CAPITULO 21
Días después llegó un hombre misterioso al castillo. Caminaba con el sigilo de un gato y como este era silencioso. Moreno, de baja estatura y barba poblada. Ojos dorados y de mirar extraño.
El mayordomo le dejó entrar sin ocultar su disgusto ante tan extravagante visitante. Pero el hombrecillo enseñó la tarjeta que le enviara el mismo barón con total confianza y este la tomó y leyó con expresión adusta.
—OH, Monsieur Venturini. Pase por aquí por favor. — la bienvenida fue más cálida de lo esperado. Muy pronto el parisino de origen italiano se encontró a sus anchas primero en la lujosa habitación de huéspedes y luego entre los esposos y la hermana del barón Latour. Observó el trío con perspicacia. Había ansiedad y preocupación en ellos y no era para menos. Algo había mencionado en su carta el barón aunque no en detalle, sin embargo antes de tomar el caso hizo averiguaciones en Paris sobre Farnaise. Un enigma muy interesante.
A media tarde Philippe Latour le puso al corriente de los extraños sucesos protagonizados por el fantasma de una dama de los tiempos de los Luises, que se sospechaba fue amante o esposa de Armand le diable, ancestro del actual barón.
Escuchó la historia, hizo preguntas y luego permaneció pensativo. Estaban en la biblioteca, lugar privado por excelencia.
—Ud. dice que el espectro siempre se le aparece a la baronesa y antes, a otras esposas Latour, ¿no es así? Y el espectro jamás ha hecho daño a nadie sino que parece pedir ayuda. Interesante.
—Monsieur Venturini, he de advertirle que mi hermana cree que usted es un amigo mío que ha venido aquí de paso, pues se dirige a Provenza, le ruego que sea discreto.
—Descuide. Bueno, necesito recorrer las habitaciones donde apareció el espectro y todo el Château. Y además, si tiene usted algún diario o documento donde se mencione al fantasma, le pido que me lo entregue, de lo contrario temo que la investigación será muy infructuosa para mí.
—Mi esposa es quien puede ayudarle Monsieur, pero ella está muy afectada por todo esto como comprenderá y deseo que… No le hable demasiado de sus sospechas ni descubrimientos. Debe ser muy discreto y cuidadoso. Tal vez no sea agradable ni grato lo que descubra.
Monsieur Venturini juró que sería discreto y guardaría silencio.
La conversación con el barón llegó a su fin. Un hombre amable pero reservado y misterioso. ¿Qué sospechaba él del asunto? Parecía escéptico y sin embargo le había llamado. Y apenas llegar a la propiedad había tenido un extraño presentimiento, una sensación rara que se hizo fuerte al entrar en el sombrío recinto. ¿Qué había en ese lugar? No era un simple fantasma, era algo sombrío y poderoso.
Quizás cuando hablara con Madame la baronesa tuviera una impresión más clara de lo que estaba ocurriendo en ese castillo.
Rosalie pensó que su hermano tenía un amigo muy extravagante, que miraba todo con desconfianza y tenía una mirada capaz de magnetizar. No era guapo ni joven aunque sus maneras era aceptables y su conversación amena y agradable. ¿Dónde habría tratado a semejante sujeto? Su presencia era casi una impertinencia, porque ella tenía la impresión de que él mismo se había invitado portando sendas maletas como si pensara quedarse un tiempo prolongado y su hermano, aunque fingiera cortesía (le constaba que fingía) se veía incómodo por momentos. Tal vez no fuera más que un conocido de Paris que se tomó la libertad de viajar al Sur y un buen día decidió presentarse en Farnaise diciendo que estaba de paso y que se dirigía a Provenza.
Rosalie meneó la cabeza. Sola en su habitación luego de una cena que se prolongó demasiado a causa del extraño visitante no sintió deseos de leer el diario de su madre. No esa noche. ¡Era tan largo! Y se había enterado de demasiadas cosas que no deseaba saber. Lo observó con expresión torva y este le respondió inmutable desde un rincón de su cama. ¿Qué haría con él? ¿Lo entregaría a su cuñada? Había demasiadas historias familiares en él, y todas eran tristes y patéticas. ¿Y cómo afectaría a esa joven parisina impresionable enterarse de ellas? Creería que los Latour eran una familia de locos.
No, ocultaría ese diario y diría que lo había perdido. No importaba lo que hubiera prometido.
En su habitación Amandine terminaba de leer el diario de Adelaide y volvía a esconderlo. Ya no había misterio pero los hechos eran confusos. ¿Qué había ocurrido en Farnaise? Adelaide no hacía más que hablar de las leyendas de ese lugar y mencionar a una nana de edad avanzada que la había criado y que siempre le hacía cuentos de hechizos y demonios. La pobre dama vivía asustada, aterrada en Farnaise y su marido apenas le prestaba atención. De él se quejaba amargamente “Etienne viaja al extranjero y a Paris y yo debo quedarme con los niños en este castillo encantado perdido en el medio del bosque”. Luego mencionaba sus rencillas, sus sospechas de infidelidad y ya no a ese “fantasma desdichado y maldito que ronda en los espejos”. Tantas veces había intentado espantarlo con la ayuda de su nana que era un poco loca, y un poco bruja pues se sabía al dedillo las curas y las maneras de exorcizar, alejar a los malos espíritus. Ella curaba un simple dolor de cabeza, fabricaba cremas para las arrugas, verrugas y demás. A ella acudió la desdichada Adelaide para que su marido no viajara tanto y volviera a amarla pero los filtros y pociones no hicieron efecto en el indolente Etienne y tampoco los conjuros para alejar a la otra infeliz del espejo.
Luego estalló la revolución y la nana murió, y su ama quedó muy abatida. Las páginas del diario se llenaron de suspenso y emoción. Adelaide y sus cinco retoños escaparon a las mazmorras del castillo por un pasadizo secreto con agua y provisiones pues no tuvieron tiempo de huir al extranjero. Tan ocupada estaba la baronesa por otros enseres que en ningún momento sospechó siquiera que se avecinaba un levantamiento campesino tan importante. Y cuando estos entraron y pretendieron saquear el castillo Adelaide se encomendó a los santos y a su nana; que ella aseguraba estaba en el cielo. Al parecer el fantasma de la torre hizo retroceder a los revoltosos que huyeron aterrados cuando se les presentó en todo su malévolo esplendor.
Luego vino el exilio, Adelaide logró reunirse con su esquivo y desamorado marido, y juntos abandonaron Francia. Pero el relato había perdido todo interés para ella pues no volvían a mencionar al fantasma.
¿Qué pudo encontrar su difunta suegra en esas páginas que le ayudara a resolver el misterio de Farnaise? Amandine no lograba comprenderlo. Y entonces pensó en el extraño visitante. No parecía un intermediario de espíritus y no le agradaba su mirada. ¿Se dedicaría al hipnotismo y al fraude? No era muy usual que un caballero se dedicara a descifrar los misterios de la naturaleza y poseyera conocimientos de ocultismo y magnetismo. Y ojalá los tuviera y no fuera un vil embustero como temía su esposo.