23
No reconocí a los policías de guardia en la puerta de la unidad de cuidados intensivos. Los dos jóvenes parecían muy novatos. Los payasos de Phatudi debían tener el turno de día, pero estos chicos no parecían mejores. Me observaron con las armas en las pistoleras hasta que les tuve delante. Entonces uno se levantó.
—No se puede entrar.
Tenía los ojos inyectados en sangre por la falta de sueño.
—Mi nombre está en la lista.
—¿Quién es usted?
—Lemmer.
Sacó una hoja de papel doblada del bolsillo de la camisa y la abrió.
—¿Martin Fitzroy?
Maldito Phatudi.
—Sí.
—Espere aquí.
Los pasamontañas podrían haberlos matado en cuatro segundos.
Esperé. A las siete y cuarto la doctora Eleanor Taljaard salió de la habitación de Emma. Parecía cansada. Me pregunté cuándo habría dormido por última vez. Dijo que había «signos positivos».
—Todavía está en coma, pero responde mejor a los estímulos. Un ocho en la escala Glasgow.
—¿Cuánto mejorará eso sus posibilidades?
—Pregúntemelo después de que hagamos el escáner esta noche.
—¿Más o menos?
—Lemmer, es pura adivinanza.
—Ya lo sé.
—Bueno, diría que más de un cincuenta por ciento.
—Es una mejora sobre el treinta y cuatro por ciento de ayer.
—Lo es. Pero no nos entusiasmemos demasiado. Aún queda mucho trabajo por delante. Usted puede ayudar.
—¿De verdad?
—Necesita estimulación, Lemmer. Su voz es la única que ella conoce. Quiero que hable con ella.
—¿Yo? ¿Hablar con ella?
—Sí. —Con mucha paciencia—. Quiero que se siente en la silla junto a su cama y le hable.
—¿Durante cuánto tiempo?
—Todo lo posible. Tiene todo el día.
—¡Todo el día!
—Por supuesto, puede comer y beber cuando lo necesite, pero cuanto más tiempo pase hablando con ella, mejor.
—¿Qué le digo?
—Lo que quiera. Mantenga su voz nivelada y hable solo lo bastante fuerte como para que le escuche. Hable con ella.
La vida no es justa.
A Eleanor le gustó mi falta de entusiasmo.
—Vamos, Lemmer, ella no sabrá lo que le dice. Traiga un libro y léaselo. O cuéntele una película que haya visto. Cualquier cosa. Le necesita.
Parecía no tener vida. Parecía frágil, pálida y abandonada. Le habían afeitado la cabeza. Tenía vendas alrededor del cráneo y del pecho, cables conectados a su cuerpo, el tubo del suero en el brazo, monitores y máquinas haciendo suaves sonidos electrónicos a su alrededor. Su mano izquierda yacía sobre las sábanas, inerte. Quería tender la mía y tocarla.
Me senté junto a su cama. No quería mirarla. Miré a través del cristal, al otro lado. Eleanor Taljaard estaba allí mirando. Asintió. Asentí. Miré a Emma.
—Lo siento. —Pero lo dije demasiado bajo, ella no podía oírme. Me aclaré la garganta—. Emma, lo siento mucho.
Solo los aparatos electrónicos de sus funciones vitales me respondieron.
¿Qué debía decirle?
—Yo, eh, el doctor dijo que puedes oírme.
¿Todo el día? Imposible. ¿Dónde podía conseguir un libro? ¿Una revista? Una revista femenina podría ser la solución.
—Dicen que esta mañana estás un poco mejor, que hay muchas posibilidades de que te recuperes. Tú debes vasbyt…
Vasbyt. ¿Qué coño de palabra era esa? ¿Cómo podía decirle a alguien en coma que aguantase? Soy un imbécil.
—Emma, dicen que debo hablarte porque reconoces mi voz.
Dile lo que necesitas decirle.
—Fue culpa mía, Emma. Tendría que haberte creído. Fue el error que cometí. Lo siento mucho. Me creía muy listo. Creía que conocía a las personas, que te conocía. Estaba equivocado.
Ella yacía inmóvil.
—Lo solucionaré. Lo prometo. Lo solucionaré.
¿Cómo? ¿Cómo lo iba a solucionar?
—No lo sé todavía, pero lo haré.
Entonces me eché hacia atrás y me quedé callado.
Miré a través de la ventana de cristal. La doctora Taljaard se había ido. Emma y yo estábamos solos. Veía el lento movimiento de su pecho, la respiración que entraba y salía.
Reuní mis pensamientos lenta y cuidadosamente.
—Tengo que seguir hablando. Tú sabes que no se me da muy bien. La cuestión es que no sé qué otra cosa decirte. No me dieron ni tiempo para pensarlo. Espero que lo comprendas. Iré a comprar una revista dentro de un rato. Me pregunto qué leerás. Ahora hay tanto dónde elegir… Esta mañana llovió de nuevo. Nada de truenos como la otra noche, solo una lluvia suave. Ahora ya no llueve. Acabo de estar afuera. La primera vez desde que… ya no hace tanto calor.
¿Podía salir a comprar una revista?
—La doctora Eleanor Taljaard parece saber lo que hace. Tiene unos cincuenta años. Su marido también trabaja aquí. Se llama Koos. Son una pareja interesante. Él es más bajo. Parecen llevarse muy bien.
Di algo.
—Le pediré a Jeanette Louw que te devuelva tu dinero.
No hables de la herida.
¿Qué les gusta a las mujeres?
—¿Recuerdas cuando dije que soy constructor? ¿En la reserva de Wolhuter? Intentaba hacerme el listo, pero no era del todo mentira. Estoy construyendo mi propia casa. En Loxton.
Este era el tema adecuado.
—Es una casa vieja. Nadie sabe a ciencia cierta cuándo se construyó. Creo que debe tener entre noventa y cien años de antigüedad. Es la última casa a la izquierda cuando sales para ir al embalse de la ciudad. El propietario anterior era musulmán. Fue el electricista de la ciudad durante uno o dos año. La gente la bautizó como la casa de Al Qaeda. Pero no había trabajo suficiente y se marchó. Quizá no se sentía cómodo sin su gente. Ahora la llaman la casa de Lemmer. Resulta irónico porque es mi primera casa. Antes tenía un apartamento en Seapoint. Siempre había alquilado porque pasaba seis meses en Pretoria y seis en Ciudad del Cabo, cuando trabajaba para el ministro.
»En cualquier caso estoy ocupado renovando mi casa. No estaba en mal estado. Había algunas grietas en las paredes y el jardín estaba muy abandonado porque me trasladé dos años después de que el musulmán se marchara. La distribución es peculiar. Todas las viejas casas de Loxton están construidas con la cocina y el baño pegados en la parte de atrás. Cuando quieres darte un baño tienes que ir desde el dormitorio por el pasillo y atravesar la cocina. No construían duchas. No sé por qué, el agua es muy escasa en el Karoo. Antes solo construían baños.
»Ahora mismo estoy tirando abajo la pared entre el baño y la cocina. He convertido uno de los dormitorios pequeños en un baño. Un trabajo complicado; tuve que mover todas las cañerías, hacer toda la fontanería. Me llevó casi un año, lo hacía entre un trabajo y otro. Creo que el nuevo baño está muy bien. El suelo es de gres, una gran ducha, una pila y el retrete detrás de una pequeña pared que construí.
»En la cár… Antes había aprendido albañilería. Quizá debería decirte…
»Quizá más tarde. En cualquier caso, reconstruí la pared tres veces antes de que quedase bien.
»Cuando acabé el baño nuevo, comencé con la pared entre la cocina y el baño. Quiero hacer una habitación grande incluyendo el pequeño dormitorio junto a la cocina. Algo así como una gran sala de estar para comer, cocinar y estar con quien me venga a ver. No es que yo cocine… o reciba muchas visitas. Pero en Loxton la gente es distinta. Llaman a la puerta y dicen: “Venimos a tomar café”. Y se quedan charlando.
»Hay una vieja cocina de leña. Es bonita y calienta en invierno. Cuando acabe de tirar abajo las paredes, será una gran habitación con la cocina en el centro.
»Una mujer negra me está enseñando a cocinar. Se llama Agatha. Dice que la cocina de leña está a su nombre. Viene dos veces a la semana para limpiar, lavar y planchar la ropa. Luego me enseña qué hacer en el horno con las piernas de cordero y las costillas. La carne que sale de la cocina se te disuelve en la boca, su delicioso aroma llena toda la casa. Algunas veces trae a su nieto. Tiene tres años. Se llama Ryno. Dice que le pusieron el nombre de un personaje de 7de Laan, la serie de televisión en afrikáans. ¿Alguna vez la has visto? Comencé a verla con Agatha. Ella se implica un montón en la historia.
»Debo estar aburriéndote muchísimo.
»Cuando trabajaba para el gobierno nunca tenía tiempo para la televisión. Ahora tengo una antena parabólica. Al principio solo la quería para ver rugby. Pero ya sabes lo mal que está el rugby…
»La vida es muy aburrida en Loxton. Pero es lo que quiero. Es la razón por la que me fui. Pero eso es otra historia.
»Volviendo a la casa, la vieja sala de estar de delante es ahora el dormitorio, con el baño nuevo al lado. La casa tiene un porche que da a la calle. No hay más casas al otro lado. Solo el terreno público. La sabana de Karoo. Koppies. El terreno público es de diez mil hectáreas. ¿Te lo puedes creer? Algunas personas tienen ovejas en el campo. Oom Joe Van Wyk dice que tendría que comprarme algunas. Que no debo preocuparme por la matanza porque vuelve a haber un carnicero en la ciudad después de siete años. También un restaurante y un café… el Rooi Granaat. Tendrías que probar el licor de higos que hace Tannie Nita, Emma: es mejor que cualquier vino.
»También tengo el jardín en marcha. Lo regamos con el agua del canal de Loxton. Mi turno es el martes a las tres de la tarde. Cuando no estoy allí, Agatha o Antjie Barnard se encargan de desviar el agua del canal. Había un viejo peral en el jardín. Lo podé y da frutos. Planté un seto alrededor de la cerca, tres melocotoneros y un albaricoquero. Agatha me dijo que plantara una higuera, porque crece muy bien en el Karoo y me podría hacer mermelada. Planté cuatro cerca de la cocina. El resto es césped y unos pocos canteros de flores.
»Me gusta la jardinería.
Consulté mi reloj. Las ocho menos cuarto de la mañana.
Todo el día.
Contemplé su mano. La esbeltez de su muñeca y de sus dedos.
—Emma, no sé qué más decirte.
Afuera, al otro lado del cristal, pasó una enfermera.
—También quiero plantar hierbas aromáticas y un huerto. La tierra es buena. Oom Wessel van der Walt tiene sendos huertos en sus parcelas. Las parcelas son grandes en Loxton: raras veces tienen menos de mil metros cuadrados. Oom Wessel compró dos hace mucho. Cuando se jubiló, construyó otra. Muchos de los lugareños están jubilados, cada día son más los de Ciudad del Cabo o Johannesburgo que llegan. Para alejarse. De lo que sea. Vinieron y abrieron hostales y un restaurante. Hay un par que escriben artículos para revistas y un diseñador de páginas web. Y un puñado de casas de veraneo.
Se abrió la puerta. Entró una enfermera, una joven negra. Me sonrió.
—Buen día —dijo y se acercó a Emma.
—Buen día —respondí.
Hizo las lecturas y las anotó en una planilla.
—Siga —dijo ella—. Enseguida acabo.
—¿Cree que entiende lo que le digo?
—No.
—¿Cree que recordará algo?
—No. —Entonces añadió con picardía—: Así que si quiere decir algo importante, tendrá que esperar a que despierte.
Me pregunté qué le habría estado contando al personal el doctor Koos.
—¿Puedo salir a comprar una revista? Para leérsela.
—Puede, ¿pero sabe usted cuál?
—No, solo compraré una femenina.
—¿Pero cuál?
—Una en afrikáans.
—¿Cuál en afrikáans?
—¿Importa?
Ella me miró con severidad.
—Por supuesto que importa.
—¿Por qué?
—Qué vergüenza —exclamó—. No es muy bueno con las mujeres, ¿verdad?