Capítulo 15

SEXTON Blake no se sorprendió lo más mínimo. Desde hacía también cerca de una hora venia observando a su colega, y por su expresión y sus preguntas había adivinado en qué dirección corrían sus pensamientos. Hailsham seguía creyendo en la culpabilidad, agravada ahora por el nuevo crimen, de Dick Alperton.

El detective comprendía que la teoría de Hailsham no estaba muy desencaminada. El único hombre que podía probar la veracidad de la narración de Dick era Jim Bannister, y éste había muerto. Sin embargo, Blake se resistía a creer que Dick fuese un asesino. Le conocía sólo superficialmente, pero cuando el detective juzgaba a una persona, no se solía equivocar, y aquel joven le había parecido una bellísima persona. Además, el dinero no podía ser un cebo para él. Era muy rico, pues no sólo contaba con la fortuna de su padre, sino que ya era el legítimo propietario de la cuantiosa fortuna de su madre. Considerada imparcialmente, la teoría de Hailsham era una pura suposición Lo único positivo era que habían sido asesinados tres hombres, y que alguien buscaba afanosamente algo que suponía se encontraba en Crays Lodge.

La llegada de Dick Alperton acompañado de un sargento, varios policías y el médico forense, distrajo a nuestros dos hombres de sus pensamientos. El rechoncho doctor Yarde traía un humor de perros. ¡Le habían despertado en lo mejor del sueño, y el hombre estaba que trinaba!

—¡Pero es que se han propuesto no dejar a nadie con vida en este distrito!, exclamó.

—¡No cabe duda! Primero Casselll, después Warrender y ahora este sujeto. ¿No podrían ustedes ponerle una camisa de fuerza a ese loco asesino?

—Ante todo tenemos que encontrarle, contestó Blake con calma.

—Pues debían darse ustedes prisa, gruñó el obeso doctor, y murmurando todavía entre dientes, se inclinó sobre el cadáver. Un policía le daba luz con una linterna.

—¡Dios mío!, exclamó. —¡Esto es una verdadera carnicería! Este hombre ha sido asesinado con un cuchillo de hoja ancha, que le ha producido una herida inmensa mortal de necesidad. La carótida ha sido cortada a cercén, produciendo una muerte instantánea.

—¿Cuánto tiempo hace que murió?, preguntó Hailsham.

—Unas cuatro o cinco horas, —contestó—. No puedo determinarlo con más exactitud.

Se levantó y miró con curiosidad a su alrededor.

—¿Tienen ustedes alguna idea de quien pueda ser el asesino?

Hailsham se hizo el sueco, y Blake movió negativamente la cabeza.

—Ni la más remota, doctor, —dijo—. Pero lo más probable es que sea la misma persona que mató a Warrender.

—Y a Casselll, supongo, añadió el doctor, bostezando.

—Bueno, si no me necesitan más yo me retiro a descansar. ¡Y ojalá descubran ustedes pronto al asesino!

—Creo que ya va siendo hora de que regrese a Stiltley Manor, —dijo—. Me llevo a Alperton conmigo.

—Está bien, señor Blake, —aprobó Hailsham—. Yo me quedaré todavía un buen rato aquí. ¿Vendrá usted a verme mañana por la mañana?

El detective lo prometió así; ninguno de los dos sabía que habían de reunirse nuevamente antes de la mañana siguiente. Sexton Blake llamo a Dick, y juntos emprendieron el camino de regreso a Stiltley Manor.

La lluvia había cesado, pero en cambio soplaba un viento muy desagradable. Los dos marchaban silenciosos; ambos tenían muchas cosas en qué pensar. Como iban a buen paso, no tardaron mucho en llegar al jardín. Cuando, una vez ascendida la pequeña escalinata que comunicaba con la pradera, divisaron el palacio, Dick cogió a Blake fuertemente por el brazo.

—¡Mire allí!, murmuró.

El detective siguió con la vista la dirección indicada por Dick, y no sin trabajo descubrió una escalera portátil apoyada en el muro de aquella parte del edificio.

—¿Qué diantre significará eso?, susurró Dick.

Blake no contestó, pero acelerando el paso se acercó al palacio. Apoyada en una ventana estaba una escalera.

—¿A qué habitación pertenece esta ventana?, preguntó el detective observando al mismo tiempo que estaba abierta de par en par.

Dick permaneció unos segundos pensativo, y después cambió radicalmente de expresión. La palidez c’e su rostro aumentó, y con los ojos muy abiertos miraba fijamente a su interlocutor.

—¡Es la habitación de Kathleen!, borbotó por fin, dejando también mudo de sorpresa a Blake.