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Conamara Caos Central

Contando a Mahnmut, había cinco moravecs galileanos en la cámara de reuniones presurizada en lo alto de la placazona. La criatura mecánica europana le resultaba familiar (el integrador primero Asteague/Che, con base en Pwyll), pero los otros tres le resultaban más extraños que los krakens al provinciano Mahnmut. El moravec ganimediano era alto, elegante como todos los ganimedianos, atávicamente humanoide, envuelto en negro buckycarbono y mirando con ojos de mosca; el calistano era de un tamaño y un diseño más parecidos a los de Mahnmut: de un metro de altura, sólo vagamente humanoide, con sintepiel e incluso un poco de carne real bajo la clara cobertura de polimido, y sólo treinta o cuarenta kilogramos de masa; la criatura ioniana era… impresionante. Un moravec de uso pesado y antiguo diseño, construido para soportar toros de plasma y géiseres de sulfuro, la entidad con base en Io medía al menos tres metros de altura y seis de longitud, y tenía la forma de un cangrejo de herradura terrestre: blindado, con un desordenado montón de apéndices morfeables, impulsores, lentes, flagelos, antenas, sensores de amplio espectro y facilitadores. Estaba obviamente acostumbrado al duro vacío: su superficie estaba erosionada y arañada, vuelta a pulir y reparada tantas veces que parecía tan llena de agujeros como la propia Io. Aquí, en la sala de reuniones presurizada, usaba potentes repulsores de fuente para no taladrar el suelo. Mahnmut se mantenía a distancia del ioniano, frente a él en la placa de comunión.

Ninguno de los demás se presentó, ni a través de infrarrojos ni por tensorrayo, así que Mahnmut hizo lo mismo. Se conectó a los umbilicales nutrientes en su hueco de la placa, y esperó.

Por mucho que le gustara respirar cuando podía permitirse el lujo de hacerlo, a Mahnmut le sorprendió que la sala estuviera presurizada a 700 milibares sobre todo, estando allí el ganimedano y el ioniano, que no respiraban. Entonces Asteague/Che empezó a comunicarse a través de micromodulación de ondas de presión de la atmósfera (en inglés de la Edad Perdida, nada menos) y Mahnmut advirtió que la sala estaba presurizada por cuestiones de intimidad, no de comodidad. El habla-sónica era la forma de comunicación más segura del sistema galileano, e incluso el blindado obrero durovac de Io había sido retroequipado para acomodarse a ello.

—Quiero daros las gracias a todos por dejar vuestros deberes para venir aquí hoy —empezó a decir el de Pwyll, el integrador primero—, sobre todo a los que habéis viajado desde fuera de este mundo para estar presentes. Yo soy Asteague/Che. Bienvenidos, Koros III de Ganímedes, Ri Po de Calisto, Mahnmut de la investigación del polo sur, aquí, en Europa, y Orphu de Io.

Mahnmut giró sorprendido e inmediatamente abrió un canal.

¿Orphu de Io? ¿Eres entonces mi viejo interlocutor shakespeariano, Orphu de Io?

En efecto, Mahnmut. Es un placer conocerte en persona, amigo mío.

¡Qué extraño!; ¿Cuáles eran las probabilidades de que nos encontráramos de esta manera, en persona, Orphu?

No tan extraño, amigo mío. Cuando me enteré de que ibas a ser invitado a esta expedición suicida, insistí en ser incluido.

¿Expedición suicida?

—… después de más de cincuenta años jupiterinos sin contacto con los posthumanos —estaba diciendo Asteague/Che—, unos seiscientos años terrestres, hemos perdido la pista de lo que están haciendo los pH. Es hora de enviar una expedición sistema adentro, hacia el fuego del campamento, y averiguar cuál es el estatus de estas criaturas y calibrar si son una amenaza directa e inmediata para los galileanos. —Asteague/Che hizo una breve pausa—. Tenemos motivos para sospechar que lo son.

La pared situada tras el integrador europano era transparente, por ella se veía la masa de Júpiter sobre los campos helados iluminados por las estrellas. Se volvió opaca y entonces mostró las diversas lunas y mundos moviéndose en su danza fija alrededor del lejano sol. La imagen se centró en el sistema Tierra-Luna-anillos.

—Durante los últimos quinientos años ha habido cada vez menos actividad en los espectros de frecuencia modulada, gavitrones y neutrinos en los anillos de habitáculos polares y ecuatoriales de los posthumanos —dijo Asteague/Che—. Durante el último siglo, ninguna. En la Tierra misma, sólo hay rastros residuales… posiblemente debidos a actividad robótica.

—¿Existe todavía el grupito de humanos originales? —preguntó Ri Po, el pequeño calistano.

—No lo sabemos —respondió Asteague/Che. El integrador pasó la mano por el teclado y una imagen de la Tierra llenó la ventana, Mahnmut sintió que se le paraba la respiración. Dos tercios del planeta estaban iluminados por el Sol. Mares azules y unos cuantos rastros de continentes marrones eran visibles bajo las masas móviles de nubes blancas. Mahnmut nunca había visto la Tierra, y la intensidad del color le resultó casi abrumadora.

—¿Es una imagen en tiempo real? —preguntó Koros III.

—Sí. El Consorcio de las Cinco Lunas ha construido un pequeño telescopio óptico de espacio profundo justo en la parte frontal exterior del magnetodisco jupiterino. Ri Po estuvo implicado en el proyecto.

—-Pido disculpas por la baja de resolución —dijo el calistano—. Ha pasado más de un año jupiterino desde que nos dedicamos a la astronomía de luz visible. Y este proyecto fue apresurado.

—¿Hay rastros de los originales? —dijo Orphu de Io. Los descendientes de tu Shakespeare, por tensorrayo a Mahnmut.

—No se sabe —contestó Asteague/Che—. La mayor resolución es inferior a dos kilómetros y no hemos visto ningún signo de vida humana-original ni de artefactos, aparte de ruinas previamente localizadas. Hay un poco de faxactividad de neutrinos, pero puede ser automática o residual. En realidad, los humanos no nos preocupan ahora. Los post-humanos sí.

¿Mi Shakespeare? ¡Querrás decir nuestro Shakespeare!, tensorrayó Mahnmut al gran ioniano.

Lo siento, Mahnmut. Por mucho que me gusten los sonetos (incluso las obras teatrales de tu bardo) mi preferido es Proust.

¡Proust! ¡Ese esteta! ¡Estás bromeando!

En absoluto. En el espectro subsónico del tensorrayo se produjo un estertor que Mahnmut interpretó como la risa del ioniano.

El integrador abrió imágenes de algunos de los millones de habitáculos orbitales moviéndose en su danza de anillos alrededor de la Tierra. Muchos eran blancos, otros plateados. Por brillantes que parecieran en la pesada luz, tan cerca del Sol, también parecían extrañamente fríos. Y vacíos.

—No hay lanzaderas. No hay evidencias de faxeo de neutrinos anillos-a-Tierra. Y el puente-convoy de materiales pesados acelerando entre los anillos y Marte (observado en fecha tan reciente como hace veinte años jupiterinos, doscientos cuarenta y tantos años anillo Tierra/pH) ha desaparecido.

—¿Crees que los posthumanos han desaparecido? —preguntó Koros III—. ¿Que habrán muerto? ¿O emigrado?

—Sabemos que hubo un cambio en su uso de energía, cronoclástico, cuántico y gravitacional —dijo el integrador. La unidad era más alta y un poco más humanoide que Mahnmut, cubierta de brillantes materiales amarillos. Su voz era suave, calmada, cuidadosamente modulada—. Nuestro interés se centra en Marte.

La imagen del cuarto planeta llenó la ventana.

El interés que Mahnmut sentía por Marte era marginal en el mejor de los casos, y las imágenes que tenía del planeta eran de la Edad Perdida. Este mundo no se parecía a las fotos y holos de aquella época.

En vez de un mundo rojo oxidado, la imagen reciente de Marte revelaba un mar azul que cubría la mayor parte del hemisferio norte, el río del Valle Marineris era una cinta azul de muchos kilómetros de ancho que conectaba con ese océano. Gran parte del hemisferio sur seguía siendo marrón rojizo, pero había también grandes manchas de verde. Los Montes Tharsis, en realidad volcanes, seguían del suroeste al noreste en oscura procesión (uno con una visible columna de humo), pero el Monte Olympus se alzaba ahora a unos veinte kilómetros de una enorme bahía que trazaba un arco en el océano norteño. Nubes blancas se amontonaban y agrupaban en la mitad iluminada de la imagen y brillantes luces resplandecían cerca de la Llanura de Hellas más allá del borde oscuro del exterminador. Mahnmut vio un huracán girando al norte de la costa de la Planicie Chryse.

—Lo terraformaron —dijo Mahnmut en voz alta—. Los posts terraformaron Marte.

—¿Cuándo? —preguntó Orphu de Io. De todos modos, ninguno de los galileanos sentía particular interés por Marte, ni por ninguno de los Mundos Interiores, (a excepción de por su literatura), así que aquello podía haber sucedido en cualquier momento de los dos mil quinientos años terrestres transcurridos desde la ruptura entre los moravecs y la humanidad.

—En los últimos doscientos años —dijo Asteague/Che— Tal vez en el último siglo y medio.

—Imposible —Koros III fue rotando— Marte nunca podría ser terraformado en tan poco tiempo.

—Sí, imposible —convino Asteague/Che—. Pero ahí está.

—Entonces los post emigraron allí —dijo Orphu de Io.

Respondió el pequeño Ri Po:

—Creemos que no. La resolución de nuestras observaciones de Marte ha sido un poco mejor que la de la Tierra. Por ejemplo, a lo largo de las costas…

La pantalla mostró una zona a lo largo de una península serpenteante al norte de donde los anchos ríos del Valle Marineris (más bien un largo mar interior, en realidad) desembocaban en una bahía, atravesaban un istmo, y luego se vaciaban en el océano del norte. La imagen se centró. Donde la tierra se encontraba con el mar (a trozos montañas desiertas de color rojo y en el resto llanuras verdes y pobladas de bosques), diminutas manchas negras seguían la línea de la costa. La imagen se centró una vez más.

—¿Son… esculturas? —preguntó Mahnmut.

—Cabezas de piedra, creemos —dijo Ri Po. La imagen cambió: la silueta de una de las imágenes difusas sugería un ceño, una nariz, una barbilla atrevida.

—Esto es ridículo —dijo Koros III—. Tendría que haber millones de estas cabezas de la isla de Pascua para cubrir toda la costa del océano norte.

—Contamos cuatro millones, doscientas tres mil quinientas nueve —dijo Asteague/Che—. Pero su construcción no está terminada. Tened en cuenta que esta foto fue tomada hace unos meses, durante la aproximación más cercana de Marte.

De una miríada de diminutas formas difusas surgió lo que podía ser una gran cabeza de piedra sobre ruedas. La cara pétrea miraba hacia el cielo, sus ojos sombríos contemplaban directamente el telescopio espacial. Las diminutas figuras parecían sujetas a la cabeza por múltiples cables que tiraban de ella, pensó Mahnmut, como los esclavos egipcios que tiraran de los bloques de una pirámide.

—¿Trabajadores humanos? —preguntó Orphu—. ¿O robots?

—Creemos que ni una cosa ni otra —dijo Ri Po—. El tamaño no encaja. Y fijaos en el color de las figuras en las bandas de análisis espectral.

—¿Verde? —dijo Mahnmut. Le gustaban los rompecabezas literarios, no los reales—. ¿Robots verdes?

—O una especie de pequeños humanoides verdes hasta ahora desconocidos —dijo con seriedad Asteague/Che.

Orphu de Io se estremeció con una risa subsónica.

—HV —dijo en voz alta.

[?], envió Mahnmut.

Hombrecillos verdes, transmitió Orphu de Io por la banda común, y se estremeció otra vez.

—¿Por qué hemos sido convocados? —le preguntó Mahnmut a Asteague/Che—. ¿Qué tiene que ver con nosotros esta terraformación?

El integrador devolvió la transparencia a la ventana. Las franjas de Júpiter y las llanuras de hielo de Europa a la luz de la tarde parecían apagadas y mudas después de todos los vibrantes azules y blancos del interior del sistema.

—Vamos a enviar un equipo a Marte para investigar esto e informar —dijo Asteague/Che—. Habéis sido elegidos. Podéis decir que no ahora. —Los cuatro permanecieron en silencio en todas las frecuencias de comunicación—. He dicho «informar» —continuó el integrador—, pero no necesariamente «volver». No tenemos ningún modo seguro de haceros regresar al sistema jupiterino. Por favor, indicad si queréis ser sustituidos en esta misión. —Los cuatro permanecieron en silencio—. Muy bien —dijo el integrador europano—. Descargaréis los detalles específicos sobre la expedición dentro de unos minutos, pero dejadme comentar los puntos principales. Usaremos el sumergible de Mahnmut para la exploración del planeta. Ri Po y Orphu cartografiarán desde la órbita mientras Mahnmut y Koros III van a la superficie. Nos interesa especialmente la actividad en y alrededor del Monte Olympus, el volcán más grande. La actividad de cambios cuánticos en esa zona ha sido grande e inexplicable. Mahnmut llevará a Koros III a la costa, y nuestro amigo de Ganímedes hará la exploración.

Mahnmut sabía por sus archivos y lecturas que los humanos de la Edad Perdida indicaban que querían interrumpir aclarándose la garganta. Hizo amago de aclararse la suya.

—Tienes que perdonar mi estupidez, pero ¿cómo llevamos a La Dama Oscura (mi sumergible) a Marte?

—No es ninguna pregunta estúpida —dijo el integrador—. ¿Orphu de Io?

El gigantesco cangrejo blindado giró sobre sus repulsores de modo que diversas lentes negras miraron a Mahnmut.

—Han pasado siglos desde que enviamos algo sistema adentro. Todo lo que enviáramos a la antigua usanza necesitaría medio año jupiterino para llegar. Hemos decidido usar las tijeras.

Ri Po se agitó en su hueco de la placa.

—Creía que las tijeras iban a utilizarse sólo para exploración interestelar.

—El Consorcio de las Cinco Lunas ha decidido que esto tiene prioridad —dijo Orphu de Io.

—Supongo que se usará algún tipo de nave espacial —intervino Koros III—. ¿O vais a lanzarnos uno tras otro, desnudos, como pollos disparados por un trebuchet?

El rumor subsónico de Orphu sacudió la placa. Obviamente le había gustado la comparación de Koros.

Mahnmut tuvo que acceder a la red común. Un trebuchet era un arma de asedio humana de la Edad Perdida, de los días anteriores a sus civilizaciones de Nivel Dos (prevapor), mecánica pero mucho más potente que una mera catapulta, capaz de lanzar grandes pedruscos a más de un kilómetro.

—Hay una nave espacial —dijo Asteague/Che—. Ha sido diseñada para llegar a Marte en unos cuantos días y configurada para que quepa en ella el sumergible de Mahnmut. La nave tiene un sub-sistema de entrada atmosférico para el sumergible de Mahnmut… La Dama Oscura.

—Llegar a Marte en unos cuantos días —repitió Ri Po—. ¿Cuáles son los factores delta-v para dejar el tubo de flujo de Io?

—Poco menos de tres mil gravedades —dijo el integrador—. Ges terrestres.

Mahnmut, que nunca había experimentado una carga gravitatoria más grande que la de Europa (una séptima parte de la g-terrestre), intentó imaginar veintiuna mil de tales ges. No pudo.

—Durante la aceleración, la nave, incluida La Dama Oscura, estará envuelta en gel —dijo Orphu de Io—. Estaremos tan cómodos como chips de circuitos en un molde de gelatina.

Estaba claro que Orphu había participado en la planificación de la nave y Ri Po en la observación de los dos mundos. Koros III probablemente había sido advertido de antemano sobre su papel al mando de la expedición. A Mahnmut le pareció que solamente a él lo habían dejado fuera de los preparativos de la misión, probablemente porque su función (dirigir La Dama Oscura a través de los mares marcianos) era poco importante. Tal vez, se dijo, debiera abandonar aquella expedición, después de todo.

¿Proust? tensorrayó al gran ioniano.

Lástima que no vayamos a la tierra, amigo mío. Podríamos visitar Stratford-on-Avon. Y comprar una jarrita de recuerdo.

Era una vieja broma entre ellos, pero en el contexto actual volvía a tener gracia. Mahnmut tensorrayó una decente imitación de la pesada risa de Orphu y el gran artefacto se agitó tan pesadamente en respuesta que los otros cuatro pudieron oírlo a través del denso aire.

Ri Po no se reía. Obviamente, estaba calculando.

—El impulso de una tijera nos daría una velocidad inicial de unas dos décimas partes de la velocidad de la luz, e incluso después de una drástica deceleración magnética sistema adentro, tendremos una velocidad de acercamiento de una milésima de la velocidad de la luz… más de trescientos kilómetros por segundo. Llegaremos a Marte con bastante rapidez, aunque esté al otro lado del Sol, como ahora. ¿Pero ha pensado alguien en cómo vamos a frenar una vez lleguemos allí?

—Sí —dijo Orphu de Io, dejando de sacudirse—. Hemos pensado en eso.

Incluso después de treinta años jupiterinos de existencia, Mahnmut no tenía a nadie de quien despedirse en Europa. Su compañero de exploración, Urtzweil, había sido destruido en un accidente cerca del Cráter Pwyll dieciocho años-J antes, y Mahnmut no había intimado con ninguna otra entidad consciente desde entonces.

Dieciséis horas después de la conferencia, Conamara Caos Central ordenó a los esforzados remolcadores orbitales que sacaran a La Dama Oscura de una ruta abierta y la pusieran en órbita, donde moravecs de durovac, supervisados por Orphu de Io, introdujeron el sumergible en el Martefacto y dejaron que los viejos remolcadores de inducción lunares llevaran éste hasta Io. Mahnmut y los otros tres moravecs de la expedición habían discutido brevemente el nombre que iban a darle al aparato, pero la imaginación les falló, el impulso les faltó y, como la mayoría de las naves espaciales construidas por los moravecs en los miles de años transcurridos desde que comenzara la navegación espacial, la nave era poco elegante según los clientes clásicos, al menos. Tenía ciento quince metros de eslora y estaba compuesta principalmente por vigas de buckycarbono, con un arrugado tejido de escudo de radiaciones envolviendo los nichos modulares, sondas olfateadoras semiautónomas, docenas de antenas, sensores y cables. La nave era claramente distinta a las máquinas del sistema jupiterino, sobre todo por su brillante núcleo bipolar magnético y sus vistosos deflectores externos. Dentro de su morro abultado había cuatro campanas de motor de fusión y los cinco cuernos del achicador Matloff/Fennelly. Una protuberancia de diez metros de ancho en la popa sujetaba la vela de boro plegada. Ni el achicador ni la vela harían falta hasta la deceleración del viaje y los motores de fusión no tenían nada que hacer en la fase de aceleración de la misión.

Mahnmut se quedó dentro de La Dama Oscura (ahora repleta de gel), mientras que Koros III y Ri Po se situaron a sesenta metros de distancia, en el módulo de control delantero que consideraban el puente. El plan era que Ri Po se encargara de pilotar durante su breve salto hacia dentro, mientras que Koros III servía como comandante titular de la expedición. El plan también requería que el ganimediano se trasladara al sumergible de Mahnmut poco antes de que La Dama Oscura, vaciada de gel, fuera lanzada a la atmósfera marciana. Una vez en los océanos de Marte, Mahnmut actuaría como taxista, llevando a Koros III al punto de desembarco que el comandante ganimediano escogiera para su acción de espionaje. Koros había descargado varios detalles de la misión que no concernían a Mahnmut.

Orphu de Io se había instalado en su hueco en el casco exterior de la nave, detrás de los diez toros solenides y delante de los puntales de las velas, y estaba conectado al puente y el sumergible por todo tipo de imaginables enlaces de voz, datos y comunicación. La mayor parte de su conversación no técnica la mantenía con Mahnmut.

Sigo interesadísimo en tu teoría de la construcción dramática de los sonetos, amigo mío. Espero que vivamos lo suficiente para que analices más el ciclo.

¡Pero Proust!, respondió Mahnmut. ¿Por qué Proust cuando puedes pasarte toda la existencia estudiando a Shakespeare?

Proust fue tal vez el explorador definitivo del tiempo, la memoria y la percepción, replicó Orphu.

Mahnmut hizo un sonido de estática.

El magullado ioniano emitió su sacudida a través de la línea de audio.

Espero convencerte de que ambos pueden ser disfrutados y de ambos puede aprenderse, Mahnmut, amigo mío.

El mensaje de Koros III llegó por la línea común: Quizá queráis aumentar la anchura de banda de las líneas visuales. Nos acercamos al toro de plasma de Io.

Mahnmut abrió todos los enlaces visuales tal como se le pedía. Prefería ver los acontecimientos externos a través de las lentes de Orphu de Io, pero en aquel momento las vistas más interesantes estaban en las cámaras de proa de la nave, y no necesariamente en los espectros de luz visible.

Aceleraron hacia la gran superficie a parches amarillos y rojos de Io, llegando a la luna desde debajo del plano de la elíptica y preparados para pasar por encima de su polo norte justo antes de volar hacia el tubo de flujo Io-Júpiter.

Durante el breve viaje desde Europa, Orphu y Ri Po habían descargado la información pertinente sobre aquella región del espacio de Júpiter. Criatura de Europa, Mahnmut siempre se había concentrado principalmente en el sonar y en la leve percepción visual dentro de los negros océanos de allí, pero ahora percibía la esfera magnética joviana como el lugar ruidoso y abarrotado que era. Al mirar hacia delante en las bandas de radio decamétricas, vio el toro de plasma Io-Júpiter y, en ángulo recto al toro, el tubo de flujo de Io extendiéndose como unos anchos cuernos en los polos norte y sur de Júpiter. Más allá de Júpiter y sus lunas, más allá de la magnetopausa, Mahnmut notó cómo la proa combatía las turbulencias que chocaban como grandes olas blancas en un arrecife oculto, oyó las ondas Langmuir corriente arriba cantando en la oscuridad magnética más allá de ese arrecife, y detectó las ondas acústicas iónicas chisporroteando después de su largo viaje cuesta arriba desde el Sol. El Sol mismo era poco más que una estrella muy brillante desde el espacio de Júpiter.

Ahora, mientras la nave remontaba Io y se internaba en el tubo de flujo, Mahnmut oyó el coro en modo Whistler y los siseos que la pequeña luna hacía mientras atravesaba su propio toro de plasma, comiendo su propia cola, prácticamente. Pudo ver las profundas bandas de emisiones ecuatoriales y tuvo que reducir el rugido de radio kilométrico y decamétrico que procedía del tubo de flujo mismo. Todo el espacio galileano era un horno de radiación dura y actividad electromagnética (Mahnmut había pasado toda su existencia con este rugido de fondo en sus oídos virtuales), pero pasar del toro al tubo de flujo tan cerca de Júpiter envío violentas cascadas de torturados electrones siseando alrededor de la nave como banshees que gritaran para entrar en una casa asediada. Era una experiencia nueva y a Mahnmut le pareció un poco enervante.

Cuando estuvieron dentro del tubo de flujo, Koros gritó: «¡Aguantad!», antes de que los canales de sonido quedaran ahogados por el rugido del huracán.

El toro de plasma de Io era un gigantesco donut de partículas cargadas que se sacudían dentro de la cola de dióxido sulfúrico, sulfido de hidrógeno y otros gases que eran dejados atrás (y luego acumulados de nuevo) por la violenta luna que era el hogar de Orphu. Mientras Io aceleraba en su rápida órbita de 1,77 días alrededor de Júpiter, atravesando el campo magnético del gigante gaseoso y surcando su propio toro de plasma, creaba una enorme corriente eléctrica entre Júpiter y ella misma, un cilindro de doble cuerno e impulsos magnéticos increíblemente concentrados llamado el tubo de flujo de Io. El tubo conectaba los polos magnéticos sur y norte de Júpiter y creaba salvajes auroras allí, mientras que los cuernos del tubo de flujo mismo llevaban una corriente constante de unos cinco megaamperios y producían constantemente más de dos billones de vatios de energía.

El Consorcio de las Cinco Lunas había decidido hacía algunas décadas que sería una lástima despilfarrar dos billones de vatios de energía.

Mahnmut vio cómo el polo norte de Io fluctuaba bajo ellos. La materia eyectada por varios volcanes sulfúricos (sobre todo de Prometeo, al sur, cerca del ecuador de la luna), se alzaba a ciento cuarenta kilómetros de altura por encima de la magullada superficie, como si la violenta luna les estuviera disparando, intentando hacerlos volver antes de que alcanzaran el punto sin retorno.

Demasiado tarde. Ya estaban allí.

En el vídeo común de proa, las guías de navegación superpuestas de Ri Po mostraban su propia introducción en el tubo de flujo y proyectaban su alineamiento con la tijera. Júpiter se abalanzó hacia ellos, cubriendo rápidamente la visión como una muralla de muchas vetas.

Las hojas físicas de la tijera (un acelerador de ondas magnético de brazo dual, giratorio, insertado dentro del acelerador de partículas natural del tubo de flujo de Io) tenían ocho mil kilómetros de largo, sólo un fragmento de la longitud del tubo de flujo: más de medio millón de kilómetros curvos que conectaban el polo norte de Io con el polo norte de Júpiter.

Pero la tijera podía moverse. Como le había explicado a Mahnmut Orphu de Io:

—El momento angular puede ser una cosa esplendorosa, mi pequeño amigo.

La nave que albergaba el amado sumergible de Mahnmut se había aproximado a Io y el tubo de flujo (incluso después de la plena aceleración concedida por los remolcadores iónicos) a una velocidad de unos 24 kilómetros por segundo, menos de 86.000 kilómetros por hora. A esa velocidad, harían falta más de cuatro horas para atravesar la distancia del tubo de flujo entre el polo norte de Io y el de Júpiter, años-t para llegar a Marte. Pero no tenían ninguna intención de continuar a aquel paso de tortuga.

La nave entró en el chisporroteante y rugiente campo del tubo de flujo, encontró el vértice de la tijera, se alineó con la hoja superior, y entonces usó las propiedades aceleradoras del mismo tubo para lanzar el solenoide que era la nave espacial a través de los cinco kilómetros de cable del acelerador superconductor bipolar. En cuanto la nave entró en la primera puerta como una torpe pelota de croquet que atraviesa la primera de varios miles de metas, la hoja del acelerador-tijera empezó a abrirse con una velocidad angular diferencial cercana (y teóricamente incluso superior) a la velocidad de la luz. Cabalgaron un látigo ondulante en un segundo y luego pasaron a la punta del siguiente, usando tanta energía de aquellos dos billones de vatios como el acelerador-tijera podía conseguir.

La nave (y todo lo que había dentro) pasó de cero-g a casi tres mil ges en dos con seis segundos.

Júpiter se alzó ante ellos, pasó y quedó atrás en un parpadeo. Mahnmut redujo todos sus monitores para poder apreciar su partida.

—¡Yaaajuuuuu! —gritó Orphu desde el casco externo.

La nave y el sumergible se tensaron, crujieron, gruñeron y gimieron por la fuerza-g, pero estaban hechos de materia dura (La Dama Oscura misma había sido construida para soportar varios millones de kilogramos de presión por centímetro cuadrado en los mares profundos de Europa), igual que aquellos moravecs.

—¡La leche! —dijo Mahnmut, con intención de enviar el comentario sólo a Orphu de Io, pero emitiendo a sus tres colegas.

—En efecto —respondió Ri Po.

Las tórridas luces polares de Júpiter (el brillante óvalo auroral que rodeaba el polo norte del gigante gaseoso, acompañado por la ardiente huella de Io donde el tubo de flujo se encontraba con la atmósfera) destellaron bajo ellos y desaparecieron a popa.

Ganímedes, que segundos antes se encontraba a un millón de kilómetros al otro lado del sistema, se abalanzó hacia ellos, quedó atrás y se perdió de vista.

—Uruk Sulcus —dijo Koros III por la banda común, y por un momento Mahnmut pensó que el moravec-comandante se estaba atragantando o maldecía antes de captar el matiz levemente sentimental de su voz por lo demás fría, y entonces se dio cuenta de que Koros debía de estar refiriéndose a alguna región de Ganímedes (una bola de nieve sucia y apenas entrevista que quedaba atrás), que debía ser su hogar.

La diminuta luna de Himalia, que ninguno de ellos había visitado (ni les importaba) pasó agitándose como una luciérnaga con las alas ardiendo.

—Hemos atravesado el frente de choque principal —informó Ri Po con su acento sin inflexiones de Calisto—. Salimos de la charca local por primera vez… al menos este moravec.

Mahnmut miró sus pantallas. Según los indicadores de Ri Po estaban ya a cincuenta y tres diámetros de Júpiter y seguían acelerando. Mahnmut tuvo que consultar bancos de memoria desacostumbrados y ver que Júpiter tenía un diámetro de casi 142.000 kilómetros antes de comprender su velocidad. La nave trazaba un arco sobre el plano de la elíptica, pero Mahnmut recordó vagamente que el plano era para que la gravedad del Sol los capturara de nuevo y los hiciera caer hacia Marte, que estaba al otro lado del Sol en este momento. En cualquier caso, pilotar no era asunto suyo. Su trabajo empezaría cuando desembarcaran en el océano de Marte, y navegar allí parecía bastante sencillo: rica luz solar, temperaturas cálidas, aguas poco profundas sin presión de importancia, estrellas por las que guiarse de noche, satélites geoposicionarios que pondrían en órbita para poder navegar durante el día, casi ninguna radiación en comparación con la superficie de Europa. ¡Nada de krakens! Nada de hielo. ¡Nada de hielo! Todo parecía demasiado natural, si los posthumanos eran hostiles, había bastantes posibilidades de que los moravecs no sobrevivieran al viaje a Marte ni a la entrada en la atmósfera, y aunque lo hicieran, había todavía más probabilidades de que nunca pudieran regresar a sus hogares en el espacio de Júpiter. Pero Mahnmut no podía hacer nada al respecto ahora. Sus pensamientos empezaron a centrarse en el Soneto 127.

—¿Estáis todos bien? —preguntó Koros III.

Todos informaron que estaban bien. Hacía falta algo más que unos cuantos millares de gravedades sobre sus respectivos pechos para acabar con aquella tripulación. La moral era alta.

RI Po empezó a informar acerca de otros hechos de navegación y espaciales, pero Mahnmut ya no prestaba atención. Estaba atrapado en el campo de gravedad del Soneto 127, el primero de los dedicados a la «Dama Oscura».