10

Cráter París

Ada, Harman y Hannah esperaron los dos días que se consideraban habitualmente el mínimo intervalo decente tras una visita a la fermería, y luego faxearon hasta Cráter París para encontrar a Daeman. Era tarde y estaba oscuro y hacía frío allí, y (lo descubrieron en cuanto salieron de debajo de la fachada del León Guardado del fax-nódulo) estaba lloviendo. Harman les encontró un barouche cubierto y un voynix tiró de ellos a lo largo del lecho de un río seco lleno de cráneos blancos, dejando atrás kilómetros de edificios desmoronados.

—Nunca he estado en Cráter París —dijo Hannah. A la joven, apenas a dos meses de su Primer Veinte, no le gustaban las grandes ciudades. CP era uno de los fax-nódulos más poblados de la Tierra, con unos 25.000 residentes semipermanentes.

—-Es un motivo por el que nos faxeé al nódulo del León Guardado en vez de a un puerto llamado Hotel Inválido, que está más cerca de donde vive Daeman —dijo Ada—. Todo en esta ciudad es antiguo. Merece la pena tomarse tiempo para echar un vistazo.

Hannah asintió, pero vacilante. Hilera tras hilera, los edificios de piedra y acero, la mayoría cubiertos de brillante siempreplas, parecían vacíos y oscuros y resbaladizos con la lluvia. Los servidores y los brilloglobos flotaban aquí y allá por las calles oscuras, los voynix permanecían quietos y silenciosos en las esquinas, pero se veían muy pocos humanos. Claro que como señalo Harman, eran más de las diez de la noche. Incluso una ciudad tan cosmopolita como Cráter París tenía que dormir.

—Esto sí que es interesante —dijo Hannah, señalando hacia la estructura que se alzaba unos trescientos metros sobre la ciudad.

Harman asintió.

—Es de principios de la Edad Perdida. Algunos dicen que es tan antigua como Cráter París, tal vez incluso tan antigua como la ciudad que había aquí antes del cráter. Es un símbolo de la ciudad y de la gente que la construyó hace mucho tiempo.

—Interesante —repitió Hannah. De trescientos metros de altura, la burda reproducción de una mujer desnuda parecía hecha de algún polímero claro. La cabeza quedaba a veces oculta por nubes bajas, y luego era brevemente visible, y Hannah vio que su rostro carecía de rasgos a excepción de una mueca abierta entre labios rojos. Negros muelles retorcidos de quince metros de longitud caían en espiral como rizos desde la cabeza esférica. Las piernas estaban abiertas, los pies ocultos tras los oscuros edificios del oeste, pero los muslos abultaban tan gruesos y anchos como Ardis Hall. Los pechos eran enormes, globulares, caricaturescos; se llenaban y se vaciaban alternativamente con líquido rojo foto luminiscente que hervía y cuyos niveles ahora subían y ahora bajaban en cascada por el interior del vientre y las piernas y luego subían de nuevo por los brazos levantados y el rostro sonriente. La luz brillante del vientre y los pechos y los enormes glúteos teñía de un rojo rubí la parte superior de una estructura más alta que rodeaba el cráter.

—¿Cómo se llama? —pregunto Hannah.

La Putain énorme —dijo Ada.

—¿Qué significa?

—Nadie lo sabe —dijo Harman. Ordenó al voynix que girara a la izquierda en un puente desvencijado y luego pasara a lo que una vez fue una isla cuando el agua fluía en el río de cráneos secos, hacia las ruinas de un edificio que una vez debió de ser bastante grande. Ahora una baja cúpula resplandeciente de luz púrpura se alzaba dentro de las paredes caídas como un huevo extraño en un nido de piedras dispersas.

—Espera aquí —le dijo Harman al voynix, y condujo a las dos mujeres entre las ruinas hacia la cúpula transparente.

Una losa de piedra blanca de unos dos metros de altura se alzaba en el centro del lugar. Había canalillos en la base de la losa y canales en el suelo de piedra. Detrás y por encima de la losa se alzaba una burda estatua de un hombre desnudo, tallada en la misma roca blanca. El hombre empuñaba un arco con una flecha encajada.

—Esto es mármol —dijo Hannah, pasando la mano por la superficie del bloque. Entendía de piedras—. ¿Qué es este lugar?

—Un templo a Apolo —contestó Harman.

—-He oído hablar de estos nuevos templos —dijo Ada—, pero nunca había visto ninguno. Me pareció raro: unos cuantos altares en los bosques, como una especie de broma o algo así.

—Hay templos como éste por todo Cráter París y en las otras grandes ciudades —dijo Harman—. Templos en honor a Atenea, Zeus, Ares… todos los dioses de las historias de los turín.

—Los canalillos y canales… —empezó a decir Hannah.

—Para que corra la sangre de los animales sacrificados —dijo Harman—. Sobre todo ovejas y ganado vacuno.

Hannah se apartó de la losa y se cruzó de brazos.

—La gente no… matará los animales, ¿no?

—No —respondió Harman—. Tienen a los voynix para hacer eso. Hasta ahora.

Ada se quedó en la puerta abierta. La lluvia caía por el brillante portal, convirtiéndolo en una cascada teñida de púrpura.

—¿Que era este sitio… antes? Las ruinas.

—Estoy seguro de que era un templo de la Edad Perdida —dijo Harman.

—¿A Apolo? —Hannah estaba rígida, los brazos cruzados con fuerza contra su cuerpo.

—No lo creo. Entre los escombros de por aquí hay trozos y piezas de estatuas: no son dioses, ni personas, ni voynix… no del todo… son demonios, creo. Una antigua palabra era «gárgola»… pero no estoy seguro de lo que significa.

—Salgamos de aquí —dijo Ada—. Vamos a buscar a Daeman.

Cruzando el río de cráneos y al oeste de nuevo hacia el cráter, los amplios bulevares terminaban donde los edificios de la Edad Perdida estaban coronados por estructuras más nuevas y más altas, algunas muy nuevas, probablemente de menos de mil años de antigüedad, un entramado de negro buckylazo y tribambúes brillantes por la lluvia. Hannah activó una función para encontrar a Daeman, y el rectángulo de luz flotante sobre su palma izquierda brilló ahora en ámbar, ahora en rojo, luego de nuevo en verde mientras tomaban escaleras y ascensores de un nivel de calle a un nivel de entresuelo, de un nivel de entresuelo a la explanada colgante de quince pisos sobre los antiguos tejados, luego hacia arriba desde el nivel de las explanadas hasta los pabellones residenciales. Hannah se detuvo a mirar en el raíl de la explanada, hipnotizada como la mayoría de los visitantes la primera vez que contemplaban el ojo rojo sin parpadear a kilómetros y kilómetros por debajo en el círculo negro sin fondo del cráter; Ada tuvo que apartarla agarrándola por el codo y la condujo al siguiente ascensor y a la escalera.

Sorprendentemente, fue una persona, no un servidor, quién respondió a la puerta de la domi de Daeman. Ada presentó a su grupo, y la mujer, que parecía estar a mitad de la cuarentena como les pasaba a todos los tres y cuatro Veintes, se identificó como Marina, la madre de Daeman. Los condujo por pasillos cálidamente pintados y por escaleras interiores y a través de salas comunes hasta las zonas privadas del lado del cráter del complejo de domi.

—El servidor trajo el mensaje de que veníais, por supuesto —dijo Marina, deteniéndose ante una hermosa puerta de caoba tallada—, pero no se lo he dicho a Daeman. Todavía está… perturbado… por el accidente.

—¿Pero no lo recuerda, verdad? —dijo Harman.

—Oh, no, por supuesto que no —respondió Marina. Era una mujer atractiva y Ada notó el parecido con su hijo en el pelo rojo y la constitución agradablemente fornida—. Pero ya sabe lo que se dice de esas cosas… las células recuerdan.

Pero si no son las mismas células, pensó Ada. No dijo nada.

—¿Trastornará a Daeman el hecho de vernos? —preguntó Hannah. A Ada le pareció más curiosa que preocupada.

Marina hizo un gracioso movimiento de indiferencia con la mano, como diciendo «ya veremos». Llamó a la puerta y la abrió cuando la voz apagada de Daeman los invitó a pasar.

La habitación era grande y estaba tapizada con telas de ricos colores, tapices de seda flotantes y cortinas de encaje alrededor de la zona donde dormía Daeman, pero la pared del fondo era toda de cristal y daba a un porche privado. Las lámparas de la amplia habitación emitían una luz tenue, pero la ciudad brillantemente iluminada de más allá del balcón se curvaba a ambos lados, y constelaciones de linternas, globos de luz y suaves luces eléctricas eran visibles a un kilómetro de distancia en el cráter oscuro. Daeman estaba sentado en un cómodo sillón junto a la ventana sacudida por la lluvia, contemplando el panorama como si reflexionase. Parpadeó al ver a Ada, Harman y Hannah, pero luego les indicó que se acercaran al círculo de muebles blandos. Marina se excusó y cerró la puerta tras ella mientas los tres tomaban asiento. Las puertas de cristal estaban abiertas y el frío aire que entraba a través de las pantallas olía a lluvia y bambú mojado.

—Queríamos ver cómo estabas —dijo Ada— Y yo quería disculparme en persona por el accidente… por no haber cuidado mejor de mi invitado.

Daeman sonrió y se encogió de hombros, pero sus manos temblaban levemente. Las apoyó en las rodillas, cubiertas por una bata de seda.

—Lo único que recuerdo es algo grande que se abría paso entre los árboles… y el olor a carroña, de eso sí me acuerdo… y luego despertarme en el nido-tanque de la fermería. Los servidores me dijeron lo que había pasado, naturalmente. Sería divertido si la idea no fuera tan… inquietante.

Ada asintió, se acercó más, y le tomó de la mano.

—Te pido disculpas, Daeman Uhr. Los alosaurios han venido a la mansión sólo muy raras veces en las últimas décadas y los voynix siempre están allí para protegernos…

Daeman frunció el ceño pero no retiró la mano de la suya.

—Evidentemente, no hicieron un buen trabajo al protegerme.

—Es extraño —dijo Harman, cruzando las piernas y tamborileando en los brazos de papel corrugado de su sillón—. Muy extraño. No puedo recordar la última vez que un voynix falló al proteger a un humano en una situación semejante.

Daeman miró al hombre mayor.

—¿Está usted acostumbrado a situaciones en que los animales recombinados se comen a las personas Harman Uhr?

—En absoluto. Me refería a situaciones en que los seres humanos corren peligro.

—Pido otra vez disculpas —dijo Ada—. El fallo de seguridad por parte de los voynix fue inexplicable, pero mi propio descuido fue inexcusable. Lamento que tu fin de semana en Ardis Hall se estropeara y que tu sentido de la armonía fuera perturbado.

—Perturbado, sí… tal vez una palabra inadecuada para describir el ser devorado por un carnívoro de doce toneladas —dijo Daeman, pero sonrió levemente, e inclinó la cabeza más levemente todavía para dar a entender que aceptaba la disculpa.

Harman se inclinó hacia delante y unió las manos, subiéndolas y bajándolas para darse énfasis mientras hablaba.

—Teníamos un asunto sin terminar por discutir, Daeman Uhr

—La nave espacial. —Ahora el tono irónico de Daeman se convirtió en sarcasmo.

Harman no se detuvo. Sus manos unidas se alzaron y cayeron con las sílabas.

—Sí. Pero no sólo una nave espacial… es el objetivo definitivo, por supuesto… sino cualquier forma de máquina voladora. Jinker. Sonie. Ultraligero. Cualquier cosa que nos permita explorar entre fax-puertos…

Daeman se arrellanó en su asiento, apartándose de la intensidad de Harman, y se cruzó de brazos.

—¿Por qué insiste en esto? ¿Por qué me molesta con esto?

Ada le tocó el brazo.

—Daeman, Hannah y yo habíamos oído, de personas distintas, que en una fiesta reciente en Ulanbat (hace cosa de un mes, creo), les dijiste a algunos conocidos nuestros que una vez conociste a alguien que mencionó haber visto una nave espacial… y a alguien que habló de volar entre nódulos…

Daeman consiguió parecer a la vez desconcertado e irritado por un instante, pero luego se echó a reír y negó con la cabeza.

—La bruja —dijo.

—¿Bruja? —repitió Hannah.

Daeman abrió las manos en un eco del gracioso gesto de indiferencia de su madre.

—La llamábamos así. He olvidado su verdadero nombre. Una loca. Obviamente en su último Veinte… —dirigió una mirada hacia Harman—. La gente empieza a perder el contacto con la realidad en sus últimos años.

Harman sonrió e ignoró la pulla.

—¿No recuerda el nombre de esa mujer?

Daeman hizo de nuevo el mismo gesto, con menos gracia esta vez.

—No.

—¿Dónde la viste? —preguntó Ada.

—En el último Hombre Ardiente. Hace año y medio. He olvidado dónde se celebró… en algún lugar frío. Seguí a unos amigos de Chom cuando se faxearon allí. Las ceremonias de la Edad Perdida nunca me interesaron mucho, pero había muchas jóvenes fascinantes en esa reunión.

—¡Yo estuve allí! —dijo Hannah, los ojos brillantes—. Fueron unas diez mil personas.

Harman sacó una hoja de papel muy doblada de un bolsillo de su túnica y empezó a desplegarla sobre la otomana acolchada que había entre ellos.

—¿Recuerdas qué nódulo?

Hannah negó con la cabeza.

—Era uno de los nódulos medio olvidados. Uno de los vacíos. Los organizadores enviaron el código del nódulo como un día antes de que comenzara la ceremonia. Creo que allí no vivía nadie. Era un valle rocoso rodeado de nieve. Recuerdo que estuvo encendido todo el día, toda la noche, durante los cinco días del Hombre Ardiente. Y el frío. Los servidores habían emplazado un campo de Planck sobre todo el valle y calentadores aquí y allá por el valle mismo, así que no era incómodo, pero no se permitía que nadie fuera más allá del perímetro del valle.

Harman miró su ajada y doblada hoja de micropergamino. La página estaba cubierta de líneas retorcidas, puntos y runas arcanas como las que se veían en los libros. Señaló con un dedo un punto cerca del pie.

—Aquí. En lo que era la Antártida. Un nódulo llamado «El Valle Seco».

Daeman lo miró sin expresión.

—Esto es un mapa en el que llevo trabajando cincuenta años —dijo. Harman—. Una representación bidimensional de la Tierra con todos los fax-nódulos conocidos y sus códigos. La Antártida era el nombre en la Edad Perdida de uno de los siete continentes. He registrado siete fax-nódulos antárticos, pero sólo uno de ellos (este valle seco del que he oído hablar pero no he visitado nunca) está libre de hielo y nieve.

Esto obviamente no hizo nada para iluminar a Daeman. Incluso Ada y Hannah parecían confusas.

—No importa —dijo Harman—. Pero si el sol brillaba todo el día y toda la noche, este valle seco es el fax-puerto probable. Durante los veranos polares, hay días en los que el sol no se pone.

—El sol no se pone en junio en Chom —dijo Daeman, manifiestamente aburrido—. ¿Está cerca de su valle seco?

—No —Harman señaló un punto próximo a la parte superior del mapa—. Estoy bastante seguro de que Chom está en esta gran península de aquí arriba, sobre el círculo ártico. Cerca del polo norte, no del polo sur.

—¿El polo norte? —dijo Ada.

Daeman miró a las dos mujeres.

—Y yo que creía que la bruja del Hombre Ardiente estaba loca.

—¿Recuerda algo más que dijera esa mujer, esa bruja? —preguntó Harman, obviamente demasiado entusiasmado para sentirse insultado.

Daeman negó con la cabeza. Parecía cansado.

—Sólo cháchara. Habíamos estado bebiendo mucho. Era la noche de la quema y llevábamos despiertos días y noches bajo aquella maldita luz, robando unas cuantas horas de sueño en una de las grandes tiendas naranja. Fue la última noche y suele haber orgías la última noche y pensé que tal vez ella… pero era demasiado vieja para mi gusto.

—¿Pero habló de una nave espacial? —Harman estaba visiblemente intentando ser paciente.

Daeman volvió a encogerse de hombros.

—Alguien… un joven, aproximadamente de la edad de Hannah, comentó el hecho de que no teníamos sonies para volar desde el último fax, y esta… bruja… que había estado muy callada pero que también estaba muy borracha, dijo que sí que teníamos, que había jinkers y sonies si sabías dónde buscarlos. Dijo que ella los usaba a menudo.

—¿Y la nave espacial? —insistió Harman.

—Dijo que había visto una, eso es todo —respondió Daeman, frotándose las sienes como si le dolieran—. Cerca de un museo. Le pregunté qué museo era, pero no contestó.

—¿Por qué llamas bruja a esa mujer mayor? —preguntó Hannah.

—No empecé yo. Todo el mundo la llamaba así —Daeman parecía un poco a la defensiva—. Creo que es porque dijo que no había faxeado, sino que había llegado caminando, cuando estaba claro que no podía haberlo hecho… no había otros nódulos ni estructuras en el valle y el campo de Planck se selló.

—Es verdad —dijo Hannah—. Ese último Hombre Ardiente puede que haya sido en el lugar más remoto al que he faxeado jamás. Lamento no haber visto a esa mujer allí.

—Sólo recuerdo que estuvo dos noches —dijo Daeman—. La primera y la última. Y se mantuvo apartada, excepto durante aquella absurda conversación.

—¿Cómo sabías que era vieja? —preguntó Ada en voz baja.

—¿Quieres decir aparte de por su evidente locura?

—Sí.

Daeman suspiró.

—Parecía vieja. Como si hubiera ido a la fermería demasiadas veces.

Hizo una pausa y frunció el ceño, pensando sin duda en su reciente visita al lugar.

—Parecía más vieja que nadie que yo haya visto jamás. Creo que incluso tenía esas marcas en la cara.

—¿Arrugas? —dijo Hannah. La muchacha parecía envidiosa.

Daeman sacudió la cabeza.

—Alguien que estaba junto al fuego la llamó por su nombre esa noche, pero no puedo… Yo había estado bebiendo también, sabéis, y no había dormido.

Hannah miró a Ada, tomó aliento y dijo:

—¿Pudo ser Savi?

Daeman alzó rápidamente la cabeza.

—Sí. Creo que eso era. Savi… sí, eso parece. Era raro. —Vio que Harman y Ada intercambiaban una mirada de inteligencia—. ¿Qué? ¿Es importante? ¿La conocéis?

—La Judía Errante —dijo Ada—. ¿Has oído esa leyenda?

Daeman sonrió, cansado.

—¿Sobre la mujer que de algún modo no llegó al último fax hace mil años y que está condenada a vagar por la tierra desde entonces? Por supuesto. Pero no sabía que la mujer de la leyenda tuviera un nombre.

—Savi —dijo Harman—. Savi es su nombre.

Marina llegó con dos servidores que traían jarras de vino caliente especiado y una bandeja de quesos y pan. El incómodo silencio fue interrumpido con charlas intrascendentes mientras comían y bebían.

—Faxearemos hasta allí por la mañana —les dijo Harman a Hannah y Ada—. Al valle seco. Puede que quede alguna pista.

Hannah sostenía su jarra humeante con ambas manos.

—No veo cómo. Ese Hombre Ardiente fue, como ha dicho Daeman, hace más de dieciocho meses.

—¿Cuándo es el siguiente? —preguntó Ada. Nunca asistía a aquellas ceremonias de la era de la demencia.

Fue Harman quien contestó:

—Eso nunca se sabe. El Cabal del Hombre Ardiente fija la fecha y la notifica a la gente sólo días antes del acontecimiento. A veces se celebran con meses de intervalo. A veces con una docena de años. El del valle seco fue el último. Si has ido a alguno de los tres anteriores, te invitan. Yo no fui porque estaba caminando por la Brecha Atlántica.

—Quiero ir con vosotros a buscar a esa mujer —dijo Daeman.

Los demás, incluida su madre, lo miraron con sorpresa.

—¿Te sientes preparado? —preguntó Ada.

El ignoró la pregunta.

—Me necesitaréis para identificar a la mujer si la encontráis. A esa… Savi.

—Muy bien —dijo Harman—. Agradecemos su ayuda.

—Pero faxearemos por la mañana —dijo Daeman—. No esta noche. Estoy cansado.

—Por supuesto —dijo Ada. Miró a Hannah y Harman—. ¿Faxeamos de vuelta a Ardis?

—Tonterías —dijo Marina—. Seréis nuestros invitados esta noche. Tenemos cómodos domis para invitados en el nivel superior. —Captó la sutil mirada de Ada en dirección a Daeman—. Mi hijo ha estado muy cansado desde el… accidente. Puede que duerma diez horas o más. Si os quedáis como invitados, podréis marcharos juntos cuando se despierte. Después de desayunar.

—Por supuesto —repitió Ada. Había siete horas de diferencia entre Cráter París y Ardis (todavía no era la hora de la cena allá en Ardis Hall), pero como todos los viajeros de fax, estaban acostumbrados a adaptarse a los horarios locales,

—Os mostraremos vuestras habitaciones —dijo Marina, guiándolos mientras los servidores gemelos flotaban a su lado.

Las «habitaciones» eran en realidad pequeños domis, sofisticadas suites situadas un nivel por encima del habitáculo de Marina y Daeman y a las que se llegaba por medio de una amplia escalera de caracol. Hannah aprobó la suya pero luego salió a explorar por su cuenta Cráter París. Harman dio las buenas noches y desapareció en su domi. Ada cerró la puerta, inspeccionó los interesantes tapices, disfrutó de la vista del cráter desde el balcón (la lluvia había cesado y la luna y los anillos eran visibles entre las nubes dispersas) y luego entró y ordenó una cena ligera a los servidores. Después se dio un baño y se relajó en el agua cálida y perfumada durante media hora o más, sintiendo cómo el dolor de la tensión abandonaba sus músculos.

Había conocido a Harman hacía apenas doce días, pero parecía que hiciera mucho más tiempo. El hombre y sus intereses la fascinaban. Ada había acudido a una fiesta del solsticio de verano en la mansión de un amigo cerca de las ruinas de Singapur, no porque le gustaran las fiestas (tendía a evitar faxear y acudir a las fiestas cuando podía, y viajaba solamente a las casas de viejos amigos cuando se celebraban reuniones pequeñas), sino porque su joven amiga Hannah iba a ir y la había instado a que asistiera. La fiesta del solsticio fue divertida, a su modo, y mucha de la gente era interesante, ya que su amigo acababa de celebrar su cuarto Veinte (Ada siempre había disfrutado de la compañía de personas mayores que ella). Entonces conoció a Harman, con quien tropezó cuando salía de la biblioteca de la casa. El hombre era callado, incluso reticente, pero Ada entabló conversación con él usando algunas de las tácticas que sus amigos más listos habían usado con ella para conseguir que hablara más.

Ada no sabía qué pensar del truco que Harman había empleado para aprender a leer sin una función (no había confesado su habilidad hasta otra reunión en casa de otro amigo seis días antes de la reunión en Ardis Hall), pero cuanto más pensaba Ada en ello, más sorprendida estaba. Ada siempre se había considerado bien educada: se sabía todas las canciones y leyendas habituales, había memorizado las Once Familias y a todos sus miembros, conocía muchos de los fax-nódulos de memoria, pero la amplitud de conocimientos y la curiosidad literaria de Harman la dejaba sin habla.

El mapa que había colocado delante de Daeman (tan poco apreciado por la curiosa y aventurera Hannah) seguía sorprendiendo a Ada. Nunca se había topado con el concepto de «mapa» antes de que Harman le mostrara los diagramas hacía menos de una semana. Fue Harman quien le explicó que el mundo era una esfera. ¿Cuántos de los amigos de Ada sabían eso? ¿Cuántos de ellos se habían preguntado siquiera por la forma del mundo en el que vivían? ¿De qué servía aquel arcano fragmento de conocimiento? El «mundo» era tu hogar y usabas la red de faxes para ver a tus amigos y sus hogares. ¿Quién pensaba jamás en la forma de la estructura física que se extendía más allá de la red de faxes? ¿Y por qué iban a hacerlo?

Ada supo ya aquel primer fin de semana con Harman que el interés del hombre por los posthumanos que habían partido hacía tanto tiempo bordeaba la obsesión. No, se corrigió Ada, recostada en la cálida bañera y moviendo burbujas de sus pechos a su garganta con sus largos y pálidos dedos, es una verdadera obsesión para Harman. No puede dejar de pensar en los posthumanos: dónde están, por qué se marcharon. ¿Con que sentido?

Ada no sabía la respuesta, naturalmente, pero había llegado a compartir la apasionada curiosidad de Harman, abordándola como un juego, una aventura. Y él seguía haciendo preguntas que hacían que cualquier otro de los amigos de Ada simplemente se riera: ¿Por qué hay sólo un millón de humanos? ¿Por qué eligieron los posts ese número? ¿Por qué nunca uno más, ni uno menos? ¿Y por qué cien años asignados a cada uno de nosotros? ¿Por qué nos salvan incluso de nuestra propia estupidez para que podamos vivir cien años?

Las preguntas eran tan simples y tan profundas que resultaban embarazosas: era como oír a un adulto preguntar por qué tenemos ombligo.

Pero Ada se había unido a la búsqueda de una máquina voladora, quizá de una nave espacial para poder viajar hasta los anillos y hablar con los posthumanos en persona, y ahora a esta leyenda de la Judía Errante, y cada día que pasaba traía más excitación.

Como Daeman siendo devorado por un alosaurio.

Ada se ruborizó, vio cómo su pálida piel se arrebolaba hasta la línea del agua y las burbujas. Aquello había sido terriblemente embarazoso. Ninguno de los otros invitados recordaba que hubiera sucedido nunca algo similar ¿Por qué no habían ofrecido los voynix una protección mejor?

¿Qué son exactamente los voynix?, le había preguntado Harman doce días antes en el complejo de la casa del árbol, cerca de Singapur. ¿De dónde vienen? ¿Los construyeron los humanos de la Edad Perdida? ¿Son un producto de la demencia rubicón? ¿Los crearon los posts? ¿O son ajenos a este mundo y tiempo y están aquí por sus propios motivos?

Ada recordó su incómoda risa aquella tarde mientras estaban sentados en la terraza, el champán en la mano, cuando él hizo aquella pregunta tan absurda, tan serio. Pero ella no había podido responderla entonces, ni sus amigos en los días siguientes, aunque su risa fue más nerviosa aún que la suya propia, y ahora Ada, después de toda una vida de ver voynix cada día, los miraba con una curiosidad cercana a la alarma. Hannah había empezado a reaccionar de la misma forma.

¿Qué sois?, se había preguntado esa noche cuando salieron de su birlocho en Cráter París y dejaron allí al voynix, aparentemente sin ojos, el caparazón oxidado y la capucha correosa mojada por la lluvia, sus hojas asesinas retractadas pero sus manipuladores acolchados extendidos y enroscados, todavía sujetando las guías de su carruaje.

Ada salió del baño, se secó, se puso una fina bata y les dijo a los servidores que la dejaran. Salieron a través de una de sus membranas de pared osmóticas. Ada se asomó al balcón.

La habitación y el balcón de Harman estaban a la derecha de los suyos, pero la intimidad de los porches quedaba asegurada por un estrecho entramado de pantallas de fibra de bambú que se extendía tres palmos más allá de la barandilla del porche. Ada se acercó a la partición, se quedó en la barandilla un instante, contempló el ojo rojo del cráter de abajo, alzó la mirada hacia el cielo despejado con sus estrellas y anillos móviles, y entonces pasó la pierna por la barandilla sintiendo el suave y mojado bambú contra la carne del interior de su muslo un segundo antes de sacar el pie, descalzo, y palpar el camino a lo largo del fino borde de la división.

Durante un segundo quedó unida al porche solamente por la presión de los dedos de sus manos y sus pies, palpando a ciegas alrededor de la partición del otro lado para encontrar el saliente paralelo, sintiendo la gravedad tirar de ella hacia el vacío. ¿Cómo sería caer hacia este magma ardiente, saber que estaría muerta al cabo de unos segundos de caída libre terribles? Nunca lo sabría. Si se soltaba ahora, si sus pies descalzos y sus dedos resbalaban, nunca recordaría los siguientes segundos y, minutos después, despertaría en los tanques de la fermería. Los posthumanos no concedían a los humanos recuerdos de sus propias muertes.

Ada apretó los pechos contra el borde de la partición, luchó por recuperar el equilibrio y pasó la pierna izquierda hasta que su pie descalzo encontró el estrecho borde de bambú que corría hasta el porche de Harman. No se atrevió a mirar para ver si Harman estaba fuera, en el balcón, o en la puerta de cristal: toda su atención estaba concentrada en impedir que sus pies resbalaran, que sus pies no se deslizaran por el mojado y resbaladizo tribambú.

Llegó al porche y lo rebasó, aferrándose a la barandilla con tanta fuerza que los brazos le temblaron. Al sentir que su fuerza menguaba en un arrebato postadrenalínico de debilidad, pasó rápidamente la pierna izquierda, sintiendo que la bata se le abría, y se arañó el interior del muslo con una junta de la barandilla.

Harman estaba sentado con las piernas cruzadas en un diván de cojines blancos, mirándola. Su balcón estaba iluminado por una vela única protegida por un cristal.

—Podrías haberme ayudado —-susurró ella, sin saber por qué lo decía ni por qué susurraba. Vio que Harman tampoco llevaba otra cosa que una fina bata de seda, atada flojamente.

Él sonrió y negó con la cabeza.

—-Lo estabas haciendo bien. Pero, ¿por qué no dar la vuelta y llamar?

Ada tomó aire y, por respuesta, aflojó el cinturón de su bata y la dejó abierta. El aire que llegaba de las alturas del cráter era frío, pero con corrientes de aire más cálido imbuidos en la brisa mientras ella acariciaba la parte inferior de su vientre.

Harman se levantó, se acercó a ella, la miró a los ojos y le cerró la bata, atándosela sin apenas rozarla con los dedos.

—Me siento honrado —dijo, también susurrando ahora—. Pero todavía no, Ada. Todavía no.

La tomó de la mano y la acercó al diván.

Cuando los dos estuvieron tumbados lado a lado, Ada parpadeando sorprendida y sonrojada por algo parecido a la humillación (aunque no estaba segura de si era por el rechazo o por su propio atrevimiento), Harman rebuscó tras el sillón y sacó dos paños turín de color crema. Dobló cada uno para que los microcircuitos bordados estuvieran adecuadamente en posición.

—Yo no… —empezó a decir Ada.

—Lo sé. Pero sólo por esta vez. Creo que algo importante está a punto de ocurrir. Vamos a compartirlo.

Ella se tumbó en los suaves cojines y dejó que Harman ajustara el turín en sus ojos. Notó que él se acostaba junto a ella, la mano derecha suavemente posada sobre su mano izquierda.

Imágenes y sonidos y sensaciones fluyeron.