Capítulo 20

Mientras Sexton Blake se vestía después de haberse dado una ducha que le dejó como nuevo, se le ocurrió una idea que fue como un destello de inspiración. Era una idea muy vaga, difícil de probar y al parecer absurda, pero explicaba satisfactoriamente todo, y el detective se dijo que valía la pena comprobar su exactitud. Todos los incidentes ocurridos Últimamente en Stiltley Manor encajaban maravillosamente en la teoría que elaboró basándose en aquella idea. Pero como ya hemos dicho, era tan absurda al parecer que Blake no quiso dar cuenta de ella a nadie hasta que no la hubiera comprobado por sí mismo, para no caer en el ridículo.

El automóvil de Blake estaba frente a la puerta del palacio, y montando en él, no tardaron mucho él y Tinker en llegar a Whitchurch. Hailsham estaba sentado en su despacho meditabundo y cabizbajo.

—Todavía no tengo noticias, les dijo al detective y a su ayudante a manera de saludo, y reparando en Tinker se quedó mirándole interrogativamente.

En pocas palabras le puso Blake al corriente de la llegada de Kathleen a Stiltley Manor, de la declaración de la joven, de lo sucedido a su ayudante, y de todo lo referente a las tres figuras de porcelana. Sin darle tiempo a que hiciera comentarios concluyó así.

—Y ahora, óigame Hailsham. Tenemos que encontrar sin pérdida de tiempo a los individuos que compraron esos dos gnomos en la tienda de Pigeon. Tengo la seguridad absoluta, corroborada además por el interés del desconocido que raptó a la señorita Warrender, que las quinientas mil libras de Francis Bannister están escondidas en uno de ellos.

—También yo participo de su opinión, pero lo difícil será encontrarlos.

—Desde luego, aprobó Blake. Por eso le aconsejaría que pusiera a sus mejores hombres sobre la pista. Tinker le ayudará cuanto pueda. También me atrevería a aconsejarle otra cosa: conduzcan las pesquisas con el mayor secreto posible. No es conveniente que nuestro desconocido se entere por ahora de que buscamos los gnomos. Yo me voy ahora a Londres donde pienso pasar el día. Si tienen alguna noticia importante telefonéenme a Baker Street.

Y despidiéndose del policía y de su ayudante, salió el detective de la comisaría, y empuñando el volante de su potente Rolls partió en dirección a la capital, donde pensaba comprobar aquella idea al parecer absurda, que se le había ocurrido mientras se vestía.

El detective inspector Coutts de la Scotland Yard trabajaba afanosamente en su despacho cuando su antiguo amigo y colega entró en él.

—¡Hola, Blake!, —saludó cariñosamente el inspector—. ¿Qué hay de nuevo?

—Lo que usted me diga, Coutts, contestó Blake. —Venía a ver si me podía proporcionar usted unos cuantos datos.

El corpulento inspector dejó la pluma con que estaba escribiendo y re recostó en su sillón.

—Venga para lo que venga, dijo, siempre será bien recibido en mi despacho. ¿Qué es lo qué desea saber?

Clara y brevemente le expuso Sexton Blake lo que pretendía. Coutts le miró asombrado.

—¿Y para qué quiere usted eso?, preguntó.

—Ya se lo diré más tarde, —prometió el detective—. En cuanto me proporcione los datos que deseo.

—Está bien, murmuró Coutts levantándose de su sillón y saliendo del despacho.

Pocos minutos después volvió con una carpeta llena de papelotes.

—Aquí los tiene usted, —dijo—. Es todo cuanto tenemos.

Blake acercó una silla a la mesa de su colega, y juntos empezaron a examinar todos aquellos papeles une por uno. Cuando concluyeron, lo ojos del gran criminologista brillaban de satisfacción.

—¡Creo que tengo razón!, murmuró.

—Probablemente, —gruñó Coutts—. Por lo general, usted siempre tiene razón. Pero dígame exactamente en qué tiene usted razón ahora, porque ¡qué me aspen si le entiendo!

—Voy a satisfacer su curiosidad, dijo Blake, y durante algunos minutos estuvo hablando rápidamente, mientras la expresión de su interlocutor pasaba sucesivamente de la curiosidad al asombro, y de éste a la incredulidad.

—Cuento entonces con usted, ¿no?, concluyó Blake.

—¡Pues no faltaba más!, —exclamó el inspector—. Estoy completamente a su disposición. ¡Por Júpiter, que si tiene usted razón, sus descubrimientos van a causar sensación! Los periodistas acudirán a usted como moscas.

—¿Entonces me da la razón?

—Completamente, contestó Coutts con vehemencia. Su incredulidad había desaparecido como por ensalmo.

—Su teoría aclara todo, absolutamente todo.

Sexton Blake y Coutts estuvieron casi toda la mañana consultando ficheros y trabajando activamente Cuando el detective salió, por fin, de. Scotland Yard dirigiéndose directamente a Baker Street, se hallaba satisfechísimo por los últimos progresos realizados. Teóricamente habla resuelto ya el problema. La idea aquella que en un principio le pareció absurda, tenia ahora muchos visos de realidad. El detective sabía ya quién era el asesino de Arthur Warrender. Claro está que todavía no lo tenía en su poder y que tenía que probar su crimen. Pero aquello era lo de menos para Sexton Blake.