A las cuatro de la tarde, Bill Warwick ya estaba cansado. Toda la mañana se la pasó sirviendo a las mesas en el Mike's. En aquellos momentos, el local estaba un poco más tranquilo y sólo había unos cuantos clientes bebiendo en la barra o bien jugando al billar. Bill estaba charlando con Adam cuando sonó el teléfono.
—Es para ti —le dijo Adam.
Bill se sorprendió y, por un instante, se preguntó si sería Sandy. No recordaba haberle dicho que iba a trabajar allí. Había estado pensando en ella durante todo el día. Se preguntaba dónde estaría y si habría vuelto a drogarse. Pero no era Sandy, sino Harry, su agente.
—Hola, muchacho.
—¿Cómo me has localizado aquí?
—La centralita me dio este número.
Bill recordó ahora que había dejado el número en la centralita. —Estoy trabajando, para variar. Sirviendo a las mesas en mi bar preferido.
—Pues diles que lo dejas.
—¿Por algún motivo particular? ¿Un papel de protagonista en una película tal vez? —preguntó Bill en tono de chanza.
—¿Te conformarías con una nueva serie de Mel Wechsler? —hubo una pausa mientras Bill se preguntaba si no sería una broma—. En estos momentos, está escogiendo el reparto y será una producción sensacional. Me enteré la semana pasada de que buscaba a un chico de tu edad aproximadamente. Le enviamos tu currículo y quiere verte.
Bill lanzó un silbido y miró sonriendo a Adam.
—¿Crees que tengo alguna posibilidad?
No se atrevía a abrigar esperanzas. Había construido muchas veces castillos en el aire que después se venían estrepitosamente abajo. Pero, quizás al final... Eso era lo bueno de aquel trabajo. Siempre había una esperanza, una nueva oportunidad, un mañana más halagüeño.
—Creo que las posibilidades son muy buenas. Quiere verte mañana por la mañana a las diez, y me ha dado una copia del guión. Quiero que lo leas esta noche. Estoy seguro de que te va a encantar. —A Bill le hubiera encantado cualquier cosa en aquellos instantes, incluso un anuncio de comida para perros. Una serie de Mel Wechsler le parecía un sueño—. ¿Puedes pasarte por mi despacho?
—Trabajo hasta las diez. ¿No podría ir a recogerlo a tu casa?
—Yo mismo te lo dejaré en la tuya. Prométeme que lo vas a leer. Me importa un bledo lo que haga Sandy esta noche, incluso que se tome una sobredosis. Enciérrate en el cuarto de baño y léelo.
—Lo leeré, no hace falta que me lo pidas por favor.
—Muy bien. Llámame cuando salgas de la entrevista.
—Descuida —dijo Bill, colgando el teléfono con una sonrisa en los labios.
—¿Alguna novedad? —le preguntó Adam.
—Era mi agente.
—Me lo suponía.
Bill no se atrevía siquiera a comentarle a su amigo lo de la serie de Wechsler. No quería poner en peligro aquella oportunidad. Temía que se enterara alguno de los actores que trabajaban en el bar y que se presentaran a las pruebas. Se pasó seis horas como caminando entre nubes y, cuando llegó a casa, a las once, ni siquiera estaba cansado. Experimentó una punzada de pánico al entrar, temiendo que Sandy armara una de las suyas. Quería estar tranquilo para poder leer el guión que Harry había dejado en el buzón de la correspondencia. Allí lo encontró, tal como él le había prometido. La casa estaba vacía con la excepción de Bernie, que aguardaba con ansia las sobras que le traía del Mike's. Lo sacó al jardín, le puso la comida en el cuenco y sacó una cerveza del frigorífico antes de sentarse a leer el guión. Seguía muy preocupado por Sandy, pero era un alivio que no estuviera en casa. No quería enfrentarse con sus problemas. Aquella noche, no, por lo menos. Quería leer el guión y prepararse para su entrevista con Mel Wechsler al día siguiente.
A la una, cuando terminó de leerlo, el corazón le latía de emoción. Era el mejor papel que jamás hubiera leído, y le venía como anillo al dedo. Estaba seguro de que podría bordarlo, siempre y cuando pudiera convencer a Wechsler. Se acostó, pero no pudo pegar el ojo. Permaneció tendido en la cama, pensando en el guión y en la serie. A las cuatro, seguía dando vueltas en la cama. Le pareció oír un rumor y pensó que debía de ser Sandy. Pero no lo era. Probablemente, un mapache buscando algo que comer en los cubos de la basura. Sandy no regresó a casa aquella noche y, a la mañana siguiente, mientras se afeitaba, Bill pensó en ella con cierta inquietud. La vida era mucho más cómoda sin Sandy, pero eso también le causaba tristeza. Recordó las cosas que ambos compartían al principio y pensó en cómo hubiera podido ser su vida. Se preguntó si las relaciones entre ambos hubieran podido ser distintas. Aún recordaba su luna de miel en el hotel Mauna Kea, de Hawai, y lo cariñosa que era Sandy. Siempre lo fue, pero ahora eso ya no era suficiente y no compensaba las angustias y las preocupaciones. En aquel momento, no podía permitirse el lujo de pensar ni en los buenos ni en los malos tiempos. Tenía que concentrarse en su entrevista con Mel Wechsler. Eso era lo más importante.
Mientras aguardaba el autobús, pensó de nuevo en el guión. El trayecto hasta el despacho de Wechsler, en Burbank, no le pareció largo en absoluto. Cuando entró en el recinto de los estudios y facilitó su nombre al guarda, estaba tan emocionado que apenas podía respirar. Era esperado y le indicaron a qué edificio tenía que dirigirse. Entró, recorrió un largo pasillo y, al final, se encontró en una antesala en la que había cuatro secretarias, toda una pared cubierta por estanterías de libros y cuadros. Dio su nombre a la secretaria que tenía más cerca y ésta le dijo que se sentara. De repente, se preguntó por qué se habría presentado. Jamás conseguiría el papel. Era una oportunidad demasiado fabulosa. Seguramente, aún no estaba preparado para eso.
—Señor Warwick.
Se levantó como un niño a punto de entrar en el despacho del director del colegio, pero sus temores se desvanecieron en cuanto entró en el despacho de Mel Wechsler. Éste le tendió una mano por encima del escritorio y le dirigió una sonrisa mientras sus brillantes ojos azules le examinaban de arriba abajo.
—Hola, Bill. Gracias por venir —Bill se preguntó fugazmente si estaría bromeando. Hubiera sido capaz de caminar sobre clavos ardientes a cambio de aquella entrevista—. Me gusta su currículo.
—Gracias.
Bill estaba tan asustado que apenas podía hablar. Sin embargo, Mel acudió en su ayuda.
—¿Has leído el guión?
—Sí —contestó Bill, esbozando una sonrisa capaz de derretir los corazones de millones de mujeres.
Era exactamente la expresión que buscaba Mel para el hijo de Sabina en la serie. La principal protagonista de Manhattan sería la directora de una gran empresa, ayudada por su hijo, detestada por su hija y adorada por su amante, un papel que Mel pensaba ofrecer a Zack Taylor. Otro importante papel femenino iba a ser el de la hermana de la protagonista, una mujer que, al principio, no sentía el menor interés por la empresa, pero que, más adelante, se la querría arrebatar a su hermana y trataría de robarle también el amante. Era una historia de luchas por el poder y de guerras internas en el seno de una gran empresa dirigida por personajes fuertes, ambiciosos y fascinantes. Mel ya se imaginaba a Bill en el papel del hijo de Sabina. El guión requería un actor de aproximadamente unos treinta años, más o menos la edad que tenía Bill.
—Me ha encantado —dijo Bill con toda sinceridad—. Son unos papeles muy vigorosos, sobre todo, el que a mí me gusta más.
Parecía un chiquillo con zapatos nuevos y se sentía cohibido en presencia de Mel Wechsler, una especie de Mago de Oz con un enorme poder en las cadenas de televisión donde siempre alcanzaba éxitos resonantes.
—Me alegro. A nosotros también nos encanta. Creo que va a ser la serie más importante que se emita por televisión el próximo otoño. Queremos empezar a rodarla en diciembre —Bill le miró en silencio como si fuera el propio Dios y luego se arrepintió de no haberle dicho nada más, pero en aquel instante no se le ocurría nada. Pensaba en la serie y en lo mucho que necesitaba aquel trabajo—. ¿Lo podrá combinar con sus compromisos?
—¿Cómo dice...? ¿Mis compromisos? —se le quedó la mente en blanco. ¿Qué compromisos? ¿El bar Mike's o El juego de las citas? ¿O acaso el pago de la fianza de Sandy?—. Bueno, es que... en estos momentos no tengo ningún compromiso —parecía un azorado chiquillo de nueve años—. En realidad, estoy libre.
Mel Wechsler le miró y le dirigió una sonrisa. Era joven y estaba muy nervioso, pero el chico le gustaba. Ya había visto en el currículo lo que era capaz de hacer y se daba por satisfecho. No quería en su serie a ningún actor de medio pelo. Para Manhattan quería sólo a los mejores. Y Bill era uno de ellos. Guapo, con un enorme atractivo sexual, joven y buen actor.
—Es usted un excelente actor, Bill.
Le mencionó las interpretaciones que más le habían gustado y le comentó un papelito que había hecho para la televisión el año anterior. Era una producción muy barata y mal dirigida, pero Warwick tuvo en ella una actuación impecable.
—Gracias. No he tenido muchas oportunidades de demostrar mi valía. Últimamente me dedico más bien a los anuncios.
—Todo el mundo pasa por esta fase —dijo Mel, sonriendo—. Es un trabajo muy duro. ¿Cuánto tiempo lleva en él?
—Diez años.
Parecía increíble. Diez largos años de pruebas y de pequeños éxitos y fracasos, de giras estivales y anuncios, haciendo cualquier papel con tal de que no tuviera que sacrificar su integridad profesional. Había sido un duro ascenso, pero, sentado allí, en el despacho de Mel Wechsler, pensó de repente que no había sido muy largo. A veces, la espera merecía la pena.
—Es un período de tiempo respetable.
—Antes fui a la Universidad de California, en Los Ángeles, y me licencié en arte dramático. —¿Y tiene usted...?
La mayoría de actores mentían sobre su edad, pero Bill parecía muy joven y tal vez no lo hiciera. En cualquier caso, parecía adecuado para el papel y eso era lo que en realidad importaba.
—Treinta y dos años.
—Perfecto, Philip, el hijo de Eloise Martin, tiene veintiocho o tal vez veintisiete años. Aún no lo hemos decidido del todo, pero más o menos por ahí. Le va a usted muy bien —todo dependería de la edad que quisiera representar Sabina en caso de que aceptara trabajar en la serie—. Además, el papel parece hecho a su medida. En cuanto salga en antena, millones de mujeres se enamorarán de usted. Adolescentes, abuelas, mujeres de su misma edad. Se producirá la locura acostumbrada. Pósters, fotografías, reportajes periodísticos, qué sé yo. Va usted a convertirse en un astro de primera magnitud, Bill —éste contuvo el aliento sin estar todavía muy seguro de tener el papel en sus manos—. Creo que no mantiene usted ninguna relación amorosa en estos momentos. Por lo menos, que se sepa —Mel había hecho averiguaciones y estaba satisfecho del resultado. Era un muchacho serio y formal, apreciado por todos los directores que le habían tenido a sus órdenes. A Mel Wechsler no le gustaba tener en el reparto a drogadictos y gentes de mal vivir. No le gustaba que los actores se presentaran en los estudios borrachos como una cuba ni se acostaran con todas las mujeres que se les pusieran por delante. Siempre quería que todo funcionara como una seda y Manhattan no iba a ser una excepción—. No está usted casado, ¿verdad, Bill?
Bill sintió que se le escapaba de las manos la oportunidad de su vida. Una esposa drogadicta sería su perdición.
—No.
Rezó para que Mel no se enterara de la existencia de Sandy. Pero sus temores eran infundados. Nadie sabía que estaban casados. En caso de que Sandy se sometiera a una cura de desintoxicación, podrían organizar una boda por todo lo alto. Aunque su mujer no se encontraba en aquellos momentos en condiciones para eso, Bill se sintió un traidor por la mentira que acababa de decir.
—¿Divorciado?
—No, señor.
Eso, por lo menos, era verdad.
—Estupendo. A sus admiradoras les encantará —Mel sabía, además, que no era marica, por lo menos eso le habían dicho. Dos fuentes de información creían que tenía una amante porque no salía mucho, pero se trataba de unas relaciones normales y eso también era bueno. Mel Wechsler quería que Philip Martin se convirtiera en el ídolo de los Estados Unidos y Bill Warwick era ideal—. Yo diría que es usted el candidato número uno. A usted, ¿qué le parece?
A Bill se le desbocó el corazón. Ya casi lo tenía. Casi...
—Me encantaría el papel, señor Wechsler. Sé que podría hacer un trabajo estupendo.
—Yo también lo creo así —dijo Mel, tendiéndole una mano—. Llamaré a su agente para darle una respuesta definitiva dentro de unos días.
Se levantó y Bill no tuvo más remedio que hacer lo mismo. Esperaba haberle causado una buena impresión. Hubiera querido suplicarle que le diera el papel. Sabía que, a menudo, muchos actores salían de una entrevista, convencidos de que tenían un papel y, más adelante, se enteraban de que se lo habían dado a otro.
—Espero conseguirlo, señor Wechsler.
Miró al productor a los ojos y abandonó el despacho. Al salir, no sabía qué pensar, y cuando llegó al Mike's y llamó a su agente estaba hecho un manojo de nervios. Adam le aconsejó que se tranquilizara porque, de todos modos, no podría cambiar las cosas. Al final, Bill le reveló que se había entrevistado con Mel Wechsler, pero no le dijo para qué. Temía que otro actor le arrebatara el papel. Harry le calmó con sus palabras de aliento.
—Relájate, muchacho, que ya es tuyo.
Sin embargo, ya se lo habían dicho otras veces y el papel había sido para otro.
—Me he portado como un estúpido, Harry.
—¿Qué has hecho? ¿Acaso le has besado?
—No, hablo en serio. Estaba tan asustado que apenas podía hablar. Probablemente, ni siquiera se me entendía.
—¿Y qué? Eres un actor, no una jovencita que se presenta en sociedad. Tienes un guión, lo leerás, te lo aprenderás y se te entenderá muy bien. Voy a decirte una cosa: ha hecho averiguaciones sobre ti por todo Hollywood. Eso significa que le interesas.
—¿Y qué ha preguntado?
—Si te drogas, cómo trabajas, las tonterías de siempre. Estás en buena situación porque todo el mundo te quiere.
Ambos pensaron simultáneamente lo mismo.
—¿Crees que alguien le ha hablado de Sandy?
—Eso sólo lo sabemos Tony Grossman y yo, ¿entendido?
—Sí.
—Pues, bueno, yo no pienso decir nada y Tony nunca quiso que se divulgara la boda de Sandy. Eso fue cuando ella trabajaba en Cena dominical, claro, y puede que ahora le importe un bledo, pero no creo que diga nada. La próxima vez quiere buscarle otro papel de virgen.
Harry aborrecía con toda su alma a Tony Grossman, y Bill lo sabía. La cosa se remontaba a sus primeros tiempos como agentes, pero Bill no conocía los detalles de la historia. Al principio de su idilio, él y Sandy se habían convertido en una especie de Romeo y Julieta huyendo de los Montescos y Capuletos representados por sus respectivos agentes.
—Me preguntó si estaba casado.
Harry tragó saliva.
—Y tú, ¿qué le respondiste?
—Le respondí que no.
—Buen chico. Quiere convertirte en el héroe de los Estados Unidos y para eso hace falta un hombre soltero y sin compromiso.
—Eso pensé yo, pero pasé mucho miedo. ¿Y si se entera?
—Es imposible. Hiciste lo más acertado. Ahora mantén la boca cerrada y procura relajarte hasta que te llame.
—Aún estoy trabajando en el Mike's.
—No será por mucho tiempo.
—Dios te oiga —dijo Bill, utilizando una de las frases preferidas de Harry.
—Ya te llamaré. —Gracias.
Bill colgó el teléfono e inmediatamente empezó a atender a los clientes de la hora del almuerzo. Su entrevista con Mel Wechsler se le antojaba muy lejana. A las cinco de la tarde, se sentó a tomar un café y una hamburguesa mientras contemplaba el telediario por encima de la cabeza de Adam. Dejó de comer en seco en cuanto vio una fotografía de Sandy tal como era hacía tres años cuando empezó a trabajar en Cena dominical, y se asombró de que hubiera cambiado tanto. El locutor anunció a continuación que la actriz había sido detenida aquella mañana en una redada policial contra la droga. Aquella mañana..., mientras él se entrevistaba con Melvin Wechsler. Bill experimentó náuseas. Se quedó clavado en su asiento a la espera de nuevos datos, pero el locutor se limitó a añadir que Sandy se encontraba en la cárcel municipal de Los Ángeles con otros cinco sospechosos, e indicó que no era la primera vez que la detenían. Dijo asimismo que el año anterior la habían despedido de la serie por incumplimiento de la cláusula del contrato relativa al consumo de drogas. Luego pasaron al siguiente tema.
Adam lo vio también, pero no dijo nada. Bill se dirigió al teléfono y Adam imaginó que iba a llamarla. No se equivocó. En la cárcel le comunicaron que Sandy se encontraba en libertad bajo fianza, pero no le dijeron quién había pagado la suma. Las cinco horas siguientes fueron como quince. Bill llamó a su casa cinco o seis veces, pero no obtuvo respuesta. Cuando, más tarde, llegó a casa, esperaba encontrarla durmiendo en el sofá o en la cama, completamente vestida y hecha una calamidad, con una jeringa a su lado. Pero sólo encontró el leve desorden que él mismo había dejado aquella mañana y a Bernie esperando la comida. Era evidente que Sandy no había vuelto a casa. Había llegado demasiado lejos y no quería regresar. Por una parte, Bill se alegró y, por otra, lo lamentó. Estaba tan acostumbrado a sacarle las castañas del fuego a su esposa, que ahora no sabía qué hacer. Su ropa estaba todavía en el armario y en los cajones de siempre. El cepillo de dientes se encontraba en el lavabo al lado del suyo, y todos sus potingues del maquillaje estaban en el interior de la bolsa que Sandy solía llevarse al plató. Pero ya no utilizaba nada de todo aquello. Le daba igual. La ropa le venía grande y la mayoría de las veces no se maquillaba ni se cepillaba los dientes. Lo único que hacía era drogarse todo el santo día.
Bill se acomodó con aire meditabundo en el sofá, pensando en ella y preguntándose dónde estaría. En aquel instante, sonó el teléfono. Era casi medianoche. Debía de ser Sandy. Pero no lo era.
—¿Bill?
—Sí —contestó con aprensión. A lo mejor, era la policía. A lo mejor, Sandy se había hecho daño o... Entonces reconoció la voz de Harry.
—Perdona que te llame tan tarde. Tenía que salir y quería llamarte yo mismo. He pensado que no te importaría.
—¿Qué ocurre? —preguntó Bill, frunciendo el ceño.
Sólo podía pensar en Sandy y se preguntaba dónde demonios estaría y en qué condiciones. Hubiera deseado no preocuparse y no volver a pensar en ella, pero no podía evitarlo. La amaba y la odiaba a un tiempo y le tenía rabia por la desgracia que había traído a su vida.
—Ya lo tienes, muchacho —dijo Harry más contento que unas pascuas.
—¿Qué es lo que tengo? —preguntó Bill, desconcertado. De repente, lo comprendió—. ¡Oh, Dios mío! ¿Quieres decir que... lo conseguí?
—Pues, claro, muchacho. La secretaria de Wechsler llamó a las seis. Enviarán los contratos la semana que viene y empezarás a rodar en Nueva York el seis de diciembre. Te presentarás el diecinueve de octubre para las pruebas del vestuario. Acaba de nacer un astro. ¿Qué te parece, señor Warwick?
Bill tenía lágrimas en los ojos. Habían sido diez años de duro esfuerzo y de sueños rotos, sin contar los cuatro años de esperanzas que previamente pasó en la universidad, y ahora lo tenía al alcance de la mano; el papel de su vida.
—Nunca pensé que pudiera ocurrir.
—Pues, yo sí. Estaba completamente seguro —después Harry recordó otra cosa—. Por cierto, vi el telenoticias esta noche. Supongo que ya lo sabes. Bill comprendió que se refería a Sandy. —Sí.
—¿Está aquí contigo?
—No. Llevo dos días sin verla. Tuvimos una pelea espantosa a causa de su detención del otro día.
—Mira, Bill, hazte un gran favor a ti mismo y mantente alejado de ella. Sólo faltaría que perdieras esta oportunidad por culpa suya. Esta chica es una fuente de problemas.
—Lo que ocurre es que está desquiciada, eso es todo —dijo Bill, defendiéndola muy a pesar suyo.
—Ya basta, muchacho. Este asunto te podría costar el papel. ¿Es eso lo que pretendes?
—No —contestó Bill. Pero no podía traicionar a Sandy. En caso de que necesitara ayuda, se la prestaría. Con la mayor discreción, por supuesto. Recordó que había mentido a Wechsler a propósito de su matrimonio—. No te preocupes. Tendré cuidado.
—Más te vale, porque Wechsler te podría demandar por haberle mentido. Te metería tan rápidamente en chirona que no te lo creerías. Y yo no se lo reprocharía, desde luego. Mantente alejado de ella, Bill.
—De momento, eso no será ningún problema.
—Procura seguir así. Y enhorabuena. Vas a triunfar por todo lo alto. Estoy orgulloso de ti —dijo Harry, emocionado.
Bill colgó el teléfono, sonriendo con expresión de incredulidad. Ojalá hubiera podido compartir su alegría con alguien. Pero sólo tenía a Bernie, meneando la cola a la espera de la siguiente ración de comida. Ignoraba qué habría sido de Sandy.