Aquella noche hablaron con Mel en el Pierre. El productor se quedó de una pieza, pero les dio su más cordial enhorabuena.
—¿Ha sido idea nuestra o vuestra?
—Un poco de ambas cosas —contestó Zack, riéndose.
Jane explicó con cierta inquietud que el niño nacería coincidiendo con el final del rodaje.
—No quisiera provocar ningún trastorno...
—Es muy amable por tu parte —le dijo Mel con una punta de ironía, aunque no estaba enfadado—. ¿Estás segura de que te sentirás con ánimos para trabajar hasta el final?
—No veo por qué no —contestó Jane, decidiendo de repente ir directamente al grano. Se pasó todo el día muy preocupada, a pesar de todo lo que le había dicho Zack—. ¿Quieres decir que no me vas a despedir, Mel?
—Claro que no. Además, aun a riesgo de parecer un poco materialista, desde el punto de vista publicitario será estupendo. Los telespectadores todavía se van a encariñar más contigo. Todos los hombres del país pensarán que ojalá fueran ellos los culpables de tu embarazo, y las mujeres se enternecerán. Será extraordinariamente beneficioso para la serie, pero, sobre todo, para vosotros —Mel los miró con afecto y añadió: —En realidad, casi os envidio.
Jane lanzó un suspiro de alivio y Mel pidió que les subieran una botella de champán. Zack le rogó que fuera el padrino. Por su parte, Jane pensaba llamar a sus hijos para comunicarles, sin más, que se casaban. La boda se celebraría antes de dos semanas. Así, nadie sabría con certeza si estaba embarazada antes o no. Por la noche, Mel le comunicó la noticia a Sabina.
—¿Cómo es posible que se haya quedado embarazada accidentalmente? —le preguntó ella.
—Puede que lo haya hecho a propósito —contestó Mel, conmovido ante el amor de aquella pareja.
—¿Sabes una cosa? Sigo sin acabar de entender a Zack —dijo Sabina, tendida en el sofá; estaba un poco más tranquila. Llamó a Anthony y le dijeron que estaba mejor. Por lo menos, ahora tenía a alguien con quien compartir sus penas—. Hubiera jurado que era homosexual.
—Pues creo que te equivocas —le dijo Mel.
—Supongo que sí —Sabina se encogió de hombros—. ¿Tienes apetito?
—Sí —contestó él, mirándola y sonriendo—, pero no de comida. Estaba pensando en otra cosa.
—Excelente idea —musitó Sabina, extendiendo los brazos.
—¿Verdad que sí? —dijo Mel, acercándose.
La tomó en brazos y la llevó en volandas al dormitorio de la suite. Aquella noche tardaron mucho rato en llamar al servicio de habitaciones. Mel pidió champán y una tortilla para los dos.