El funeral de Sandy fue el momento más doloroso de la vida de Bill. Estaban sus padres, su hermano menor y su hermana mayor. Ésta no soltó la mano de su marido ni un solo instante, el hermanito lloraba con desconsuelo y todos miraban tristemente a Bill. Por lo menos, ellos estaban seguros de que no la había matado. Asistieron también algunos compañeros de la serie en la que trabajaba. Habían cerrado el ataúd para que no se vieran las heridas de las balas. Bill lo prefería. No quería volverla a ver de aquella manera, tan frágil y encogida, con el cuerpo devastado por los excesos a los que se entregaba desde hacía tanto tiempo y el rostro convertido en una vaga sombra de lo que fue.
—Era tan dulce de pequeña —dijo la madre de Bill abrazándolo entre sollozos mientras éste pugnaba por reprimir las lágrimas—. Era todo ojos y siempre me ayudaba a hacer pasteles...
El padre de Sandy le dio asimismo un abrazo, el pastor les estrechó las manos a todos y después se fueron al cementerio en unos automóviles grises de alquiler. Bill iba con la hermana mayor de Sandy y su marido, que se mostraban muy serios y taciturnos, y Bill experimentó la impresión de que no estaban tan seguros de su inocencia como sus padres.
—Me dijo que debía dinero a mucha gente que le había vendido droga —comentó la hermana, como si no acabara de creer que Sandy había muerto.
Le llevaba apenas dos años y no era ni la mitad de bonita que ella.
Miró inquisitivamente a Bill como si esperara que éste confesara su culpa antes de llegar al cementerio, pero ya no dijo nada más.
Una vez allí, todos contemplaron el ataúd en silencio y la madre rompió a llorar histéricamente mientras el pastor leía el salmo veintitrés. Bill estaba viviendo una pesadilla. Recordaba sin cesar el día de su boda. Ahora todo había terminado. Se le hacía extraño pensar que era viudo. Sandy seguía siendo su mujer cuando la mataron.
El camino de vuelta a la ciudad pareció interminable; al fin, Bill empezó a pasear sin rumbo. No recordaba dónde había dejado el automóvil y, cuando lo encontró, había olvidado adonde tenía que ir, al despacho de Harrison y Goode, los abogados de Mel. Le daba tiempo a tomarse un café. Permaneció sentado con la mirada perdida en el espacio mientras el café se enfriaba, pensando en Sandy. Al pagar la cuenta, vio que la camarera le miraba, reconociendo en él no al astro de una serie televisiva, sino al personaje que había visto en las fotografías de los periódicos. Bill regresó a toda prisa a su automóvil y se dirigió al bulevar Santa Mónica para visitar a los abogados.
El despacho se encontraba en la planta treinta y siete del Centro Recreativo ABC, y Stan Harrison ya había llamado a dos criminalistas para consultar con ellos. Fue una tarde muy dura. Al igual que Ed Fried, que les había enviado el expediente, los abogados creían que tenía muchas posibilidades de ser absuelto en el juicio en el caso de que no aparecieran ulteriores pruebas. Sin embargo, no consideraban probable que previamente se desestimara la acusación. Acertaron plenamente en sus pronósticos. Dos semanas más tarde, Bill compareció ante un tribunal para la vista preliminar en la que se acordó la celebración del juicio. El juez consideró que había muchas dudas y no hubo modo de convencerle de lo contrario. El comienzo del juicio se fijó para el nueve de junio.
Aquella tarde, Bill regresó a toda prisa al plató porque tenía que intervenir en tres escenas. Se esforzaba más que nunca y ponía toda su alma en la interpretación. Se consideraba en deuda con Mel y con todo el mundo y deseaba infundir más calor a su personaje antes de dejarlo.
Aquella noche, terminaron a las ocho porque Sabina tuvo algunas dificultades en una importante escena con Zack. Se equivocaba a cada momento y se ponía hecha una furia. Por fin, la escena se rodó a entera satisfacción de todos, pero exigió nada menos que veintidós tomas. Los actores estaban agotados, incluso Zack que nunca se quejaba. Bill se percató de su cansancio cuando le vio marcharse con Jane. Últimamente, los veía muy a menudo juntos y no sabía si eran ciertos los rumores que circulaban por Hollywood. Alguien a quien conoció en el Mike's le dijo que Zack era homosexual, aunque, desde luego, no lo parecía. Quizás él y Jane sólo fueran amigos. Hubiera sido difícil adivinar qué tipo de relaciones mantenían porque ambos eran muy discretos, más que Mel y Sabina.
—Te veo muy alicaído —le dijo Gabby mientras abandonaba el plató en su compañía.
Había sido una jornada muy larga, sobre todo para Bill, que había tenido que comparecer ante el juez.
—Muchas gracias, mujer.
—¿Qué tal fue?
Gabby se ofreció a ir con él, pero Bill quería afrontar solo las dificultades. No había ninguna razón para que ella le acompañara y, además, aún le remordía la conciencia por lo mal que la trató durante todo el invierno.
—Me han retenido —contestó Bill, utilizando una terminología que hubiera preferido ignorar. —¿Para someterse a juicio?
Bill asintió en silencio. Ya se había resignado a soportar aquella situación. Confiaba en que los abogados no se equivocaran.
—Sí. El nueve de junio —parecía una fecha muy lejana, pero Bill sabía que llegaría sin que apenas se diera cuenta de ello—. Ya habremos empezado las vacaciones de verano. Las mías serán permanentes.
—No digas eso. Últimamente, las escenas te han salido bordadas.
—Ya que tengo que irme, quiero hacerlo a lo grande. Por lo menos, puede que, de esta manera, alguien me eche de menos —dijo Bill, sonriendo con tristeza.
—No digas tonterías —contestó Gabby. Estaba preciosa con su sedoso cabello negro recogido en un sola trenza—. Aún no se ha adoptado ninguna decisión definitiva.
—¿Y tú qué piensas? Con independencia de lo que ocurra en el juicio, ¿crees de veras que me mantendrán en la serie Gabby? Nadie se puede permitir un escándalo de este tipo si interviene en una superproducción que necesita alcanzar elevados índices de aceptación. Tendrán que librarse de mí para contener a la opinión pública.
—¿Y eso qué importa? Aunque se libren de ti en la vida real, tú estarás en la serie todo el año. Para entonces la gente ya se habrá olvidado. Es posible que se queden contigo.
—Eso díselo a Mel —contestó Bill en broma.
Sin embargo, respetaba la opinión del productor cualquiera que ésta fuera.
—Puede que lo haga —dijo Gabby, pero ambos sabían que no era verdad.
—¿Tienes apetito? —preguntó Bill.
Empezaba a tratarla como a una hermana menor.
—Un poco.
—¿Quieres que nos vayamos a tomar una hamburguesa en algún sitio?
—Pues no sé —contestó la joven en tono dubitativo—. Hoy ha habido tanto jaleo que estoy algo cansada. ¿Quieres venir a mi casa a comer un poco de pasta?
—Ah, pero, ¿sabes cocinar? —le preguntó Bill, mirándola con expresión divertida.
¿Gabrielle Thornton-Smith cocinando? Sin embargo, no lo dijo y se guardó muy bien de preguntarle si se lo pasaba en grande.
—Pues, en realidad no —contestó Gabby, sonriendo—. Pero disimulo.
—¿Cómo disimulas para preparar un plato de pasta? Eso puede no ser fácil.
—Hago como que la salsa no procede de una lata y tú haces como que te encanta.
—Me parece muy bien. ¿Llamo a mi agente para que firme el contrato?
Gabby se alegró de verle tan animado. La primera semana estuvo muy deprimido y, por una vez, la muchacha no se lo reprochó. Los componentes del equipo de rodaje le hicieron pasar muy malos ratos y sus compañeros de reparto se mostraban muy recelosos con él. Muchos debían de pensar que era un asesino, y Gabby le compadecía porque sabía lo que era sentirse despreciado por los demás.
—¿Quieres dejar tu automóvil aquí? —le preguntó—. Te puedo recoger por la mañana, no tengo que desviarme de mi camino.
Bill se sorprendió de que su casa fuera tan sencilla. A pesar de su renta y del sueldo que ganaba, Gabby vivía modestamente en un apartamento que no tenía una vista espectacular y con un pequeño y coquetón dormitorio. Había carteles por doquier de lugares donde había estado y de otros que deseaba conocer, y en la cocina se podía ver un montón de cacharros que no debía de utilizar muy a menudo. Se notaba que no era muy ducha en el arte culinario y la pasta no era nada del otro jueves, pero se lo pasaron muy bien comentando las incidencias de la serie sin hacer la menor alusión a los problemas de Bill.
—¿Cómo es tu familia, Gabby? —preguntó éste.
—Rica —contestó la joven sonriendo—. Eso es lo que tú querías oír, ¿verdad?
—Otras cosas quería yo saber —contestó Bill—. ¿Te gustan tus padres?
—Algunas veces. Mi madre sólo piensa en trapitos y a mi padre le encanta que así sea.
Era un resumen muy simple, pero no completamente erróneo.
—¿Tienes hermanos?
—Sólo soy yo —Bill era también hijo único y ello le parecía a menudo una carga. Pensaba tener hijos con Sandy más adelante, pero no hubo ocasión—. Cuando era pequeña, me mimaban mucho y cuando decidí ser actriz, se pusieron furiosos.
—A mis padres tampoco les hizo demasiada gracia. Mi padre quería que fuera agente de seguros, como él. Nunca me comprendieron. Viven en el Este y llevo tres años sin verles. Les envié una tarjeta de Navidad, comunicándoles que me había casado, y mi madre me contestó que estaban muy ofendidos porque no les había informado de antemano ni les había presentado a Sandy. Nos enviaron una bandeja de plata como regalo y, desde entonces, apenas he sabido de ellos. Me cuesta mucho mantener el contacto con la gente y, además, no tengo nada que decirles.
—Mi padre quería que fuera abogada. Me parece que los dos hemos decepcionado a nuestras familias.
—No pensarán lo mismo el año que viene. Vas a ser la estrella más famosa de Hollywood.
Ambos se preguntaron en silencio si él estaría aún en la serie.
—Puede que no. Puede que la serie sea un fracaso y la anulen.
—No es probable —dijo Bill, soltando una carcajada—. Tratándose de una serie de Mel Wechsler, no es posible. Parece el rey Midas —añadió, enumerando uno a uno todos los éxitos del productor.
—Es asombroso, ¿verdad? Me sigo preguntando por qué me eligió.
—Porque eres una buena actriz —contestó Bill con toda sinceridad.
—Tú también eres un buen actor —dijo Gabby, devolviéndole el cumplido.
Ambos ponían mucho empeño en haber bien las cosas. Mel había elegido con sumo cuidado a los actores del reparto y ambos lo sabían.
—Jane es muy serena y reposada. En cambio, Sabina está siempre en tensión y, a veces, aún me intimida —añadió Gabby, sosteniéndose la barbilla con la mano.
—Le encanta interpretar el papel de primerísima estrella.
—A veces, me pregunto qué lleva dentro.
—No gran cosa. Diamantes, abrigos de visón y la cuenta bancaria de Mel. Lo de siempre.
Gabby se echó a reír, pero en seguida se puso muy seria.
—Creo que hay algo más que nosotros no sabemos. Lo que ocurre es que es muy reservada.
—¿Cómo tú?
Bill sentía curiosidad por ella desde que supo quién era, pero, además, la envidiaba. A veces, le parecía injusto que algunas personas tuvieran tantas cosas mientras otras carecían de todo. Menos mal que no era engreída. Pensaba que debía de tener mayordomo, camarera y alfombras de visón. Sin embargo, no había nada de todo eso. Gabby era una muchacha sencilla y natural y Bill sentía un montón de cosas por ella. Era extraña, inteligente, orgullosa y fiel, y tenía un profundo sentido de la amistad. Hubiera sido capaz de hacer cualquier cosa por Jane y Zack y, en presencia de extraños, defendía incluso a Sabina. Los actores de Manhattan eran una gran familia y Bill formaba parte de ella, por muy antipático que hubiera sido al principio.
—Soy exactamente lo que parezco: Gabby Smith, actriz. Trabajo duro, soy muy mala cocinera y no tengo la culpa de lo que fuera mi abuelo. Ya casi he dejado de sentirme culpable —el hecho de trabajar en la serie le fue muy beneficioso, e incluso las ofensas de Bill le sirvieron para madurar, aunque la hicieran sufrir mucho—. Creo que, en realidad, todo eso no tiene ninguna importancia.
—Estoy de acuerdo.
—Cuando era pequeña, me daba mucha rabia. Siempre ha habido alguien que me ha torturado por este motivo.
—No me lo recuerdes —dijo Bill, compungido—. Me siento una basura.
—Es que lo eras —replicó Gabby sin la menor intención de ofenderle—. Por suerte, conseguí sobrevivir. Y tú sobrevivirás a todo lo que ahora está ocurriendo y saldrás fortalecido de la experiencia.
Bill pensó que Gabby era una chica muy animosa y, mientras la escuchaba, comprendió que no se parecía en absoluto a Sandy. A diferencia de Gabby, ésta había sido débil e indecisa.
Consultó el reloj y vio que ya eran más de las doce.
—Tengo que irme —dijo. Ambos tenían que levantarse muy temprano—. ¿Quieres que ensayemos este fin de semana?
Gabby asintió con aire meditabundo.
—De acuerdo, no me vendrá nada mal —contestó.
—Gracias por la cena.
—Podemos repetirlo cuando quieras. También puedo hacer picadillo de carne en conserva. ¡Y raviolis instantáneos!
Bill se echó a reír mientras Gabby le acompañaba a la puerta.
—¿Te ayudo a lavar los platos? —le preguntó Bill.
—De ninguna manera. Mañana lo hará la criada.
—¿Ah, sí?
Por lo menos, había acertado algo.
—No seas tonto —dijo la joven, riéndose—. Yo misma soy la cocinera, la criada y el chófer —añadió, abriendo la puerta—. Oye —le gritó mientras Bill subía a su automóvil—, no olvides pasar a recogerme mañana. ¿Te parece bien a las siete menos cuarto?
—Aquí estaré. Buenas noches.
Gabby le saludó con una mano mientras se alejaba, regresó al interior del apartamento y cerró la puerta despacio.