometer a mi padre. En cambio, me rogó que le llevara comida mientras tuviese que permanecer en esta choza. Yo accedí, y le prometí asimismo hacer cuanto estuviese en mi mano para sacarle de aquel lío. Bien es verdad que había cometido un delito, pero yo era ante todo su amigo y debía ayudarle. Además, estaba convencido de que aquel fraude, cometido por Jim, en él no era más que una chiquillada. Aquella noche la pasé en su mayor parte aquí y a primeras horas de la mañana regresé a Stiltley Manor. Lo demás ya lo saben ustedes.
Sexton Blake asintió pensativo. El asesinato de James Bannister aclaraba el misterio que rodeaba a Dick Alperton, pero en cambio añadía uno nuevo y traía nuevas complicaciones ¿Quién y por qué habían asesinado al joven Bannister? Naturalmente Dick no podía librarse de sospechas sin acusar a su amigo. Pero, sin embargo, si era verdad lo que decía, toda su conducta en aquellos últimos días no podía haber sido más noble. Comprendiéndolo así, el detective le dirigió ahora la palabra, con un tono mucho más amable que el empleado hasta entonces.
—¿Y no vio usted a nadie más que a su amigo aquella noche?, preguntó.
—A nadie más, —contestó Dick—. Tampoco oí absolutamente nada y fui el primer sorprendido cuando me enteré del asesinato de Casselll.
—Está muy bien, intervino Hailsham frotándose la barbilla; por ahora hemos descubierto la identidad del que nosotros llamábamos el vagabundo. Pero eso nos sirve ya de muy poco. Ahora lo que tenemos que averiguar es quién le asesinó.
Dick movió dubitativamente la cabeza.
—No tengo ni la menor idea, —afirmó—. Al ver a Jim muerto no sé que fue mayor, si mi asombro o mi terror.
—¿No le habló a usted nunca Bannister de cierta cantidad retirada por su padre del Banco en previsión de la ruina que se avecinaba?, preguntó Blake.
—No, —contestó Alperton—. ¿Por qué? ¿Hizo eso Francis Bannister?
—Es una suposición mía, repuso Blake evasivamente.
Los tres hombres permanecieron silenciosos unos momentos.
—Creo, continuó el detective de pronto, que debíamos registrar estos alrededores para ver si encontramos algo.
Hailsham aprobó aquella idea, y mientras Dick las contemplaba con curiosidad, iniciaron ambos el registro de la choza y de sus alrededores. Pero no encontraron absolutamente nada. El asesino se había llevado el arma, y no había dejado tras de si ninguna, huella.
—Este crimen tiene que estar relacionado con los de Warrender y Casselll, pues sino no me lo explico, murmuró Hailsham cuando hubieron concluido su infructuoso registro; y volviéndose a Dick añadió en voz más alta.
—Usted tuvo que oír el tiro que mató a Warrender.
—S, —contestó tranquilamente Alperton—. Jim y yo lo oímos y nos extrañó bastante.
—¿Y no se les ocurrió salir para ver qué había sido?, preguntó el detective.
—No, repuso el joven de mala gana. Creímos que se trataba de un cazador furtivo.
—¿Conocía James Bannister a Cassell?, preguntó Hailsham variando bruscamente de conversación.
—Naturalmente; Norman Cassell era secretario particular de su padre. Le conocía muy bien.
—¿Por qué me lo pregunta?, inquirió ingenuamente Dick.
—Oh, por nada murmuró el superintendente evasivamente.
—Trataba únicamente de reunir detalles para completar mi información.
Por la expresión de su rostro comprendió el detective que Hailsham ocultaba algo. Probablemente se le habría ocurrido alguna idea, y estaba perfilándola febrilmente en su imaginación.
—Bueno, observó Blake; creo que ya va siendo hora de que demos cuenta de este nuevo crimen en la comisaría y de que avisemos al doctor Yarde.
—Desde luego, aprobó el superintendente. Yo iré a la comisaría, pero usted ¿qué va a hacer?
—Alguien tiene que quedarse con el cadáver.
—Si les parece, yo puedo ir a la comisaría a avisar, intervino Dick Alperton.
—¡Me parece muy bien pensado!, contestó rápidamente Blake para no dar lugar a que Hailsham se opusiera a que el Joven marchara solo.
—Hailsham y yo nos quedaremos aquí de guardia.
Dick no se hizo repetir dos veces el encargo. Con paso ligero, como el de un hombre al que han quitado un peso de encima, se alejó de la cabaña.
Hailsham se volvió malhumorado hacia el detective.
—No se por qué lo ha dejado usted marchar…, empezó, pero el detective no le dejó continuar.
—¿Y porqué no lo iba a dejar? —preguntó tranquilamente, y al ver que el policía vacilaba en contestar, añadió:— Vamos, hombre, explíquese de una vez.
—A usted se le ha ocurrido algo y precisamente por eso he dicho a Alperton que se fuera a la comisaría, para que me lo pudiera contar.
Hailsham vaciló unos segundos en contestar, pero al fin lo hizo francamente.
—En efecto, —admitió—. Se me ha ocurrido algo. Hace ya cerca de una hora, que estoy preguntándome si no tuvimos razón el coronel y yo sospechar desde el principio de Dick Alperton. Tal vez sean él y su amigo James Bannister los asesinos de Casselll y Warrender.