CAPÍTULO 15

 

Mel la envió a París en el Concorde y Sabina tomó el aparato en Washington en medio del previsible revuelo. Fotógrafos, periodistas y un nuevo abrigo de visón colgado de un brazo, regalo secreto de su amante. En París, la esperaba un Rolls-Royce que la condujo al hotel Plaza Athénée de la Avenue Montaigne donde habían reservado una suite de varias habitaciones para ella. Al día siguiente, se celebró una rueda de prensa internacional y, a continuación, la llevaron a la casa de François Brac para efectuar la primera tanda de pruebas. El modisto era un hombrecillo de bigote y cabello canoso que llevaba más de treinta años vistiendo a duquesas y actrices cinematográficas. El vestuario que le había preparado a Sabina era digno de una reina. La actriz se mostró encantada con todo y las pocas cosas que no le gustaron las hizo cambiar. Mel llegó al cabo de una semana, también en un Concorde. Tenía reservada una suite de varias habitaciones, pero pasaba todas las noches con ella. Sólo las camareras lo sabían, pero no dijeron nada porque estaban acostumbradas a esas cosas.

Almorzaban en el Relais-Plaza o el Fouquet y cenaban en el Maxim's o el Tour d'Argent. Dos noches seguidas se quedaron en la cama haciendo el amor y pidiendo que les subieran la cena a la habitación. Fueron las tres semanas más fabulosas de toda la vida de Sabina, quien por nada del mundo hubiera deseado regresar a Los Ángeles. Sin embargo, las pruebas habían terminado y Mel tenía que volver. Le quedaban muchas cosas que hacer lo mismo que a ella. Faltaba una semana para el comienzo de los ensayos y un mes para que todo el equipo se trasladara a Nueva York. La cosa se estaba poniendo muy interesante. Sobre todo, para Sabina.

Jane, en cambio, se aburría mucho. No podía creer que estuviera a punto de convertirse en una de las protagonistas de una gran serie televisiva. Hasta que empezaran los ensayos, no tenía casi nada que hacer. Un ayudante de François Brac se desplazó a Los Ángeles para tomarle las medidas, hacer bocetos y sacarle fotografías con vistas al vestuario que iba a crear para ella en París. Sin embargo, las pruebas se efectuarían en Los Ángeles una vez iniciados los ensayos y, entretanto, Jane se pasaba los días sin hacer nada como no fuera cuidar la casa. Trató inútilmente de volver a ganarse la amistad de sus hijas. Pero las niñas no querían saber nada de ella ni de la serie y amenazaban con irse a vivir con Jack. Sin embargo, eran sus hijas y Jane las quería a su lado. Deseaba hacer las paces con ellas y calmar a Jack, cosa harto difícil en aquellos instantes, después de su última visita. Cuando, un día, éste acudió a la casa, Jane le recibió tal como se merecía. Encontró la pistola que él guardaba «por si acaso» en el cajón del escritorio y le apuntó con ella nada más verle.

—Como vuelvas a tocarme, te mato. ¿Me has oído? —le dijo entre lágrimas.

Jack se puso hecho una furia, pero ya no volvió a aparecer por allí. De todos modos, Jane cambió la cerradura de la puerta. El papeleo ya se había puesto en marcha y disponía de tres meses para abandonar la casa. Jane se negó a comprársela. No quería nada suyo. No le necesitaba para nada y estaba harta de que la tratara como a una prostituta. No lo era y nunca lo había sido, les repetía una y otra vez a las niñas, pero él había envenenado sus mentes y no la creían. Su hijo se negaba incluso a hablar con ella. Cuando les reveló su participación durante casi once años en la telenovela diurna, sus hijos se escandalizaron. ¿Cómo pudo mentir a su padre de aquella manera? Jane trató de explicarles las razones que la habían inducido a hacerlo, pero ellos no quisieron ni escucharla. Apenas le dirigían la palabra y todas las noches, después de cenar, se encerraban en sus habitaciones. Jane se sentía una extraña en su propia casa y un día en que Zack Taylor la invitó a almorzar, exhaló un suspiro de alivio. Fue como una tregua y un recordatorio de que existía una vida mejor en un mundo distinto. Zack le sugirió el restaurante La Serré, en el Valle, y Jane se mostró encantada. Se compró un precioso vestido verde de punto y se puso zapatos de tacón alto. Se había cambiado recientemente el peinado y se sintió una nueva mujer cuando entró en el restaurante y saludó a Zack con un beso en medio de las miradas de curiosidad de los demás clientes. Todo el mundo conocía a Zack y deseaba saber quién era ella. Zack la presentó al maître como su nueva oponente y ambos tomaron vino blanco en lugar de un aperitivo mientras comentaban animadamente los distintos detalles de la serie. Jane hizo reír a Zack, hablándole de las rarezas del ayudante del modisto Brac, su acento y sus quejas a propósito de los norteamericanos.

—No sé cómo le habrán ido las cosas a Sabina con el mismísimo Brac en persona —dijo Zack, soltando una carcajada—. Aunque sospecho que sabe cuidarse muy bien ella sólita.

Zack era un hombre tan de mundo que a Jane le parecía increíble que la hubiera invitado a almorzar. Era encantador y elegante y conocía a todo el mundo. Se sentía como la Cenicienta de un cuento de hadas. Ella que siempre se había dedicado a fregar los suelos y planchar la ropa de sus hijos se encontraba de repente en compañía de uno de los más rutilantes astros de Hollywood.

—A veces, me parece imposible que todo eso sea verdad.

—Te mereces eso. ¿Sabes que yo seguía a veces aquella telenovela tuya tan disparatada? Nunca hubiera imaginado que la protagonista fueras tú.

—¿De veras? —preguntó Jane, asombrada. —Jamás te hubiera reconocido sin la peluca.

—Ésa era justamente mi intención —dijo Jane, comentándole la prohibición de Jack de que trabajara.

—¿Cómo ha encajado ahora la situación? ¿Bien?

—Me plantó en cuanto acepté el papel —contestó Jane, tras dudar un poco sobre si decirle o no la verdad.

—¿Hablas en serio?

—Sí —aunque estaba un poco triste, Jane comprendía que estaría mejor sin él—. Al cabo de veinte años de matrimonio. Confío en que todo sea para bien. Lo malo es que las relaciones con mis hijos se han deteriorado. Me consideran responsable de la situación y, a veces, siento remordimiento, pero ya no podía vivir más con la mentira. Además, hay otras cosas...

—Siempre las hay —dijo Zack.

Era un hombre comprensivo y Jane le agradecía mucho que fuera tan amable con ella.

—¿Estás divorciado, Zack?

En Hollywood todo el mundo lo estaba, por lo menos una vez.

—Pues no —contestó él, sacudiendo la cabeza—. Nunca me casé. Soy virgen a los cuarenta y seis años —Jane soltó una carcajada. Era el hombre más deseable de la ciudad y no necesitaba ninguna atadura—. ¿Cuántos años tienen tus hijos?

—Jason tiene dieciocho y estudia en la Universidad de California, en Santa Bárbara. Las niñas tienen catorce y dieciséis años y últimamente están insoportables. Jack las ha azuzado en contra mía.

—Todo se arreglará. Cuando empieces a ser una primera figura de la televisión, se verán asediadas por los amigos y volverán a quererte. Los muchachos son muy sensibles a estas cosas.

Jane confiaba en que así fuera. Era un tormento vivir con las niñas de aquella manera, pero no quería renunciar a ellas.

Cuando Zack le comentó su almuerzo de la semana anterior con

Gabby, Jane sufrió una decepción. Comprendió que no sentía por ella ninguna simpatía especial y que sólo pretendía hacer amistad con todos sus compañeros de reparto. Sin embargo, a la semana siguiente Zack volvió a invitarla y le preguntó en qué hotel de Nueva York se alojaría. A él le habían dado a elegir entre el Carlyle y el Pierre, pero le gustaba más la parte alta de la ciudad y quería conocer su opinión al respecto.

—A mí me da igual una cosa que otra —contestó Jane, riéndose.

Las niñas pasarían las vacaciones con ella. Pero Jason se iría a esquiar con su padre.

—En tal caso, elige el Carlyle.

—¿Tú te quedarás también a pasar las Navidades allí?

Dispondrían de cuatro días libres y no había razón para volver, pero Zack se mostró evasivo e indicó que probablemente regresaría a casa. Jane le miró, pensando que era guapísimo. No sabía si la había invitado simplemente para hacer amistad con ella o por algo más. Sin embargo, aquella noche, Zack no la invitó a salir. De repente, todo empezó a cambiar. Mientras preparaba el equipaje para su traslado a Nueva York, Jane recibió el vestuario de Brac y fue visitada en su casa por Mel y Sabina aunque en días distintos. Por fin, las niñas decidieron irse a casa de Jack durante la ausencia de su madre.

En total, se trasladaron a Nueva York sesenta personas entre ayudantes de producción, técnicos, actores, cámaras y demás. En Nueva York, se incorporarían al equipo otras personas. A bordo del avión, bebieron vino sin parar, cantaron y charlaron animadamente y empezaron a intimar unos con otros. Sabina conversó con Mel y Zack sin prestar atención a los demás, y Jane habló con Bill. Gabby se mantuvo apartada a pesar de los esfuerzos de Jane. Bill estuvo casi grosero con ella. Por fin, Sabina tomó una guitarra y empezó a cantar canciones subidas de tono que hicieron las delicias de todo el mundo. Al llegar, estaban todos medio borrachos. Había dos autocares para los componentes del equipo de rodaje y tres automóviles para los demás. Jane se alojaría en el Carlyle al igual que Zack, Gabby y Bill. Mel y Sabina habían optado por el Pierre.

Zack cenó en el comedor del hotel en compañía de Jane y Gabby. Bill prefirió cenar en la habitación. Dijo que estaba cansado. Después de la cena, se fueron los tres al Benelmans Bar y estuvieron charlando hasta casi la una de la madrugada, hora en la que se retiraron a descansar a instancias de Zack. El rodaje empezaría a las seis y cuarto de la mañana.

Gabby dijo que necesitaba tomar un poco el aire y salió a dar una vuelta por la manzana. Zack y Jane tomaron juntos el ascensor.

—¿Cansada? —preguntó Zack, solícito.

Jane le apreciaba muchísimo. No se atrevía a esperar otra cosa. Estaba claro que debía haber otras mujeres en su vida. Ella se conformaba con ser tan sólo una buena amiga suya. Por primera vez en veinte años, un hombre se preocupaba por sus necesidades y la llenaba de atenciones.

—La emoción me impide estar cansada. Creo que no podré pegar ojo en toda la noche.

Para ellos, sólo eran las diez, pero, como no se acostaran pronto, a la mañana siguiente iban a lamentarlo.

Durante el vuelo, les distribuyeron las hojas en las que se especificaban las escenas que se rodarían al día siguiente y los actores que en ellas intervendrían. Jane estaba muy nerviosa porque jamás había rodado exteriores.

—Creo que actuaremos en la primera escena —le dijo Jane a Zack.

Ambos habían ensayado varias veces la escena en Los Ángeles y estaban bien preparados.

—Sí, y después saldréis tú y Bill. En la otra actuaremos Sabina, yo y Gabby... —contestó Zack, inclinándose para acariciarle suavemente la mejilla—. Puedes estar tranquila. Tratándose de una producción de Mel, eso va a durar mucho tiempo. Es un creador de éxitos.

—Confío en que no te equivoques.

—Ya sabes que no —el ascensor se detuvo en el piso de Jane y Zack salió con ella y la acompañó hasta la puerta de su habitación—. Eso no es más que el principio de una nueva vida que tú te mereces más que nadie, Jane.

—Eres el hombre más amable que he conocido, Zachary —le dijo ella, mirándole muy seria.

—No, no es cierto —contestó tristemente Zack.

—Sí, lo es. Estuviste a mi lado cuando más necesitaba a un amigo —dijo Jane, preguntándose cuál sería la causa de su aflicción.

—Me alegro mucho —respondió Zack, abriendo la puerta con la llave que ella le dio—. Ahora procura dormir un poco, preciosa. De lo contrario, mañana la Mujer Dragón se te comerá viva —añadió riéndose.

Sabina le causaba a Jane un pánico atroz.

—No digas eso, que te va a oír desde el Pierre.

—No hay cuidado. Tiene otras cosas más importantes que hacer —Zack sospechaba que Sabina mantenía relaciones con Mel, pero nunca lo comentó con nadie porque era muy discreto. Bastante tenía con sus propias preocupaciones. Además, ¿por qué no? Si eso era lo que Sabina quería, allá ella—. Buenas noches, encanto.

Le dio a Jane un beso en la mejilla y volvió a tomar el ascensor, pensando en personas ajenas y en la opción que tomó hacía mucho tiempo. Sin embargo, no podía apartar a Jane de su mente y, al llegar a su habitación, pidió por teléfono que le subieran una botella.