24 Vision de futuro

No había muchos cambios desde su última noche. El salón permanecía revuelto, producto de la ira de Eduardo ante su marcha. Avanzó en silencio. Seguía reinando en las paredes la frialdad del engaño. Blanca suspiró varias veces antes de poner un pie en aquel lugar al que un día llamó hogar. Pero no podía desfallecer, había tomado la decisión de rehacer su vida y debía mantenerla. Según caminaba y observaba el lujo en el que había vivido, las mentiras en las que había basado su vida, se entristecía cada vez más. En la pequeña habitación de aquel hotel se encontró mucho más feliz que en aquella casa adornada de banalidades ostentosas. Eso había sido su matrimonio, una fachada de lujo y belleza con un podrido interior. Carmen le cogió la mano y ambas subieron las escaleras que les conducían hasta el dormitorio. Eduardo había salido de allí voluntariamente, alegando que lo hacía por caridad, porque la amaba y que tarde o temprano Blanca reconsideraría volver a su lado. Pero había vaciado la casa llevándose consigo todo lo que creyó que le pertenecía. Tan solo hubo una cosa que no pudo empaquetar, su perfume. Con una profunda tristeza, Blanca se dirigió hacia la ventana y la abrió. Quería hacerlo desaparecer lo antes posible, le estaba provocando una abominable angustia.

―Termina rápido, me pone de los nervios ver cómo te marchi - tas ―dijo Carmen desde la puerta de la habitación.
―Es normal, ¿no? Sentirse así... ―Acarició la suave colcha de la cama matrimonial.
―No es normal, Blanca. Has vivido en una mierda de matrimo- nio y ese tipejo no se merece nada. ―Seguía observándola.
―Bueno, seguro que pagará por todo lo que me ha hecho pasar, tengo la mejor abogada de la ciudad. ―Esbozó una leve sonrisa.
―Pues cuando te cuente lo que he averiguado, te vas a quedar con la boca abierta. Te habías casado con un monstruo, y si es ver- dad todo lo que se cuenta, me alegro de que hayas salido de entre sus manos. ―La miró fijamente.
―¿Qué? ¿Qué has averiguado? ―Se levantó de la cama y se di- rigió hacia su amiga.
―Salgamos de aquí y te cuento; puede ser que ese maldito haya colocado micrófonos por aquí.
―Exagerada...
―Después de todo lo que has vivido con él, ¿crees que es algo ilógico?
Blanca le hizo caso. Bajaron las escaleras y agarró su bolso con fuerza. Debía averiguar, lo antes posible, qué es lo que sabía Carmen sobre Eduardo para estar tan horrorizada. Ya podía esperarse cualquier cosa de él, pero aun así, necesitaba que se lo comentaran. Si era verdad que César y Abel andaban buscando pruebas para meterlo entre rejas, ella les ayudaría sin saberlo. Durante el trayecto, ambas permanecieron en silencio. Finalmente, Blanca rompió el hielo.
―Cuando quieras puedes empezar, me tienes en ascuas.
―Solo son conjeturas. Pero ha llegado a mis oídos que tu futuro ex, anda liado en temas escabrosos. Drogas, prostitución, contratos ilegales...
―¿Tú crees? ―preguntó asombrada. Durante el tiempo que pasó a su lado nunca pensó que estuviese metido en cosas de ese tipo. Por lo menos delante de ella, los contratos y las conversaciones que había mantenido con sus clientes eran muy normales.
―Sí, lo creo. Sin embargo, pienso que no está solo. Él es muy inteligente pero no tanto, debe tener una cabeza pensante que le indique qué hacer. Pero no estoy segura de esta hipótesis, solo son rumores, Blanca. Aunque si todo lo que voy descubriendo es cierto, levantaré muchas ampollas en esta ciudad.
―No te metas en líos, por favor. Si es verdad lo que dices, es mejor informar a la policía y que ellos hagan su trabajo. Además, he conocido a gente que puede ayudarme. Llevan mucho tiempo...
―Tranquila, está todo controlado ―interrumpió―. Ahora va- mos a disfrutar de una tarde de compras. Tal vez luego aparezca- mos por la oficina y puedas conocer a Javier, mi jefe. Es un hom- bre encantador, divertido, guapo...
―¿Y no te lo has llevado a la cama? ―preguntó burlona.
―¡No! Él no es de esos. ―Sus ojos se entristecieron―. Si lo fuese, se hubiera dado cuenta de que estoy enamorada de él. Y durante estos años no me ha demostrado nada salvo una bonita amistad.
―¿Casado?
―No, creo que es gay. ―Suspiró.
―Sí, eso es un gran problema.
Las compras se habían alargado demasiado. Sobre todo cuando Carmen se empeñó en visitar un sex shop. La cara de asombro de Blanca era espectacular. Nunca había visto tantos juguetes para satisfacerse en los momentos de intimidad.
―¿Vas a comprar alguno? ―le dijo enseñándole un vibrador gigantesco.
―¿Yo? ¿Para qué? ―preguntó asombrada.
―¡Para llevarlo a comprar pan! ¿Para qué va a ser? Ahora que estás sola debes saciar el hambre interior. ―Soltó una carcajada.
―Nunca he probado uno... ―comentó inquieta.
―Pues te recomiendo este. ―Cogió uno de los que había en una estantería y se lo puso en la mano―. Si le das al botón de arriba aumenta la velocidad vibratoria y es espectacular.
―Creo que no debería ―contestó avergonzada.
―¡Joder chica! No pongas esa cara. No tiene nada de malo darse placer una misma. Te aseguro que hay momentos en los que un buen vibrador es la mejor alternativa.
Así que después de tanto insistir y explicarle las mil ventajas de aquel aparato, Blanca lo compró y lo guardó en el bolso como quien esconde un arma.
Al final, la jornada resultó de lo más agradable. Llevaba mu- cho tiempo sin disfrutar de la compañía de una amiga y de poder fisgonear a sus anchas entre las tiendas. Eduardo la obligaba a tener una vida social demasiado limitada y tan solo podía visitar a las familias que estaban apuntadas en la agenda. ¿Salir de compras con amigas? Eso ni se lo planteó. Cada vez que necesitaba algo tenía que comunicárselo a él para que mandase alguna de sus vasallas a comprar lo que se suponía que era lo más adecuado para ella. Sin embargo, ahora llevaba en sus manos varias bolsas colmadas de prendas que había escogido por sí misma.
―¿Qué desean tomar? ―les preguntó el camarero del bar en el que se habían sentado a descansar.
―Un café con leche; con sacarina y la leche fría, por favor.
―¿Y usted? ―preguntó a Blanca que miraba de un lado hacia otro como buscando a alguien entre la multitud.
―Lo mismo, gracias.
Cuando el muchacho las dejó solas, Carmen cogió la mano de su amiga y mirándole a los ojos le inquirió.
―¿Qué te sucede?
―Tengo la sensación de que nos están siguiendo ―murmuró Blanca.
―Pues yo no he notado nada. Quizás solo sea producto de tu imaginación. Aquí hay mucha gente y cuando ven dos mujeres guapas como nosotras, se giran para mirarnos. ―Sonrió Carmen.
―Será eso.
Antes de que pudieran entablar conversación alguna, el teléfono de Carmen empezó a sonar. Metió la mano en el bolso y cuando vio de quién se trataba, su rostro se llenó de felicidad. Algo que no había apreciado Blanca en ella hasta ese momento.
―¿Hola? Sí. Estamos tomando un café. Que sí. Vale. Nos ponemos en camino. Un beso.
―¿Qué ocurre? ―preguntó justo al finalizar la llamada.
―Es Javier, nos quiere allí ya ―dijo emocionada mientras bebía a gran velocidad el café y se levantaba del asiento.
―Pues no le hagamos esperar.
―Por cierto, no le hables de mis hallazgos sobre tu divorcio. Ja- vier es muy protector y si descubre que puedo verme involucrada en temas peliagudos, me retira del caso.
―Pero... ¿y si Javier tiene razón y estás en peligro? ―preguntó preocupada.
―No hay nada peligroso. Solo son conjeturas, ¿de acuerdo? No voy a investigar nada que me resulte arriesgado ―mintió para relajarla.
―Como quieras.
Durante el trayecto, Carmen le informó a Blanca sobre su trabajo en la oficina. Parecía que el tal Javier se preocupaba por ella y la desvinculaba de casos con ciertos matices inseguros. Quizás aquel hombre tan solo la protegía porque la apreciaba, o tal vez porque sentía algo especial por ella. Aunque su amiga le había dicho que era gay. Así que cuando llegaran al despacho del misterioso hombre, ella confirmaría o negaría su teoría.
―Pase ―respondió una voz varonil, tras solicitar la entrada.
―Buenas ―saludó Carmen―. ¿Se puede? ―Abrió la puerta como si estuviese en su casa y le dejó espacio para pasar.
―Adelante, os estaba esperando. Espero que hayáis gastado mucho. ―Los ojos del hombre se clavaron en Carmen.
―Un poquito. ―Sonrió traviesa.
Cuando la jovial chica apareció en la oficina, la mirada del hombre se llenó de cariño, placer, deseo y lujuria. Pero ella no se quedaba atrás, sus ojos expulsaban corazoncitos tal como lo hacían las chicas enamoradas en las viñetas de los comics; y entre aquellos dos, Blanca, que movía la cabeza de un lado para otro como si estuviese en medio de un torneo de tenis. «¿Ninguno de los dos se ha dado cuenta de lo que está ocurriendo aquí?». Pensó.
―Pase, no se quede ahí parada. ―Al fin Javier alzó la mirada ha- cia la recién llegada. Se levantó del sillón y le tendió la mano―. Me llamo Javier, y soy el jefe de toda esta cuadrilla de vagos. ―Sonrió.
―Buenas tardes. Soy Blanca Cervantes ―respondió al saludo.
―Carmen me ha hablado muy bien de usted. ¿Cómo se en- cuentra? ―le preguntó con amabilidad.
―¿Nos tuteamos? ―Javier asintió―. Bien. Sin duda me encuen- tro mejor. Pero estoy segura de que si Carmen no se hubiera tropezado conmigo, ahora no tendría dibujada una sonrisa en mi rostro. ―Miró por la habitación buscando un lugar donde sentarse.
―Siéntate, por favor. ―Señaló la otra silla que estaba frente a su mesa―. Estamos muy contentos de que nos hayas elegido para llevar tu caso. Carmen me ha dicho que es bastante fácil. Así que si tienes cualquier duda, cuenta conmigo.
―Ya me ha puesto al corriente, no te preocupes, ganaremos. ―Miró de reojo a su amiga que levantaba las cejas para recordarle que no debía hablar de aquello que le comentó.
―Los casos de separación son bastante largos y peliagudos. Si tienes algo que esconder, tu marido jugará esa baza en el juicio. ―Su rostro cambió de repente. Ya no expresaba ternura sino inquietud.
―No tengo nada que esconder, Javier. Durante mi matrimonio he sido la esposa perfecta. Creo que hay que investigar más lo que él ha hecho ―le comentó.
―¿Qué cosas?
―Infidelidad ―contestó Carmen aprisa―. El marido de Blanca ha sido infiel en multitud de ocasiones.
―¿Algo más que añadir? ―Javier miró a ambas mujeres inten- tando averiguar, si alguna de ellas mostraba en su rostro algo que le indicase que sabían más de lo que contaban, pero no lo halló. No podía desestimar el caso, Carmen ya lo había hecho suyo, y tampoco podía levantar sospechas negándole algo tan fácil, como era la separación de un matrimonio por infidelidad. Sin embargo, estaría atento a los movimientos de ambas mujeres. No podía dejarlas a merced del destino y menos cuando el que lo dirigía era Eduardo.
―No, nada que añadir ―respondió Carmen―. Y ahora si no te importa, tenemos mucho en lo que trabajar.
―A mí me encantaría volver a casa y darme un buen baño, lo necesito ―dijo Blanca.
―Encantado de conocerte, Blanca. ―Se levantó y volvió a ex- tenderle la mano―. Ya sabes dónde estamos. Ven a visitarnos cuando quieras.
―Muchas gracias, Javier. Lo haré. ―Caminó hacia la salida.
―Carmen ―la llamó el hombre antes de que ella pudiera ir tras su amiga―. No hagas nada sin contar conmigo, ¿entendido? Mu- chas veces lo que vemos son espejismos. No te fíes de nadie.
―Sí, papá. No me iré con desconocidos ni con quien me ofrezca un caramelo ―le respondió con burla mientras empujaba la espal- da de su amiga para salir lo antes posible de allí.
Cuando cerraron la puerta, Blanca clavó sus ojos en los de Carmen.
―Dos cosas. La primera es que ese hombre no es gay y aunque tú no te lo creas, te quiere. Pero no como un padre, sino como un amante. Le he visto fijar su mirada en tu cuerpo y ten por seguro que se ha excitado. Y la segunda, no quiero que tengas problemas, ¿entendido? Si Eduardo es un hombre conflictivo llamaremos a la policía y ellos se ocuparán de todo.
―De lo último, tranquila, no soy una niña y sé cuidarme sola. Acerca de lo primero, ¿tú crees? Entonces... ¿por qué no me ha dicho nada durante todo este tiempo? Le he hablado de mis citas, mis aventuras, ¡todo! Y jamás me ha dicho ni reprochado nada ―se enojó.
―Seguro que tiene sus motivos. Pero algo me dice que estás muy equivocada con él. Deberías prestar más atención a sus hechos que a sus palabras. Muchas veces la boca dice no, cuando el corazón grita sí.
―Vamos, te acompaño a la salida. Creo que hoy estás deliran- do. ―Le echó el brazo sobre el hombro y la condujo hasta la calle. Allí, Blanca cogió su coche y regresó a su hogar.

Javier entornó los ojos. Antes de que llegaran a su oficina, Álex le había informado sobre la posibilidad de que estuvieran siendo vigiladas, pero no pudo confirmar si era a una de ellas o a las dos. «¿Quién las puede estar siguiendo y para qué?», se preguntaba una y otra vez. Aquellas dos mujeres no se conocían hasta que se encontraron en el hotel y lo único que las tenía unidas era el divorcio de Blanca. «¡Dios mío!», exclamó al mismo tiempo que su móvil emitió un sonido. «Siguen a Blanca», decía el mensaje de texto. Suspiró de felicidad al confirmar que Carmen estaba fuera de aquella trama; sin embargo, cuanto más tiempo permaneciese al lado de esa mujer, más peligroso sería para ella. «No la dejes sola, avisaré a Abel», respondió. Aunque sabía que aquel comportamiento era bastante egoísta seguía dando gracias a Dios de que no fuese Carmen el objetivo. Pudo sobrellevar la muerte de su madre, pero perder a la mujer con la que pensaba formar una familia, cuando consiguiese llevar a cabo su venganza, no podría superarlo... Pero no podía dejar desamparada a Blanca, no solo por ella sino por su chico. Abel se enamoró desde el instante en que puso sus ojos en ella y debía cuidarla hasta que él pudiese hacerlo por sí mismo. Cogió el teléfono y marcó el número de Jacob.

―Buenas tardes, jefe. ¿Qué desea? ―le saludó con su típica amabilidad.
―Buenas tardes, Jacob. Te llamo para preguntarte por la salud del enfermo y saber si hay alguna novedad al respecto. ―Se levan- tó del asiento y comenzó a deambular por la habitación.
―Mejora. Este hombre tiene la fuerza de un caballo y nada le hará doblegarse, ni tan siquiera una bala ―respondió con satisfacción.
―También ha sido por tu trabajo, Jacob. Si no llegas a estar ahí, no sé lo que habríamos hecho.
―Bueno, en peores circunstacias me las he visto. Además este sitio no esta tan mal.
―¿Es un buen hotel?
―No exactamente, jefe. Es un lugar donde puedes venir acom- pañado o solo, ¿me entiende?
―No, Jacob, no te entiendo. ¿Me lo explicas mejor? ―le dijo en- fadado al ver que el muchacho daba unos absurdos rodeos a lo que realmente importaba.
―Este lugar te ofrece compañía si no la traes... ¿me ha enten- dido ahora? ―Comenzó a enfadarse al recordar que Álex había usado aquel servicio en más de una ocasión.
―¿Es un club camuflado?
―No, jefe. Es un hotel que da la posibilidad al cliente de tener un encuentro sexual con personal de confianza. Según me ha co- mentado Álex, a raíz de que confundiera a Blanca con una fulana. El director de hotel tiene “muchos conocidos” y si les surge algún trabajillo... el recepcionista contacta con ellos.
―Ajá, ya entiendo. Por cierto Jacob, Álex no regresará al hotel. Finalmente le he asignado la vigilancia de Blanca, alguien la está siguiendo y no sabemos de quién se trata.
―Es fácil, será su esposo. Un hombre como él no dejará que una mujer lo destruya. ―Caminó por el pequeño dormitorio y cla- vó los ojos en su amigo. No tardaría en recuperarse, y estaba seguro de lo que haría primero: buscar a quien quisiera hacerle daño a Blanca. Eso sí, no sería tan burlón como siempre, ahora no era él el que estaba en peligro, sino su amada.
―Eso hemos pensado todos, pero suponemos que habrá contra- tado a un profesional para hacer el trabajo sucio. ―Regresó a su asiento.
―Abel no tardará en recuperarse, así que quien persiga a Blan- ca, debería temblar de miedo. ―Sonrió.
―Exacto, más le vale correr y no mirar atrás. ―Ambos soltaron una carcajada.
―Por cierto, ¿qué sabe de César?
―Está velando por la seguridad de la chica. Hemos podido con- firmar que se trata de otra víctima de Eduardo.
―¿Otra más? ―El joven cerró la mano y apretó con fuerza al recordar a la chica que encontraron en el parque.
―Y si todo sale bien... la última.