VIAJANDO EN EL TIEMPO
La idea de que el tiempo es, de algún modo, una cuarta dimensión adicional del espacio hace que resulte natural pensar que, si es posible desplazarse de un lugar a otro, quizás sea también posible viajar en el tiempo. Vimos en el capítulo anterior que la idea de «moverse» en el tiempo de la manera en que nos movemos en el espacio carece de sentido. No obstante, parece claro lo que queremos decir al hablar de viajar al siglo XXV o a la época de los dinosaurios. La ciencia ficción concibe a menudo las máquinas del tiempo como extravagantes vehículos en cuyos controles se introduce la fecha y la hora de la época que deseamos visitar (a veces se puede elegir incluso el lugar), se espera mientras el vehículo viaja hasta allí, y ya está. Si hemos escogido el lejano futuro, conversaremos con robots cuya inteligencia nos superará y nos maravillarán las naves interestelares, o bien (según las creencias políticas del autor) caminaremos entre ruinas radiactivas. Si, por el contrario, hemos escogido el lejano pasado, nos veremos obligados a defendernos de los ataques de un Tyrannosaurus rex mientras los pterodáctilos revolotean sobre nuestras cabezas.
La presencia de dinosaurios constituiría una impresionante evidencia de que realmente habíamos alcanzado una era anterior. Deberíamos comprobar esta evidencia y determinar la fecha con la mayor exactitud posible mediante la observación de algún «calendario» natural a largo plazo, como las configuraciones de las constelaciones en el cielo nocturno o las proporciones relativas de diversos elementos radiactivos en las rocas. La física nos proporciona muchos calendarios así, y sus leyes hacen que concuerden entre sí cuando se aplican adecuadamente. De acuerdo con la aproximación de que el multiverso es una serie de espacios-tiempo paralelos, cada uno consistente, a su vez, en una serie de «instantáneas» del espacio, la fecha definida de este modo es una propiedad de cada instantánea en su totalidad, y dos instantáneas cualesquiera están separadas por un intervalo temporal que es la diferencia entre sus fechas. Viajar en el tiempo es todo proceso que causa una disparidad entre, por una parte, dicho intervalo entre instantáneas y, por otra, nuestra propia experiencia del tiempo transcurrido mientras íbamos de la una a la otra. Podríamos referirnos a un reloj que transportáramos con nosotros, o estimar cuánto tiempo hemos tenido ocasión de dedicar a pensar, o medir según criterios fisiológicos el envejecimiento de nuestros cuerpos. Si observamos que ha transcurrido mucho tiempo en el exterior, pero de acuerdo con todas las mediciones subjetivas hemos experimentado que el viaje ha sido más corto, ello indica que hemos viajado hacia el futuro. Si, en cambio, vemos que los relojes y los calendarios externos indican un tiempo particular y más tarde (subjetivamente) observamos que todos ellos, de manera constante, señalan un tiempo anterior, habremos viajado hacia el pasado.
La mayor parte de los autores de ciencia ficción se dan cuenta de que viajar en el tiempo hacia el futuro es radicalmente distinto de hacerlo hacia el pasado. No prestaré aquí mucha atención al viaje en el tiempo hacia el futuro, ya que es, con mucho, la propuesta menos problemática. Incluso en la vida cotidiana, por ejemplo, cuando dormimos y nos despertamos, el tiempo subjetivamente experimentado puede ser más corto que el transcurrido en el exterior. Se podría decir que las personas que se recuperan de estados de coma que han durado varios años han viajado durante todo este tiempo hacia el futuro, si no fuera porque sus cuerpos habrán envejecido según el tiempo externo y no según el que han experimentado subjetivamente como transcurrido. Así, en principio, se podría emplear para todo el cuerpo una técnica similar a la que expuse en el capítulo 5 para ralentizar el cerebro de un usuario de realidad virtual y aplicarla al viaje en el tiempo hacia el futuro. La teoría especial de la relatividad de Einstein nos proporciona un método menos intrusivo al decir que, en general, un observador que acelera o decelera experimenta menos tiempo que otro que permanezca en reposo o en movimiento constante. Por ejemplo, un astronauta que realizara un viaje de ida y vuelta por el espacio que incluyera una aceleración a velocidades próximas a la de la luz experimentaría mucho menos tiempo que un observador que permaneciera en la Tierra. Este efecto se conoce con el nombre de dilatación del tiempo. Si le diéramos la suficiente aceleración, podríamos hacer que la duración del vuelo fuera tan corta como quisiéramos desde el punto de vista del astronauta y tan larga como deseáramos según los parámetros de la Tierra. Así pues, podríamos viajar tan lejos en el futuro como gustáramos en un tiempo determinado, subjetivamente corto. Pero semejante viaje al futuro sería irreversible. El regreso requeriría viajar en dirección al pasado, y, por mucho que se dilatara el tiempo, sería imposible que una nave espacial regresara de un vuelo antes de haberlo iniciado.
La realidad virtual y el viaje en el tiempo tienen, al menos, una cosa en común: ambos alteran sistemáticamente la relación habitual entre la realidad externa y la experiencia que de ésta tiene el usuario. Podríamos, pues, preguntarnos: si un generador universal de realidad virtual puede ser programado tan fácilmente para efectuar un viaje en el tiempo hacia el futuro, ¿existe algún modo de utilizarlo para viajar en el tiempo hacia el pasado? Si, por ejemplo, ralentizarnos nos proyecta hacia el futuro, ¿nos enviaría al pasado acelerarnos? La respuesta es no. Simplemente, nos parecería que el mundo exterior se relentizaba. Incluso en el caso límite inalcanzable en que el cerebro operase con rapidez infinita, el mundo exterior parecería haberse congelado en un momento particular. Eso seguiría siendo viajar en el tiempo, según la definición anterior, pero no hacia el pasado. Podríamos denominarlo viaje en el tiempo «hacia el presente». Recuerdo muy bien cuánto me hubiera gustado tener una máquina de viajar en el tiempo hacia el presente cuando tenía que estudiar para preparar un examen. ¿A qué estudiante no le habría gustado tenerla?
Antes de tratar el viaje en el tiempo hacia el pasado, ¿qué podemos decir sobre la representación de dicho viaje? ¿Hasta qué punto podría ser programado un generador de realidad virtual para proporcionar al usuario la experiencia de un viaje en el tiempo hacia el pasado? Veremos que la respuesta a esta pregunta, como todas las respuestas a preguntas que tratan del alcance de la realidad virtual, nos habla también de la realidad física.
Los aspectos distintivos de experimentar un entorno pasado son, por definición, experiencias de determinados objetos o procesos físicos —«relojes» y «calendarios»— en estados que ocurrieron únicamente en tiempos pasados (es decir, en instantáneas pasadas). Un generador de realidad virtual sería capaz, por supuesto, de representar dichos objetos en tales estados. Podría, por ejemplo, proporcionar la experiencia de vivir en la época de los dinosaurios, o en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, y podría hacer que las constelaciones, las fechas de los periódicos, o lo que fuera, apareciesen de acuerdo con esas épocas. ¿De acuerdo hasta qué punto? ¿Existe algún límite para la exactitud con que podría ser representada una determinada época? El principio de Turing nos dice que un generador universal de realidad virtual puede ser construido y programado para reproducir cualquier entorno físicamente posible, de modo que está claro que podría ser programado para representar cualquier entorno que haya existido físicamente antes.
Para representar una máquina del tiempo con un determinado repertorio de destinos pasados (y, por lo tanto, representar esos destinos), el programa debería incluir datos históricos de sus entornos. De hecho, necesitaría algo más que unos datos, ya que la experiencia del viaje en el tiempo conlleva mucho más que ver, simplemente, cómo los acontecimientos pasados se van desarrollando a nuestro alrededor. Reproducir ante el usuario grabaciones del pasado sería mera proyección de imágenes, no realidad virtual. Puesto que un auténtico viajero en el tiempo debe poder participar en los acontecimientos y actuar sobre un entorno del pasado, una representación fiel de una máquina del tiempo, como de cualquier otro entorno, debe ser interactiva. El programa debería calcular, para cada acción del usuario, la adecuada respuesta del entorno. Por ejemplo, para convencer al doctor Johnson de que una verdadera máquina del tiempo le había trasladado realmente a Roma, le debería resultar posible hacer algo más que observar de modo pasivo e invisible como pasaba por su lado Julio César. Debería poder comprobar la autenticidad de sus experiencias golpeando las piedras. Debería poder tocar a César, o, al menos, dirigirle la palabra en latín y obtener la correspondiente respuesta. Que una representación en realidad virtual de una máquina del tiempo sea fiel significa que debe responder a los procesos interactivos del mismo modo en que lo harían la máquina del tiempo real y los entornos a los que ésta viajara. Ello debería incluir, en nuestro caso, la representación de un Julio César que se comportara adecuadamente y hablara en latín.
Puesto que Julio César y la Roma antigua fueron objetos físicos, podrían, en principio, ser reproducidos con arbitraria fidelidad. No sería demasiado más difícil la representación de la pista central de Wimbledon, incluyendo a los espectadores. Por supuesto, la complejidad de los programas requeridos sería tremenda. Más compleja aún, o quizás incluso imposible, resultaría la tarea de recopilar la información necesaria para preparar los programas de representación de seres humanos específicos. Pero no pretendo tratar aquí de la programación ni me pregunto si podríamos averiguar lo suficiente sobre un entorno pasado (o, dado el caso, sobre un entorno presente o futuro) para diseñar el programa que lo representara específicamente. Lo que me pregunto es si el conjunto de todos los posibles programas para generadores de realidad virtual incluye o no uno que ofrezca una representación en realidad virtual de un viaje en el tiempo hacia el pasado y, en caso afirmativo, cuán fiel es esa representación. Si no hubiera programas que representaran viajes en el tiempo, el principio de Turing implicaría que el viaje en el tiempo sería físicamente imposible, puesto que dicho principio nos dice que todo lo que es físicamente posible puede ser representado por algún programa. Al parecer, nos enfrentamos a un problema. Si bien hay programas capaces de representar fielmente entornos pasados, existen dificultades fundamentales para utilizarlos en la representación de viajes en el tiempo. Se trata de los mismos obstáculos que dificultan el propio viaje, es decir, las llamadas «paradojas» del viaje en el tiempo.
Veamos una de las más características de dichas paradojas. Construyo una máquina del tiempo y la utilizo para viajar hacia el pasado. Una vez allí, impido que mi yo anterior construya la máquina. Pero si la máquina no ha sido construida, no la podré haber usado para viajar hacia el pasado, por lo que no me habrá sido posible impedir su construcción. Así que ¿hago o no el viaje? Si lo hago, me privo de la máquina y, por consiguiente, no hago el viaje. Si no lo hago, me permito construir la máquina y emprender el viaje. Esta paradoja recibe en ocasiones la denominación de «paradoja del abuelo», y se formula en términos de utilización del viaje hacia el pasado para matar al propio abuelo antes de que tenga hijos. Si no tuvo hijos, menos pudo tener nietos; entonces, ¿quién lo mató? Estas dos variantes de la paradoja son las más comunes, y en ambas está presente un elemento de conflicto violento entre el viajero en el tiempo y gente del pasado, de modo que podríamos preguntarnos quién vencerá. Quizás el viajero no se salga con la suya y la paradoja sea evitada. Pero la violencia no es la parte esencial del problema. Si dispusiera de una máquina del tiempo, podría decidir lo siguiente: si hoy me visita mi futuro yo, procedente de mañana, mañana no utilizaré mi máquina del tiempo, mientras que si no recibo tal visita, mañana utilizaré la máquina para viajar de regreso a hoy y visitar a mi yo actual. Parece desprenderse de esta decisión que si utilizo la máquina, no la utilizaré, mientras que si no la utilizo, la utilizaré, lo cual es una contradicción.
Una contradicción indica una falsa asunción, de modo que esas paradojas han sido consideradas tradicionalmente demostraciones de que el viaje en el tiempo es imposible. Otra asunción cuestionada a menudo es la del libre albedrío (si los viajeros en el tiempo pueden escoger o no entre diversos comportamientos, como es habitual en la vida real). Se llega a la conclusión de que si las máquinas del tiempo existiesen, el libre albedrío de los viajeros quedaría restringido. Podrían ser incapaces de tomar decisiones como la que he descrito, o, al viajar en el tiempo, tal vez olvidasen las decisiones tomadas antes de emprender el viaje. Pero en realidad, la falsa asunción que se esconde detrás de las paradojas no es ni la existencia de máquinas del tiempo ni la capacidad de los viajeros para comportarse o no del modo habitual. El defecto se encuentra en la teoría clásica del tiempo, que, como ya he demostrado, es, por diversas razones independientes de las que aquí nos ocupan, insostenible.
Si viajar en el tiempo fuera lógicamente imposible, lo sería también su representación mediante realidad virtual. Si requiriese una suspensión del libre albedrío, también la requeriría su representación mediante realidad virtual. Las paradojas del viaje en el tiempo pueden ser expresadas en términos de realidad virtual como sigue. La exactitud de una representación mediante realidad virtual es la fidelidad, hasta donde sea predecible, del entorno representado con el que se deseaba representar. En el caso del viaje en el tiempo, el entorno deseado ha existido históricamente. Pero tan pronto como el entorno representado responde, tal como se exige de él, a la acción del usuario, deja de ser históricamente exacto, ya que el entorno real nunca respondió al usuario, puesto que éste jamás influyó en él. Por ejemplo, el verdadero Julio César nunca se encontró con el doctor Johnson. Por consiguiente, el doctor Johnson, por el mero hecho de comprobar la fidelidad de la representación conversando con el César, destruiría esta fidelidad al crear un César históricamente inexacto. Una representación puede comportarse de modo correcto, si ofrece una imagen fiel de la historia, o responder con fidelidad a las acciones del usuario, pero no ambas cosas. Parecería, pues que, de un modo u otro, la representación mediante realidad virtual del viaje en el tiempo es intrínsecamente incapaz de ser exacta, lo que constituiría otra manera de decir que el viaje en el tiempo no puede ser representado mediante realidad virtual.
Pero ¿es este efecto, realmente, un impedimento para la representación fiel del viaje en el tiempo? Por lo general, la imitación del comportamiento real de un entorno no es el objetivo de la realidad virtual; lo que de veras cuenta es que responda de modo adecuado. Tan pronto como empezamos a jugar al tenis sobre la representación de la pista central de Wimbledon, hacemos que su comportamiento difiera del de la auténtica pista, pero ello no hace que la representación sea menos fiel; antes al contrario, es lo requerido para que sea fiel. Fidelidad, en realidad virtual, significa el parecido del comportamiento representado con el que mostraría el entorno original de estar el usuario presente en él. Sólo al principio de la representación debe coincidir el estado del entorno representado con el del original. No es, por tanto, su estado, sino sus respuestas a las acciones del usuario, lo que debe ser fiel. ¿Por qué resulta esto paradójico para las representaciones de viajes en el tiempo y no para otras, como, por ejemplo, las de viajes corrientes?
Parece paradójico porque, en las representaciones de viajes en el tiempo hacia el pasado, el usuario tiene un papel singular, doble y, a veces, incluso múltiple. A causa de los recorridos implicados, en forma de espiral, que hacen que puedan coexistir e interactuar una o más copias del usuario, el generador de realidad virtual se ve, en efecto, requerido a representar al usuario al mismo tiempo que responde a sus actos. Imaginemos, por ejemplo, que soy el usuario de un generador de realidad virtual que ejecuta un programa de representación de viaje en el tiempo. Supongamos que, cuando pongo en marcha el programa, el entorno que veo a mi alrededor es un laboratorio futurista en cuyo centro se encuentra una puerta giratoria como las que vemos en los zaguanes de algunos edificios públicos, excepto que ésta es opaca y está casi por completo encerrada dentro de un cilindro igualmente opaco. El cilindro tiene un solo acceso, que sirve tanto de entrada como de salida. La puerta gira sin cesar en su interior. Parece, en principio, que no se puede hacer mucho más con este artilugio que entrar, dar una o más vueltas en la puerta giratoria, y salir. Pero sobre la entrada podemos leer: CAMINO AL PASADO. Es, pues, una máquina del tiempo ficticia, que representa el viaje en el tiempo mediante realidad virtual. Pero si existiese una auténtica máquina del tiempo para viajar al pasado, al igual que ésta, no sería una exótica clase de vehículo, sino de lugar. Más que ponernos a los mandos de un vehículo para conducirlo o pilotarlo hacia el pasado, seguiríamos cierta trayectoria por el interior de ese lugar (quizás en una nave espacial convencional), para emerger en algún tiempo anterior.
En la pared del laboratorio simulado vemos un reloj que marca inicialmente las 12, y cerca de la entrada del cilindro hay un cartel con las instrucciones. Cuando termino de leerlas, son las 12:05, tanto según mi percepción como según el reloj. Las instrucciones dicen que si entro en el cilindro, doy una vuelta completa acompañando a la puerta giratoria y vuelvo a salir, en el laboratorio será cinco minutos más pronto. Me introduzco en uno de los compartimientos de la puerta giratoria. Mientras camino en círculo, mi compartimiento se cierra detrás de mí y unos momentos después alcanza de nuevo el hueco de acceso, por el que salgo. El laboratorio parece no haber cambiado, excepto por… ¿qué? ¿Qué es, exactamente, lo que debería esperar experimentar a continuación, si se trata de una reproducción fiel de un viaje en el tiempo hacia el pasado?
Retrocedamos un poco antes de contestar a esa pregunta. Supongamos que en la entrada hubiese un interruptor cuyas dos posiciones indicaran «interacción activada» e «interacción desactivada» y que, inicialmente, estuviera en la segunda. Ésta no permite al usuario participar en el pasado, sino tan sólo observarlo. En otras palabras, no proporciona una completa representación mediante realidad virtual del entorno pasado, sino tan sólo una generación de imagen.
Con esta disposición más sencilla, ya no hay ambigüedad o paradoja sobre qué imágenes deberían ser generadas cuando emerja de la puerta giratoria. Serán imágenes de mí en el laboratorio, haciendo lo que hacía a las 12. Una razón por la que no hay ambigüedad es que puedo recordar esos acontecimientos, de modo que puedo comparar las imágenes del pasado con mis propios recuerdos de lo ocurrido. Restringiendo nuestro análisis a un entorno pequeño y limitado a un breve período, evitaremos problemas tales como el de averiguar cómo era realmente Julio César, lo cual constituye un problema que tiene más que ver con las posibilidades últimas de la arqueología que con las dificultades inherentes al viaje en el tiempo. En nuestro caso, el generador de realidad virtual puede obtener fácilmente la información que necesita para generar las imágenes requeridas: sólo tiene que grabar todo lo que hago. Es decir, no lo que hago en la realidad física (que no es otra cosa que permanecer tumbado dentro del generador de realidad virtual), sino en el entorno virtual del laboratorio. Así, en el momento en que emerjo de la máquina del tiempo, el generador de realidad virtual cesa de representar el laboratorio a las 12:05 y empieza a reproducir su grabación, que se inicia con las imágenes de lo que ocurrió a las 12. Me muestra la grabación con la perspectiva ajustada a mi posición actual y al lugar hacia donde miro, y reajusta dicha perspectiva del modo usual a medida que me muevo. Así pues, veo el reloj indicando de nuevo las 12, y mi yo anterior que lee el rótulo sobre la entrada y estudia las instrucciones, exactamente como hice cinco minutos antes (la situación está esquematizada en la figura 12.1). Veo a mi yo anterior, pero él no puede verme. No importa lo que haga, él —o, mejor dicho, ello, mi imagen en movimiento— no reacciona en modo alguno ante mi presencia. Transcurridos unos instantes, avanza hacia la máquina del tiempo.
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FIGURA 12.1. Trayectoria espacio-temporal seguida por un viajero en el tiempo.
Aunque me interponga y bloquee la entrada, mi imagen avanzará y entrará de todos modos, exactamente como hice yo, ya que si hiciera otra cosa sería una imagen inexacta. Hay varias maneras de programar un generador de realidad virtual para hacer frente a la situación en que la imagen de un objeto sólido debe pasar por la posición del usuario. Por ejemplo, la imagen podría atravesarlo como un fantasma, o podría empujar al usuario sin que éste pudiese resistirse. Esta última opción ofrecería una representación más real, ya que en ella las imágenes serían, de algún modo, táctiles además de visuales. No hay peligro de que mi imagen me dañe al apartarme, por más brusquedad con que lo haga, ya que, por supuesto, no estoy físicamente allí. En caso de no haber espacio suficiente para poderme apartar, el generador de realidad virtual podría hacer que me deslizase sin esfuerzo a través de una rendija, o incluso teleportarme más allá de algún obstáculo.
No es mi propia imagen lo único sobre lo cual ya no puedo influir. Puesto que hemos pasado temporalmente de la realidad virtual a la generación de imágenes, no podré modificar nada dentro del entorno simulado. Si hay un vaso de agua sobre una mesa, ya no podré cogerlo y beber de él como antes de pasar por la puerta giratoria hacia el pasado simulado. Al solicitar una simulación de un viaje no interactivo en el tiempo hacia el pasado, lo cual es, en realidad, una reproducción de los acontecimientos específicos acaecidos cinco minutos antes, renuncio necesariamente al control sobre mi entorno. En realidad, cedo el control, por así decirlo, a mi yo anterior.
En cuanto mi imagen entra por la puerta giratoria, vuelven a ser, según el reloj, las 12:05, si bien han transcurrido diez minutos en la simulación, según mi percepción subjetiva. Lo que ocurra a partir de aquí, dependerá de lo que yo haga. Si, simplemente, permanezco de pie en el laboratorio, la próxima tarea del generador de realidad virtual deberá ser situarme en acontecimientos que ocurran después de las 12:05, hora del laboratorio. Carece aún de grabaciones de dichos acontecimientos, por la misma razón que yo no puedo recordarlos. En relación a mí, al laboratorio simulado y a la realidad física, tales acontecimientos no han sucedido aún, de modo que el generador de realidad virtual puede reanudar su representación completamente interactiva. El efecto neto será que habré estado durante cinco minutos en el pasado sin poder influir en él y luego habré regresado al «presente» que había abandonado, es decir, a la secuencia normal de acontecimientos en los que puedo influir.
También podría seguir a mi imagen al interior de la máquina del tiempo, viajar por su interior en su compañía y regresar de nuevo al laboratorio en el pasado. ¿Qué ocurriría? Una vez más, el reloj indica las 12, pero ahora puedo percibir dos imágenes de mi yo anterior. Una de ellas ve la máquina del tiempo por primera vez, y no puede vernos ni a mí ni a la otra imagen. La segunda imagen parece ver a la primera, pero no a mí, mientras que yo puedo verlas a las dos. Tan sólo la primera imagen parece influir en el entorno del laboratorio. En esta ocasión, y desde el punto de vista del generador de realidad virtual, no ha ocurrido nada especial en el momento del viaje en el tiempo. Se encuentra aún en el estado de «interacción desactivada», y, simplemente, continúa reproduciendo imágenes de acontecimientos ocurridos cinco minutos antes (desde mi punto de vista subjetivo), los cuales llegan ahora al momento en que empiezo a ver una imagen de mí.
Transcurridos otros cinco minutos, puedo volver a entrar, si lo deseo, en la máquina del tiempo, en esta ocasión acompañado por dos imágenes de mí (figura 12.2). Si repito el proceso, aparecerá, tras cada cinco minutos subjetivos, una imagen de mí adicional. Cada una de ellas parecerá poder ver a las que la precedieron (según mi experiencia), pero no a las que la siguieron.
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FIGURA 12.2. Utilizar repetidamente la máquina del tiempo permite que coexistan múltiples copias del viajero en el tiempo.
Si continúo la experiencia mientras me sea posible, el número máximo de copias de mí que puedan coexistir quedará limitado tan sólo por la estrategia de evitación de colisiones de que esté dotado el generador de imagen. Supongamos que éste trate de ponerme realmente difícil el entrar por la puerta giratoria en compañía de todas mis imágenes. Me veré entonces obligado a hacer algo distinto de viajar al pasado con ellas. Podría esperar un poco y tomar el compartimiento de la puerta giratoria siguiente al suyo, en cuyo caso llegaría al laboratorio un momento después que ellas. Pero eso sólo pospondría el problema de aglomeración en la máquina. Si me mantuviese girando en esa espiral, todos los pasillos aéreos para viajar en el tiempo dentro del período de cinco minutos después del mediodía estarían llenos, lo que me obligaría a llegar en un tiempo posterior, desde el cual no habría ya medio de retornar a dicho período. Esta es otra de las propiedades que las máquinas del tiempo deberían tener, en caso de existir físicamente. No ser sólo lugares, sino lugares con una capacidad limitada para permitir el tráfico hacia el pasado.
Otra consecuencia del hecho de que las máquinas del tiempo no sean vehículos, sino lugares o caminos, es que no tenemos absoluta libertad para escoger cuándo usarlas para viajar. Como demuestra el ejemplo anterior, sólo podemos utilizar una máquina del tiempo para viajar a tiempos y lugares en los que ha existido. Nunca podremos usarla para viajar a un tiempo anterior a su construcción.
El generador de realidad virtual dispone ahora de grabaciones de múltiples versiones distintas de lo que sucedió en el laboratorio entre las 12 y las 12:05. ¿Cuál de ellas describe la verdadera historia? No debería preocuparnos demasiado que no haya respuesta a esta pregunta, ya que plantea qué es real en una situación de la que hemos suprimido artificialmente la interactividad, lo que hace que la prueba del doctor Johnson sea inaplicable. Podríamos argumentar que tan sólo la última versión, la que describe el máximo de copias de mí, es la verdadera, ya que todas las anteriores, en realidad, muestran la historia desde el punto de vista de personas que, debido a la regla artificial de no interacción, no podían ver lo que sucedía en su totalidad. Alternativamente, podríamos también defender que la primera versión de los acontecimientos, la que tiene una sola copia de mí, es la única real, puesto que es la única que he experimentado de manera interactiva. El aspecto fundamental de la no interactividad es que nos impedimos temporalmente cambiar el pasado, y puesto que todas las versiones subsiguientes difieren de la primera, no pueden describir el pasado. Sólo describen a alguien que contempla el pasado gracias a un generador universal de imágenes.
Se podría también argumentar que todas las versiones son reales por igual. Al fin y al cabo, cuando la experiencia haya terminado, no recordaré haber experimentado en el laboratorio una sola historia durante el período de cinco minutos, sino varias. Las experimenté sucesivamente, pero, desde la perspectiva del laboratorio, ocurrieron todas dentro del mismo período de cinco minutos. El registro total de mi experiencia requiere muchas instantáneas del laboratorio para cada momento definido por el reloj, en lugar de una instantánea por momento, que es lo habitual. En otras palabras, se trata de una representación de universos paralelos. Es esta última interpretación la que resulta más próxima a la verdad, como podremos comprobar repitiendo el experimento, pero esta vez con la interacción activada.
Lo primero que deseo manifestar acerca del modo interactivo, en el que tengo libertad para influir en el entorno, es que una de las cosas que puedo decidir que sucedan es, exactamente, la secuencia de acontecimientos que acabo de describir para el modo no interactivo. Es decir, puedo retroceder, encontrarme con una o más copias de mí y comportarme (si soy lo bastante buen actor) como si no pudiera verlas. Sin embargo, debo observarlas con cuidado. Si deseo recrear la secuencia de acontecimientos que ocurrió cuando realicé el experimento con la interacción desactivada, debo recordar lo que hicieron mis copias, a fin de poderlo repetir en mis visitas subsiguientes a ese tiempo.
Al principio de la sesión, cuando veo por primera vez la máquina del tiempo, aparecen inmediatamente una o más copias de mí. ¿Por qué? Porque, con la interacción activada, cuando utilice la máquina a las 12:05 podré influir en el pasado al que regreso, y este pasado es el que sucede ahora, a las 12. Así pues, mis futuros yo o yoes llegan para ejercitar su derecho a influir en el laboratorio a las 12, influirme y, en particular, ser vistos por mí.
Las copias de mí se dedican a sus asuntos. Consideremos la tarea calculatoria que deberá realizar el generador de realidad virtual para representar esas copias. Hay ahora un elemento adicional que la hace insuperablemente más difícil de lo que era en el modo no interactivo. ¿Cómo podrá el generador de realidad virtual averiguar lo que van a hacer las copias de mí? Carece aún de grabaciones de dicha información, ya que, en tiempo físico, la sesión acaba de empezar. Sin embargo, debe ofrecerme inmediatamente representaciones de mi futuro yo.
Mientras siga decidido a simular que no las puedo ver y a imitar después lo que hacen, no van a estar sometidas a pruebas de fidelidad demasiado estrictas. El generador de realidad virtual sólo deberá obligarlas a hacer algo que yo pudiese hacer o, más exactamente, a comportarse de cualquier modo que yo pudiese imitar. Dada la tecnología en la que suponemos que se basa el generador, podemos presumir que ello no debería superar sus posibilidades. Dispone de un modelo matemático exacto de mi cuerpo y tiene, en cierta medida, acceso directo a mi cerebro. Podría aprovecharlo para calcular algún comportamiento que yo pueda imitar y hacer que sus primeras representaciones de mí obren de ese modo.
Empiezo, pues, la experiencia viendo cómo por la puerta giratoria salen algunas copias de mí y hacen algo. Simulo no verlas y, cinco minutos después, entro y salgo por la puerta giratoria e imito lo que he visto que hacía antes la primera copia. Cinco minutos más tarde vuelvo a entrar y salir e imito a la segunda copia, y así sucesivamente. Mientras tanto, me doy cuenta de que una de las copias repite siempre lo que yo he estado haciendo durante los primeros cinco minutos. Al final de la secuencia de viajes en el tiempo, el generador de realidad virtual volverá a disponer de varios registros de lo que ocurrió durante los cinco minutos después de mediodía, pero esta vez todas las grabaciones serán idénticas. En otras palabras, sólo ha ocurrido una historia, a saber, que me encontré con mi futuro yo pero pretendí no darme cuenta. Más tarde, me convertí en ese futuro yo y viajé al pasado para encontrarme con mi yo anterior, para el cual, al parecer, pasé inadvertido. Todo ello resulta muy exacto y no tiene nada de paradójico… pero es irreal. Se consiguió mediante un intrincado juego de referencias mutuas entre el generador de realidad virtual y yo: lo imitaba mientras él me imitaba. Pero con las interacciones normales activadas ya no tendré opción a jugar de ese modo.
Si yo tuviera realmente acceso al viaje en el tiempo en realidad virtual, desearía, sin duda, comprobar la autenticidad de la representación. En el caso que analizamos, la comprobación empezaría tan pronto como viera mis copias. Lejos de ignorarlas, entablaría inmediatamente conversación con ellas. Estoy en condiciones mucho mejores para verificar su autenticidad de lo que lo estaría el doctor Johnson para comprobar la de Julio César. Para poder superar esa prueba inicial, las reproducciones de mí deberán ser efectivamente seres inteligentes artificiales, más aún, seres tan parecidos a mí, al menos en sus respuestas a estímulos externos, que me convenzan de que son reproducciones exactas de mí tal como podría ser dentro de cinco minutos. El generador de realidad virtual debe ejecutar programas similares a mi mente en contenido y complejidad. Una vez más, no es la dificultad de diseñar tales programas el tema que nos ocupa. Estamos investigando el principio del viaje en el tiempo en realidad virtual, no su factibilidad. No nos incumbe dónde consiga sus programas nuestro hipotético generador de realidad virtual. Lo que preguntamos es si el conjunto de todos los posibles programas incluye o no uno que represente fielmente el viaje en el tiempo. Nuestro generador de realidad virtual dispone, en principio, de los medios necesarios para averiguar todos mis posibles comportamientos en diversas situaciones. Esta información se encuentra localizada en el estado físico de mi cerebro, y, en principio, mediciones lo bastante precisas podrían leerla. Un método (probablemente inaceptable) para conseguirlo sería que el generador de realidad virtual pudiera hacer que mi cerebro interactuara en realidad virtual con un entorno de prueba, grabar su comportamiento y luego volver al estado inicial, quizás «rebobinando» el programa. La razón de que este método sea probablemente inaceptable estriba en que cabe presumir que yo experimentaría el entorno de prueba, y, aunque no debería recordarlo después, exigiría del generador de realidad virtual que me proporcionase las experiencias que especificase y no otras.
En cualquier caso, lo que interesa para nuestros propósitos es que, puesto que mi cerebro es un objeto físico, el principio de Turing nos dice que se encuentra dentro del repertorio de un generador universal de realidad virtual. Así pues, debería resultar posible que la copia de mí superara la prueba de la autenticidad de su parecido conmigo. Pero ésta no es la única prueba que deseo realizar. Lo que me interesa, sobre todo, es comprobar si el viaje en el tiempo en sí es representado auténticamente. A tal fin, deseo averiguar no tan sólo si esa persona es en realidad yo, sino también si viene de veras del futuro. Puedo comprobarlo, en parte, interrogándola. Debería responderme que recuerda haber estado en mi lugar hace cinco minutos, y que luego entró y salió por la puerta giratoria para encontrarse conmigo. Yo debería advertir también que esa persona trata de comprobar mi autenticidad. ¿Por qué debería esa copia de mí hacer tal cosa? Porque el modo más estricto y directo por el que puedo comprobar su parecido con mi yo futuro sería esperar hasta que yo haya pasado por la máquina del tiempo, y averiguar entonces dos cosas: en primer lugar, si la copia de mí con la que me encuentro se comporta como yo recuerdo haberme comportado, y en segundo lugar, si yo me comporto como recuerdo que se comportó mi copia.
Sin duda, en ambos casos la representación no superaría la prueba de la autenticidad. Sólo con proponérmelo, conseguiré comportarme de modo diferente a como se comportó mi copia. Hacer que ella se comporte, a su vez, de modo diferente a como yo me comporté resultaría igual de fácil: todo lo que debería hacer sería formularle una pregunta que a mí, en su lugar, no se me hubiera formulado y que tuviese una respuesta característica. De este modo, por mucho que se me parezcan en aspecto y personalidad, los seres que salen de la máquina del tiempo de realidad virtual no son auténticas representaciones de la persona que seré en breve. En realidad, nunca lo podrían ser, puesto que tengo la firme intención de no comportarme como ellas cuando sea mi turno de utilizar la máquina, y, ya que el generador de realidad virtual me permite ahora interactuar libremente con el entorno representado, nada me impedirá cumplir dicha intención.
Recapitulemos. Cuando empieza el experimento, me encuentro con una persona que, en todos los aspectos, soy yo, pequeñas variaciones aparte. Esas variaciones indican de modo evidente que viene del futuro: recuerda el laboratorio a las 12:05, tiempo que, desde mi perspectiva, todavía no ha sucedido. Recuerda haber echado a andar a esa hora, haber pasado por la puerta giratoria y haber llegado a las 12. Y, antes de que ocurriera todo eso, recuerda haber iniciado el experimento a las 12 y haber visto por primera vez la puerta giratoria, de la que salían copias de sí mismo. Afirma que esto sucedió hace más de cinco minutos según su percepción subjetiva, si bien, de acuerdo con la mía, todo el experimento ha durado menos de cinco minutos. Y así sucesivamente. Sin embargo, aunque supera todas las pruebas de ser una versión de mí en el futuro, puedo demostrar que no es yo en el futuro. Cuando compruebo si es la persona específica en la que me convertiré en el futuro, no supera la prueba. De modo similar, me dice que yo no supero la prueba de ser él en el pasado porque no hago exactamente lo que recuerda haber hecho.
Así, cuando viajo al pasado del laboratorio, encuentro que no es el mismo pasado del que acabo de llegar. Debido a su interacción conmigo, la copia de mí con la que me encuentro allí no se comporta exactamente como recuerdo haberme comportado. Por lo tanto, si el generador de realidad virtual tuviera que registrar todo lo ocurrido durante esa secuencia de viaje en el tiempo, debería almacenar de nuevo varias instantáneas para cada momento definido según el reloj del laboratorio, pero en esta ocasión serían todas distintas. En otras palabras, existirían varias historias distintas paralelas del laboratorio durante el período de cinco minutos del viaje en el tiempo. Una vez más, he experimentado cada una de dichas historias por separado, pero en esta ocasión las he experimentado todas interactivamente, de modo que no hay excusa para decir que ninguna de ellas sea menos real que las demás. Así pues, lo que está siendo representado es un pequeño multiverso. Si se tratara de un viaje físico en el tiempo, las múltiples instantáneas para cada momento serían universos paralelos. Dado el concepto cuántico del tiempo, eso no debería sorprendernos. Sabemos que las instantáneas que forman, aproximadamente, una sola secuencia del tiempo en nuestra experiencia cotidiana son, en realidad, universos paralelos. No experimentamos, por lo general, los otros universos paralelos que existen al mismo tiempo, pero tenemos buenas razones para pensar que son reales. Así que, si encontrásemos un modo, aún por especificar, de viajar a un tiempo anterior, ¿por qué deberíamos esperar que dicho método transportara por fuerza a cada copia de nosotros precisamente a la misma instantánea que dicha copia experimentó en su momento? ¿Por qué deberíamos esperar que cada visitante que recibamos del futuro nos salude desde la particular instantánea futura en la que nos encontraremos cuando llegue el momento? No hay razón para esperarlo. Pedir interactuar con el entorno pasado significa pedir el poder de modificarlo, lo que significa, por definición, pedir encontrarse en una instantánea pasada distinta de la que recordamos. Un viajero en el tiempo sólo podría regresar a la misma instantánea (o, lo que quizás sea lo mismo, a una instantánea idéntica) en el caso, extremadamente limitado, que he analizado antes, en que no existe ninguna interacción efectiva ente las copias que se encuentran y en el que el viajero consigue que todas las historias paralelas sean idénticas.
Vamos a someter ahora a la máquina del tiempo en realidad virtual a la última comprobación. Me prepararé para escenificar una paradoja. Decido tomar la resolución que insinué antes que podía adoptar: decido que, si sale de la máquina del tiempo una copia de mí a las 12, no entraré en ella a las 12:05 ni a ninguna otra hora durante el experimento. Pero, si no sale ninguna de mí, entraré en ella a las 12:05, saldré a las 12 y no la volveré a usar. ¿Qué ocurrirá? ¿Saldrá alguien de la máquina o no? Sí… ¡y no! Depende del universo acerca del cual estemos hablando. Recordemos que ocurre más de una cosa en el laboratorio a las 12. Supongamos que no veo salir a nadie de la máquina, como ilustra el punto señalado como «Inicio» a la derecha de la figura 12.3. Luego, y perseverando en mi resolución, espero hasta las 12:05 y entro y salgo por la ya familiar puerta giratoria. Al salir de ella a las 12 me encuentro, como es natural, con otra versión de mí, de pie en el punto señalado como «Inicio» a la izquierda de la figura 12.3. Mientras conversamos, descubrimos que ambos tenemos la misma resolución. Por consiguiente, y ya que he salido dentro de su universo, se comportará de modo distinto a como lo hice yo. Obrar consecuentemente con su intención le lleva a no utilizar la máquina del tiempo. A partir de entonces, él y yo podemos continuar interactuando en tanto que dure la simulación, y habrá dos versiones de mí en ese universo. En el universo del que procedo el laboratorio permanecerá vacío a partir de las 12:05, ya que nunca volveré a él. No hemos escenificado ninguna paradoja. Ambas versiones de mí han conseguido realizar nuestra resolución compartida, que, después de todo, no ha resultado lógicamente imposible de llevar a cabo.
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FIGURA 12.3. Trayectorias en el multiverso de un viajero en el tiempo que intentase «escenificar una paradoja».
En este experimento, mi álter ego y yo hemos tenido experiencias distintas. Él vio salir a alguien de la máquina del tiempo a las 12 y yo no. Nuestras experiencias hubieran sido igualmente fieles a nuestra resolución, e idénticamente no paradójicas, de haber intercambiado nuestros papeles. Es decir, yo podría haberle visto salir de la máquina a las 12 y no haberla utilizado después. En ese caso, ambos habríamos acabado en el universo en que yo empecé. En el universo en que él empezó, el laboratorio permanecería vacío.
¿Cuál de estas dos posibilidades autoconsistentes me mostrará el generador de realidad virtual? Durante esta representación de un proceso intrínsecamente multiversal, yo interpreto sólo a una de mis copias, mientras que el programa se ocupa de la otra. Al principio del experimento, las dos copias parecen idénticas (si bien en la realidad física son distintas, ya que tan sólo una de ellas está conectada a un cuerpo y un cerebro físicos, fuera del entorno virtual). Pero en la versión física del experimento —caso de existir una máquina del tiempo físicamente—, los dos universos que contuviesen las copias de mí destinadas a encontrarse serían al principio absolutamente idénticos y ambas copias igualmente reales. En el momento del multiverso en que nos encontráramos (en un universo) o no (en el otro), ambas copias quedarían diferenciadas. Carece de sentido preguntar qué copia de mí tendría una determinada experiencia: mientras seamos idénticos, no es posible diferenciarnos. Los universos paralelos no disponen de números de serie secretos, se distinguen tan sólo por lo que sucede en ellos. Por consiguiente, al realizar su representación para una de mis copias, el generador de realidad virtual debe recrear para mí el efecto de existir en dos copias idénticas, que se diferencian después y tienen experiencias distintas. Puede causar ese efecto, literalmente, escogiendo de modo aleatorio, con igual número de probabilidades, cuál de los dos papeles interpretará (y, por lo tanto, y según mi resolución, cuál interpretaré yo). Escoger aleatoriamente equivale a lanzar al aire una versión electrónica de una moneda imparcial, es decir, que muestre «cara» en la mitad de los universos en que sea lanzada y «cruz» en la otra mitad. Así pues, en la mitad de los universos interpretaré un papel, y en la otra mitad, el otro. Esto es, exactamente, lo que ocurriría con una máquina del tiempo real.
Hemos visto que la capacidad de un generador de realidad virtual para representar fielmente el viaje en el tiempo depende de que disponga de información detallada sobre el estado mental del usuario. Esto podría inducirnos a preguntarnos si las paradojas han sido realmente evitadas. Si el generador de realidad virtual conoce de antemano lo que voy a hacer, ¿soy de veras libre para realizar las comprobaciones que desee? No hace falta que profundicemos aquí en la naturaleza del libre albedrío. Soy, sin duda, libre para hacer lo que me plazca en este experimento, en el sentido de que sea cual sea la manera en la que decida reaccionar ante el pasado simulado —incluso aleatoriamente, si éste es mi deseo—, el generador de realidad virtual me lo permite y todos los entornos con los que interactúo se ven afectados por mis actos y sus reacciones influyen sobre mí, exactamente del mismo modo en que lo harían si no estuviese teniendo lugar el viaje en el tiempo.
La razón por la que el generador de realidad virtual necesita información procedente de mi cerebro no es predecir mis actos, sino representar el comportamiento de mis copias en otros universos. Su problema consiste en que, en la versión real de esa situación, habría copias de mí en universos paralelos, inicialmente idénticas y que, por lo tanto, tendrían las mismas propensiones y tomarían las mismas decisiones que yo. (Más lejos en el multiverso, habría otras versiones de mí que serían ya distintas al final del experimento, pero una máquina del tiempo nunca podría causar mi encuentro con ellas). Si hubiera algún otro modo de representar a estas personas, el generador de realidad virtual no necesitaría información alguna procedente de mi cerebro, ni tampoco los prodigiosos recursos calculatorios de que hemos hablado. Si, por ejemplo, algunas personas que me conocieran bien pudiesen imitarme hasta un cierto grado de exactitud (dejando aparte algunos atributos externos tales como la apariencia y el tono de voz, que son relativamente fáciles de reproducir), el generador de realidad virtual podría utilizarlas para desempeñar los papeles de mis copias en universos paralelos y representar, en consecuencia, el viaje en el tiempo con ese nivel de exactitud.
Una máquina del tiempo real no se enfrentaría, por supuesto, a estos problemas. Proporcionaría, simplemente, caminos por los que yo y mis copias, que ya existían, nos pudiésemos encontrar, y no constreñiría nuestros comportamientos, ni nuestras interacciones al encontrarnos. Las maneras en que los caminos se interconectan —es decir, a qué instantáneas nos conduciría la máquina del tiempo— se verían afectadas por mi estado físico, incluyendo mi estado mental.
Ello no difiere de la situación habitual, en la que mi estado físico, reflejado en mi propensión a comportarme de diversas maneras, influye en lo que ocurre. La gran diferencia entre la experiencia de la que estamos hablando y la experiencia cotidiana estriba en que cada una de mis copias tiene un gran efecto potencial sobre otros universos (al viajar a ellos).
¿Equivale realmente a viajar en el tiempo el poder viajar al pasado de otros universos, pero no al del nuestro? ¿Tendría, quizás, más sentido hablar de viaje interuniversal que de viaje en el tiempo? No. Los procesos que he descrito son realmente viajar en el tiempo. En primer lugar, no es cierto que no podamos viajar a una instantánea en la que ya hemos estado. Si disponemos las cosas de manera adecuada, nos es posible. Por supuesto, si cambiamos algo del pasado —si lo hacemos distinto de como era cuando estuvimos en él—, nos encontraremos en un pasado distinto. Un verdadero viaje en el tiempo nos permitiría cambiar el pasado. En otras palabras, nos permitiría hacer el pasado distinto de cómo lo recordamos (en este universo), lo cual significa distinto de cómo es realmente en las instantáneas en las que no llegamos a cambiar nada, las cuales incluyen, por definición, aquellas en que recordamos haber estado.
Así pues, desear cambiar las instantáneas pasadas específicas en las que estuvimos alguna vez carece por completo de sentido. Pero esa falta de sentido no tiene nada que ver con el viaje en el tiempo. Es un despropósito que procede directamente de la absurda teoría clásica del transcurso del tiempo. Cambiar el pasado significa escoger en qué instantánea pasada estar, no transformar una instantánea específica en otra. En este sentido, cambiar el pasado no difiere de cambiar el futuro, que es algo que hacemos constantemente. Cada vez que hacemos una elección, cambiamos el futuro: lo hacemos distinto de como hubiera sido en caso de haber escogido otra opción. Semejante idea no tendría sentido en la física clásica del espacio-tiempo, con su futuro único determinado por el presente, pero sí lo tiene en la física cuántica. Cuando elegimos, cambiamos el futuro, que ya no será lo que hubiese sido en los universos en que escogemos de otro modo. Pero en ningún caso cambia una instantánea determinada del futuro. Y es que no podría cambiar, puesto que no hay ningún transcurso del tiempo con respecto al cual pudiera cambiar. «Cambiar» el futuro significa escoger en qué instantánea estaremos, y «cambiar» el pasado significa, exactamente, lo mismo. Puesto que no hay transcurso del tiempo, no es posible cambiar ninguna instantánea del pasado, por ejemplo, alguna en la que recordemos haber estado. No obstante, si de algún modo tuviésemos acceso físico al pasado, no hay razón por la que no pudiésemos cambiarlo exactamente del mismo modo en que cambiamos al futuro, es decir, escogiendo estar en una instantánea distinta de aquella en que hubiésemos estado de haber escogido de otro modo.
Razonar acerca de la realidad virtual ayuda a la comprensión del viaje en el tiempo, ya que el concepto de realidad virtual requiere que nos tomemos en serio los «acontecimientos contrafácticos», y, en consecuencia, el concepto multiversal cuántico del tiempo parece natural cuando es representado mediante realidad virtual. Al ver que el viaje en el tiempo hacia el pasado forma parte del repertorio de un generador universal de realidad virtual, nos damos cuenta de que la idea de dicho viaje es perfectamente sensata. Pero ello no significa afirmar que sea posible hacerla realidad en el plano físico. Después de todo, el viaje a velocidad superior a la de la luz, las máquinas de movimiento perpetuo y muchas otras cosas imposibles según las leyes de la física pueden representarse mediante realidad virtual. Ningún razonamiento sobre la realidad virtual podrá demostrar nunca que determinado proceso está permitido por las leyes de la física (si bien podría demostrar que no lo está: si hubiésemos llegado a la conclusión contraria, ello habría implicado, de acuerdo con el principio de Turing, que el viaje en el tiempo no podría ocurrir físicamente). Así pues, ¿qué nos dicen acerca de la física nuestras conclusiones positivas sobre el viaje en el tiempo en realidad virtual?
Nos dicen cómo sería el viaje en el tiempo en caso de ocurrir. Nos dicen que el viaje en el tiempo hacia el pasado sería, inevitablemente, un proceso que afectaría a varios universos, interconectados e interactuantes. En dicho proceso los participantes viajarían, en general, entre universos siempre que viajaran en el tiempo. Los modos precisos en que los universos estuviesen conectados dependerían, entre otras cosas, de los estados mentales de los participantes.
Así pues, para que el viaje en el tiempo sea posible, es indispensable la existencia de un multiverso. Es igualmente necesario que las leyes de la física que gobiernen dicho multiverso sean tales que, en presencia de una máquina del tiempo y de potenciales viajeros en él, los universos queden interconectados en el modo que he descrito y no en otro. Por ejemplo, si decido no usar la máquina, no debe poder aparecer en mi instantánea ninguna versión de mí viajando en el tiempo; es decir, ningún universo en que las versiones de mí utilicen la máquina del tiempo debe poder conectar con el mío. Y en el caso de que decida usarla, mi universo deberá conectar con otro en el que también la use. Y si voy a intentar escenificar una «paradoja», como hemos visto, mi universo deberá establecer contacto con otro en el que una copia de mí tenga la misma intención que yo, pero, al llevarla a cabo, acabe comportándose de modo distinto a mí. Hay que subrayar que todo esto coincide con lo que predice la teoría cuántica. En pocas palabras, el resultado es que, si existen caminos hacia el pasado, los viajeros que transiten por ellos deben ser libres de interactuar con el entorno del mismo modo en que lo podrían hacer si dichos caminos no condujesen al pasado. En ningún caso resulta inconsistente el viaje en el tiempo ni se impone especiales limitaciones al comportamiento de los viajeros.
Esto nos lleva a la pregunta de si es posible la existencia de caminos al pasado. Esta cuestión ha sido objeto de mucha investigación y sigue estando abierta. El punto de partida habitual es una serie de ecuaciones que constituyen la base (predictiva) de la teoría gereral de la relatividad de Einstein, actualmente la mejor teoría del espacio y el tiempo de que disponemos. Estas ecuaciones, conocidas como ecuaciones de Einstein, tienen múltiples soluciones, cada una de las cuales describe una posible configuración tetradimensional de espacio, tiempo y gravedad. Las ecuaciones de Einstein permiten, ciertamente, la existencia de caminos al pasado, y han sido encontradas para ellas muchas soluciones con dicha propiedad. Hasta hace poco, la práctica habitual ha sido ignorar sistemáticamente esas soluciones, pero ello no era consecuencia de ninguna razón emergente de la propia teoría, ni de ningún razonamiento físico. Era consecuencia de que los físicos tenían el convencimiento de que el viaje en el tiempo «conduciría a paradojas» y, por consiguiente, las ecuaciones de Einstein debían ser «no físicas». Lo arbitrario de esta segunda suposición trae a la memoria lo ocurrido en los primeros años que siguieron a la introducción de la teoría de la relatividad general, cuando las soluciones que describían el Big Bang y un universo en expansión fueron rechazadas por el propio Einstein. Trató de cambiar esas ecuaciones para que describiesen un universo estático. Más tarde se referiría a ello como el error más grande de su vida. La expansión del universo fue comprobada experimentalmente por el astrónomo estadounidense Edwin Hubble. De modo parecido, las soluciones a las ecuaciones de Einstein obtenidas por el astrónomo alemán Karl Schwarzschild, que fueron las primeras en describir agujeros negros, fueron erróneamente rechazadas por «no físicas». Describían un fenómeno contraintuitivo: una región de la que, en principio, es imposible escapar y unas fuerzas gravitatorias que resultan infinitas en el centro del agujero negro. La idea dominante en la actualidad es que los agujeros negros existen efectivamente y tienen las propiedades predichas por las ecuaciones de Einstein.
Tomadas al pie de la letra, las ecuaciones de Einstein predicen que el viaje en el tiempo sería posible en las proximidades de objetos masivos en rotación, tales como los agujeros negros, a condición de que éstos giren lo bastante deprisa y se den determinadas condiciones complementarias. Muchos físicos, sin embargo, dudan de que estas predicciones sean realistas. No se conocen agujeros negros que giren tan deprisa como sería necesario, y se ha argumentado (de modo poco convincente) que no parece posible acelerar alguno de ellos artificialmente, puesto que cualquier materia en rápida rotación que se lanzara hacia él sería despedida y no podría penetrar en su interior. Quizás los escépticos tengan razón, pero mientras su resistencia a aceptar la posibilidad del viaje en el tiempo se base en la creencia de que conduce a paradojas, no estará justificada.
Aun en el caso de que se llegase a comprender mejor las ecuaciones de Einstein, no parece que pudiesen proporcionar respuestas concluyentes a la cuestión del viaje en el tiempo. La teoría general de la relatividad es anterior a la teoría cuántica, y no resulta completamente compatible con ella. Nadie ha conseguido aún formular una versión cuántica satisfactoria, es decir, una teoría cuántica de la gravedad. Sin embargo, y según los argumentos que he expuesto, los efectos cuánticos serían dominantes en situaciones de viaje en el tiempo. Las propuestas candidatas a teoría cuántica de la gravedad se caracterizan porque no sólo permiten la existencia de conexiones dirigidas al pasado en el multiverso, sino que predicen que dichas conexiones se forman y se rompen continuamente de modo espontáneo. Esto sucede tanto en el espacio como en el tiempo, pero sólo a escala submicroscópica. Según algunas hipótesis, el camino típico formado por estos efectos tendría una longitud de 10−35 metros, permanecería practicable durante un tiempo de Planck (10−43 segundos), y por lo tanto, sólo se adentraría, aproximadamente, un tiempo de Planck en el pasado.
El viaje en el tiempo hacia el futuro, que, esencialmente, requeriría tan sólo cohetes eficientes, se encuentra en un horizonte tecnológico más bien distante, pero que parece alcanzable. El viaje en el tiempo hacia el pasado, en cambio, requiere la manipulación de agujeros negros o alguna otra violenta disrupción gravitatoria de la estructura del espacio y el tiempo, y, si llega a ser practicable, lo será en un futuro muy remoto. Por el momento, no conocemos nada en las leyes de la física que descarte el viaje en el tiempo hacia el pasado, es más, lo hacen verosímil. Los descubrimientos futuros en física fundamental podrían cambiar esta situación. Podría descubrirse que las fluctuaciones cuánticas en espacio y tiempo se vuelven insuperablemente fuertes cerca de las máquinas del tiempo y sellan de modo irremediable sus entradas (Stephen Hawking, por ejemplo, ha expuesto que algunos de sus cálculos sugieren esa posibilidad, pero eso está por confirmar). O quizás algún fenómeno aún desconocido descarte el viaje en el tiempo hacia el pasado, o proporcione algún método nuevo y más fácil para hacerlo factible. No podemos predecir el futuro crecimiento del conocimiento, pero si el desarrollo de la física fundamental continúa permitiendo el viaje en el tiempo en principio, su realización práctica se convertirá, con toda seguridad, en un mero problema tecnológico que se resolverá en un momento u otro.
Puesto que ninguna máquina del tiempo proporciona acceso a tiempos anteriores al momento en que inició su existencia, y a causa de que la teoría cuántica dice que están interconectados los universos, hay ciertos límites para lo que podemos esperar aprender mediante el uso de dichas máquinas. Hasta que hayamos construido una no podemos esperar la llegada de visitantes o, al menos, de mensajes procedentes del futuro y que salgan de ella. ¿Qué nos dirán? Algo que, con toda seguridad, no nos traerán son noticias de nuestro propio futuro. La pesadilla determinista de la profecía de una futura catástrofe inescapable, acontecida a pesar de —o quizás a causa de— nuestros esfuerzos por evitarla sólo es tema para mitos y ciencia ficción. Los visitantes del futuro no pueden conocer nuestro futuro mejor que nosotros, ya que no proceden de él. Sin embargo, nos pueden hablar del futuro de su universo, cuyo pasado fue idéntico al nuestro. Pueden traer consigo noticiarios y programas de actualidad grabados, así como periódicos atrasados con fechas que empiezan a partir de mañana. Si su sociedad tomó alguna decisión equivocada que la condujo al desastre, nos podrán advertir. Nosotros podremos seguir o no su consejo. Si lo seguimos, tal vez evitemos caer en el mismo error o bien —no hay garantía posible— descubramos que el resultado de nuestra elección es aún más catastrófico que el de la suya.
En conjunto, no obstante, deberíamos podernos beneficiar bastante del estudio de su futura historia. Si bien no es la nuestra, y a pesar de que conocer la inminencia de algún desastre no equivale a saber qué hacer para evitarlo, es presumible que podríamos aprender mucho de lo que, desde nuestro punto de vista, sería posible que ocurriera.
Nuestros visitantes podrían darnos a conocer grandes logros científicos y artísticos. Si éstos hubieran sucedido en el futuro próximo del otro universo, sería probable que existieran en el nuestro copias de las personas que los realizaron trabajando para conseguirlos. De golpe, se encontrarían ante versiones acabadas de sus trabajos. ¿Estarían agradecidos? He aquí otra aparente paradoja del viaje en el tiempo. Puesto que no parece crear inconsistencias, sino curiosidades, ha sido más tratada en la literatura de ficción que en los debates científicos como argumentación en contra del viaje en el tiempo (si bien algunos filósofos, como Michael Dummett, la han tomado en serio). La denomino paradoja del conocimiento del viaje en el tiempo y se desarrolla como sigue. Un historiador futuro interesado en Shakespeare utiliza una máquina del tiempo para visitar al gran autor mientras que está escribiendo Hamlet. Mantienen una conversación, en el transcurso de la cual el viajero en el tiempo muestra a Shakespeare el texto del soliloquio «Ser o no ser…» de Hamlet, que ha traído consigo desde el futuro. A Shakespeare le gusta, y lo incorpora a la obra. En otra versión, Shakespeare muere y el viajero asume su identidad y alcanza la gloria fingiendo que escribe sus obras, cuando en realidad lo único que hace es copiarlas en secreto de un ejemplar de las obras completas de Shakespeare que se trajo del futuro. En otra versión, el viajero en el tiempo se sorprende de no poder encontrar a Shakespeare. Por una serie de casualidades, tiene que adoptar la personalidad de Shakespeare y, de nuevo, plagiar sus obras. Le coge gusto a esa vida y, años después, se da cuenta de que él es Shakespeare: nunca ha existido otro.
Incidentalmente, la máquina del tiempo de estas historias debería haber sido suministrada por alguna civilización extraterrestre que hubiera desarrollado ya el viaje en el tiempo en la época de Shakespeare, y que estuviese dispuesta a prestar a nuestro historiador uno de sus escasos y no renovables pasillos aéreos para viajar en el pasado a aquella época. O quizás (lo cual me parece todavía menos probable) hubiera alguna máquina del tiempo disponible que se encontrara de modo natural en las cercanías de algún agujero negro.
Todas estas historias relatan una cadena —o, más bien, un círculo— de acontecimientos perfectamente consistente. La razón de que resulten chocantes y merezcan la denominación de paradojas ha de buscarse en el hecho de que en cada una de ellas la gran literatura nace sin que nadie la haya escrito ni creado, y este hecho, si bien consistente desde un punto de vista lógico, contradice profundamente nuestra comprensión de los orígenes del conocimiento. Según los principios epistemológicos que expuse en el capítulo 3, el conocimiento no surge nunca completamente formado. Existe sólo como resultado de procesos creativos que son, paso a paso, procesos evolutivos, que empiezan con un problema y avanzan mediante las nuevas teorías provisionales, las críticas y la eliminación de errores hacia un problema-situación nuevo y preferible. Es así como escribió Shakespeare sus obras. Es así como descubrió Einstein sus ecuaciones de campo. Es así como cada uno de nosotros logra resolver cualquier problema, pequeño o grande, en su vida o crea obras artísticas de valor.
Y así es también como se originan nuevas especies vivientes. El «problema» es, en este caso, un nicho ecológico. Las «teorías» son los genes, y las nuevas teorías provisionales, los genes mutados. La «crítica» y la «eliminación de errores» están representadas ahora por la selección natural. El conocimiento es generado mediante la acción humana intencionada, pero las adaptaciones biológicas lo son por un ciego mecanismo inconsciente. Las palabras que empleamos para describir ambos procesos son distintas, como distintos son también físicamente, pero ambos obedecen detalladamente a las mismas leyes de la epistemología. En un caso se denominan teoría de Popper del desarrollo del conocimiento científico, y en el otro, teoría de Darwin de la evolución. También es posible formular una paradoja del conocimiento en términos de especies vivas. Supongamos que transportamos en una máquina del tiempo a algunos mamíferos a la era de los dinosaurios, anterior a la evolución de aquéllos. Soltamos a nuestros animales, los dinosaurios se extinguen y los mamíferos ocupan su lugar. De este modo, se han originado nuevas especies sin haber evolucionado. Resulta aún más fácil ver por qué esta versión es filosóficamente inaceptable: implica un origen no darwiniano de las especies y, de manera específica, el creacionismo. Es cierto que no se invoca aquí a ningún creador, en el sentido tradicional de la palabra. Sin embargo, el origen de las especies en esta historia es claramente sobrenatural: no ofrece ninguna explicación —y descarta la posibilidad de que exista alguna explicación— sobre cómo ocurrieron las complejas y específicas adaptaciones de las especies a sus nichos.
Así pues, las situaciones de la clase paradoja del conocimiento infringen los principios epistemológicos o, si se quiere, evolutivos. Son paradójicas tan sólo porque conllevan la creación, desde la nada, de complejos conocimientos humanos y complejas adaptaciones biológicas. Historias análogas que involucren en la espiral a otras clases de objetos o informaciones no son paradójicas. Observemos un guijarro en la playa, viajemos después a ayer, busquemos el guijarro hasta encontrarlo en otro lugar y llevémoslo adonde lo hemos encontrado hoy. ¿Por qué lo hemos encontrado allí? Porque lo hemos transportado a ese lugar. ¿Por qué lo hemos transportado allí? Porque lo hemos encontrado en ese lugar. Hemos causado que una información (la situación del guijarro) cobre vida en una espiral autoconsistente. ¿Y qué? El guijarro tenía que estar en alguna parte. Mientras la historia no implique hacer algo de la nada, bien sea el conocimiento o la adaptación, no será una paradoja.
En la perspectiva del multiverso, el viajero en el tiempo que visita a Shakespeare no viene del futuro de esa copia de Shakespeare. Puede influir en la copia a la que visita, e incluso reemplazarla. Pero nunca podrá visitar a la copia que existió en el universo del que él ha partido. Y ésa es la copia que escribió sus obras. Así pues, dichas obras tuvieron un auténtico autor. Las espirales paradójicas de la clase planteada en la historia no existen. El conocimiento y la adaptación —incluso en la presencia de caminos al pasado— no surgen de repente, sino que aumentan gradualmente gracias a la creatividad humana o a la evolución biológica, y no puede ser de otro modo.
Desearía poder afirmar que esta exigencia es también rigurosamente aplicada por las leyes que la teoría cuántica impone al multiverso. Espero que así sea, pero resulta difícil de demostrar, puesto que esa tan deseada propiedad no es fácil de expresar mediante el lenguaje corriente de la física teórica. ¿Qué fórmula matemática distingue el «conocimiento» o la «adaptación» de la información carente de valor? ¿Qué atributos físicos distinguen a un proceso «creativo» de otro que no lo sea? Si bien no estamos aún en condiciones de responder a estas preguntas, no creo que la situación sea desesperada. Recordemos las conclusiones del capítulo 8 acerca de la trascendencia de la vida y el conocimiento en el multiverso. Señalé allí (por razones que nada tienen que ver con el viaje en el tiempo) que la creación de conocimiento y la evolución biológica son procesos significativos. Una de las razones para ello era que dichos procesos —y sólo ellos— tienen un efecto particular sobre los universos paralelos, es decir, la creación es una estructura transuniversal que los hace iguales. Algún día, cuando comprendamos los detalles de este efecto, estaremos en condiciones de definir el conocimiento, la adaptación, la creatividad y la evolución en términos de convergencia de universos.
Cuando «escenifico una paradoja», hay eventualmente dos copias de mí en un universo y ninguna en el otro. Es una regla general que, después de que haya tenido lugar el viaje en el tiempo, el número total de copias de mí, contado en todos los universos, no deberá haber cambiado. De modo semejante, las leyes corrientes de conservación de la masa, la energía y otras magnitudes físicas continúan siendo de aplicación para el multiverso en conjunto, si bien no necesariamente para todos los universos particulares. Sin embargo, no hay una ley de conservación del conocimiento. La posesión de una máquina del tiempo nos proporcionaría acceso a un conocimiento de procedencia completamente distinta: la creatividad de las mentes de otros universos. Éstas podrían, a su vez, recibir conocimiento de nosotros, por lo que podríamos perfectamente hablar de un «intercambio» de conocimiento —y por supuesto, de artefactos que incorporen conocimiento— a través de múltiples universos. Pero no hay que tomarse esta analogía al pie de la letra. El multiverso nunca será una zona de libre intercambio, ya que las leyes de la física cuántica imponen serias restricciones a las interconexiones entre instantáneas. En primer lugar, los universos se conectan inicialmente tan sólo en el momento en que son idénticos, pero el hecho mismo de estar conectados hace que empiecen a diferenciarse. Sólo cuando esas diferencias se hayan acumulado, y haya sido creado nuevo conocimiento en un universo y enviado viajando hacia el pasado al otro, podremos recibir conocimiento que no exista aún en el nuestro.
Una manera más acertada de ver este «intercambio» de conocimiento sería considerar todos nuestros procesos generadores de conocimiento, toda nuestra cultura y civilización, todos los procesos mentales de todos los individuos, e incluso toda la biosfera en evolución, como un gigantesco cálculo en el que todo ese conjunto ejecutaría un programa informático automotivado y autogenerado. Más específicamente, se trataría, como ya he mencionado, de un programa de realidad virtual en el acto de representar, con creciente fidelidad, la totalidad de la existencia. En otros universos hay otras versiones de ese generador de realidad virtual, algunas idénticas, otras muy diferentes. Si dicho generador de realidad virtual tuviera acceso a una máquina del tiempo, podría recibir algunos de los resultados de los cálculos realizados por sus contrapartidas en otros universos, en la medida en que las leyes de la física permitiesen el necesario intercambio de información. Cada fragmento de conocimiento obtenido de la máquina del tiempo tendría un autor específico en algún lugar del multiverso, pero beneficiaría a un número indecible de distintos universos. Una máquina del tiempo es, pues, un recurso calculatorio que permite que ciertas clases de cálculos puedan ser realizadas con una eficiencia mucho mayor de lo que lo serían por un ordenador individual. Alcanza esta eficiencia compartiendo las tareas calculatorias con sus propias copias en universos diferentes.
En ausencia de máquinas del tiempo, tiende a haber muy poco intercambio de información entre universos, porque las leyes de la física predicen en este caso muy poco contacto causal entre ellos. Puede afirmarse, con un buen nivel de aproximación, que el conocimiento creado en una serie de instantáneas idénticas alcanza a relativamente pocas otras instantáneas, a saber, las que están agrupadas en espacios-tiempo situados en el futuro de las instantáneas originales. Pero eso es tan sólo una aproximación. Los fenómenos de interferencia son el resultado del contacto causal entre universos próximos. Ya vimos en el capítulo 9 que incluso ese minúsculo nivel de contacto puede ser utilizado para intercambiar información significativa y calculatoriamente útil entre universos.
El estudio del viaje en el tiempo nos proporciona un campo, si bien, de momento, sólo teorético y al nivel de experimento mental en el que podemos leer en grandes caracteres algunas de las conexiones entre las que denomino las «cuatro grandes vías». Todas ellas desempeñan papeles esenciales en la explicación del viaje en el tiempo. Éste podrá ser factible algún día o no, pero, si lo es, no exigirá ningún cambio fundamental en la concepción del mundo de nadie, o, al menos, no de la de quienes compartan ampliamente la que expongo en este libro. Todas las conexiones que el viaje en el tiempo podría establecer entre pasado y futuro son comprensibles y no paradójicas. Y todas las conexiones que necesitaría entre campos aparentemente desconectados del conocimiento existen ya.