Capítulo 10
Sexton Blake se levantó rápidamente de la cama y se vistió en un decir amén. Cogió una linterna sorda y se acercó a la puerta que abrió con infinitas precauciones. Saliendo al pasillo se detuvo unos segundos a escuchar; pero exceptuando el continuo tic tac del gran reloj de pared del vestíbulo, no oyó absolutamente nada. Stiltley Manor dormía y en su vasto recinto reinaba un silencio sepulcral. ¿Se habría equivocado? El ruido que había creído oír desde la cama ¿no sería figuración suya?
Un leve crujido en el vestíbulo le probó lo contrario. Era indudable, alguien estaba despierto a aquellas horas. Y ese alguien estaba en el vestíbulo.
El detective descendió sigilosamente por la escalinata.
Estaba en la mitad de ella cuando oyó el ruido que producía una cadena al caer y el chirrido de la puerta principal.
Una corriente de aire frío le Indicó ni detective que el que le precedía acababa de salir de Stiltley Manor. Sin vacilar un segundo salió a su vez por la puerta principal.
La noche era bastante oscura; la luz de la luna apenas iluminaba i o suficiente para ver a dos pasos de distancia. Pero la penetrante mirada del detective descubrió una sombra, que cruzando la pradera se dirigía al jardín. Ni corto ni perezoso, Blake la siguió a una distancia conveniente.
El perseguido marchaba a buen paso. Blake tuvo que acelerar el suyo, aun a riesgo de que el desconocido, porque indudablemente era un hombre, volviera la cabeza y le descubriese. Así cruzaron ambos la pradera, y descendiendo por las escalerillas, donde la noche anterior había muerto Casselll, se internaron en el jardín.
El desconocido cruzó la rosaleda sin detenerse, y penetró en el bosque. Allí la oscuridad era aún más profunda. El espeso follaje de los árboles actuaba a manera de cortina impidiendo la entrada de los rayos lunares. Sin embargo, Blake observó una cosa que no pudo por menos de llamarle la atención: El desconocido seguía el mismo camino que habían seguido aquella mañana el superintendente Hailsham y él, cuando corrían en persecución del hombre quo la señorita Warrender había visto en el bosque desde la ventana de su alcoba.
En aquel momento llegaron a un claro del bosque y Blake pudo distinguir claramente a la figura que perseguía. Era un hombre vestido con un largo impermeable gris, y a juzgar por la rapidez y agilidad de sus movimientos debía ser joven. Como no pudo verle la cara, el detective no pudo identificarlo. El desconocido cruzó el claro, y Blake volvió a perderlo de vista. El ruido de sus pisadas guiaba, sin embargo, al detective en su persecución.
A medida que caminaban, la arboleda se iba haciendo cada, vez más espesa. Los arbustos y matorrales cubrían el camino, dificultando grandemente el paso. De pronto Blake se detuvo; ¡había oído el murmullo de una conversación!
Sexton Blake comprendió la importancia de su descubrimiento, y extremó las precauciones. Hubiera sido de consecuencias desastrosas el que el desconocido se diera cuenta de la persecución de que era objeto. Avanzando cautelosamente se fue aproximando al sitio de donde partían las voces. Era una pequeña cabaña de pastor semioculta entre los árboles. Según calculó el detective debía hallarse en el límite de la propiedad de sir Robert. Del único ventanuco de la choza salía un débil resplandor. Era evidente que el desconocido de Stiltley Manor estaba allí dentro conversando con alguien.
El detective examinó atentamente los alrededores de la choza.
Sigilosamente se fue aproximando al ventanuco iluminado. El murmullo de la conversación llegaba perfectamente a él, pero por más esfuerzos que hizo, no pudo distinguir ni una palabra suelta. Paso a paso y con sus cinco sentidos alerta se acercó a la ventana y miró a su interior.
En la cabaña no había más mobiliario que un viejo cajón sobre el que ardía una vela, dos taburetes destartalados, y una maleta pequeña. Sobre el cajón se veían también unos cuantos bocadillos, y una botella de cerveza. En los taburetes estaban sentados dos hombres que conversaban animadamente en voz baja. La vacilante luz de la bujía iluminaba sus facciones, y Sexton Blake tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para contener una exclamación de sorpresa; acababa de reconocerlos. Uno de ellos era Dick Alperton, y el otro, el hombre que Kathleen había visto en el bosque, y que Hailsham y Blake persiguieron inútilmente.
Dominando su sorpresa, el detective trató de sorprender la conversación; pero comprendiendo la inutilidad de sus esfuerzos, pues los dos hombres, hablaban en voz muy baja, y además la ventana estaba cerrada a piedra y lodo, se retiró de su punto de observación, y se refugió entre unos arbustos desde donde podía ver la cabaña sin ser visto desde ella.
El detective comprendía que era necesario tomar una resolución. Le interesaba sobre todo conocer la identidad del vagabundo. Dick Alperton no le interesaba por ahora; era evidente, que cuando abandonara la cabaña regresaría directamente a Stiltley Manor. Decidió por lo tanto no abandonar su refugio, y permanecer en él, en espera de cualquier circunstancia imprevista que le revelara la identidad del vagabundo, o por lo menos saber cuanto tiempo pensaba permanecer en la choza, para obrar en consecuencia.
La noche era bastante fría y sobre todo muy húmeda. La perspectiva de una vigilancia de unas cuantas horas en el bosque no tenía nada de agradable, pero Blake la aceptó con resignación. Por fortuna para él, la espera no fue tan larga como creía. Transcurrida una media hora se abrió la puerta de la cabaña, y por ella salieron sus dos ocupantes.
—Te lo agradezco mucho, Alperton. Lo que haces por mi te honra, decía el vagabundo afectuosamente.
—¡Tonterías!, —contestó Dick—. Quedamos en que tú te quedas aquí por ahora. Mañana volveré a esta misma hora. ¡Ah! Se me olvidaba. Toma.
Alperton sacó del bolsillo de su americana un paquete de cigarrillos y se lo alargó al otro.
—No habrá peligro, ¿verdad?, preguntó el vagabundo con un ligero tono de duda.
—Para quién ¿para ti o para mí?, preguntó Dick a su vez.
—Para los dos; pero sobre todo para ti, fue la contestación.
—No te preocupes por mí; no corro ningún peligro, y por lo que a ti concierne puedes estar también tranquilo. Éste es un sitio muy solitario; son contadísimas las personas que pasan por aquí, y además, a ningún ser viviente se le ocurriría que esta choza destartalada pueda estar habitada.
—Tranquilízate; aquí puedes pasar unos cuántos días completamente desapercibido. Mientras tanto ya lo arreglaremos todo. ¡Ánimo y hasta mañana por la noche! Vendré seguramente a estas horas, terminó Dick estrechándole la mano.
Alperton se internó en el bosque. El vagabundo permaneció todavía unos segundos en el umbral de la puerta y después se metió en la choza cerrándola tras de sí.
Blake no había perdido una sola palabra de esta breve conversación y cuando se vio sólo respiró satisfecho. Ya no era necesario que permaneciera más tiempo en el bosque.
De lo que había oído se desprendía que el vagabundo, o lo que fuese, estaría en la cabaña al día siguiente. Tenía pues, muchas horas por delante para reflexionar lo que convenía hacer.
En vista de ello abandonó el detective su refugio, y emprendió el regreso hacia Stiltley Manor.
Dick Alperton le había cogido la delantera y no había miedo de encontrarse con él.
Había salido ya, del bosque y entraba en la rosaleda, cuando oyó el estampido seco de un disparo.
Antes de que Blake tuviera tiempo a de reaccionar, oyó otro y luego otro. Todos ellos venían de Crays Lodge, o por lo menos sonaban en aquella dirección.
Apenas acababa de extinguirse el ruido del último disparo cuando ya estaba Blake corriendo en dirección a la villa de los Warrender. A la vuelta de un recodo de la carretera, y cerca del lugar donde fue hallado el cadáver del notario, se dio de manos a boca con un hombre que corría in dirección contraria empuñando una pistola.
El desconocido barbotó una blasfemia y casi instantáneamente disparó a quemarropa sobre el detective. La bala le rozó la mejilla, y pudo oír claramente el silbido que producía al rasgar el aire.
Pero Blake no perdió su sangre fría. Dando un gran salto, se lanzó valientemente contra el desconocido. Un terrible puñetazo asestado en la mitad le la carra, lo detuvo en seco y le hizo tambalear. Aprovechando aquella circunstancia emprendió el misterioso individuo precipitada, fuga. Reaccionando rápidamente, el detective echó a correr tras él. No duró mucho tiempo la persecución. En cuanto el desconocido notó que le seguían, se volvió, e hizo fuego repetidas veces.
Una de las balas rozó a Blake la sien; la sangre manó en abundancia de la herida y llegó a cegarle por completo. En aquellas condiciones era imposible continuar la persecución, y comprendiéndolo así el detective se volvió a Crays Lodge. Con el pañuelo se enjugó la sangre. La herida no podía ser muy grave, pues no sentía más que una ligera molestia. Sin embargo, había sido suficiente para perder la pista del desconocido.
Se dirigió a la puerta trasera de Crays Lodge. Se hallaba a unos pasos de la misma, cuando apareció en el umbral la figura uniformada de un policía, que según supuso el detective era el encargado de la vigilancia de la villa. En su cabeza destocada, y en su cara, se veían manchas de sangre, y su diestra empuñaba una pesada pistola de reglamento.
—¡Manos arriba!, —bramó en cuanto divisó a Blake—. ¡Y rápido! Ya estoy harto de tonterías.
—Calma, hombre, calma, dijo éste limpiándose la sangre con un pañuelo. —¿Qué ha pasado aquí?
—¡He dicho que se deje de tonterías y que levante las manos!, exclamó el policía furioso.
—¡Manos arriba o le meto una bala en los sesos!
—¡No seas loco!, contestó el detective que empezaba a impacientarse.
La expresión del policía cambió radicalmente.
—Ahora le reconozco a usted, señor, —dijo dulcificando el tono—. Estaba esta mañana de guardia en la verja de Stiltley Manor cuando llegó usted. Siento mucho lo ocurrido, pero comprenderá que tenía que tomar mis precauciones.
—Está bien, hombre, está bien, dijo Blake bajando los brazos.
—Comprendo todo. Pero dime, ¿qué diantre ha ocurrido aquí?
El policía se guardó la pistola, y se enjugó la sangre con un pañuelo.
—Un individuo trató de sorprenderme, —dijo—. Antes de que pudiera darme cuenta de nada alguien trató de apretarme un pañuelo contra la boca. Conteniendo la respiración aparté el pañuelo y me levanté de un salto encontrándome entonces frente a un hombre que vestía un traje azul oscuro, y cubría su rostro con un pañuelo negro. Cuando vio que había fracasado su treta, sacó una pistola y me disparó a quemarropa hiriéndome en la cabeza.
—¿Y dices que no le oíste entrar?, preguntó el detective.
—No; el fulano ese debe andar más silenciosamente que los gatos.
—Está bien —murmuró Blake. Lo más urgente por ahora es examinar nuestras heridas. Esta noche hemos nacido los dos, comentó Blake cuando ambos estuvieron vendados.
—Una pulgada de desviación y no lo contamos. Vamos ahora a echar un vistazo a la casa.
Empezaron por la cocina y lo primero que encontró el detective, cerca de la silla donde había estado sentado el policía, fue un gran pedazo de algodón impregnado de cloroformo, el mismo que trató de emplear el desconocido. Blake se lo guardó en el bolsillo y acompañado del policía, continuó su vuelta de inspección por Crays Lodge.
En la inspección no encontraron nada anormal. Bien es verdad que Blake tampoco pensaba encontrarlo. La sola presencia del enmascarado en la villa era ya muy expresiva y probaba cumplidamente la afirmación del detective: la persona o personas desconocidas que penetraron la noche anterior en Crays Lodge no habían encontrado todavía lo que buscaban.
La descripción que le hizo el policía de su asaltante era muy vaga. Pero Blake estaba convencido, sin embargo, de que aquel hombre no podía ser Dick Alperton, y esto por varias razones. La primera y principal, porque Dick no había tenido tiempo de entrar en Crays Lodge y atacar al policía desde que lo perdió de vista, y además porque Dick llevaba un impermeable gris, y el misterioso asaltante, según la declaración del policía, vestía un traje azul oscuro. También el vagabundo quedaba libre de toda sospecha.
Sexton Blake estuvo haciendo compañía al policía durante un buen rato. Pero juzgando que aquella noche ya no volvería a ocurrir nada anormal, se retiró a Stiltley Manor.
Cuando llegó a Stiltley Manor se encontró con una dificultad que no había previsto. La puerta del palacio estaba herméticamente cerrada, y él no tenía llave. Seguramente la había cerrado Dick Alperton cuando regresó de su expedición nocturna.
Por unos momentos permaneció el detective perplejo. Estaba dudando entre llamar o buscar cualquier otro acceso practicable, cuando se abrió la puerta, y en el umbral apareció la oronda faz del señor Gordon Lyle.