A la vuelta de las vacaciones, las relaciones entre Mel y Sabina se enfriaron un poco. Los primeros días, Mel durmió en su propia suite por primera vez desde que salieran de California. Sin embargo, Sabina no dijo nada y no dio ninguna explicación sobre el porqué de su viaje a casa. Al fin, Mel intentó hacer las paces, y la acompañó una noche al hotel al finalizar el rodaje.
—Siento haber estado un poco brusco contigo —dijo, mirándola con dulzura.
—No había para menos —contestó Sabina amablemente—. Pero no podía cambiar mis planes, Mel, por mucho que lo deseara.
Mel no le preguntó por qué ni quién significaba tanto en su vida. No acertaba a imaginar que pudiera haber alguien. Sabina era una persona egoísta y malcriada que sólo pensaba en sí misma, aunque con él era muy cariñosa. Ambos se llevaban muy bien y tal vez el hecho de pretender algo más de ella fuera pedirle demasiado. Había que aceptarla tal como era. ¿Qué derecho tenía él a esperar algo más?
—¿Tienes relaciones serias con alguien?
Era lo único que le interesaba saber. No quería hacer el ridículo por su culpa. Ya era demasiado mayor para eso.
—No en el sentido que tú crees. Es una obligación que tengo cada año —estaba claro que no quería darle más explicaciones—. Una cuestión familiar.
Mel no sabía si creerla o no, pero era, sin duda, una mentira cómoda. —No sabía que tuvieras familia.
Sabina no contestó y aquella noche Mel se la llevó a cenar y después fue a su habitación.
Mientras tomaban champán tras hacer el amor, Sabina le dijo, mirándole dulcemente con sus ojos verde esmeralda:
—Temía que no quisieras volver a hablar conmigo.
Mel se enterneció al oír esas palabras y se sorprendió de lo mucho que la quería.
—¿Me crees tan insensato como para eso?
—No, pero a veces soy muy independiente —contestó ella dirigiéndole una mirada felina.
—Eso, desde luego. ¿Has querido ser de otro modo alguna vez? Por ejemplo, ¿estar atada a alguien?
Sabina sacudió la cabeza y le ofreció un sorbo de su copa de champán mientras ambos yacían desnudos en la cama.
—No —contestó con toda sinceridad—. O puede que una vez..., cuando era muy joven, pero la cosa no duró mucho tiempo. Desde entonces, creo que nunca. No creo que pudiera soportar estar atada a alguien —lo estaba en otro sentido, pero no a un hombre—. Hace años, estuve locamente enamorada de un hombre, pero nunca pensamos casarnos. En realidad, él ya estaba casado. Lo cual me parecía muy bien.
Mel se sorprendió al oír esas palabras. Aún recordaba lo feliz que había sido con Liz.
—A mí me gustaba mucho la vida de casado —dijo, mirando con tristeza a su amante.
—Lo sé. Debió de ser horrible para ti —contestó Sabina—. Me refiero a cuando...
No terminó la frase para no causarle dolor a Mel.
—Lo fue. Pensé que no podría resistirlo. Pero lo superé y nunca quise volverlo a repetir. Querer tanto y luego perderlo todo... —los recuerdos de su dicha pasada le producían una angustia insoportable—. Ahora estoy tranquilo. Me he acostumbrado a vivir solo.
Y se sentía muy a gusto al lado de Sabina. Quería darle toda la libertad que quisiera y ella se lo agradecía. Como también le agradecía que no le hiciera preguntas sobre sus planes navideños. Sabía muy bien que otro hombre no hubiera tolerado aquella situación.
—¿Te volverías a casar? —le preguntó, picada por la curiosidad.
—No estoy seguro. Nunca he pensado en ello. Y no quisiera tener más hijos. Ya soy demasiado mayor para volver a empezar.
—Tonterías.
—No me refiero a la cuestión física —dijo él, sonriendo—. Hablo de otra cosa. No quisiera volver a hacerlo porque amar y educar a los hijos requiere mucho tiempo y energía y ahora todo eso lo aplico a mi trabajo —se volvió de lado y le besó en un brazo. Era un hombre fuerte, juvenil y lleno de vitalidad—. Pero espero que me sobre un poco de energía para ti. Y mucho amor. Porque te quiero una barbaridad, ¿sabes? añadió en voz baja.
—Gracias, Mel —contestó Sabina, dándole un beso a modo de respuesta. Al cabo de un rato, susurró las palabras que tanto la asustaban y que evitaba decir siempre que podía. Sin embargo, esta vez no pudo contenerse—. Yo también te quiero a ti...
Entonces Mel la besó con los ojos llenos de lágrimas, la estrechó en sus brazos y volvió a hacerle el amor.