Capítulo 7

—¿Usted aquí, señor Blake?, —gruñó Hailsham al reconocer al detective—. Supongo que no habrá tocado nada.

—He dejado todo tal como lo encontré, contestó Blake con calma, mirando fijamente a su colega.

—Este es un asunto muy serio, —murmuró el policía—. Mucho más serio de lo que yo creí en un principio. Según me ha dicho sir Robert, no sólo ha sido asesinado el señor Warrender, sino que el atracador penetró en Crays Lodge sembrando el desorden en la casa.

—Exacto, corroboró lacónicamente el detective.

—Me parece, continuó Hailsham, que en este atraco encontraremos también la solución del asesinato del señor Casselll. Es muy posible que el asesino no sea más que un ladrón vulgar al que el señor Warrender sorprendiera con las manos en la masa.

—Creo como usted, intervino el detective, que los dos asesinatos cometidos la noche pasada, están íntimamente relacionados entre sí. En cambio no creo que hayan sido cometidos por un ladrón vulgar.

—¿En qué se basa usted para hacer esa afirmación?

—Pero suponiendo que no fuera, un ladrón, y que no entró aquí a robar dijo el superintendente.

¿Porqué entró en la casa?

—Porque venia en busca de algo, quo no tengo ni la menor idea de qué pueda ser. Tampoco sabemos quién es él. Es una verdadera lástima que la señorita Warrender no pueda proporcionarnos ningún dato que nos ayude a identificarle.

—Pero usted no divisó más que una sombra, ¿no es cierto, señorita?

—En efecto, contestó ella, y a continuación repitió a Hailsham la narración que ya había hecho anteriormente al detective.

—¡Es curioso!, —comentó el superintendente pasándose la mano por la barbilla con ademán preocupado—. ¿Y no tiene usted ni la menor idea de por qué dio su hermano a la servidumbre un día de asueto?

—Ni la más remota, contestó la joven.

¿Les daba con frecuencia esos permisos a los criados?

No; nunca.

Hailsham continuaba frotándose nerviosamente la barbilla.

¿Sabe usted si tenía su hermano alguna cita para esta noche?, preguntó al cabo de un rato.

—¿Observó usted tal vez algo extraño en mi conducta?

Ella hizo un gesto ambiguo.

—Durante la última semana me pareció notarle un tanto preocupado admitió Kathleen, pero a todas mis preguntas contestaba invariablemente que se encontraba bien, y que no tenía ningún motivo de preocupación.

—Según tengo entendido, es usted la prometida de Richard Alperton. ¿No es verdad señorita Warrender?, preguntó el policía cambiando de tema.

La Joven asintió.

—¿Y es verdad también, que el otro día el señor Casselll y el señor Alperton riñeron por su causa?

—Sí, contestó ella visiblemente disgustada.

—El señor Casselll fue muy impertinente, y como es natural, Alperton salió en mi defensa.

—¿Eran amigos su hermano y el señor Alperton?

—Sí, muy amigos.

—¿El señor Warrender no se oponía, por lo tanto, a su enlace?

—No sólo no se oponía, sino que lo aprobaba con placer.

Sexton Blake observaba fijamente al policía; comprendía claramente cuáles eran sus pensamientos. Hailsham tenía un motivo para acusar a Dick Alperton de la muerte de Casselll, y estaba tratando de buscar otro que aclarara el asesinato del notario. El superintendente estaba convencido de la culpabilidad de Dick y todo aquel asunto se reducía para él a solucionar un solo problema. ¿Porqué razón había matado Richard Alperton a Warrender?

Pero por más preguntas que hizo, no logró sacar nada en limpio.

—No quiero molestarla más por ahora, señorita, dijo por fin Hailsham acompañando sus palabras con un suspiro de resignación.

La joven saludó brevemente, y abandonó la estancia.

—Este es un asunto muy serio, señor Blake, dijo el policía cuando estuvieron solos, pero afortunadamente tengo una pista. Este nuevo crimen complica notablemente el asunto, pero, sin embargo, confío n aclararlo muy pronto.

—Estoy conforme con usted en que este crimen complica notablemente el asunto, —intervino Blake—. Disiento en cambio de su opinión en cuanto a Richard Alperton se refiere. Yo creo que el asesinato de Warrender prueba definitivamente su inocencia.

—Sin embargo, su actitud es muy sospechosa, gruñó Hailsham.

—Es sospechosa si no tiene usted en cuenta el carácter del joven. Richard Alperton es una persona muy independiente; para él todo lo que hace está bien hecho, y aborrece a todas las personas que se inmiscuyen en sus asuntos, aunque esas personas sean de la policía. Toda su conducta no obedece más que a eso: a su terquedad innata.

—Tal vez, —murmuró Hailsham—. Pero lo indudable es que estuvo la mayor parte de la noche fuera de su casa. Si no hizo nada malo, no sé por qué diablos…

La entrada de Kathleen en el despacho interrumpió la conversación de los dos hombres.

—En el bosque hay un hombre —dijo rápidamente; su voz estaba un tanto excitada—. Lo vi desde la ventana de mi alcoba. Parece que está vigilando la casa. Tiene un aspecto extraño y yo no lo conozco.

—Vamos a verlo, —dijo Blake con decisión—. Haga el favor de conducirnos a su cuarto.

Precedidos por la joven subieron al segundo piso, y entrando en su alcoba se acercaron a la ventana.

—¡Miren!, —dijo—. Allí está.

Sexton Blake miró por la ventana. Más allá de los jardines de Crays Lodge, en el bosque de Stiltley Manor, un hombre se paseaba nerviosamente. De vez en cuando se detenía y examinaba con impaciencia la casa. Su aspecto no podía ser más descuidado; su traje, sucio y arrugado estaba roto en muchos sitios. Una barba de muchos días, prestaba a su fisonomía un aspecto especial. A juzgar por su actitud era evidente que esperaba a alguien.

—Sería interesante saber quién es, y qué hace ahí, —murmuró el detective; y adoptando rápidamente una resolución dijo volviéndose a Hailsham—. Vamos a conocerle.

Ambos hombres descendieron corriendo las escaleras, y pocos momentos después pasaban rápidamente y sin pronunciar una palabra junto al pequeño grupo formado por sir Robert, Tinker, el jardinero y un policía encargado de vigilar el cuerpo de la víctima. Franqueando la pequeña puerta que comunicaba con Stiltley Manor, Blake cruzó la rosaleda corriendo y no tardó mucho en divisar al desconocido en el bosque.

Cuando el detective se encontraba a unas cincuenta yardas de él, el desconocido le vio. Deteniéndose bruscamente en su paseo, lo contempló con atención unos segundos, y después echó a correr como alma que lleva el diablo.

El detective emprendió inmediatamente la persecución del fugitivo; seguido de cerca por Hailsham, que respiraba afanosamente. Pero bien pronto tuvieron que abandonarla, convencidos de la inutilidad de tal esfuerzo. El desconocido, más ligero que ellos, había desaparecido en la espesura del bosque.