15 carmen
Blanca se despertó al sentir frío en el lado donde debía permanecer Abel. Cogió la almohada e inspiró con fuerza. Las sábanas aún conservaban su olor. Con pereza, se incorporó y observó el desorden que había en la habitación. Aquel momento lujurioso había sido una hecatombe. Jamás pensó que el deseo y la pasión conllevasen un descontrol tan irracional. Los escasos instantes que había tenido con Eduardo en la cama habían sido una absurda pantomima comparado con lo que en realidad se siente cuando entre dos amantes existe algo especial. Abel le mostró lo que era la pasión, la lujuria y el deseo en las incontables posturas que le hizo hacer. Esbozó una sonrisa de satisfacción cuando notó un pequeño escozor en su piel. En su próxima cita apasionada le obligaría a afeitarse. Estaba muy guapo con aquella espesa barba, le hacía más enigmático y sexy, aunque las consecuencias de las caricias sobre su piel las sobrellevaba ella. La felicidad regresó a su rostro al recordar la cara de Abel al introducirse por primera vez entre sus piernas. Tenía los ojos brillantes, el rostro hirviendo y se re- lamía los labios. «El mejor néctar que he saboreado». Le dijo tras las invasiones de su lengua en su sexo. La hizo enloquecer con sus palabras y la transportó a un mundo maravilloso. Levantó los pies para no tropezar con todo lo que había en el suelo. Se acercó a su chaqueta y cogió la cajetilla de tabaco. Necesitaba reflexionar sobre lo sucedido aquel día, porque no solo había tenido un magnífico e inolvidable encuentro sexual, sino que también se había ido de su casa, lo que había pasado por completo a un segundo plano. Abrió el balcón y, tapándose con el albornoz salió a respirar el aire fresco de la madrugada. La suave brisa y el silencio que la noche le ofrecería era lo que necesitaba para aclarar las ideas. No sería fácil luchar contra una persona como Eduardo, aunque esperaba que la mujer con quien habló le ayudase en esa dura batalla, tras años de desesperación y desprecio. De pronto algo llamó su atención y la puso alerta. Se apretó la bata y se acercó al balcón de al lado, del que provenían unos sollozos.
―Buenas noches ¿Todo bien? ―preguntó con cierta timidez.
―Buenas noches, podría haber sido mejor
―contestó la mujer que se apoyaba en la terraza mirando al
frente.
―Hay días que son mejor dejar atrás. ―Blanca se inclinó hacia el
muro que las separaba y extendió su mano para saludar a la
enigmática mujer.
―Este tenía muy buena pinta y ha terminado horroroso. ―Se acercó al
muro y respondió al saludo.
―Me llamo Blanca.
―Carmen. ¿Está sola? ―Miró de reojo hacia el interior de la
habitación.
―Ahora mismo sí. ―Esbozó una sonrisa apenas visible en la
oscuridad.
―Si quieres, puedes pasar a mi habitación y nos tomamos una copa.
Me vendría bien algo de compañía ―la invitó.
―Dame cinco minutos y tomaremos esa copa. ―Blanca aceptó de buena
gana; no quería estar sola porque comenzaba a pensar en la nueva
vida que se abría ante ella, y llenaría la noche de absurdos
miedos.
―¡Estupendo! ¡Te espero! ―exclamó emocionada.
Carmen abrió la puerta y se quedó durante unos segundos parada con
la mano en la manilla. Sus ojos parecían tristes, el pelo le caía
sobre los hombros. La miró y se lanzó hacia ella para envolverla en
un abrazo tan efusivo, como si se tratase de una amiga a la que
había encontrado después de muchos años.
―Gracias por no dejarme sola. Hoy no es un buen día para deambular
sin compañía. ―Carmen cogió la mano derecha de su invitada y la
introdujo en la habitación.
―A mí también me venía bien algo de compañía esta noche.
―¿Quieres tomar algo? ―Caminó hacia el mueble bar y le mos- tró
varias botellas.
―Un ron, pero no te pases. Mañana necesito estar en plenas
facultades.
―¿Qué tiene de especial mañana?
―Será un gran día para mí. Acabo de finalizar un matrimonio que
solo me ha aportado frialdad y desencanto. Pero... también ha sido
una noche especial porque he encontrado a una persona que me ha
hecho recobrar la ilusión. Así que brindemos por ello. ―Sostuvo el
vaso y lo alzó para realizar el brindis.
―¡¡Brindemos!! ―respondió al saludo―. Y ahora cuenta esa in-
teresante historia. Lo mío es mucho más sencillo; quedé con un
hombre para tener sexo a lo bestia y no ha aparecido.
―Y... ¿cómo se llamaba? ―A Blanca le cambió el humor. De repente
pensó que Abel era la cita de aquella muchacha y que por su
intromisión le había fastidiado el plan. Pero luego le vino a la
mente que él se marchaba, no venía. Tal vez huía...
―Se hacía llamar “Amante Constante”, pero en realidad se lla- ma
Santiago. ―Carmen levantó su delgada ceja pelirroja al ver el
brusco cambio en el rostro de su acompañante.
―Ajá. ―Blanca volvió a dibujar una bonita sonrisa en su rostro,
pensando que podría existir una posibilidad entre ellos, ahora que
sabía que Abel no era el amante de Carmen. «Eres tonta», se dijo.
«¿Crees que desde que te conoció han dejado de interesarle otras
mujeres? ¡Bobadas!».
―¿Hola? ¿Estás ahí? ―le preguntó con ahínco la muchacha al verla
absorta en sus pensamientos.
―Perdona, estaba...
―Vamos a la terraza. Allí estaremos más cómodas y podremos hablar
con calma de todo lo que nos ha pasado. Estoy deseando saber la
historia de ese amante. ―Agarró la botella y se dirigió hacia el
balcón.
―En realidad no hay mucho que contar ―comenzó a exponer mientras
caminaba detrás de ella―. Estaba cansada de un absurdo matrimonio.
Vivía en una constante pantomima y le he puesto fin. Mi marido,
bueno, mi futuro ex, me engañaba con toda mujer que se le ofrecía y
me harté de estar metida en casa fingiendo que no sabía nada. Esta
mañana recibí una llamada de teléfono; una mujer me informó de
todas las infidelidades de mi esposo y también me alertaba sobre
los posibles negocios oscuros que podría traerse entre manos. Me
dijo que era una de sus tantas amantes y que deseaba ponerme al
corriente de todo, porque se sentía muy mal por permanecer en ese
juego de infidelidad en el que mi marido la había introducido. Es
por ello que tomé fuerzas y decidí poner fin a diez años de
amargura. Me marché de la casa, busqué un hotel donde descansar
unos días, y por casualidades del destino me encontré a Abel en el
pasillo.
―Y... ¿por despecho a todo lo que te sucedió con tu marido lo
utilizaste?
―¡No! ¡Qué va! Lo conocí hace tiempo en una fiesta que dio mi
esposo. Él trabaja en la empresa de seguridad que contrata mi
marido para las celebraciones. Fue una especie de atracción
irresistible. Nos cruzamos miradas, gestos... Me sentí enganchada a
él, pero en ningún instante se me pasó por la cabeza engañar a mi
marido, aunque él ya me había tomado ventaja. Así que parece que la
chispa de aquel primer encuentro era mutua y al volver a vernos,
consumamos la pasión que sentimos en aquel instante. ―Se sentó en
la silla y miró a la joven.
―Interesante... ―susurró Carmen.
―Pero antes de seguir con esta locura sexual, tengo que resol- ver
el asunto de mi divorcio. He quedado con la chica que me llamó, que
es abogada, para charlar sobre el tema y plantear las posibilidades
que tengo para no quedarme sin nada después de tanto
tiempo.
―¿No me has dicho que era su amante? ―preguntó sorpren- dida―. ¡Ni
se te ocurra aceptar! Puede ser una encerrona. ¿No has pensado que
podría tratarse de un horroroso plan ideado por tu futuro ex y su
amante? Parece la trama de una peli, pero ponte en esa situación.
―La joven se cruzó de brazos y se recostó en la silla.
―No. En ningún momento se me ha ocurrido pensar eso... Ella dijo
que ayudarme era la única manera de ayudarse a sí misma.
―Resopló.
―¿A sí misma? ¡¡Claro!! Te quitaría de en medio con rapidez y se
quedaría con tu marido. Yo no me fiaría. Las mujeres somos muy
malas con respecto a la posesión de nuestros hombres. Podría
tratarse de una emboscada, ¿tienes más alternativas? ¿Conoces a
otro abogado que pueda defenderte?
―No. No conozco a nadie salvo a los amigos de Eduardo, y creo que
ninguno se enfrentaría a él. Tiene sus empresas con- troladas y no
pondrían en peligro su poder por echarle una mano a una cornuda,
¿no te parece? ―La preocupación apare- ció en el rostro de Blanca.
Si Carmen tenía razón, se encontraba en un grave problema. Nadie la
respaldaría y finalmente se en- contraría arruinada, tal como le
gritó su marido antes de salir de la casa.
―¿Eduardo?
―Eduardo Aguilar, mi marido. ¿Le conoces?
―No ―contestó Carmen tras reconocer ese nombre―. Creo que tu noche
afortunada aún no ha terminado, Blanca. Tienes que caerle muy bien
a alguien de ahí arriba. ―Puso su mano sobre la de ella y alzó su
barbilla hacia el cielo―. Soy abogada, y si lo de- seas, estaré
encantada de llevar tu caso. Desplumaré a ese bastardo y tendrás la
nueva vida que te mereces. ―Una sonrisa diabólica apareció en aquel
rostro angelical.
―¿En serio?... Te estaría eternamente agradecida, Carmen. No
quisiera que esa sabandija quedase impune después de todo el
calvario que me ha hecho pasar.
―Lo pagará, te lo prometo. ―Cogieron con fuerza sus copas y
brindaron por la destrucción de Eduardo.
A Carmen se le dibujó una sonrisa en el rostro. Después de todo, la
noche no había sido tan mala como había pensado, a pesar de que el
plan que ideó no la condujo hasta donde ella quería. Esperaba que
Javier irrumpiera en la habitación, loco de celos, y mandase a
paseo al amante que ella escogió como cebo, para estrecharla al fin
entre sus brazos... Pero posiblemente, tenía entre sus manos el
caso más importante de su carrera. Si el marido de Blanca era el
mismo Eduardo Aguilar que aparecía en los archivos que guardaba su
jefe bajo llave, en la mesa del despacho, sabía como conseguir la
información.