8 si a tres le restan uno...

Su sonrisa era tan intensa que le cruzaba la cara de lado a lado. Se sentía muy feliz con todo lo que estaba aconteciendo hasta el momento. No solo comenzaba a tomar el control del submundo sino también de aquello que llamaban exterior, que no era más que un vulgar espejismo del primero. Miró fuera de su oficina y se sintió orgulloso de lo que había construido. Nadie pensó que lo conseguiría y una vez más, Eduardo Aguilar, les demostró que estaban equivocados. Él creía que era un dios en aquella ciudad y como tal, todo aquello que deseaba lo tenía en sus manos con prontitud. Caminó hacia su mesa y miró la agenda, ese día tenía una reunión con Vicente. El prin- cipal tema a comentar sería qué iban a hacer con Armando. Comenzaba a ser un estorbo para ellos. La última misión que le encomendaron no la realizó con la pulcritud requerida y eso los ponía en peligro. La orden había sido bastante clara: hacer desaparecer a la puta. Sin embargo, la degolló y la dejó en un banco de un parque infantil. Eso no era lo que le habían pedido. Lo más importante era que no se encontraran los cadáveres de las fulanas porque harían peligrar el imperio que había montado en la ciudad. Dejaron muy claro cómo actuar, una vez satisfechos de sus servicios debían eliminarlas y nadie volvería a saber de ellas. Pero Armando tenía prisa por finalizar la tarea y fue descuidado, tal vez su camello le estaba esperando para colmarlo de polvo y de cristal, así que actuó sin planificación y la muchacha se le escapó del coche... Aunque no iba a suceder nunca más...

―Buenos días. El señor comisario acaba de llegar ―le informó su secretaria.

―Hazle pasar. ―Eduardo caminó hacia la puerta para recibir a su fiel amigo―. Vicente... ―Extendió su mano hacia él.
―Eduardo... ―respondió al saludo.
―Siéntate. ¿Quieres tomar algo?
―Un café doble. He tenido un fin de semana algo movido.
―¿Y eso? ―inquirió levantando una ceja.
―La comisaría se llena de pequeños altercados durante el fin de semana. Ya sabes, gente hasta arriba de alcohol y drogas que tropiezan con otros de su misma calaña. ―Sonrió.
―Esos son los mejores. ―Sonrió también―. Alejandra, tráenos dos cafés dobles.
―Enseguida, señor ―respondió la mujer.
―¿Qué has pensado? ―preguntó el policía cuando se cercioró de que la secretaria no les podía escuchar.
―Debe ser eliminado. Eso no se puede consentir, ha sido un gran error. Esa maldita adicción lo está volviendo descuidado y como no pongamos fin a esto, tarde o temprano volverá a cometer otro descuido y ese error puede costarnos muy caro.
―Mientras venía hacia aquí... ―Fue interrumpido por la secre- taria que pidió permiso para entrar―. Esta mañana estás preciosa ―le dijo Vicente clavando su mirada en el culo de la mujer.
―Gracias. Usted siempre me mira con buenos ojos. ―Sonrió con timidez y dejó las tazas de café sobre la mesa―. ¿Algo más, señor?
―No, gracias. Puedes retirarte.
La mujer se apresuró en dejarlos solos, parecía presentir que aquella reunión era bastante importante y no deseaba hacerles perder el tiempo. Pero cuando cerró la puerta se quedó parada y un escalofrío hizo que su cuerpo se estremeciera de manera inconsciente. No entendía el porqué pero la presencia de aquel hombre le ponía los pelos de punta.
―Deberías controlarte un poco más. Y no clavarle ese tipo de miradas a mi secretaria ―le regañó.
―Si fuera por mí, ese culo no solo tendría la marca de mis ojos, sino también la de mis manos. ―Sonrió y cogió la taza de café.
―¿Qué habías pensado tú sobre Armando? ―Enarcó la ceja iz- quierda y comenzó a tamborilear la superficie de la mesa.
―Eliminarlo con su gran debilidad. El depósito está lleno de muertos por sobredosis, y si lo pensamos bien es la mejor forma

Dama Beltrán

 

de exterminar la basura. Los forenses son claros en sus informes y eliminan cualquier posibilidad que indique un asesinato.

―No sé... ¿Lo has hecho alguna vez? ―Eduardo no estaba muy conforme con aquello. Seguía prefiriendo los accidentes automo- vilísticos o los casos de robos fallidos.

―Una, hace mucho tiempo. Tuve una mujer de la alta sociedad entre mis manos. Vendía su cuerpo a cambio de droga. No quería comprarla ella misma para que su marido no descubriese su lado oscuro, así que como comprenderás la disfruté muchísimo porque la tenía muy enganchada. ―Sonrió―. Pero un día decidió retirarse de todo y desintoxicarse. Cuando le negué aquella decisión, porque era una de mis mejores zorras, se puso bravucona y me amenazó con contarle a su marido lo que había pasado entre nosotros y mis trapicheos. La cogí de los pelos, la senté en una silla para que no escapara y le inyecté unas buenas dosis antes de dejarla marchar. Unas cuatro horas después llegó un aviso a comisaría, la habían en- contrado muerta en la bañera. Como es lógico, colaboré en la investigación para evitar cualquier pista que le llevara hasta mí. Con el paso del tiempo el marido se suicidó, el hijo se marchó de España, y el caso se archivó. Todo resuelto. ―Bebió con pausa el café.

―Te salió bien la jugada. ―Alzó su taza para imitar un brindis. ―Me salió bien porque lo trabajé mucho. Hice todo lo posible por ser yo quien llevara el caso. Ten en cuenta que por aquel en- tonces aún no era comisario. Así que debía de apañármelas con los medios que tenía a mi alcance. Pero...

― ¿Hay un “pero”? ―se sorprendió Eduardo al escucharlo. ―Siempre hay un “pero” y este tiene un nombre, Javier. El hijo jamás creyó que su madre se había suicidado como le dimos a entender, así que estuvo al tanto de la investigación. Me llamaba... iba a comisaría... fue una puta lapa, hasta que se marchó a Londres.
―Si se marchó... te libraste de todo.
―Hace unos dos años que anda por aquí. Por ahora no me ha llamado para preguntar sobre los avances que hubiese encontrado en el caso de su madre y eso me preocupa. Durante el tiempo que pasé “investigando”, me di cuenta de una cosa, el chico no parará hasta saber la verdad. Nunca dejará una pregunta sin contestar.
―¿Conozco al susodicho elemento?
―Lo conoces; dirige la empresa de seguridad que tienes contra- tada para tus eventos sociales.
―¿Qué coño estás diciendo? ¿Y no me adviertes? ―Se levantó de su sillón con tanta rapidez y brutalidad que la taza volcó y el café se esparció por la mesa.
―Relájate, lo tengo controlado.
―¿Has buscado algún punto débil en el que poder atacar si descubre algo? ¿Mujer, hijos, amante?
―No. No tiene nada. Lleva una vida muy austera. Vive por y para su trabajo. Por eso pensé que sería bueno estar cerca de él y controlarlo.
―¡Pero deberías haberme puesto al corriente de eso! ¡Un paso mal dado, un exceso de confianza y todo se podría ir a la mierda! ―gritó a la vez que golpeaba la mesa con el puño.
―Como te he dicho, todo está controlado... ―Se reclinó en el sillón y tomó el último sorbo de café.