Capítulo 25

El suave murmullo del agua al rozar el pequeño muelle de la villa de Overstream en Gorlng era el único ruido que interrumpía el profunde silencio de la noche. Desde la orilla del río apenas se divisaba la casa semioculta entre los árboles del jardín. Éste era bastante extenso, y aproximadamente en el centro del mismo había un surtidor. Diversas figurillas de porcelana multicolor lo rodeaban dándole un aspecto sumamente pintoresco. Entre ellas, e iluminado en aquel momento por un tímido rayo de lupa, estaba el gnomo de Francis Bannister, adquirido por las hermanas Driscol en la tienda de Pigeon.

Lentas y solemnes sonaron doce campanadas, y apenas se había extinguido el sonido de la última, se oyó en el río el acompasado ruido de unos remos. Una barca se aproximaba a Overstream procedente de Oxford. Pocos minutos después atracaba en el pequeño muelle y un hombre, su único ocupante, tomaba tierra. Durante breves segundos permaneció inmóvil escuchando. Ni el más pequeño ruido llegó a sus oídos.

Silenciosamente, con infinitas precauciones, fue avanzando. De su bolsillo sacó una linterna, y un rayo de luz iluminó su camino. No tardó mucho en divisar al gnomo, objeto de todas sus ansias, y un brillo siniestro cruzó por sus ojos. El resto de su semblante lo llevaba oculto por un pañuelo negro. La linterna volvió nuevamente a su bolsillo, y en su lugar extrajo una pistola. Con la culata pegó un golpe seco en 'a cabeza del gnomo.

¡Aquello pareció ser la señal convenida! Como por ensalmo se vio rodeado el merodeador nocturno de un grupo de hombres y el jardín, tan silencioso hasta entonces, se llenó de silbidos y voces de alerta. Dando un rugido de fiera, el enmascarado trató de ganar el bote; pero tenía cortada la retirada. Entre el muelle y él se encontraba Sexton Blake en persona.

—¡Manos arriba!, —ordenó el detective—. Se acabó el juego.

Como fiera acorralada miró el asesino a su alrededor. En todas partes tropezó con miradas amenazadoras y pistolas dispuestas a hacer fuego. Pero estaba desesperado, y como tal, decidió vender cara su vida. Rápidamente entró su pistola en funciones, y Blake sintió una ligera quemazón en la mejilla. Hailsham, que estaba a su lado, saltó audazmente contra el enmascarado. Su pistola volvió a hacer fuego, y el superintendente sintió un dolor muy agudo en la pierna izquierda.

Pero el tiro había llegado demasiado tarde. Hailsham pudo coger a su contrincante por el cuello, y ambos rodaron por el suelo. La lucha fue corta. Blake y los policías acudieron rápidamente en auxilio del superintendente, y aunque la desesperación centuplicaba las fuerzas del asesino, por fin cayó vencido ante la superioridad numérica de sus adversarios.

—Guardadla pistola, aconsejó el detective mientras Hailsham se incorporaba maldiciendo.

—Seguramente es la misma con la, que mató a Warrender.

—¿Y puede saberse ya quién es este condenado?, gruñó el superintendente.

—Voy a presentárselo, contestó Blake arrancándole el pañuelo del rostro e iluminándolo.

—Aquí tienen ustedes al conocido financiero Francis Bannister, señores.

—¿Francis Bannister?, —repitió Hailsham en el colmo de la, sorpresa—. ¿Pues no había muerto?

—No murió desde el momento que está aquí vivito y coleando, observó irónicamente el detective.

—Aunque no creo que viva mucho tiempo si se cumple la justicia.

—¡Es lo más inverosímil que he oído en mi vida!, —declaró sir Robert Alperton—. Todavía no he salido de mi asombro. Yo creí siempre que Francis Bannister había muerto en un accidente automovilístico.

—Esa, era la creencia general, —dijo Blake ahogando un bostezo—. Y yo también lo creí así, hasta que me convencí de que Bannister era el único que podía estar tras este asunto.

—¿Quién fue entonces el que murió en el accidente y fue enterrado como si fuera Bannister? —preguntó Dick Alperton.

—El director de una de sus compañías, —contestó el detective—. Un Individuo que desapareció misteriosamente sin dejar rastro.

En compañía de Tinker y de Hailsham estaban sentados en el salón de Stiltley Manor comentando los últimos acontecimientos.

—Hablando francamente, —intervino el superintendente—, yo reconozco que recibí la sorpresa más grande de mi vida. ¿Cómo logró usted averiguar que era Francis Bannister el asesino?

—Por una razón muy sencilla, —contestó el detective—. Bannister era la única persona que lógicamente podía conocer la existencia del dinero. En un momento de inspiración, se me ocurrió que si el financiero vivía, todo se explicaba satisfactoriamente. Me propuse comprobarlo, y por eso fui a Londres; allí me entrevisté con el inspector Coutts de a Scotland Yard y auxiliado por él examiné cuidadosamente todos los datos referentes a la ruina, y al accidente de Bannister. Gracias a Coutts pude comprobar que el rostro del financiero estaba tan descompuesto cuando se le halló junto a los restos de su automóvil, que se le había tenido que identificar por el traje y los documentos que llevaba consigo. También me enteré, que el mismo día de su supuesta muerte, había desaparecido misteriosamente uno de los directores de una de sus compañías, muy parecido físicamente a Bannister. Se supuso que había huído para evitar complicaciones ante la inminencia de la, bancarrota; pero no se pudo comprobar.

—Comprendo, murmuró el superintendente.

—Entonces ¿fue también el mismo Bannister quien mató a su hijo?, preguntó Dick horrorizado.

—Sí, —contestó Blake—; pero te supo que era su hijo hasta más tarde. Estaba citado con Benson en el bosque, cuando Jim le sorprendió Lo desastrado de su aspecto hizo que el financiero no le reconociera; en cambio Jim le reconoció y Bannister le mató para evitar que hablara, y luego metió el cadáver en la choza. Cuando más tarde se enteró de que había asesinado a su propio hijo, su desesperación no reconoció límites.

—Y ¿por qué mató a Cassell y a Warrender?, preguntó sir Robert.

—Para explicarles a ustedes eso, —contestó el detective encendiendo un cigarrillo—, voy a narrarles a ustedes la última parte de la historia de Francis Bannister. Cuando el financiero comprendió que su ruina era inminente e inevitable, retiró de su cuenta corriente quinientas mil libras, y las escondió en el gnomo central de los tres que adornaban el jardín bajo. Entonces Stiltley Manor era suyo, y él pensó que en cuanto pasara, todo el jaleo que la bancarrota lleva consigo, no le costaría mucho recoger el dinero y poner pies en polvorosa.

Pocos días después de haber escondido el dinero, regresaba a Londres con Shipman el director ya mencionado, en su automóvil. Bannister era un conductor pésimo, y en un viraje tomado a demasiada velocidad, se estrelló contra un árbol fue despedido violentamente de su asiento, y permaneció unas horas sin sentido. Cuando se repuso vio que su compañero había recibido atroces heridas en la cara al chocar contra el parabrisas, y que a consecuencia de ellas había muerto Aquel accidente casual le sugirió entonces una Idea, y no vaciló en ponerla en práctica. Rápidamente cambió su vestido por el del muerto, y se alejó de allí, dejando junto al coche destrozado el supuesto cadáver de Francis Bannister. De esta manera se libraba cómodamente de todas las responsabilidades que le pudieran incumbir en su quiebra.

Nadie sabía que viajaba acompañado. Shipman era soltero, y por encargo del mismo Bannister, no había dicho a sus criados donde iba.

La primera intención de Francis Bannister, fue venir aquí, recoger el dinero, y salir inmediatamente de Inglaterra. Pero las contusiones que recibió en el accidente eran bastante graves, y no tuvo más remedio que ingresar con un nombre supuesto en un hospital, donde quieras quino tuvo que permanecer unos cuantos meses, agotando el poco dinero que llevaba encima el día de su supuesta muerte.

Mientras tanto habían quebrado todos sus negocios, y sus propiedades habían cambiado de dueño. Cuando finalmente salió del hospital, y fue a recoger el dinero ¡cual no sería su desesperación al ver que los tres gnomos habían desaparecido! Maldiciendo su suerte, alquiló una miserable buhardilla en Oxford, y fue allí donde elaboró un nuevo plan de acción.

Tras muchas cavilaciones creyó que lo más positivo era recabar la ayuda de Warrender, su antiguo notario. Para ello le escribió citándole a primeras horas de la madrugada en Crays Lodge. Warrender debió recibir la sorpresa mayor de su vida al recibir una carta de un hombre a: que creía muerto. Bannister le rogaba en ella que no descubriera su secreto a nadie, y aunque el notario no estaba dispuesto a secundar los turbios manejos de su antiguo cliente, mandó fuera a su servidumbre.

A la hora fijada Bannister y Warrender se encontraron en los alrededores de Crays Lodge y el primero expuso al segundo todo su plan. Arthur Warrender contestó que él no sabía nada de los gnomos, y le negó en redondo a secundar los planes del financiero. Esta negativa dio lugar a una discusión violenta, que terminó con el asesinato del honrado notario.

Bannister escondió el cadáver entre los arbustos donde fue hallado más tarde por el jardinero, y recogió un cuchillo con el que el desgraciado Warrender había tratado inútilmente de defenderse.

Muerto el notario ya no había miedo de que se publicara su secreto, pero el dinero continuaba sin aparecer. Desesperado, se dirigió al jardín bajo buscando los gnomos por todas partes. Fue entonces cuando Norman Cassell lo vio. Su antiguo secretarlo sufría de Insomnio, y mientras fumaba un cigarrillo se asomó a la ventana desde donde vio a su antiguo jefe. Creyendo que soñaba, salió rápidamente de Stiltley Manor y corrió a su encuentro.

Bannister lo recibió con alegría y le pidió su ayuda; pero Cassell adoptó la misma posición que el notario y entonces el financiero lo asesinó utilizando para ello el cu chillo de Warrender, razón por la cual creímos en un principio que Arthur Warrender era el asesino de Norman Cassell.

Y aquí fue cuando entró Benson en acción. El mayordomo, que es indudablemente un profesional del robo, presenció este último asesinato y encañonando a Bannister con u pistola le obligó a cantar de plano. Después le ofreció su silencio y su ayuda a cambio de una considerable suma, y el financiero no tuvo más remedio que aceptar.

Ya se iba a retirar Bannister, cuando se le ocurrió que los gnomos podían estar muy bien en Crays Lodge. Por casualidad, Warrender se hubiera podido enterar del verdadero valor de aquellas figurillas, y en ese caso las tendría en su casa. Fue por eso por lo que registró tan desesperadamente Crays Lodge, y ató y amordazó a la señorita Warrender.

Mientras registraba el despacho perdió una hojita de su libro de notas, que me sirvió para comprender toda la importancia de los gnomos. Como es natural, el registro fue inútil; pero Bannister no estaba tan convencido de ello, y por eso volvió también al día siguiente, día en que yo estuve a punto de pescarle.

Esta es, muy resumida, la última parte de la historia de Francis Bannister. Si quieren conocerla más detalladamente, no tienen más que acudir a su juicio.

Pero en este último detalle Sexton Blake se equivocó. Francis Bannister no fue juzgado. El día antes de presentarse ante los tribunales, se suicidó en su calabozo.

FIN