28 proximo lugar, junto a ella
Ya en el cuarto y tras dar por concluidas las risas que había provocado la situación con la empleada de la limpieza del hotel, comenzaron a recoger sus pertenencias para salir de allí lo antes posible y buscar a Blanca. Abel tenía muchas ganas de verla y abrazarla. Necesitaba darle las gracias por haber estado cuidando de él a pesar de no recordar nada salvo su perfume. Esperaba que ella no lo apartase de su vida por ser quien era y que lo aceptara; aunque si le pedía que abandonara el mundo en el que se había metido, él lo haría después de ver entre rejas al hombre que supuestamente deseaba aniquilarla, Eduardo.
―¿Qué? ―le dijo a Jacob cuando entró de fumar fuera.
―Acabo de hablar con Álex, dice que Blanca ha
estado toda la noche en su casa pero que acaba de salir.
―¿Cómo? ¿A dónde? ―comenzó a preguntar al mismo tiempo que buscaba
su chaqueta.
―No lo sabe, Abel. Pero nos informará de todo cuando lo sepa. Ahora
necesita que vayamos con él.
―Estupendo. Salgamos de aquí.
―Escucha, como conozco al recepcionista seré yo la cara bonita que
le diga que dejamos la habitación, ¿de acuerdo?
―¿No te gusta mi cara?
―Con esa barba, no. ―Sonrió.
―Oye... ¿dónde están las llaves de mi moto? ―preguntó al mu- chacho
mientras se metía las manos en los bolsillos.
―Se la llevó Álex. La necesitaba para ir tras Blanca.
―Espero que no le haga daño porque de lo contrario le cortaré las
pelotas ―dijo con cierto enfado. Había dos cosas que no le gus-
taba ceder a otro hombre, su moto y su mujer.
CRÓNICA DE UN DESEO
―Ha sido por una buena causa. ―Sonrió.
― ¡Excusas! Ese ha visto la oportunidad de
montar en ella y no lo ha dudado.
―Míralo por el lado bueno, se ha montado en Diablesa pero no tocará
a Blanca. ―Le guiñó y abrió la puerta para que dejara de refunfuñar
y saliesen de aquel lugar.
Abel bajó por las escaleras mientras que Jacob lo hizo por el
ascensor ya que en cuanto se abriesen las puertas lo primero que
verían sería el mostrador de recepción. Cuando dio un paso hacia
delante y observó a su compañero que se encontraba escondido,
levantó la mano para que saliese. Jacob tocó la campanilla al ob-
servar que, como siempre, el muchacho no estaba en su
lugar.
―¡Un momento! ―exclamó el joven desde lo que parecía que era la
cafetería del hotel―. Buenos días ―le dijo cuando lo vio.
―Hola. Aquí tienes la llave de la habitación. Dime cuánto te debo.
―Sacó la cartera.
―¡Nada! No puedo cobrarle nada. Mi ética impide...
―Vamos, que como has reconocido al compañero que estuvo conmigo y
sabes que conocemos tus “trapicheos”, quieres que hagamos la vista
gorda, ¿no? ―Se guardó la cartera y apoyó un brazo en el
mostrador.
―Le agradezco que no lo haya puesto en conocimiento. Cuan- do ayer
recibí la visita de unos agentes, pensé que me habían delatado ―le
explicó el muchacho.
―¿Policías?
―Sí. Policías. Pero iban buscando a una mujer que se había hos-
pedado aquí.
―¿Qué mujer? ―preguntó con rapidez. Si allí habían estado es-
birros de Eduardo, ellos también estuvieron en peligro sin saberlo.
El cerco cada vez se estrechaba más. Tarde o temprano darían con
ellos y los aniquilarían.
―Blanca Cervantes: la huésped que se alojaba en la trescientos
seis, la habitación contigua a la de ustedes. Salió ayer, aunque la
tenía pagada hasta hoy.
―¡Mierda! ―gritó. Antes de que el muchacho pudiera decir nada más,
Jacob se abalanzó sobre la puerta del hotel saliendo como una
exhalación a la calle para buscar a su compañero que se había
metido en el coche―. ¡Tengo que llamar a Álex y pregun- tarle dónde
está! ―seguía gritando mientras se sentaba a su lado.
Dama Beltrán
― ¿Qué coño pasa? ―Abel cerró la puerta con fuerza y observó cómo Jacob era incapaz de teclear el número de Álex. Le cogió el móvil y marcó él. Levantó el dedo para que se callara―. Espero que esto no se trate de un ataque de celos o lo pagarás muy caro.
―Dime ―respondió Álex a la llamada.
―¿Dónde estás? ¿Tienes vigilada a Blanca? ―preguntó Abel.
―¡Bienvenido al mundo de los vivos! ―exclamó el hombre con
entusiasmo―. Tranquilo, tu chica está segura en
mis manos. ―Eso ya lo sé... ―dijo burlón mientras seguía
contemplando la
cara de espanto que tenía el muchacho.
―Álex, ¿dónde estás? ―Jacob le quitó el teléfono a Abel y
co-
menzó a hablar mientras ponía en marcha el vehículo. ―Me encuentro
en un bar que hay detrás del centro comercial,
se llama La Toscana. ¿Qué ocurre?
―La policía podría está implicada. Quien la sigue se
identificó
como tal ―le explicó Jacob.
―¡Joder! ―exclamaron los dos compañeros a la vez ante el
des-
cubrimiento que había hecho el joven.
―Han preguntado por Blanca en el hotel, y estoy seguro de
que
andarán cerca de donde estés.
―Pues ahora que lo dices... Esto está apartado de la
ciudad,
no es un lugar muy concurrido. Cualquiera agradecería que
su
objetivo anduviese por estos terrenos. Hay árboles, poca gente...
―Tardaremos lo menos posible en llegar. Por favor, ten
cuida-
do ―rogó Jacob mientras aceleraba el coche para salir de allí. ―No
te preocupes por mí. Sé cuidarme solo. ―Colgó.