19 paraiíso?

Parecía que estaba con Jekyll y Míster Hyde. Minutos antes de salir de casa, Álex se lo comía a besos, pero era poner un pie fuera del piso y parecían dos perfectos desconocidos. Aquella actitud lo volvía loco, si seguía así durante mucho tiempo no sabría cómo actuar. Frío a la luz de la sociedad y abrasador bajo las sábanas de su cama. Jacob suspiró al subir al coche. Debía abandonar las dudas que lo invadían de forma maliciosa. Tenía que entender que era una relación secreta, por ahora. Era normal que con la fama de mujeriego que tenía Álex en el grupo, le iba a costar mucho dar a conocer su verdadero yo. Sin embargo, él estaba loco de contento por tener entre sus brazos a la persona amada, y después de las penurias emocionales que había vivido antes de sentir el placer de las caricias de su amante sobre su piel, lo que comentaran o hablaran los demás no le importaba nada. Era feliz. No sabía cuánto tiempo duraría esta relación o si Álex lo haría público algún día, pero tenía que vivir cada momento con alegría y no con desesperación. Si él necesitaba tiempo para reflexionar sobre su nueva etapa, lo respetaba.

―Estamos llegando ―dijo Álex al activar el intermitente de la derecha.
―¿Es ahí? ―preguntó sorprendido Jacob al ver el lugar.
―Como ya te dije es solo un lugar de paso. ―No mostró ningún tipo de afecto en su rostro. Era como si aquel sitio no le transmitiese nada, a pesar de haber llevado allí a sus amantes esporádicos―. Debes hablar tú con el recepcionista, a mí me conoce y por ahora es necesario mantener nuestra privacidad. De ello depende que la misión esté bajo control.
―Ajá ―respondió el muchacho mientras eliminaba de su cuer- po la presión del cinturón.

CRÓNICA DE UN DESEO

Álex estacionó el coche en un aparcamiento cercano a la arboleda. Abrió la puerta y salió deprisa. Jacob le seguía callado y expectante. Le hubiese gustado introducirse en la mente de su amado y averiguar qué estaba pensando al visitar de nuevo aquel lugar. ¿Se sentiría confuso? ¿Pensaría que no estaba preparado para mantener una relación estable y querría volver a sentir bajo su cuerpo a otros amantes? Lo negó con rapidez. De ser así no hubiese aparecido aquella noche en su casa, borracho y demandando de él, y no habría dormido a su lado cada noche, sino que se hubiese marchado después del sexo; sin embargo, lo enlazaba entre su cuerpo, le ofrecía incontables besos y descansaba tranquilo.

―Se agradable con el recepcionista, no debe sospechar nada, ¿entendido? ―comentó mientras lo dejaba pasar primero.
―Creo que sabré hacerlo. ―Sonrió burlón.
Jacob abrió la puerta del hotel y buscó la recepción. A priori no había nadie, así que se aproximó con la intención de pulsar alguna campanilla que llamara la atención del empleado. Lo había visto en un montón de películas y parecía que sería divertido. Sin embargo, cuando apoyó la mano sobre el mostrador de madera, un muchacho se alzó de recoger algo del suelo y le sonrió con amabilidad.
―Buenos días, ¿qué se le ofrece?
―Buenos días, vengo a visitar a un amigo que se hospeda en este... maravilloso hotel. ―Esbozó una pícara sonrisa y parpadeó sus negras y largas pestañas.
―¿Un encuentro? ―El muchacho arqueó las cejas y lo miró intrigado.
―Un amigo.
―¿Nombre? ―Comenzó a mirar las hojas del libro de registro.
―No tengo nombre. Pero se hospeda en la habitación trescien- tos ocho ―dijo con un tono encantador.
―¿Trescientos ocho? ―preguntó el muchacho con nerviosismo.
―Sí, eso he dicho. ¿Algún problema? ―Le enseñó su perfecta dentadura.
Ante la incómoda expresión del recepcionista, Jacob supo que le habían dado órdenes de mantener la boca cerrada. Así que cogió la mano temblorosa del muchacho y sin apartar sus ojos de los de él, le dijo:
―No busco problemas ni pretendo fastidiar a tu cliente, porque es mi compañero quien se hospeda en esa habitación. Te lo prometo.

Dama Beltrán

―Me dijo que era una misión secreta y que era policía ―explicó nervioso. Por unos instantes le asaltó la duda e imaginó que aquel individuo le había mentido.

―Tal como te ha dicho, somos agentes y estamos en una misión ultrasecreta ―enfatizó―. Ahora, si me permites, necesito la llave para acceder a la habitación. ―Seguía sujetando su mano.

―Aquí la tiene ―respondió al fin el empleado tras conseguir mantener el tipo.
―Buen chico, gracias ―le soltó y caminó hacia el ascensor.
Jacob tenía una gran sonrisa. No recordaba lo bien que se sen- tía cuando manipulaba a la gente, tal vez utilizaría la misma estrategia con Álex. A ver si de una vez por todas daba un paso más en la relación y comentaba a todo el mundo sin temor que eran pareja. Presionó el botón del elevador y se encontró con el rostro enfurecido de Álex. Quizás algo le había sucedido en aquellos cin- co minutos.
―¿Qué pasa? ―preguntó preocupado.
En ese instante las puertas del ascensor se cerraron y Jacob fue asaltado con violencia por Álex, dejándole presionado contra una de las paredes. Las manos de su compañero eran ganzúas sobre sus muñecas y su rostro estaba a dos milímetros del suyo.
―¿Qué ocurre? ―insistió.
―Si vuelvo a verte coquetear con alguien, te corto los huevos, ¿entendido? ―le gruñó Álex al oído.
Tras la cara de asombro que expresó Jacob ante aquella conducta posesiva, la boca de Álex atrapó la suya y le ofreció un profundo beso. La respuesta del muchacho fue rápida, su sexo se elevó hacia el cielo con euforia mientras los pensamientos negativos de Jacob se disipaban con aquella muestra de amor. Lo quería tanto como él lo amaba, aunque tenía que darle tiempo. Sin embargo, aquella muestra de dominación duró poco. Antes de que las puertas se abrieran dejando libre a los amantes, Álex se separó con rapidez.
―Ve delante, yo tengo que tranquilizar esto. ―Señaló su sexo.
Jacob salió sonriente y feliz de aquel pequeño lugar, metió la llave en la cerradura y se quedó perplejo ante lo que encontró. Una mujer rubia tenía entre sus manos una pistola y le apuntaba. Levantó sus manos y con voz muy suave comenzó a decirle:
―Tranquila, no quiero haceros daño. Soy compañero de Abel. Me llamo Jacob.