Bill recordó la primera vez que fue a ver a Mel y tuvo que esperar con emocionada inquietud el comienzo de la entrevista. Sin embargo, ahora no sentía la misma gozosa anticipación de entonces, sino un terrible peso en el estómago. El despacho de Mel había informado a Harry de que Bill no debería acudir al trabajo el viernes sino al despacho de Mel a las nueve en punto de la mañana.
Eran las nueve y cuarto cuando, por fin, le llamó la secretaria. Ésta le miró con ojos inexpresivos y se comportó como si jamás le hubiera visto a pesar de los numerosos reportajes que la prensa había publicado aquella semana. Bill estaba seguro de que Mel le iba a despedir sin contemplaciones. Tenía motivos más que sobrados para ello. Le había mentido acerca de su estado civil cuando firmó el contrato.
—Hola, Bill —dijo Mel amablemente aunque sin el menor asomo de cordialidad.
—Hola, Mel —contestó Bill, sentándose frente a su escritorio.
Iba correctamente vestido y bien afeitado, y estaba muy pálido. La semana había sido espantosa y llevaba varias noches sin dormir. Parecía increíble que hubieran sucedido tantas cosas en tan pocos días. Aquella mañana, vio a unos fotógrafos montando guardia a la puerta de su casa.
Mel miró largo rato a Bill y fue directamente al grano.
—Me gustaría saber por qué me mentiste sobre tu matrimonio.
—Siento mucho haberlo hecho. Creo que tuve miedo. Sandy estaba muy mal y siempre mantuvimos nuestro matrimonio en secreto.
—¿Por qué? ¿Ya se drogaba Sandy cuando te casaste con ella?
Mel temía que Bill también lo hiciera o lo hubiera hecho alguna vez. Muchas preguntas habían cruzado por su mente en el transcurso de los tres días que duró la detención.
—No, pero trabajaba en la serie. Cena dominical —Mel lo había leído la víspera en los periódicos y creía recordarla. Sandy era una chica muy bonita que se parecía un poco a Gabby. Tal vez por eso le tenía Bill tanta antipatía. A lo mejor, descargaba sobre ella la cólera que sentía contra Sandy—. Su agente pensó que el hecho de estar casada perjudicaría su imagen. En la serie, interpretaba a una niña de quince años. La idea no me hacía mucha gracia, pero la acepté. Ella me lo pidió y..., no sé..., después empezó a drogarse y la echaron de la serie. Aun así, decidimos seguir manteniendo el matrimonio en secreto. De vez en cuando ingresaba en el hospital, pero volvía a las andadas en cuanto salía.
Bill estaba a punto de echarse a llorar, pero reprimió las lágrimas. No esperaba que Mel le tuviera la menor compasión.
—¿Y tú? ¿Te drogaste alguna vez con ella? —preguntó Mel.
Tenía derecho a saberlo y estaba furioso con Bill.
—No, señor —contestó éste, mirando muy serio a Mel—. Le juro que no. Intenté convencerla de que se desintoxicara, pero todo fue inútil. El verano pasado, la víspera del día en que usted me llamó, la detuvieron por tenencia de drogas y prostitución y, por si fuera poco, se había gastado el último dinero que me quedaba. Me sentía desesperado. Cuando usted me preguntó si estaba casado, le mentí. No quería que supiera en qué situación se encontraba Sandy y, además, nos íbamos a separar.
—¿Llegasteis a divorciaros?
—No —contestó tristemente Bill—. Temía los efectos de una publicidad adversa y no quería que usted supiera que estaba casado. Durante nuestra estancia en Nueva York, mi esposa desapareció sin dejar rastro y no volví a verla hasta hace unas semanas. Quería pedirle el divorcio, pero la vi tan mal que ni siquiera se lo comenté. Me sacó un poco de dinero y me llamó al día siguiente... Supongo que ya conoce el resto. Llegué a casa, me encontré con la policía y...
Se le llenaron los ojos de lágrimas y no pudo seguir.
—Mis abogados me han aconsejado que interponga una demanda contra ti, Bill —dijo Mel con voz pausada.
—Lo comprendo.
Bill le miró angustiado sin atreverse a pedirle nada. No podía justificar su conducta. Era culpable de haberle engañado. Pero no del asesinato que se le imputaba.
—Sin embargo, no voy a hacerlo. Por lo menos, de momento —Bill le miró asombrado sin saber que fue Sabina quien le había hecho cambiar de idea, intercediendo en su favor—. Bastantes problemas tienes ya para que, encima, te caiga otro —era lo mismo que había dicho la propia Sabina—. Pero podrías causar un grave daño a la serie, un daño gravísimo. Si te condenaran por asesinato, los índices de aceptación bajarían en picado y sería nuestra ruina.
Bill experimentó una punzada de remordimiento.
—Yo no lo hice, Mel... Se lo juro —dijo, mirando al productor mientras le rodaban las lágrimas por las mejillas—. Yo no la maté. —Confío en que no —contestó Mel con toda sinceridad. Apreciaba mucho al muchacho.
—Pedí a la policía que me sometieran a la prueba del detector de mentiras, y estaría dispuesto a hacerlo por usted.
La policía rechazó el ofrecimiento, pero, de todos modos, Ed le iba a someter a la prueba para mostrarle los resultados al fiscal de distrito, tanto si éste los admitía como si no. No tenía nada que ocultar.
—Eso deberán decidirlo tus abogados, Bill ¿Cuál es tu situación legal en estos momentos? —preguntó Mel con aire cansado.
Los últimos acontecimientos habían dejado una profunda huella en él.
—Habrá una vista preliminar dentro de dos semanas y seguimos esperando que entonces se desestimen las acusaciones.
—¿Y si eso no ocurriera?
Mel era realista porque tenía entre manos una importante producción.
—Me someterán a juicio al cabo de noventa días.
—¿Eso cuándo será? —Mel frunció el ceño, se puso las gafas y estudió el calendario de sobremesa—. ¿Más o menos en junio?
—Creo que sí.
Mel asintió en silencio. Pensaba en la serie. Llevaba pensando en ella toda la semana, toda la noche y toda la mañana.
—Me parece que lo más aconsejable es continuar el rodaje. Te concederemos tiempo libre para la vista, claro. Las vacaciones empiezan el primero de junio —Mel hizo una pausa y luego añadió: —Vamos a rodar dos escenas finales, la que ahora tenemos prevista en el guión y otra en la cual tú resultarás muerto. En caso necesario, la podremos pasar el año que viene y explicar tu desaparición —la idea no le gustaba demasiado. No era fácil que el asesino de su propia esposa se convirtiera en el héroe de los Estados Unidos—. Si eres absuelto, quizá te pidamos que vuelvas a finales de agosto, después de vacaciones. En caso contrario, ya tendremos la escena final que necesitamos. Pero quiero pensarlo un poco. En caso de que te absuelvan, tú y yo tendremos que hablar. Sobre la honradez y tus objetivos. No puedes esperar que, después de arrojarnos encima una bomba como ésta, nosotros te recibamos con los brazos abiertos.
Mel hubiera preferido despedirle, pero Sabina decía que ello sería perjudicial para la serie y, además, el chico le daba mucha pena.
—Lo comprendo —dijo Bill.
Sin embargo, estaba seguro de que no lo volverían a admitir después de las vacaciones. ¿Por qué razón hubieran tenido que hacerlo?
—Eso ha sido muy duro para todos. Especialmente, para ti. ¿Quién es tu abogado?
—Ed Fried, un amigo de mi agente.
—Quiero que hables con Harrison y Goode. Mañana mismo. Y el lunes te esperamos en el plató.
—Yo..., preferiría verles por la tarde si no les importa recibirme siendo sábado —Mel arqueó las cejas y Bill añadió, procurando reprimir las lágrimas: —El entierro de Sandy será por la mañana.
Mel desvió la mirada. El dolor que experimentaba aquel hombre era casi insoportable. Puede que Sabina tuviera razón. Pobre muchacho...
—Lo siento de veras, Bill.
Éste se enjugó las lágrimas. En sólo unos días, su vida había quedado destrozada, se había convertido en una pesadilla espantosa.
—Quiero aclarar que, si no te admitimos después de las vacaciones, no habrá indemnización por incumplimiento de contrato. Queremos que firmes ahora mismo un documento en este sentido.
—Sí, señor.
Bill se hubiera arrastrado por los suelos, hubiera sido capaz de cualquier cosa con tal de ablandar a Mel. Hubiera hecho lo que le hubiera pedido. Pero no le pidió nada.
—Sin embargo, también quiero que hables con nuestros abogados para ver si pueden ayudarte. No son penalistas, pero te podrán indicar la persona más adecuada para llevar tu caso —Mel carraspeó y volvió a ponerse las gafas de lectura. Eran unas medias lunas que le conferían el aspecto de un director de escuela y resultaban incongruentes en aquella situación—. Nosotros nos haremos cargo de las minutas de los abogados.
Sabina había presionado para que así fuera.
—Yo no podría... Mel... —balbuceó Bill, asombrado.
—Queremos hacerlo. Por dos motivos. Por el bien de la serie es importante que seas absuelto, pero también... —su voz se suavizó un poco mientras miraba al asustado joven que estaba sentado frente a él— porque te apreciamos. Todos estamos desolados por lo que te ha ocurrido.
—No sé cómo darle las gracias, Mel —dijo Bill, levantándose con lágrimas en los ojos para estrechar la mano del productor.
—Vuelve al plató el lunes y procura que te absuelvan en el juicio.
—Sí, señor.
Esperó unos segundos, pero la entrevista ya había terminado. Volvió a estrechar la mano de Mel y abandonó el despacho, cerrando suavemente la puerta a sus espaldas. Mientras bajaba, sintió que le habían quitado un peso de encima, pero le habían echado otro. De momento, no le habían despedido, pero era probable que lo hicieran durante las vacaciones de verano. La escena final alternativa en la que él resultaría muerto era un arma poderosa de la que sin duda echarían mano. Sin embargo, le agradecía mucho a Mel que le hubiera ofrecido la asistencia de sus abogados. Sabía que serían los mejores y confiaba en que pudieran ayudarle.
Subió a su automóvil y se dirigió al plató. Al llegar, sintió miedo al pensar que tendría que enfrentarse de nuevo con sus compañeros, pero no tenía más remedio que hacerlo y necesitaba hablar con Gabby. Llevaba sin verla desde la noche en que ella acudió a visitarle a la cárcel en compañía de Zack y Jane, y deseaba preguntarle por qué había mentido por él. Cualquiera que fuera el motivo, quería agradecerle su ayuda.
Cuando llegó, estaban a punto de rodar una escena entre Sabina y Jane y el timbre sonó cuando Bill entraba en el plató. Permaneció inmóvil para no distraer a Sabina, la cual exigía que no se la molestara en el transcurso del rodaje. Éste era precisamente uno de los motivos de que casi nunca hubiera visitantes en el plató.
Cuando el director gritó «¡Corten!», Bill se adelantó unos pasos. Algunos componentes del equipo de rodaje le saludaron como si no hubiera ocurrido nada y otros hicieron caso omiso a su presencia. La situación era embarazosa y no sabían qué decirle. Bill comprendió por primera vez que algunos de ellos le consideraban culpable de la muerte de su mujer. Le aterraba pensarlo y hubiera deseado gritarles a todos: «¡Soy inocente!». En su lugar, se encaminó directamente al camerino de Gabby, confiando en que estuviera allí. La encontró tomando un café mientras estudiaba su guión. Se sorprendió al verle y esbozó una vaga sonrisa. Sabía que habían puesto a Bill en libertad, pero no le había llamado.
—¿Llego en un mal momento?
—No, no te preocupes —contestó Gabby—. ¿Cómo estás?
—Bien. Acabo de ver a Mel.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó ella, frunciendo el ceño.
Todos sentían curiosidad por saber lo que iba a ocurrir.
—Es una buena persona. Me ha permitido seguir en la serie hasta las vacaciones de verano.
—¿Y después?
—Creo que todo habrá terminado. Rodarán una escena final en la que resultaré muerto y la tendrán en reserva por si la necesitaran. El juicio será en junio y cualquiera sabe lo que va a ocurrir.
—No te veo muy optimista —dijo Gabby, ofreciéndole una taza de café.
Bill la tomó con temblorosas manos y se sentó.
—Es que ahora no estoy muy animado —no había para menos. Mirando a su compañera con afecto, añadió en voz baja: —Quiero pedirte disculpas y darte las gracias. Me he portado muy mal contigo durante todo el año y no entiendo por qué quisiste ofrecerme una coartada. No me lo merecía.
—No creo que la mataras —dijo Gabby con toda sinceridad.
—Pero no lo sabes. No lo sabe nadie —lo intuyó nada más entrar en el plató. Ya nadie creía en él. En el transcurso de unos días se había convertido en un extraño. Y, sin embargo, algunos estaban con él y Gabby más que nadie—. Se dieron cuenta de que mentías, pero te agradezco la ayuda. Hubieras podido meterte en un lío.
—Pensé que merecía la pena —dijo Gabby, mirándole a los ojos.
—No comprendo cómo puedes hablar conmigo después de lo que te hice.
—Porque soy una tonta. No voy a negar que muchas veces te portaste muy mal conmigo. En Nueva York, sentí deseos de matarte cuando le dijiste a todos quién era y les mostraste el periódico. Pero, aun así, cuando te ocurrió esta desgracia, pensé que era algo espantoso. ¿Por eso estabas siempre tan deprimido?
—Sí. Estuve muy preocupado por Sandy, sobre todo cuando rodábamos en Nueva York. Temía que se tomara una sobredosis y me parecía injusto que a mí me fueran bien las cosas mientras a ella le iban tan mal. Además, temía que Mel se enterara porque, cuando me contrató, le mentí, diciéndole que era soltero. Por eso no me atrevía siquiera a pedir el divorcio. Tú te pareces un poco a ella, ¿sabes? Creo que eso también me molestaba. Te veía tan sana y normal que te comparaba constantemente con Sandy y pensaba que ella hubiera podido ser como tú. Tenía por delante un futuro muy prometedor cuando nos casamos.
—¿Por qué mantuviste el matrimonio en secreto?
—Es una larga historia, pero fue una decisión de su agente porque entonces Sandy trabajaba en una serie. Para acabarlo de arreglar, le dije una mentira a Mel. Fue un auténtico desastre y ahora la situación no ha mejorado demasiado que digamos. El juicio se celebrará durante las vacaciones de verano.
Bill dijo que Mel le había ofrecido sus abogados y Gabby se quedó boquiabierta de asombro.
—Es un hombre estupendo. Me invitó a cenar en Nueva York, cuando estaba tan deprimida —dijo Gabrielle.
Por culpa suya, pero eso se lo calló.
—Es un auténtico magnate —añadió Bill.
Así era, en efecto. Un hombre en toda la expresión de la palabra. Una figura paternal. Un héroe.
—¿Crees que Sabina se acuesta con él? —preguntó Gabby, sonriendo maliciosa.
Bill se echó a reír. Era el primer comentario frívolo que escuchaba en varios días. Parecían dos chiquillos chismorreando sobre sus padres.
—Seguramente. Es muy lista y sabe lo que le conviene. Todas estas joyas que lleva no se las ha traído precisamente Papá Noel —añadió Bill.
—Me parece que Mel está muy enamorado —dijo Gabby.
—Es un hombre honrado y, aunque me despida, lo que seguramente hará, se merece lo mejor del mundo. ¿Me he perdido muchas cosas esta mañana? —preguntó Bill, exhalando un suspiro.
—No muchas. Rodamos escenas en las que tú no intervienes. ¿Volverás el lunes?
De repente, se habían hecho amigos. Bill comprendió que Gabby era una buena chica y se arrepintió de haberla tratado tan mal.
—Sí —contestó. Después, como si sintiera la necesidad de decírselo, añadió con tristeza: —El entierro de Sandy será mañana.
—Lo siento —dijo Gabby—. ¿Te puedo ayudar en algo?
Bill sacudió la cabeza. Ya nadie podía hacer nada ni por él ni por Sandy. Un servicio de limpieza contratado por Harry había adecentado el apartamento. Hubiera sido insoportable ver las paredes del dormitorio manchadas de sangre. El perro se quedaría en una residencia canina hasta que Bill regresara a casa y su situación se normalizara. Ya había decidido marcharse. Quería largarse de allí cuanto antes. Además, quienquiera que hubiera matado a Sandy podía volver en cualquier instante a liquidarle a él, aunque lo dudaba. Estaba cargando con la culpa de aquel sujeto y no era probable que éste le matara, demostrando de este modo que él no era el asesino de Sandy.
Bill miró a Gabrielle como si la viera por primera vez. Era muy bonita. Más que Sandy, pensó.
—Gracias por todo —le dijo levantándose sin saber qué otra cosa añadir.
Recordó el cordial abrazo que le había dado en la prisión, pero no se atrevió a abrazarla. Justo en aquel momento, alguien llamó a la puerta.
—Sales en la próxima —dijo un ayudante desde el otro lado.
—Gracias —contestó Gabby—. Voy en seguida —después añadió, mirando a Bill a los ojos: —Todo se arreglará. Tendrás algunos problemas, pero, al final, todo quedará aclarado. Ya lo verás. Eres inocente y lo podrás demostrar. No te desanimes.
—Gracias —dijo Bill, decidiendo finalmente abrazarla.
Minutos más tarde, abandonó en silencio el plató.