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Sobre el cinturón de asteroides

La nave empezó a decelerar en cuanto dejó la magnetosfera jupiterina, de manera que su gran arco balístico sobre el plano de la eclíptica hasta Marte, al otro lado del Sol, tardaría no varias horas sino varios días. Eso les venía bien a Mahnmut y a Orphu de Io, ya que tenían muchas cosas sobre las que discutir.

Poco después de su partida, Ri Po y Koros III, desde el módulo de control de proa, anunciaron que iban a desplegar la vela de boro. Mahnmut contempló a través de los sensores de la nave cómo se desplegaba la vela circular y los seguía siete kilómetros por detrás, sujeta por ocho cables, y luego extendía su radio completo de cinco kilómetros. A Mahnmut le pareció un círculo negro sacado del campo estelar mientras observaba el vídeo de popa.

Orphu salió de su nido en el casco y reptó por el cable principal, a lo largo del toro solenoide, y luego por los cables de apoyo como un Quasimodo en forma de herradura, comprobándolo todo, tirando de todo, impulsándose por chorros de reacción sobre la superficie de la vela para comprobar grietas o rendijas o imperfecciones. No encontró nada anómalo y volvió a la nave con una extraña e imperiosa gracia en gravedad cero.

Koros III ordenó que dispararan el achicador magnético modificado Matloff/Fennelly y Mahnmut sintió y registró las energías de la nave cambiando mientras el aparato colocado en la proa de la nave generaba un radio de campo achicador de 1.400 kilómetros, absorbiendo iones sueltos y concentrándose en recolectar viento solar.

¿Cuánto va a tardar esto en hacernos decelerar lo suficiente para detenernos en Marte?, preguntó Mahnmut por la línea común, pensando que respondería Orphu.

Fue el imperioso Koros III quien respondió: A medida que la velocidad de la nave disminuya y la zona efectiva del achicador aumente, manteniendo siempre la temperatura de la vela para que no exceda su punto de fusión de dos mil grados Kelvin, la masa de la nave igualará 4x106, y por tanto la disminución de nuestra velocidad actual de 0,1992 c a 0,0001 c (el punto de colisión inelástico) requerirá 23,6 años estándar.

¡Veintitrés coma seis años estándar!, exclamó Mahnmut por la línea común. Era más tiempo de discusión de lo que había esperado.

Eso nos frenaría sólo a una velocidad aceptable de 300 kilómetros por segundo, dijo Koros III. Una milésima de la velocidad de la luz no es nada despreciable cuando vamos hacia dentro del sistema.

Parece que el aterrizaje en Marte va a ser duro, dijo Mahnmut.

Orphu emitió un sonido rugiente por la línea.

El navegante calistano se puso en comunicación: No vamos a depender solamente de la deceleración de la vela de boro ionizado, Mahnmut. El viaje real requerirá poco menos de once años estándar. Y nuestra velocidad al entrar en la órbita de Marte será inferior a sesenta kilómetros por segundo.

Eso está mejor, dijo Mahnmut. Estaba en la cabina de control de La Dama Oscura, pero todos sus sensores y controles familiares estaban apagados. Era extraño estar recopilando datos que no fueran de su propio soporte vital en los sensores de la nave más grande. ¿Qué crea la diferencia?

El viento solar, dijo Orphu a través de la línea dura del casco-cuna. Aquí su media es de 300 km/sg con una densidad iónica de 106 protones/m3. Empezamos con medio tanque de hidrógeno jupiterino y un cuarto de tanque de deuterio, vamos a obtener más hidrógeno y deuterio del viento solar con el absorbedor Matloff Fennelly y dispararemos los cuatro motores de fusión de la proa justo después de pasar el Sol. Ahí es donde la auténtica deceleración empezará a hacer efecto.

No veo la hora de que llegue el momento, dijo Mahnmut.

Yo tampoco, respondió Orphu de Io. Emitió de nuevo aquel ruido, entre el rumor y el estornudo. Mahnmut pensó que el enorme moravec o bien no tenía sentido del humor o lo tenía enormemente agudo.

Mahnmut leyó À la recherche du temps perdu, de Proust, mientras la nave pasaba a unos 140.000.000 kilómetros del Cinturón de Asteroides.

Orphu había descargado el idioma francés con todas sus complicaciones además de la novela y la información biográfica sobre Proust, pero Mahnmut acabó leyendo el libro en cinco traducciones al inglés porque el inglés era el idioma perdido en el que concentró sus propios estudios en el último siglo-t y medio y se sentía más cómodo juzgando la literatura en ese idioma. Orphu se rio de esto y le recordó al pequeño moravec que comparar a Proust con el Shakespeare que tanto amaba Mahnmut era un error, que eran tan diferentes en sustancia como el rocoso mundo terraformado sistema adentro al que se dirigían y sus familiares lunas de Júpiter, pero Mahnmut lo leyó de nuevo en inglés de todas formas.

Cuando terminó (sabiendo que había sido una multilectura rutinaria, pero ansioso por empezar el diálogo) contactó con Orphu por tensorrayo, ya que el moravec ioninano estaba fuera de su nido, comprobando de nuevo los cables de la vela de boro, atado firmemente a cables de seguridad esta vez a causa del aumento de la deceleración.

No sé, dijo Mahnmut. No lo veo así. A mí todo esto me parecen los devaneos de un esteta.

¿Esteta? Orphu giró uno de sus tentáculos comunicadores para conectar con el tensorrayo mientras sus manipuladores y flagelos estaban ocupados soldando un cable conector. Para Mahnmut, que lo veía en vídeo, el arco de soldadura blanco parecía una estrella contra la negra vela que había detrás de la torpe masa de Orphu. Mahnmut, ¿hablas de Proust o de su narrador-MarceI?

¿Hay alguna diferencia? Incluso mientras enviaba la sarcástica pregunta, Mahnmut sabía que estaba siendo injusto. Había enviado a Orphu cientos, quizá miles de e-mails a lo largo del último medio siglo-t, explicando la diferencia entre el Poeta, llamado «Will» en los sonetos, y el artista histórico llamado Shakespeare. Sospechaba que Proust, denso e impenetrable, sería igualmente complejo cuando se trataba de identificar autor y personajes.

Orphu de Io ignoró la pregunta y envió: Admite que te ha encantado la visión cómica de Proust. Es, por encima de todo, un escritor cómico.

¿Había una visión cómica? He visto poco humor en la obra, Mahnmut —hablaba en serio. El sentido del humor humano no le era extraño a Mahnmut ni a los moravecs: incluso los primeros robots espaciales, autoevolutivos y tenuemente sentientes, creados y enviados por la raza humana antes de la pandemia rubicón, habían sido programados para comprender el humor. La comunicación con los seres humanos (la comunicación real, bidireccional) habría sido imposible sin humor. Era algo tan humano como la furia o la lógica o los celos o el orgullo: elementos todos que había encontrado en la interminable novela de Proust. ¿Pero Proust y sus protagonistas vistos como un escritor cómico de personajes cómicos? Mahnmut no lo veía así, y si Orphu estaba en lo cierto, era un fallo importante. Había sido Mahnmut quien había pasado décadas encontrando el humor y la sátira en las obras del bardo, Mahnmut quien había sacado a la luz incluso la más leve ironía de los sonetos de Shakespeare.

Escucha, dijo Orphu mientras corría por uno de los tensos cables de vuelta a la nave, los propulsores de reacción latiendo. Lee esta parte de Un amor de Swann otra vez. Es cuando Swann, enamorado de la infiel y casquivana Odette, utiliza toda su habilidad como chantajista emocional para impedir que vaya al teatro sin él. Escucha el humor aquí, amigo mío. Descargó el texto.

—Te juro —le dijo, poco antes de que ella se marchara al teatro—, que al pedirte que no vayas no esperaría, si fuera un hombre egoísta, solamente que rehusaras, pues tengo un millar de otras cosas que hacer esta noche y me sentiría atrapado yo mismo, o más bien molesto, si, después de todo, me dijeras que no vas a ir. Pero mis ocupaciones, mis placeres no lo son todo: debo pensar también en ti. Puede llegar el día en que, al verme irrevocablemente apartado de ti, tengas derecho a reprocharme no haberte advertido en la hora decisiva en que sentí que estaba a punto de juzgarte, uno de esos juicios severos que el amor no puede resistir mucho tiempo. Verás, tu Nuit de Cléopatre (¡vaya título!) no tiene nada que ver con el asunto. Lo que debo saber es si en efecto eres una de esas criaturas del más bajo grado de mentalidad e incluso de encanto, de esas despreciables criaturas que son incapaces de perdonar un placer. Y si lo eres, ¿cómo podría nadie amarte?, pues no eres ni siquiera una persona, una entidad claramente definida, imperfecta pero al menos perfectible. Eres un agua informe que correrá por cualquier pendiente que se le ofrezca, un pez carente de memoria, incapaz de pensamiento, que pasa toda su vida en su acuario y continuará golpeándose cien veces al día contra la pared de cristal, confundiéndola siempre con el agua. ¿Te das cuenta de que tu respuesta tendrá el efecto…? No diré de hacer que deje de amarte inmediatamente, por supuesto, sino de hacer que seas menos atractiva a mis ojos cuando me dé cuenta de que no eres una persona, de que estás por debajo de todo en el mundo y eres incapaz de elevarte un centímetro. Obviamente, habría preferido pedirte de manera casual o sin importancia que no vayas a tu Nuit de Cléopatre (ya que me obligas a ensuciar mis labios con un nombre tan abyecto) con la esperanza de que vayas de todas formas. Pero, al haber decidido plantearte ese tema, para obtener tan drásticas consecuencias de tu respuesta, me pareció más honorable hacerte la debida advertencia.

Mientras tanto, Odette había mostrado signos de emoción e incertidumbre cada vez mayores. Aunque no comprendía el significado de este discurso, entendió que debía ser incluido en la categoría de «arengas» y escenas de reproche o súplica, como su familia le permitía en el trato con los hombres, sin prestar atención a las palabras que se susurraban, para concluir que no servirían a menos que estuvieran enamorados, y que como estaban enamorados, era innecesario obedecerlas, ya que más tarde sólo estarían más enamorados. Y por eso habría escuchado a Swann con la mayor tranquilidad si no hubiera advertido que se estaba haciendo tarde, y que si seguía hablando mucho más ella «nunca», como él le dijo con una sonrisa amistosa, obstinada aunque levemente abatida, «llegaría a tiempo para la Obertura».

Mahnmut se rio con ganas en los estrechos confines de la sala de control presurizada de La Dama Oscura. Ahora lo captó. El humor era brillante. Había leído aquel párrafo la primera vez concentrándose en la emoción humana de los celos y en el esfuerzo evidente del personaje, Swann, por manipular la conducta de la mujer llamada Odette. Ahora estaba… claro.

Gracias, le dijo a Orphu mientras el moravec de quince metros en forma de cangrejo de herradura se acomodaba en su nido. Creo que ahora percibo el humor. Me gusta. No se parece en nada al tono y el lenguaje y la estructura de Shakespeare, pero en cierto modo es… lo mismo.

La obsesión por el enigma de lo que significa ser humano, sugirió Orphu. Tu Shakespeare mira todas las facetas de la humanidad a través de la reacción a los acontecimientos, encontrando lo profundo e interno a través de personajes que se definen como acciones. Los personajes de Proust se sumergen en el recuerdo para ver las mismas facetas. Tal vez tu bardo es más parecido a Koros III, que nos conduce en esta expedición. Mi dulce Proust es más parecido a ti, envuelto en la crisálida de La Dama Oscura y sumergiéndose en las profundidades, buscando la geografía de arrecifes y el duro fondo y otros seres vivos y todo el mundo a través de la ecolocalización.

Mahnmut reflexionó acerca de aquello varios ricos nanosegundos. No comprendo cómo tu Proust resolvió este enigma… o más bien, cómo intentó resolverlo, a través de la inmersión en la memoria.

No sólo en la memoria, Mahnmut, amigo mío, sino en el tiempo.

A decenas de metros de distancia, protegido por el casi invulnerable e impenetrable doble casco de su sumergible y el de la nave que lo llevaba, Mahnmut sintió como si el ioniano hubiera extendido un apéndice y lo hubiera tocado de alguna manera personal y profunda.

El tiempo está separado de la memoria, murmuró Mahnmut a través de su línea privada, hablando ahora sobre todo para sí mismo, ¿pero está alguna vez la memoria separada del tiempo?

¡Exactamente!, tronó Orphu. Exactamente. Los protagonistas de Proust, principalmente el narrador «Yo» o «Marcel», pero también, nuestro pobre Swann, tienen tres oportunidades para escudriñar y resolver el tupido enigma de la vida. ¡Sus tres intentos fracasan, pero de algún modo la historia en sí tiene éxito, a pesar de los fallos de su narrador e incluso de su autor!

Mahnmut reflexionó sobre esto en silencio durante un rato. Cambió su visión de cámara externa a cámara externa, mirando más allá de las complejidades de la nave y su aterradora vela circular, hacia «abajo», hacia las rocas, hacia el Cinturón. Deseó que la imagen ofreciera ampliación total y allí la tuvo.

Un asteroide solitario giraba contra la negrura. No había ningún peligro de impacto. No sólo su nave estaba ya a 150.000.000 de kilómetros por encima del plano de la eclíptica y dejaba atrás el Cinturón a velocidad cegadora, sino que aquel asteroide (consultó a los bancos de astronavegación de Ri Po e identificó la roca como Gaspra) se alejaba de ellos. Seguía siendo un minimundo de tamaño apreciable (los datos cotejados indicaban que Gaspra medía 20 x 16 x 11 kilómetros) y la ampliación, equivalente a pasar a una distancia de unos 16.000 kilómetros, mostraba una masa irregular en forma de patata y una complicada sucesión de cráteres. Más interesante, había elementos sin duda artificiales en la imagen: líneas rectas marcadas en la roca, brillos en los cráteres oscuros, claras fuentes de luz en la «nariz» aplastada del asteroide.

Rocavecs, dijo Orphu en voz baja. Seguramente miraba el mismo vídeo. Hay unos cuantos miles de millones dispersos por el Cinturón.

¿Son hostiles como dice todo el mundo? En cuanto envió esta pregunta, Mahnmut temió que lo tachara de ansioso.

No lo sé. Supongo que lo son: decidieron evolucionar en una cultura mucho más competitiva que la que nosotros creamos. Se dice que temen y aborrecen a los posthumanos y que nos odian a los moravecs externos. Koros III tal vez sepa si las leyendas sobre su ferocidad son ciertas.

¡Koros! Y, ¿por qué?

No muchos moravecs lo saben, pero dirigió una expedición a las rocas hace unos sesenta años-t para Asteague/Che y el Consorcio de las Cinco Lunas. Nueve moravecs lo acompañaron. Sólo regresaron otros tres.

Mahnmut reflexionó un instante. Deseó saber más sobre armas; de haber querido los rocavecs matarlos en aquel momento, ¿poseían un arma de energía o un misil hipercinético capaz de alcanzar la nave? Parecía improbable a su velocidad actual de más del 0,193 de la velocidad de la luz. Mahnmut le dijo a Orphu: ¿Cuáles son las tres formas con las que los personajes de Proust intentaron resolver el enigma de la vida… y fracasaron?

El gran moravec del espacio profundo se aclaró la garganta virtual. Primero, siguieron el camino de la nobleza, el título, los derechos de nacimiento y la hidalguía, dijo Orphu. Marcel, el narrador, sigue esta vía durante unas doscientas páginas. Al menos cree que la aristocracia más importante es la nobleza de carácter. Pero todo resulta vacío.

Sólo fachada, dice Mahnmut.

Nunca es sólo fachada, amigo mío, envía Orphu, su vibrante voz más animada en la línea privada. Proust veía esa fachada como el pegamento que mantiene unida la sociedad… cualquier sociedad, en cualquier época. La estudia a todos los niveles a lo largo del libro. Nunca se cansa de sus manifestaciones.

Yo sí, dijo Mahnmut tranquilamente, esperando que su sinceridad no ofendiera a su amigo.

El estertor de Orphu, vibrando en el subsónico incluso estando en línea, convenció a Mahnmut de que no lo había hecho.

¿Cuál fue el segundo camino que intentó seguir para responder al enigma de la vida?, preguntó Mahnmut.

El amor, dijo Orphu.

¿El amor?, repitió Mahnmut. Había bastante en las más de tres mil páginas de En busca del tiempo perdido, pero todo parecía tan… falto de esperanza.

El amor, tronó Orphu. El amor sentimental y la lujuria física.

¿Te refieres al amor sentimental que Marcel (y Swann, supongo) sentían por su familia, la abuela de Marcel?

No, Mahnmut: el sentimentalismo por las cosas familiares, por la memoria misma, y por la gente que pasa a formar parte del reino de las cosas familiares.

Mahnmut miró el asteroide llamado Gaspra. Según la barra de datos de Ri Po, Gaspra tardaba unas siete horas estándar en girar completamente alrededor de su eje. Mahnmut se preguntó si un lugar semejante podría ser alguna vez para él o para algún ser sentiente fuente de familiaridad, del sentimentalismo. Bueno, los mares oscuros de Europa lo son.

¿Cómo dices?

Mahnmut sintió que sus capas orgánicas le cosquilleaban cuando se dio cuenta de que había hablado en voz alta por la línea privada. Nada. ¿Por qué no condujo el amor a la respuesta sobre el enigma de la vida?

Porque Proust sabía (y sus personajes descubren) que ni el amor ni su más noble prima, la amistad, sobreviven jamás a las cuchillas entrópicas de los celos, el aburrimiento, la familiaridad y el egoísmo, dijo Orphu, y por primera vez en su comunicación directa, a Mahnmut le pareció que había cierta tristeza en la voz del gran moravec.

¿Nunca?

Nunca, dijo Orphu y emitió un profundo suspiro. ¿Recuerdas las últimas líneas de Un amor de Swann? «¡Pensar que malgasté años de mi vida, que esperaba morir, que tuve mi mayor historia de amor con una mujer que no me atraía, que ni siquiera era mi tipo!»

Me di cuenta de eso, dijo Mahnmut, pero no sabía en ese momento si se suponía que era algo terriblemente gracioso u horriblemente amargo o insoportablemente triste. ¿Qué era?

Las tres cosas, amigo mío, envió Orphu de Io. Las tres.

¿Cuál era el tercer camino de los personajes de Proust para descubrir el enigma de la vida?, preguntó Mahnmut. Aumentó el flujo de O2 de su cámara para despejar los tentáculos arácnidos de tristeza que amenazaban con acumularse en su corazón.

Dejémoslo para otra ocasión, dijo Orphu, percibiendo tal vez el estado de ánimo de su interlocutor. Koros III va a aumentar el radio del achicador y puede que sea divertido ver los fuegos artificiales en el espectro de rayos-X.

Dejaron atrás la órbita de Marte y no hubo nada que ver; Marte, claro, estaba al otro lado del Sol. Dejaron atrás la órbita de la Tierra un día más tarde y no hubo nada que ver; la Tierra estaba lejos en la curva de su órbita en el plano de la eclíptica, muy por debajo. Mercurio era el único planeta visible en los monitores mientras pasaban como una exhalación sobre él, pero para entonces el rugido y el resplandor del Sol llenaba todas sus pantallas visoras.

Mientras pasaban sobre el Sol a un perihelio de sólo 97.000.000 kilómetros (los filamentos radiadores dejaban una pista de calor) la vela de boro fue desmontada, recogida y plegada para guardarla en su domo de popa. Orphu ayudó a los manipuladores remotos en la tarea y Mahnmut vio en las pantallas de la nave cómo su amigo corría de un lado a otro, sus cicatrices y marcas visibles bajo la ardiente luz solar.

Dos horas antes de disparar los motores de fusión, Koros III sorprendió a Mahnmut invitando a todo el mundo a reunirse en el módulo de la sala de control, cerca de los cuernos del achicador magnético.

No había ningún corredor interno en la nave. El plan era que Koros pasara a La Dama Oscura a través de cables y asideros en cuanto la nave terminara de decelerar y estuviera en la órbita marciana. Mahnmut dudaba respecto a hacer el viaje a través del casco hasta la sala de control.

¿Por qué debemos reunimos físicamente para hablar?, le preguntó a Orphu por su línea privada. Y tú no cabes en el módulo de la sala de control, de todas formas.

Puedo flotar en el exterior, veros a todos a través de la portilla, conectar cables al módulo de control para establecer una comunicación segura.

¿Por qué es eso mejor que una conferencia en multifrecuencia?

No lo sé, dijo Orphu, pero dispararemos los motores dentro de ciento catorce minutos, así que, ¿por qué no me acerco a la bodega de la nave y te recojo?

Eso es lo que hicieron. Mahnmut no tenía ningún problema con el vacío y la radiación dura, naturalmente, pero la idea de desconectarse de la nave y quedarse atrás de algún modo lo inquietaba. Orphu se reunió con él en la bodega de carga y Mahnmut tuvo un inolvidable atisbo de La Dama Oscura, completamente iluminada por los cegadores rayos del Sol, contenida en la bodega de la nave como un tiburón salino en el vientre de un kraken.

Orphu usó sus manipuladores para colocar a Mahnmut en un nicho protegido en su caparazón y se fue agarrando a los cables para hacer el viaje hasta el propulsor de reacción alrededor del oscuro vientre de la nave, siguiendo sus costillas de toros y vigas, y avanzó por el casco superior. Mahnmut contempló los motores de fusión esféricos, sujetos a la proa como diseños de último momento, y comprobó la hora: faltaban setenta y cuatro minutos para la ignición.

Mahnmut estudió el material ultrainvisible que rodeaba la nave propiamente dicha: un envoltorio absolutamente negro y poroso que hacía que todo el casco, menos los motores de fusión, la vela de boro y otros artilugios sacrificables, fuera teóricamente invisible tanto para la mirada como para el radar, el radar profundo, los reflejos gravitónicos, el infrarrojo, los UV y las sondas de neutrinos. ¿Pero qué diferencia habrá si usamos nuestras cuatro columnas de llama de fusión durante dos días?

La sala de control tenía una compuerta. Mahnmut ayudó a Orphu a conectar su cable protegido, y luego atravesó la compuerta y volvió a respirar aire a la antigua usanza.

—Esta nave lleva armas —dijo Koros III sin más preámbulos: hablaba a través del aire. Sus ojos multifacetados y su negro caparazón humanoide reflejaban las luces halógenas rojas.

El tercer moravec en la pequeña sala de control presurizada (el diminuto calistano, Ri Po) se colocó en la tercera punta del triángulo de moravecs.

¿Oyes esto?, subvocalizó Mahnmut por su línea privada con Orphu. El enorme ioniano era visible a través de las ventanas de proa.

Oh, sí.

—¿Por qué nos dices esto ahora? —le preguntó Mahnmut a Koros III.

—Me ha parecido que el ioniano y tú teníais derecho a saberlo. Vuestra existencia está en juego.

Mahnmut miró al piloto.

—¿Sabías lo de las armas?

—Sabía lo de las armas defensivas insertadas en la nave —repuso Ri Po—. No he sabido hasta ahora que se llevarían armas a la superficie. Pero es una deducción lógica.

—A la superficie —repitió Mahnmut—. Hay armas en la bodega de La Dama Oscura —no era en realidad una pregunta.

Koros III asintió con aquella antigua señal de confirmación humanoide.

—¿De qué clase? —exigió saber Mahnmut.

—No tengo libertad para decirlo —dijo, estirado, el alto ganimediano.

—Bueno, tal vez yo no tenga libertad para transportar armas en mi sumergible —replicó Mahnmut.

—No tienes autoridad alguna en la materia —dijo Koros III. Su voz parecía más triste que imperiosa.

Mahnmut se rebulló.

Tiene razón, dijo Orphu y Mahnmut advirtió que el ioniano había hablado por la línea común. Ninguno de nosotros tiene capacidad de decisión en este punto. Tenemos que continuar.

—Entonces, ¿por qué decírnoslo? —-insistió de nuevo Mahnmut.

Fue Ri Po quien contestó.

—Llevamos observando Marte desde que dimos la vuelta al Sol. Desde esta distancia, nuestros instrumentos confirman las actividades cuánticas detectadas desde el espacio jupiterino… pero la intensidad es varias magnitudes superior a lo que estimábamos. Este mundo es una amenaza para todo el sistema solar.

¿Cómo es eso?, preguntó Orphu. Los posthumanos experimentaron con cambios cuánticos durante siglos en sus ciudades orbitales alrededor de la Tierra.

Koros III sacudió la cabeza de aquella extraña manera humana, aunque «extraña» no era la palabra que acudía a la mente de Mahnmut cuando contemplaba a la alta figura negra brillante con sus resplandecientes ojos de mosca.

—No hasta ese punto —dijo el jefe de la misión—. La cantidad de cambios de fase cuánticos que han tenido lugar en Marte ahora mismo es igual a un agujero abierto en el tejido del espacio-tiempo. No es estable. No es un ejercicio sano de tecnología cuántica.

¿Tiene algo que ver con los voynix?, preguntó Orphu. Todo lo que la mayoría de los moravecs jupiterinos sabían de los fabulosos voynix era que el planeta Tierra había irradiado una actividad de cambios de fase cuántica sin precedentes cuando se mencionaron por primera vez las criaturas en las comunicaciones de neutrinos posthumanas hacía más de dos mil años-t.

No sabemos si los voynix tienen algo que ver ni si, de hecho, están todavía en la Tierra, envió Koros por la banda común.

—Repetiré que considero éticamente imperativo informaros a todos de que hay armas a bordo de esta nave y a bordo del sumergible. La decisión de usar estas armas no será vuestra. La responsabilidad será solamente mía cuando esté a bordo de esta nave, y de Ri Po para defender la nave cuando Mahnmut y yo hayamos bajado a la superficie del planeta. La decisión de usar armas letales en Marte será sólo mía.

—¿Las armas de la nave no son ofensivas entonces? ¿No se usarán contra objetivos en Marte? —preguntó Mahnmut.

—No —dijo Ri Po—. Las armas de a bordo son sólo defensivas.

Pero ¿a bordo de La Dama Oscura hay armas de destrucción masiva?, preguntó Orphu de Io.

Koros III hizo una pausa, sopesando obviamente sus órdenes contra el deseo de saber de la tripulación.

—Sí —dijo por fin.

Mahnmut intentó decidir cuáles podrían ser esas armas de destrucción masiva. ¿Bombas de fisión? ¿Armas de fusión? ¿Emisores de neutrinos? ¿Explosivos de plasma? ¿Aparatos antimateria? ¿Bombas de agujero negro para hacer reventar planetas? No tenía ni idea. Sus siglos de existencia no le habían aportado ninguna experiencia con otras armas que las redes, sondas y galvanizadores necesarios para espantar a los krakens o capturar la vida marina de Europa.

—Koros —preguntó en voz baja—, ¿llevaste armas en tu misión a las rocas hace algunas décadas?

—No —respondió el ganimediano—. No hubo necesidad. Por muy belicosos y feroces que se hayan vuelto los moravecs asteroidales en su reciente evolución, no supusieron ninguna amenaza a la existencia de todos los seres sentientes del sistema solar —Koros III proyectó la hora: sólo faltaban cuarenta y un minutos para que se dispararan los motores de fusión. ¿Alguna otra pregunta?

Orphu tenía una: ¿Por qué estamos en modo ultrainvisible si nos acercamos a Marte dejando cuatro rastros de fusión que nos iluminarán como una supernova, visibles día y noche para que nos localice cualquier cosa que tenga ojos en la superficie de Marte? Espera… estás intentando obtener una respuesta. Estás intentando provocar que nos ataquen.

—Sí —dijo Koros—. Es la forma más sencilla de calibrar sus intenciones. Los motores de fusión se desconectarán cuando estemos todavía a dieciocho millones de kilómetros de Marte. Si para entonces no han intentado interceptarnos, lanzaremos por la borda los motores, los toros solenoides y todos los aparatos externos, y entraremos en la órbita marciana con contramedidas pasivas que oculten nuestra localización. Ahora mismo no sabemos si los posthumanos (o las entidades que hayan terraformado Marte y residan ahora allí, sean quienes sean), tienen una civilización técnica o postécnica.

Mahnmut reflexionó sobre esto. Iban a desprenderse de toda forma de propulsión que pudiera llevarlos de regreso a casa.

Yo diría que la actividad masiva de cambio de fase cuántica es signo de algo bastante tecnológico, dijo Orphu.

—Tal vez —dijo Ri Po—. Pero hay sabios idiotas en el universo.

Con esa críptica declaración, la reunión terminó, se extrajo la atmósfera de la sala de control, y Orphu llevó a Mahnmut de vuelta a su sumergible en la bodega de la nave.

Los cuatro motores se encendieron según lo previsto. Durante los dos días siguientes, Mahnmut estuvo sujeto a su sillón de alta-g mientras la nave deceleraba en el plano de la elíptica hacia Marte a más de 400 ges. La bodega en torno a La Dama Oscura fue de nuevo llenada de gel de alta-g, pero sus compartimentos vitales no, y el peso y la falta de movilidad se volvieron agotadores para Mahnmut. No podía imaginar la tensión que sentiría Orphu en su cuna del casco. Marte y todas las imágenes de proa quedaban oscurecidas por el cuádruple resplandor solar de los motores, pero Mahnmut pasó el tiempo comprobando en vídeo el casco, las estrellas a popa, y releyendo partes de À la recherche du temps perdu y encontrando conexiones y disparidades con sus amados sonetos shakesperianos.

El amor de Mahnmut y Orphu por los idiomas y la literatura humanas de la Edad Perdida no era tan inusitado. Más de mil cuatrocientos años-t antes, los primeros moravecs que fueron enviados al espacio jupiterino para explorar las lunas y contactar con los seres sentientes que se sabía que habitaban la atmósfera de Júpiter fueron programados por los primeros posthumanos con sofisticadas cintas pleno-sensoras de la historia humana, la conducta humana y las artes humanas. El rubicón ya había tenido lugar, naturalmente, y antes de eso la Gran Retirada, pero seguía habiendo algo de esperanza en la salvación de la memoria y los archivos del pasado humano, aunque los últimos 9.114 humanos al estilo antiguo de la Tierra no pudieran ser salvados por el último fax. En los siglos pasados desde que se perdiera el contacto con la Tierra, el arte humano y la literatura humana y la historia humana se habían convertido en las aficiones de miles de moravecs de durovac y de los establecidos en las lunas. El antiguo compañero de Mahnmut, Urzweil (que fue destruido en una avalancha de hielo bajo el cráter helado europano de Tyre Macula dieciocho años-t antes) era un apasionado de la guerra de Secesión americana. El sombrero azul de infantería de la Unión de Urzweil seguía todavía en el cajón, bajo la mesa de trabajo de Mahnmut, junto a la lámpara de lava aislada por gel que el propio Urzweil le había regalado.

Al contemplar la llamarada filtrada de los motores de fusión de proa en su monitor de video, Mahnmut intentó relacionar la imagen del Marcel Proust histórico (un hombre que se pasó en cama los tres últimos años de su vida, en su famosa habitación forrada de corcho, rodeado de galeradas que llegaban constantemente, viejos manuscritos y botellas de pociones adictivas, recibiendo ocasionalmente visitas de un prostituto y de los trabajadores que montaban uno de los primeros teléfonos sin operadora de París) con el Marcel-narrador de la agotadora obra de percepción que era En busca del tiempo perdido. Los recuerdos de Mahnmut eran prodigiosos: podía recuperar el callejero de París en 1921, descargar cada fotografía y dibujo o pintura jamás hechos por Proust, contemplar el Vermeer que hizo que el personaje de Proust se desmayara, cotejar cada personaje de los libros con cada ser humano real que Proust había llegado a conocer… pero nada de todo esto le ayudaba mucho a comprender la obra. El arte humano, Mahnmut lo sabía, simplemente trascendía a los seres humanos.

Cuatro caminos secretos a la verdad del enigma de la vida, había dicho Orphu. El primero (la obsesión de los personajes de Proust con la nobleza, la aristocracia, con los estratos superiores de la sociedad) era obviamente un callejón sin salida. Mahnmut no tenía que abrirse paso a través de tres mil páginas de cenas como había hecho el protagonista de Proust para darse cuenta de eso.

El segundo, la idea del amor como la clave al enigma de la vida, fascinaba a Mahnmut. Ciertamente, Proust (como Shakespeare pero de una manera completamente distinta) había intentado explorar todas las facetas del amor humano (heterosexual, homosexual, bisexual, familiar, colegial, interpersonal), además del amor por los lugares y las cosas y la vida misma. Y Mahnmut había tenido que estar de acuerdo con el análisis de Orphu de que Proust había rechazado el amor como verdadera vía hacia una comprensión más profunda.

El tercer camino para Marcel había sido el arte (el arte y la música) pero aunque eso había llevado a Marcel a la belleza, no le había llevado a la verdad.

¿Cuál es el cuarto camino? Y si les falló a los héroes de Proust, ¿cuál era el verdadero camino entre las páginas y detrás de ellas, desconocido para los personajes pero quizás entrevisto por el propio Proust?

Todo lo que Mahnmut tenía que hacer para averiguarlo era abrir la línea con Orphu. Perdidos quizás en sus propios pensamientos, los dos amigos se habían comunicado muy poco durante aquel último día de deceleración. Me lo dirá más tarde, pensó Mahnmut. Y tal vez para entonces lo captaré yo mismo… y veré si tiene relación con el análisis de Shakespeare de lo que hay más allá del amor. Ciertamente el bardo había rechazado el amor sentimental y el romántico y el físico al final de los sonetos.

Los motores de fusión dejaron de rugir. La liberación de la alta-g y el ruido y la vibración transmitidos por el casco fueron algo aterrador.

Inmediatamente los esféricos motores de fuel fueron expulsados, alejados de la trayectoria de la nave por pequeños cohetes.

Liberando vela y solenoide, dijo la voz de Orphu por la línea común. Mahnmut vio por varias señales de video del casco como esos componentes eran lanzados al espacio.

Mahnmut volvió al vídeo de proa. Marte era ya claramente visible, sólo a dieciocho millones de kilómetros por delante y bajo ellos. Ri Po proporcionó superposiciones de la trayectoria en la imagen. Su acercamiento parecía perfecto. Pequeños impulsores iónicos internos continuaban frenando la nave y preparándose para inyectarla en una órbita polar.

No hay registros de radar ni otros sensores durante nuestro descenso, dijo Koros III: Ningún intento de intercepción.

Mahnmut pensó que el ganimediano era muy digno pero que tendía a decir obviedades.

Recibimos datos a través de nuestros sensores pasivos, dijo Ri Po.

Mahnmut comprobó los indicadores. Si hubieran estado aproximándose a, digamos, Europa, las pantallas habrían mostrado emisiones de radio, gravitónicas, de microondas y un puñado de otras emisiones relacionadas con la tecnología procedentes de la luna habitada por los moravecs. Marte no mostraba nada. Pero el mundo terraformado estaba sin duda habitado. El telescopio montado en la proa detectaba ya imágenes de las casas blancas del Monte Olympus, los tajos rectos y curvos de las carreteras, las cabezas de piedra alineadas a la orilla del Mar del Norte, e incluso algunos atisbos de movimiento y actividad individuales, pero no tráfico radiado, ni ningún relé de microondas, ni firmas electromagnéticas propias de una civilización tecnológica. Mahnmut recordó la expresión que Ri Po había utilizado: ¿Sabios idiotas?

Preparados para entrar en la órbita de Marte dentro de dieciséis horas, anunció Koros. Observaremos desde la órbita durante otras veinticuatro horas. Mahnmut, prepara tu sumergible para ignición deorbital dentro de treinta horas.

Si, dijo Mahnmut por la línea común, reprimiendo el impulso de decir «señor».

Marte pareció bastante tranquilo durante la mayor parte de las veinticuatro horas que estuvieron en órbita polar a su alrededor.

Había seres artificiales en el Cráter Stickney, en Fobos, (máquinas mineras, lo que quedaba de un acelerador magnético, domos rotos y exploradores robóticos) pero estaban fríos y polvorientos y ajados y tenían más de tres mil años de antigüedad. Quien había terraformado Marte en el último siglo no tenía nada que ver con los antiguos artefactos de la luna interior.

Mahnmut había visto imágenes de Marte cuando era el Planeta Rojo (aunque siempre le había parecido más naranja que rojo), pero ya no era rojizo-anaranjado. Al pasar sobre el polo norte, la vista telescópica ofrecía imágenes de hasta un metro de longitud de lo que quedaba del casquete polar: sólo un charco de agua helada, una isla blanca en el azul Mar del Norte.

Espirales de nubes se movían sobre el océano que cubría más de la mitad del hemisferio norte. Las tierras altas eran todavía anaranjadas y la mayor parte de las masas de tierra eran marrones, pero el sorprendente verde de los bosques y prados era visible sin necesidad de recurrir al telescopio.

Nada ni nadie desafió la nave: no hubo llamadas de radio, ni búsqueda o adquisición de radar, ningún tensorrayo ni láser ni sonda de neutrinos modulados. A medida que los tensos minutos se convertían en largas horas de silencio, los cuatro moravecs contemplaron las imágenes y se prepararon para el descenso de La Dama Oscura.

Obviamente había vida en Marte: vida humana o posthumana, por su aspecto, junto con la de otra especie al menos: los movedores de cabezas de piedra, posiblemente humanos, pero bajos y verdes en las fotos del telescopio. Navíos de blancas velas se movían a lo largo de la costa norte y por los cañones llenos de agua del Valle Marineris, pero no eran muchos. Unas cuantas velas más eran visibles en el cráter que formaba el mar que antes había sido la Planicie de Helias. Había claros signos de habitabilidad en el Monte Olympus, y al menos una escalera de alta tecnología movedora de personas o un ascensor a lo largo de los flancos de ese volcán, y fotografías de media docena de máquinas voladoras cerca de la caldera de la cima del Olympus, y unos cuantos atisbos de unas casas blancas y jardines en las altas laderas de los volcanes de Tharsis —Monte Ascraeus, Monte Pavonis y Monte Arsia—, pero ningún signo de una extensa civilización planetaria por el momento. Koros III anunció por la línea común que calculaba que no vivían más de tres mil personas de pálido aspecto humano en los cuatro volcanes, junto con tal vez veinte mil trabajadores verdes congregados en diez ciudades a lo largo de las costas.

La mayor parte de Marte estaba vacía. Terraformada pero vacía.

Difícilmente puede ser un peligro para todas las formas de vida sentientes del sistema solar entonces, ¿no?, preguntó Orphu de Io.

Fue Ri Po quien respondió: Mira el planeta a través del mapa cuántico.

—Dios mío —dijo Mahnmut en voz alta en su vacío nido-ambiente. Marte era un cegador destello rojo de actividad de cambio cuántico, con líneas de flujo que convergían en el volcán principal, el Monte Olympus.

¿Podrían los escasos vehículos voladores estar causando este caos cuántico?, preguntó Orphu. No se registran en el espectro electromagnético y desde luego no tiene impulsión química.

No, dijo Koros III. Aunque las pocas máquinas voladoras entran y salen del flujo cuántico, no lo generan. O al menos no son su fuente primaria.

Mahnmut contempló un minuto más el extraño mapa cuántico superpuesto antes de aventurar una sugerencia a la que llevaba días dándole vueltas. ¿Tendría sentido contactar con ellos a través de la radio o por otro medio? ¿Aterrizar abiertamente en el Monte Olympus? ¿Ir como amigos en vez de como espías?

Hemos considerado ese curso de acción, dijo Koros. Pero la actividad cuántica es tan intensa que consideramos imperativo recopilar más información antes de revelarnos.

Recopilar información y llevar estas armas de destrucción masiva lo más cerca posible del volcán, pensó Mahnmut con cierta amargura. Nunca había querido ser soldado. Los moravecs no estaban diseñados para combatir y la idea de matar a seres sentientes luchaba con una programación tan vieja como su especie.

De todas formas, Mahnmut preparó a La Dama Oscura para el descenso. Puso el sumergible en energía interna y separó todos los umbilicales de soporte vital de la nave, permaneciendo conectado sólo a través de los cables de comunicación que serían cortados cuando salieran de la bodega. El sumergible había sido envuelto en ultrasilencio y un pak-reactor de impulsores rodeaba la proa y la popa del sub; Koros III controlaría los impulsores durante la fase de entrada y luego los expulsaría. Por último, un círculo de paracaídas que frenaría su caída después de la reentrada, también controlado y expulsado por Koros III. Sólo después de llegar al océano guiaría Mahnmut su sumergible.

Preparado para bajar al sumergible, dijo Koros III desde la cubierta de control.

Permiso para subir a bordo concedido, repuso Mahnmut, aunque su comandante titular no había pedido permiso alguno. No era europano y desconocía el protocolo. Mahnmut vio la advertencia de que las puertas de la bodega de la nave se abrían y exponían La Dama Oscura de nuevo al espacio para que Koros pudiera hacer la transferencia por medio del cable guía.

Mahnmut conectó el enlace de vídeo del casco donde se alojaba Orphu. El ioniano advirtió la atención. Adiós por un tiempo amigo mío, dijo Orphu. Volveremos a vernos.

Eso espero, dijo Mahnmut. Abrió la compuerta inferior del sumergible y se preparó para hacer volar los últimos cables comunicadores.

Esperad, dijo Ri Po. Algo se acerca desde el borde del planeta.

El vídeo de la sala de control mostró a Koros III apartándose de la compuerta que acababa de abrir y regresando a los instrumentos. Mahnmut apartó el dedo del botón que armaba la pirotecnia de la línea de comunicación.

Algo se aproximaba desde Marte. En aquel momento era sólo un blip en el radar. El telescopio de proa giró para captarlo.

Debe haber sido lanzado desde el Olympus mientras estábamos fuera de la línea de visión, dijo Orphu.

Ahora nos sigue, dijo Ri Po.

Mahnmut siguió las frecuencias mientras su nave empezaba a llamar. El blip no contestó.

¿Veis eso?, preguntó Koros III.

Mahnmut lo veía. El objeto tenía menos de dos metros de longitud: era un carro abierto sin caballos y rodeado por un brillante campo de fuerza. Había dos humanoides en el vehículo abierto, un hombre y una mujer, la hembra al parecer lo guiaba y el varón, más alto, simplemente estaba allí de pie, mirando hacia delante como si pudiera ver la nave envuelta en invisibilidad a unos ocho mil kilómetros de distancia. La mujer era alta y regia y rubia; el hombre tenía el pelo gris corto y una barba blanca.

La risa de Orphu estremeció la línea común. Se parece a las imágenes de Dios, dijo. No sé quién es su novia.

Como si oyera este insulto, el hombre de la barba gris alzó el brazo.

La imagen de vídeo destelló y murió en el mismo instante en que Mahnmut fue lanzado contra las correas de su sillón de alta-g. Sintió que la nave se estremecía dos veces, terriblemente, y luego empezaba a girar salvajemente mientras las fuerzas centrífugas lo arrojaban con fuerza a la derecha primero, hacia arriba después y por último hacia la izquierda.

¿Está bien todo el mundo?, gritó por todas las líneas. ¿Podéis oírme?

Durante varios mareantes segundos la única respuesta fue el silencio y el ruido de la línea. Luego la tranquila voz de Orphu llegó a través del rugido de la estática. Puedo oírte, amigo mío.

¿Estás bien? ¿Está bien la nave? ¿Les hemos disparado?

Estoy dañado y cegado, dijo Orphu mientras la estática siseaba y chisporroteaba. Pero he visto lo sucedido antes de que la explosión me cegara. No les hemos disparado, pero la nave está… medio destruida, Mahnmut.

¿Medio destruida?, repitió Mahnmut estúpidamente. ¿Qué…?

Una especie de lanza de energía. La sala de control… Koros y Ri Po… muertos. Desintegrados. Toda la proa destruida. La cubierta superior dañada. La nave gira dos veces por segundo y empieza a quebrarse. Mi propio caparazón se ha resquebrajado. Mis jets de reacción han desaparecido. La mayoría de mis manipuladores también. Estoy perdiendo energía e integridad en la coraza. Aparta el sumergible de la nave… ¡rápido!

¡No sé cómo!, gritó Mahnmut. Koros tenía el subsistema de control. Yo no sé

De repente la nave se estremeció de nuevo y las líneas de vídeo y comunicación se cortaron por completo. Mahnmut oyó un violento siseo a través el casco y advirtió que era la nave separándose de él. Conectó las cámaras del sumergible y vio sólo brillo de plasma por todas partes.

La Dama Oscura empezó a dar tumbos y a retorcerse más salvajemente, aunque Mahnmut no sabía si era con la nave moribunda o por su cuenta. Activó más cámaras, los impulsores subacuáticos del sumergible y el sistema de control de daños. La mitad de los sistemas no funcionaban o respondían con lentitud.

¿Orphu? No hubo respuesta. Mahnmut activó los másers omnidireccionales, intentando un enlace por tensorrayo. ¿Orphu?

Ninguna respuesta. Los vuelcos aumentaron. La bodega de La Dama Oscura, presurizada para la llegada de Koros, perdió de repente toda su atmósfera, haciendo girar al sumergible más salvajemente.

Voy por ti, Orphu, llamó Mahnmut. Hizo volar la compuerta y se soltó las correas. Tras él, en alguna parte, bien en la nave que se desgajaba o en La Dama Oscura misma, algo exploto y lo hizo chocar violentamente contra el panel de control y luego lo hundió en la oscuridad.