Capítulo 11

La sorpresa fue mutua. Ambos hombres permanecieron unos segundos contemplándose en silencio. Sexton Blake fue el primero en reaccionar.

—¿Sufre usted de insomnio, señor Lyle? —preguntó con calma; en su voz había un ligero tono de ironía.

Desde el primer momento había observado que el huésped de sir Robert iba completamente vestido, y que además del abrigo llevaba un sombrero y un maletín. Gordon Lyle contestó con una nueva pregunta.

—¿Qué hace usted aquí a estas horas?

—Había salido a estirar un poco las piernas, contestó el detective evasivamente.

Lyle miraba con los ojos muy abiertos la cabeza vendada de Blake.

—¿Qué le ha sucedido?, —dijo—. ¿Está usted herido?

—No es nada. Es que tuve una ligera discusión con un caballero, que prefería los disparos a las palabras.

Y en un tono grave y un tanto autoritario añadió después.

—¿Dónde va usted con abrigo y maletín, señor Lyle?

—¿Y qué derecho tiene usted a interrogarme?, —gruñó éste—. ¿Qué tiene usted que ver conmigo?

—¡Mucho más de lo que usted se figura!, —exclamó Blake—. ¡Escuche! Esta noche ha vuelto a penetrar un desconocido en Crays Lodge. Ha tratado dé narcotizar al policía de guardia, y como no lo consiguiera le disparó un tiro a quemarropa que afortunadamente no le causó más que un rasguño. Yo también tuve un ligero encuentro con él. Ahora me lo encuentro a usted aquí, vestido y despierto a estas horas, y todavía me pregunta ¿que con qué derecho le interrogo, y qué tengo que ver con usted?

—¿Trata usted de insinuar que fui el desconocido que disparó contra el policía?

—Yo no insinúo nada. Lo único Que deseo es que me explique su presencia aquí en este instante. ¿Quería usted abandonar Stiltley Manor?

Gordon Lyle vaciló unos segundos. Por fin se decidió a hablar.

—Está bien. Ya que usted me ha sorprendido en lo que pudiéramos llamar mi fuga, voy a hablarle claro.

Su voz había perdido la nota de agresividad que había tenido hasta entonces y sus ademanes eran francamente conciliatorios.

—Mañana por la mañana tengo una importantísima cita en Londres y decidí salir esta noche de Stiltley Manor, burlando la vigilancia de la policía. Esto es todo.

—Creo que procede usted muy ligeramente obrando así, señor Lyle, dijo el detective después de una pequeña pausa.

—Las órdenes de la policía son terminantes, y si usted las desobedece, será detenido.

Su interlocutor palideció.

—No tiene ninguna razón para sospechar de mí, murmuró.

—Hasta ahora, no; pero si usted hace lo que se propone tendrán un motivo más que suficiente para sospechar, contestó Blake categóricamente.

—Si; tiene usted razón, —admitió Lyle en voz grave—. Pero es indispensable que esté yo mañana en Londres. El no acudir a la cita significa para mí una pérdida enorme.

—De todos modos, no debe usted obrar precipitadamente, aconsejó el detective.

—Lo mejor que puede hacer es retirarse a sus habitaciones y esperar tranquilamente a mañana. Yo le prometo que conseguiré un permiso de la policía para, que pueda ir mañana a Londres. Procuraré ver a Hailsham a primera hora, para que tenga usted todo el día libre.

—Es usted muy amable, señor Blake, aceptó Lyle complacido.

Ambos entraron en Stiltley Manor cerrando silenciosamente la puerta. Cuando llegaron al primer piso se despidieron con un buenas noches, que no era más que un susurro y desaparecieron en sus respectivas habitaciones.

Pero el detective no se acostó en seguida. Se sentó en un sillón, y encendiendo su pipa se puso a reflexionar un poco sobre los últimos acontecimientos. ¡Y que aquella noche no había sido parca en acontecimientos!

De su expedición nocturna, Blake había sacado en limpio varias cosas. Primero y ante todo, que de una forma u otra, Dick Alperton estaba complicado en aquel asunto. Lo más probable era que Dick no fuese el asesino; Blake estaba convencido de ello. Pero también era indudable que estaba interesado en un asunto que no debía ser muy claro desde el momento en que lo ocultaba hasta a su mismo padre. Por lo que se refiere al misterioso vagabundo, el detective decidió echarle mano a la noche siguiente.

Otra cosa indudable era, que el desconocido atracador de Crays Lodge no había, encontrado todavía lo que buscaba. Aquel era uno de los descubrimientos más importantes de aquella noche. El detective sentía que si lograba averiguar lo que buscaba el desconocido en Crays Lodge, habría dado un gran paso en la solución de aquel asunto.

Por último una nueva complicación había venido a embrollar todavía más el, asunto: Gordon Lyle ¿Sería verdad todo lo que había dicho? Había que comprobarlo. Blake resolvió obtener de Hailsham un permiso para que le dejara irse a Londres, pero con la intención de mandar a otra persona con el exclusivo encargo de vigilar estrechamente al financiero sin que éste se diera cuenta.

Concluida la pipa, se metió el detective en la cama. Tan cansado estaba que apenas tocó la almohada con la cabeza, quedó profundamente dormido.

Cuando despertó a la mañana siguiente, la cabeza le dolía un poco. Pero en cuanto se hubo bañado quedó como nuevo. La herida, que hubiera podido serle fatal, no le molestaba lo más mínimo.

Tinker llegó cuando estaba acabando de vestirse, y en pocas palabras puso a, su ayudante al corriente de su accidentada aventura nocturna. El joven le escuchaba asombrado.

Pocos momentos después se dirigieron ambas al comedor, donde Benson les había preparado ya su desayuno. Según les dijo el mayordomo, todavía no se había levantado nadie en Stiltley Manor. Apenas habían empezado a desayunar, cuando se les unió sir Robert. El anciano parecía bastante malhumorado, y apenas abrió la boca. A las ocho y media salió Blake de Stiltley Manor y se dirigió a la comisaría de Whitchurch.

El superintendente Hailsham acababa de llegar, y conocía ya lo ocurrido en Crays Lodge por el policía herido.

—Tenía usted razón al suponer que nuestro desconocido volvería a aparecer por allí, Blake, —le dijo—. He mandado reforzar la, guardia, aunque no creo que vuelva a repetir la suerte.

—Iba a proponérselo, contestó detective brevemente.

Hailsham ardía en deseos de saber por qué estaba Blake en los alrededores de la villa de los Warrender cuando ocurrió el ataque. El detective satisfizo su curiosidad, y Hailsham no perdió palabra de la narración.

—Tenemos que averiguar quién ese vagabundo, declaró al final. ¡Por Júpiter que este asunto complica cada vez más!

—Si no ocurre nada anormal dijo Blake, esta misma noche identificaremos al vagabundo. Mientras tanto hay que resolver otra cosa, Hailsham. Escuche.

Y el detective le expuso a continuación su encuentro con Gordon Lyle y su ingeniosa excusa, suponiendo que la cita en Londres no fuese más que un pretexto. Cuando le habló de que le diera permiso para abandonar Stiltley Manor, le propuso también que fuera Tinker quien le escoltara.

Sexton Blake salió entonces de comisaría, y puso al corriente a Tinker, que le esperaba en el coche, de lo que tenía que hacer.

—Y sobre todo, recalcó el detective, no lo pierdas de vista ni un solo instante.

—Confíe en mí, jefe, dijo el joven partiendo en dirección a Stiltley Manor para comunicar a Gordon Lyle que ya podía partir para Londres. El detective se dirigió nuevamente despacho de Hailsham.

—Solucionado esto, tengo que hacerle una nueva proposición, dijo sentándose en un sillón frente a mesa del superintendente.

—¿Podría usted averiguar cuántos forastero han aparecido por estos alrededor en estos últimos días?

—Hoy mismo encargaré a mis hombres que me hagan una lista de lo forasteros que viven accidentalmente por estos alrededores.

—Por lo que se refiere al vagabundo, yo creo que es un asunto que podemos solucionar usted y yo solos, —añadió Blake—. Ahora me voy a Londres, pero estaré de vuelta a eso de las nueve de la noche. A las once me pasaré por aquí, y juntos podemos ir a sorprender la reunión de Dick Alperton con el vagabundo.

El superintendente se manifestó conforme, y pocos momentos después se despedía Sexton Blake de él, y saliendo del despacho regresaba a Stiltley Manor.

Una vez allí se enteró de que Gordon Lyle había salido ya para Londres. Tinker también había salido.

Después de sir Robert partió a su vez para la capital. Quería investigar detenidamente los asuntos del desgraciado Francis Bannister.