CAPÍTULO 22

 

—Silencio, por favor... ¡Cámara! ¡Iluminación! ¡Acción! Toma cinco.

Sabina se encontraba en el centro de un sobrecargado salón con una araña de cristal en el techo, mirando con rabia a Zack. Después se acercó a él y le abofeteó.

—Te lo dije —Zack le agarró la mano—. ¡No se te ocurra volver a hacerlo!

—¡Apártate de mi hermana! ¡Tú trabajas para mí, Adrián! —No eres mi dueña, Eloise.

—Soy dueña de todos vosotros... De todos, ¿me oyes?

La cámara le enfocó los ojos y el director levantó un brazo.

—Corten. La mejor hasta ahora, pero repitámosla de todos modos.

Sabina sonrió satisfecha, mientras el maquillador se acercaba para empolvar el rostro de Zack. Se oyeron unos murmullos de aprobación y Sabina ensayó las frases en silencio.

—¿Preparados para la repetición? —el director se dirigió a alguien que se encontraba situado a su derecha: —Esta vez utilizaremos el zoom. Ha estado muy bien —añadió, volviéndose a mirar a Zack y Sabina. Vamos a probar otra vez. Que toque el timbre —le ordenó a su ayudante.

Al cabo de un instante sonó el timbre que avisaba de la reanudación del rodaje.

—Escena veinticinco, toma seis —dijo una voz—. Cámara... ¡Acción, por favor!

Sabina se adelantó y abofeteó a Zack. Éste le agarró la mano y repitió las mismas frases. La interpretación superó a la de la escena anterior y poco después se oyó la voz:

—¡Corten! Muy bien. ¡Impriman!

Todos abandonaron el plató con una sonrisa en los labios, incluso Zack que había sido abofeteado seis veces. Éste consultó su reloj, le dijo algo a Gabrielle en voz baja y se fue a su camerino mientras Gabby iba en busca de Jane.

Se estaba desmaquillando. Aquel día, había intervenido en cinco escenas y una de ellas exigió nada menos que dieciséis tomas. Fue una jornada muy larga para todos. Trabajaban diariamente dos turnos de seis horas con una pausa de una hora para el almuerzo. Y terminaban exactamente al cabo de doce horas para que no hubiera sanciones por horas extras. Las actividades se interrumpían cada tarde a las siete.

—¿Quieres que vayamos a tomarnos una hamburguesa por ahí? —le preguntó Gabrielle.

Había madurado mucho en los últimos seis meses gracias al contacto con los demás actores de la serie, pero seguía estudiando con su instructor. La gente ya era más amable con ella. Al principio, hubo muchos chismes y rumores, pero después las aguas volvieron a su cauce, tal como predijo Mel. Había muchos escándalos con que entretenerse y les importaba un bledo quién fuera ella. Era una profesional y los técnicos del equipo de rodaje lo reconocían sin reparo. Jane, por su parte, le tenía una enorme simpatía.

—Esta noche quería cenar con las niñas —contestó Jane, sonriendo con cierta tristeza. No se lo dijo a nadie en el plató, pero aquel día cumplía cuarenta años y se acordaba de otros cumpleaños más felices—. ¿Quieres venir con nosotras? Saldremos a tomarnos unas hamburguesas.

—Estupendo. ¿Te parece que me cambie de ropa?

Llevaba unos pantalones vaqueros con agujeros en las rodillas e iba más desaseada que de costumbre, pero a Jane le daba lo mismo porque ella pensaba ponerse el viejo mono de jogging de color de rosa y unas zapatillas de gimnasia. No había razón para cambiarse de ropa porque no irían a un sitio elegante. Alex volvía a darle muchos quebraderos de cabeza, por considerarla culpable del divorcio. Alyssa, en cambio, se mostraba un poco más comprensiva. El mes anterior, las niñas habían cumplido quince y diecisiete años respectivamente y Jack le regaló a Alex un automóvil descapotable modelo Rabbit que ella utilizaba para trasladarse a todas partes.

Gabrielle y Jane abandonaron el plató mientras los trabajadores retiraban las paredes de la residencia de Martin. El lujoso salón ya había desaparecido.

—¿Qué tal fue la última escena? —preguntó Jane, sonriendo—. ¿La has visto?

—Hicieron seis tomas. Ha quedado bastante bien.

—¿Cómo quedó Zack? ¿Con los ojos a la funerala? —ironizó Jane.

Gabby se echó a reír. En privado, Jane se refería a Sabina como la Mujer Dragón.

—Sobrevivirá. Dijo que tenía una cita y se fue en seguida, pero no le ha ocurrido nada.

Aquella tarde todos se fueron muy temprano y Gabby acompañó a Jane a su nueva casa del Bel-Air, donde la esperaban las niñas. Eran casi las ocho. Ambas actrices se tomaron un vaso de vino y, luego, Alex se ofreció a acompañarlas al Hard Rock Café. Por una vez, las chicas iban pulcramente vestidas con pantalones limpios y bonitas blusas. Jane se avergonzó de su mono color de rosa, pero estaba demasiado cansada para cambiarse y Gabby aún ofrecía peor aspecto. Sentada con su compañera de reparto en el asiento de atrás, Jane le pidió a Alex que condujera con cuidado. De repente, Gabby hizo una mueca de disgusto.

—Maldita sea... Zack tiene mi guión de mañana y yo lo necesito esta noche.

—Te puedo dar el mío cuando volvamos a casa. Sólo intervendré en las últimas dos escenas.

—Es que en el mío tengo unas notas —contestó Gabby, sacudiendo la cabeza—. ¿Te importa que pasemos un momento por su casa? —le indicó a Alex la dirección—. Sólo será un momento. No te importa, ¿verdad, Jane?

Sí le importaba, pero no lo dijo. Estaba cansada y triste y quería cenar y acostarse en seguida. Las niñas no hicieron la menor alusión a su cumpleaños y estaba segura de que se les había pasado por alto.

Tardaron un cuarto de hora en llegar a la casa de Zack. Gabby le preguntó a Jane si quería acompañarla.

—¿No iba a salir?

—Saldrá a las nueve, si no recuerdo mal. —Bueno, pues, te espero aquí.

Jane se quedó sentada en el interior del automóvil con sus hijas mientras Gabby entraba.

—¿No podríamos entrar a ver su casa, mamá? —le preguntó Alexandra.

—Está ocupado, cariño. Y no es correcto que nos presentemos sin avisar.

—Por favor, todo el mundo dice que es una casa fabulosa.

—Alex, no seas pesada —sin embargo, la bulliciosa adolescente descendió del automóvil, seguida de Alyssa—. ¡Alex! ¡Niñas, venid aquí ahora mismo!

Ya estaban a medio subir los peldaños de la entrada cuando Jane salió para obligarlas a volver. Tocaron el timbre justo en el momento en que ella pisaba el primer escalón y les ordenaba que volvieran al automóvil. De repente, se abrió la puerta y las niñas la empujaron al interior de la casa mientras un clamor de voces estallaba en sus oídos en un salón lleno de globos y de rostros conocidos.

—¡Sorpresa! —gritaron unas doscientas voces.

—¡Feliz cumpleaños, mamá!

Las lágrimas le nublaron la vista a Jane, impidiéndole ver a las niñas y a Zack, al lado de Gabby. Él se había encargado de todo, invitando a todas las personas que ella conocía, a los actores de Manhattan y a los técnicos del equipo de filmación, a algunos amigos a quienes las niñas llamaron por teléfono en su nombre, a todos los actores de Angustias secretas a los que casi llevaba un año sin ver, a su agente..., a todo el mundo.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Jane, riendo y llorando a la vez mientras pasaba de uno a otro invitado, recibiendo besos y abrazos. Miró a Zack y le preguntó: —Pero, ¿qué has hecho? Fíjate cómo voy —añadió, riéndose entre lágrimas.

Ni siquiera se había peinado.

—Estás preciosa y no aparentas más de catorce años.

—Oh, Zack....

Ambos se miraron largo rato a los ojos y, luego, Jane besó a su compañero en la mejilla que aquella tarde había sido abofeteada seis veces.

Sabina la miró con benevolencia, enfundada en un precioso vestido de punto blanco y luciendo el collar de perlas que le había regalado Mel.

—Feliz cumpleaños, nena —le dijo, dándole un ligero beso en la mejilla. Aunque ambas actrices no eran muy amigas, tampoco eran enemigas. Todos habían guardado muy bien el secreto de la fiesta. Mel le dio un fuerte abrazo y Bill se rió al ver la cara de asombro de Jane. Nadie se merecía un agasajo más que ella. Era cariñosa con todo el mundo, incluso con los actores secundarios, y los componentes del equipo de rodaje estaban locos por ella. En el comedor había una enorme tarta de cumpleaños y una orquesta tocaba suaves melodías en el jardín. Era la fiesta más bonita que Jane hubiera visto jamás.

—Felices cuarenta, Jane —le dijo Zack, rodeándole los hombros con un brazo mientras la acompañaba para que pudiera saludar a todos los invitados reunidos en el espacioso salón. Fuera, habían instalado una pista de baile y había un bufete con dos docenas de especialidades mexicanas que, según las niñas, eran su comida preferida.

—¿Cómo conseguiste organizar todo esto? Yo no sospechaba nada.

Miró a Zack con lágrimas en los ojos. Nadie había sido jamás tan bueno con ella. En silencio, se puso de puntillas, le rodeó el cuello con sus brazos y le dio un suave beso en los labios en medio del clamor de los presentes, mientras Sabina se les acercaba con el ceño fruncido.

—Te dije que te apartaras de mi hermana, Adrián.

Los invitados arreciaron en sus gritos y Zack retrocedió, aparentemente intimidado.

—No vuelvas a pegarme, por favor —dijo, frotándose la mejilla abofeteada en medio de las risas de todos.

Fue una fiesta magnífica y nadie vio que Bill se escabullía discretamente antes de que se sirviera la tarta. A las doce, Jane envió a las niñas a casa. Aquella noche dormirían en casa de su padre. En realidad, era el día que le correspondía tenerlas a él, pero Jack renunció a su derecho en atención al cumpleaños de Jane. Los demás invitados se quedaron hasta casi las tres de la madrugada.

Cuando al fin se fue todo el mundo, Jane se quedó para hablar un poco con Zack y darle las gracias. A las dos, alguien acompañó a Gabby a casa y Zack prometió acompañar él mismo a la homenajeada. Sin embargo, en aquellos instantes ya no había prisa y ambos se sentaron a tomar una copa de champán junto a la piscina.

—No tengo palabras para expresar lo que siento —dijo Jane, profundamente conmovida—. Todo ha sido maravilloso, la noche más maravillosa de mi vida.

Estaba segura de que conservaría el recuerdo toda la vida.

—Porque tú eres una chica especial —contestó Zack, mirándola a los ojos y dándole un cariñoso abrazo. Llevaba dos meses planeando la fiesta desde que ella le comentó que faltaba poco para su cumpleaños. Gabby y las niñas le ayudaron y todo el mundo colaboró de buen grado porque, junto con Zack, Jane era una de las personas que trabajaban en la serie que más simpatías despertaban. Ambos eran considerados y amables y todo el mundo los respetaba—. Y quería hacer algo especial para ti.

—Pues, desde luego, lo conseguiste —dijo Jane, tomando un sorbo de champán. La confesión de Zack no había alterado las relaciones entre ambos. Zack invitó a Jane a cenar varias veces, pero no volvió a mencionar el asunto.

—Tú también has hecho mucho por mí, ¿sabes?

—¿Bromeas acaso? No he hecho nada.

—Te equivocas. Me has hecho reflexionar acerca de muchas cosas. —Pues tú me has ayudado a superar el peor momento de mi vida. Sin ti, el divorcio todavía hubiera sido peor, Zack.

—No sé cómo he podido ayudarte, pero me alegro de que haya sido así.

Gracias a él, la pesadilla no había sido tan espantosa y ahora Jane se sentía una persona completamente nueva. Ambos se habían enriquecido muchísimo mutuamente.

—Nadie ha sido nunca tan bueno conmigo como lo eres tú —dijo Jane, emocionada.

—Eso significa que eran unos necios —contestó Zack, inclinándose para besarla.

Sin embargo, él también había sido un necio durante veinte años, permitiendo que el temor y el remordimiento gobernaran su vida. Por un sentido de culpa, había llevado una existencia en la que, en realidad, no encajaba. Pero, ahora, ya nada de todo aquello le importaba. Si a Jane no le preocupaba, ¿por qué lo iba a hacer él? Hacía unas semanas, incluso se lo había explicado a su amigo, y Bob no se sorprendió. Siempre intuyó que Zack regresaría a la antigua senda y ahora estaba casi seguro de que lo iba a conseguir.

—No puedo hacerle eso a Jane —le dijo Zack.

—Hacerle, ¿qué? ¿Ser sincero? Ya lo fuiste y a ella le dio igual, ¿no?

Bob se alegraba por Zack porque le tenía mucho aprecio. Desde hacía varios años estaba unido a otro amante, un hombre que lo era todo para él. Aun así, temía que Zack pudiera cometer un error. Se merecía lo mejor y tenía mucho que ofrecer. Confiaba en que Jane fuera digna de él.

—Feliz cumpleaños, Jane —dijo Zack en voz baja mientras ella le miraba sonriendo—. ¿Te apetece nadar un poco?

La noche era muy tibia y ninguno de los dos se sentía cansado. Habían superado el momento de la fatiga y se sentían muy a gusto tendidos al borde de la piscina, tomando champán bajo el cielo estrellado.

—No tengo traje de baño.

—¿Dónde he oído yo eso otra vez? —dijo Zack, riéndose—. Si mal no recuerdo, nos las arreglamos bastante bien sin él en otro lugar —en la nueva casa de Jane, poco después de que ésta se mudara—. Podríamos volver a probarlo.

Esta vez, Zack se desnudó sin experimentar ningún complejo delante de ella, mostrando sin rubor su poderoso cuerpo rebosante de energía como el de un muchacho. Jane se quitó rápidamente el mono de jogging y dobló con cuidado la ropa interior. Se sintió un poco cohibida al ver que Zack la miraba mientras aguardaba a que se zambullera en la piscina. Nadaron despacio el uno al lado del otro y después, sin una palabra, él la tomó en sus brazos cuando llegaron a la parte menos profunda y Jane permaneció de pie, sintiendo todo el fuego de su deseo mientras la besaba con pasión. Zack la acarició y empezó a explorar con hábiles movimientos de los dedos, acompañándola muy despacio hacia los peldaños, donde le hizo suavemente el amor, mientras el agua acariciaba sus cuerpos. Luego, permanecieron tendidos en los peldaños de la piscina y Zack contempló a su amada sonriendo.