CAPÍTULO 21

 

Las dos últimas semanas de rodaje pasaron volando. Las escenas les salían a cada cual mejor y las palabras «corten e impriman» estaban a la orden del día. En vísperas de la partida, Mel invitó a Sabina, Zack y Jane y Gabby y Bill a celebrarlo por la noche en el restaurante «21». Cuando regresaran a Los Ángeles dispondrían de una semana libre antes de reanudar el rodaje en los estudios. Jane dijo que la aprovecharía para buscarse una casa. Ya no podía seguir viviendo en la que antes había compartido con su marido y pensaba echar un vistazo por Beverly Hills. Bill comentó que seguramente se iría a esquiar con unos amigos, Gabby se dedicaría a descansar y tomar el sol y Sabina se iría unos días a San Francisco. Se lo pasaron muy bien y, al día siguiente, en el avión que les llevaba a Los Ángeles, Zack se sentó al lado de Jane, Sabina y Mel se sentaron juntos y Gabby y Bill eligieron a propósito asientos en extremos contrarios del aparato. No se dirigían la palabra más que en las escenas, y se evitaban el uno al otro como si fueran la peste.

En Los Ángeles hubo muchas cosas que hacer. Mel tenía programadas varias reuniones. Sabina desapareció discretamente y Bill se fue a esquiar, prometiendo resguardarse del sol para no estropear la continuidad de la serie cuando volviera al trabajo. Jane encontró una casa preciosa en Bel Air. Era pequeña, pero tenía espacio suficiente para ella y las niñas. Tenía una piscina de reducidas dimensiones y una alta verja que la protegía de las miradas de los curiosos. No le dolió lo más mínimo dejar su antigua casa; esta vez no vio a Jack, y Gabby le hizo compañía durante la mudanza. Las niñas dijeron que su padre tenía una amiga que trabajaba en su despacho, una chica de busto exuberante y casi sin cerebro por la que no sentían una especial simpatía. Jane pensó que sería muy adecuada para él y, por un instante, incluso se compadeció de la chica.

Se mudó a la nueva casa en cuanto se firmaron las escrituras. Para entonces, ya se había reanudado el rodaje de la serie. Todo el mundo parecía feliz, incluso Bill, el cual buscó a Sandy por todas partes cuando volvió, pero nadie sabía dónde estaba. Quería dejarla en puerto seguro y después divorciarse discretamente de ella. Confiaba en poder hacerlo sin que nadie se enterara, pero no había forma de encontrarla, pese a los muchos recados que él le había dejado en distintos lugares. Lo primero que hizo al regresar fue acudir al bar Mike's. Le hizo gracia ver las mismas caras de siempre, sobre todo, ahora que las cosas le iban bien.

Reanudaron el trabajo el cuatro de febrero, y el primero de marzo Jane recibió los papeles del divorcio. Se encontraba en el plató, repasando tranquilamente unas frases que se habían modificado, cuando alguien le dejó en el regazo un sobre que había llegado aquella misma tarde. Lo abrió. Todo había terminado. Estaba divorciada. Veinte años de matrimonio se habían ido por la borda. Rompió en sollozos sin poderlo evitar y todo el mundo se retiró en silencio, menos Zack, que se acercó para ver qué ocurría. Jane se sonó la nariz y le mostró los papeles.

—Ya lo sé... Llorar es una estupidez... Con lo mal que se portaba conmigo, pero, no sé, es como confesar que has desperdiciado media vida.

—Ven conmigo —dijo Zack, tendiéndole una mano—. ¿Tienes que intervenir hoy en alguna otra escena? —Jane sacudió la cabeza y volvió a sonarse la nariz—. Vamos a comer algo. Conozco un bar donde hacen unas hamburguesas fantásticas.

Tras dudar un instante, Jane se levantó.

—Me quito el maquillaje y salgo en seguida.

Zack la esperaba vestido con unos pulcros pantalones vaqueros, una blanca camisa almidonada y sandalias sin calcetines cuando ella salió con un mono para hacer jogging color de rosa y el cabello recogido hacia atrás con una cinta elástica. Jane dejó los papeles en el camerino. Eran horribles y le recordaban a Jack. Se alegraba de encontrarse en compañía de Zachary. Por nada del mundo hubiera querido estar sola en aquellos momentos. Se echó a reír cuando vio el Mike's. Era espantoso y oscuro y apestaba a cerveza, pero los parroquianos eran en su mayoría jóvenes de saludable aspecto y pulcros atuendos, probablemente casi todos actores. Y Zack tenía razón: las hamburguesas estaban riquísimas.

Acababan de comer y Zack estaba tomando una cerveza cuando, de repente, vieron a Bill Warwick sentado en un rincón en compañía de una chica. Aquel día Bill no intervino en ninguna escena y no apareció siquiera por el plató. Sus ojos reflejaban una tristeza infinita. La chica tenía pinta de enferma, estaba delgada como un palillo y tenía el negro cabello deslustrado. Iba vestida de andrajos y Bill sacudía la cabeza casi al borde de las lágrimas; al fin, le entregó un poco de dinero a la chica. Jane apartó la mirada como si hubiera visto algo que no debiera. Bill estaba tan trastornado que salió del local en cuanto la chica se fue sin percatarse de la presencia de Zack y Jane.

—Santo cielo, ¿quién supones que debía ser? —preguntó Jane. Estaba claro que Bill tenía un interés especial por ella.

—No tengo ni idea, pero ahora no me extraña que siempre esté deprimido.

Permanecieron sentados un buen rato en silencio y después se fueron a la nueva casa de Jane, situada en Bel Air. Ésta no se quitaba de la cabeza a Bill y a la misteriosa chica que tenía un ligero parecido con Gabrielle. Pero Gabby estaba sana y rebosante de vida. En cambio, aquella chica tenía cara de moribunda.

—Parece una drogadicta —comentó Zack.

Jane opinaba lo mismo.

—¿Te apetece nadar un poco en la piscina?

—No he traído traje de baño y estaría un poco ridículo con uno de los tuyos.

—No miraré, si te bañas desnudo.

Se sentía completamente a sus anchas con él.

—Yo no podría prometerte lo mismo —sin embargo, siempre fue un perfecto caballero con ella. Últimamente, Jane incluso lo lamentaba un poco—. De todos modos, lo intentaré.

Jane llenó sendos vasos de vino y le entregó a Zack un albornoz blanco. Después, fueron a cambiarse. Jane se sentía alborozada y deprimida a un tiempo. Deprimida, por lo que había descubierto acerca de la vida personal de Bill. Confiaba en que no hubiera nada serio entre él y la chica. Asimismo, estaba muy deprimida por su divorcio, pero se sentía alborozada por la presencia de Zack. A su lado, siempre estaba contenta.

Salieron a la piscina a los pocos minutos, enfundados en unos albornoces idénticos. Jane se volvió discretamente de espaldas mientras él se zambullía en el agua y se alejaba a nado. Luego bajó por la escalerilla con el cuerpo más resplandeciente que nunca a la luz del ocaso, y, al cabo de unos instantes, se puso a nadar al lado de Zack. Pronto empezaron a jugar como dos chiquillos, olvidando su desnudez, hasta que salieron de la piscina. Mientras tomaba el albornoz y se lo ponía con toda naturalidad, Jane vio que Zack la estaba mirando muy serio.

—Eres preciosa, Jane.

—Gracias —contestó ésta, volviéndose de espaldas mientras él salía de la piscina y se ponía el otro albornoz.

Entraron en la casa y apuraron un vaso de vino, sentados en el salón a medio amueblar, desde el que se admiraba un soberbio panorama. Fue una noche mágica en el transcurso de la cual Jane bebió un poquito más de la cuenta. Se sentía muy a gusto con aquel hombre y no le pareció nada extraño que Zack se inclinara para besarle suavemente los labios. Sin embargo, la cosa no pasó de aquí. Cuando Zack la volvió a besar, Jane se estremeció de emoción y se acurrucó junto a él, acariciándole suavemente el tórax sin saber qué decirle. Se sentía totalmente libre porque las niñas estaban pasando una semana en casa de Jack. Llevaba siete meses sin acostarse con nadie y, de repente, se encendió de deseo por Zack.

—Qué guapa eres —musitó él, abriéndole el albornoz para contemplarla mejor.

—Te quiero mucho —dijo Jane, cerrando los ojos. Las palabras le salieron sin el menor esfuerzo. De repente, Zack, apartó el rostro, posó el vaso sobre la mesita y se levantó para acercarse a la ventana; permaneció largo rato allí, en silencio. Jane comprendió que algo raro pasaba—. ¿Qué ocurre, Zack? —a lo mejor había dicho o hecho algo que no era de su agrado; tal vez había sido demasiado atrevida—. Yo no quería...

Zack se volvió a mirarla al oír su voz. Sus ojos estaban extraordinariamente tristes.

—No es por nada que hayas hecho. Ni se te ocurra pensarlo, al contrario. Has estado a punto de cambiar mi vida. A punto..., pero no del todo.

—¿Y por qué quieres cambiar? —le preguntó Jane, perpleja.

Zack comprendió entonces que tendría que ser sincero con ella.

—Porque llevo más de veinte años sin acostarme con una mujer... Veinticinco para ser más exacto. Y eso es mucho tiempo, Jane...

—Sí, lo es —dijo ella, mirándole con dulzura.

Zack volvió a sentarse al lado de ella y exhaló un suspiro mientras todo su cuerpo parecía hundirse bajo el peso de una carga insoportable.

—Cuando era muy joven fui a un internado. A los catorce años concretamente. Una de las mejores escuelas. Entonces era casi una costumbre.... Muchos chicos jugaban los unos con los otros porque «todo el mundo lo hacía». Yo jamás lo hacía porque no me interesaba. Hasta que llegó el nuevo profesor de literatura. Era rubio, alto y guapo, más o menos como Bill y aproximadamente de su misma edad. Y quería que yo fuera su «amigo especial». Me llevaba a pasear con él, me prestaba libros e íbamos juntos de campamento. Yo le admiraba, tal vez demasiado. Durante nuestra segunda acampada, se metió en mi saco de dormir y me dijo que me quería y que yo significaba mucho para él. Después me hizo el amor. Yo tenía entonces catorce años y no sabía qué hacer ni a quién contárselo. Nadie me hubiera creído, de todos modos. Todo el mundo le tenía mucho aprecio y, además, era medio pariente del director. No dije nada hasta que él se fue dos años más tarde y entonces me juré a mí mismo no volver a hacerlo nunca más. Sabía que aquello estaba mal, por mucho que admirara a mi profesor.

Jane le miró con asombro, pero sin condenarle, compadeciéndose del chico que había sido hacía treinta años.

—En la universidad, me enamoré de una chica preciosa e incluso nos hicimos novios cuando yo tenía veintidós años. Era guapísima y también quería ser actriz. Pensábamos ser muy felices juntos y tener cuatro hijos..., hasta que ella conoció a otro. Quedé destrozado. Ambos éramos muy jóvenes. Y, a partir de entonces, ya no hubo nadie más hasta que rodé mi primera película. Necesitaba trabajar y el director era un auténtico hijo de puta. Yo tenía veintitrés años y el muy bestia me emborrachó como una cuba. A la mañana siguiente me desperté en su cama. Mandó incluso que uno de sus amiguitos nos hiciera fotos, yo tendido inconsciente y él..., ya te puedes imaginar el resto. Me amenazó con chantajearme en caso de que no siguiera acostándome con él. Y lo hice. Más adelante, pensé que la suerte ya estaba echada. Tuve que aguantarle durante casi un año y luego ya era demasiado tarde. Me aterraba la posibilidad de que alguien se enterara, y me pasé dos años sin acostarme con nadie hasta que conocí a un hombre muy amable que me doblaba la edad. Tuve unas relaciones muy discretas con él. Nadie lo supo jamás. Después de aquello, sólo hubo otro hombre en mi vida. Todo terminó hace años, pero seguimos siendo amigos. Siempre temí que alguien se enterara. Eso sería muy perjudicial para mi imagen, ¿no crees? —dijo mirándola mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas. Jane se las enjugó con ternura—. Lo curioso es que yo nunca quise a otra mujer después de Kimberly. Hasta que te conocí a ti y pensé que todo podría cambiar, pero no es posible retroceder. Y tampoco me interesa una relación homosexual. Por otra parte, no quiero arrastrarte a esta situación. ¿Y si el año que viene me enamorara de otro hombre? ¿O si lo hiciera dentro de diez años? ¿Entonces, qué? Volverías a sufrir angustias de muerte y bastante has sufrido ya en la vida.

—Yo te quiero, Zack —dijo Jane, sollozando. Le quería todo entero, con su dolor y con su honradez—. Todo eso no me importa. Lamento muchísimo que te ocurriera...

Se le rompió la voz en un sollozo mientras él la estrechaba con fuerza y la volvía a besar.

—Pero me importa a mí. Me importa por los dos.

—Ssss... —dijo Jane, y le besó mientras él la estrechaba en sus brazos. Cuando volvió a mirarle, fuera ya había oscurecido—. Quédate aquí esta noche —susurró.

—No puedo.

—¿Por qué no?

—No sería justo. No quiero hacer el amor contigo.

—Pues entonces, abrázame, no me dejes sola. Te necesito demasiado.

Lo más curioso era que él también la necesitaba a ella, mucho más de lo que hubiera querido reconocer. Permanecieron tendidos el uno al lado del otro en el sofá hasta que Jane se quedó dormida, agotada por las emociones del día. Zack la contempló en la oscuridad y sintió en lo más profundo de su ser una conmoción que llevaba más de veinte años sin experimentar. Pero no hizo nada. Permaneció tendido junto a Jane, llorando por el pasado y por el chico que había sido en tanto que un vehemente deseo se apoderaba poco a poco de su alma.