CAPITULO 17
Amandine abrió los postigos de su habitación y contempló la pradera con inesperada alegría, la tormenta había pasado y el tiempo prometía ser bueno. Además había leído un par de cartas la noche anterior y tenía la esperanza de descubrir algo importante. Una de ellas, escogida casi al azahar escrita por una amiga llamada Laura mencionaba al fantasma.
“Querida Euphémie:
Vuestra carta me ha preocupado. Os conozco desde nuestra más tierna infancia y jamás fuisteis dada a la fantasía como otros niños. Así que creo que algo muy malo está ocurriendo en el Château de Farnaise y os aconsejo que pida ayuda a vuestro confesor o que habléis francamente con Monsieur Latour, que aunque no sea creyente y se burle de lo que llama “tus fantasías” o quiera siempre deciros que lo que veis con vuestros ojos son alucinaciones o sueños que parecen reales, yo os creo y él también ha de saber que ese lugar está encantado. Lo que ocurre que no desea que sepáis la verdad y descubráis secretos escandalosos sobre sus ancestros. Querida Euphémie, yo os lo advertí el día que os casasteis. Vos os reísteis, pero apenas hablé unas palabras con vuestro marido supe que era un experto mentiroso y perdonadme la franqueza, pero creo que es uno de esos hombres capaz de decir cualquier mentira sin pestañear, convincente y sereno si eso sirve a sus fines.
He oído muchas historias de fantasmas pero la vuestra, confieso que me ha impresionado. Porque los fantasmas son inofensivos, aparecen y luego nadie vuelve a saber de ellos por años. Y es mucho más insólito que esté en ambos sitios, en la torre y en el espejo de vuestra habitación. ¿No habrá alguien intentando asustaros? ¿Alguna criada que esté un poco loca o…? Querida, iré a veros en cuanto pueda, sabéis que a pesar de la distancia y de que siempre tenga a un retoño enfermo, haré todo lo posible por visitaros. No desesperéis y rezad, pronto iré a veros.”
Laura
La carta había sido fechada el 23 de marzo de 1842, hacía más de treinta años, la baronesa debía ser joven, sus hijos pequeños y su marido un mentiroso astuto que negaba todo y la acusaba de “fantasiosa”.
Seguramente Laura fue a visitar a su amiga e intentó ayudarla a desentrañar el misterio sin demasiada suerte.
Las siguientes cartas de Laura casi ni mencionaban al espectro. Al parecer la baronesa sufrió pérdidas importantes en los años siguientes: su padre, su hermano menor, dos embarazos y un bebé de pocos meses llamado Antoine como su esposo…
Tal vez durante ese tiempo el espectro dejó de molestar o ella de prestarle tanta atención.
Era asombroso como toda la vida de la difunta baronesa estaba en esas cartas, cálidas y reconfortantes de su amiga de infancia, Laura, de su madre y hermanos, de una tía monja en Angers llamada Amelie y de otras amistades menos íntimas pero que igualmente le escribían con frecuencia cartas formales y amistosas.
En pocos días había leído toda la correspondencia no sin cierta culpa y siempre con temor a ser descubierta por su esposo, pues sabía que este no aprobaría que leyera la correspondencia de su madre.
Tenía la última carta en sus manos, no era de su amiga Laura ni de nadie conocido para ella. Era de un hombre llamado “Etienne Maurice”. Abrió el sobre intrigada y extrajo la hoja con lentitud. ¿Quién sería ese hombre? Estaba segura de que era la única carta que le había escrito a su suegra, ¿acaso un antiguo enamorado? Mientras fantaseaba sobre quien sería ese misterioso Maurice, leyó el contenido de la carta conteniendo la respiración.
“Madame Latour:
Ud. me encomendó un trabajo formidable, pero ya que está tan interesada en la genealogía de la familia de su marido le envío el árbol genealógico de los ancestros desde los tiempos de Enrique IV como me pidió. Aquí están todos los matrimonios, los hijos, las segundas y terceras esposas como me ha pedido. Ha sido una labor muy ardua según puede apreciar, por eso he tardado más de lo habitual en mí, en enviarle lo que me pedía.
Quedo a su entera disposición para lo que desee saber sobre este árbol, esperando que le sea de utilidad.
Etienne Maurice
Pero dentro del sobre no había ningún árbol genealógico y la joven lo buscó entre las cartas, revisó una por una sin encontrarlo. ¿Por qué querría la baronesa investigar con quien se habían casado los ancestros de su esposo? Seguramente algo la impulsó a pedirle a un genealogista semejante trabajo. Y este había desaparecido o yacía oculto en un lugar inesperado. ¿Tal vez junto a su diario? ¿Pero de qué podían servirle un montón de nombres y fechas?
Chloé, la dama fantasma, esposa o amante de un Latour, nadie lo sabía con certeza, sus descubrimientos la llenaban de dudas. Y al parecer la madre de su marido había visto a la dama en el espejo y en la torre, se había enfrentado a un enigma sin poder resolverlo.
¿Podría escribirle a ese hombre y preguntarle por qué la baronesa le había escrito hacía casi diez años y solicitarle una copia del árbol genealógico de los Latour?
Euphémie quiso saber quién era Chloé, si acaso la esposa engañada de un Latour que luego fue encerrada en la torre. Quizás vio el cuadro, siguió sus pasos y llegó más lejos que ella, ayudada por su inteligencia e intuición pues su marido se burlaba y lo negaba todo. Pudo descubrir quién fue el fantasma y pudo intentar espantarle sin ningún resultado.
Debía encontrar ese diario, allí debían estar todos sus descubrimientos… Lo único que sabía era que no estaba en su habitación. Tal vez su cuñada supiera algo al respecto. Lo primero era escribir la carta al genealogista.
Estaba nuevamente sola, acompañada por sus pensamientos que eran tristes y sombríos como el tiempo que asolaba el Château. ¿Quién viajaría un día como ese? Habían transcurrido diez días, diez días de tranquilidad, sin fantasmas, sin susurros.
Había ido dos veces al pueblo, a llevar ella misma la correspondencia, a visitar al padre André quien le había pedido en una carta que le hiciera una visita. Hubiera ido igual a verle pues le preocupaba su estado de salud.
Al verle postrado en una cama, decaído como si la enfermedad le hubiera hecho envejecer diez años en unos pocos días sintió un sobresalto. Pero el enfermo sonrió débilmente y de inmediato quiso decirle algo y la criada que le cuidaba le exigía reposo y le miraba a ella con desaprobación.
—Madame Latour, usted debe.— empezó. — Ud. debe llamar a un exorcista. Yo no pude, no pude, tuve miedo. —confesó luego apenado.
—OH, Ud. hizo lo que pudo padre, no se inquiete tanto.
La criada, una dama rolliza y de edad protestó. —No debe agitarse padre, su salud es delicada. Madame, por favor, el padre André necesita descansar.
El padre protestó airado. —Sra. Louise, márchese.
La criada le miró ofendida y disgustada pero finalmente se retiró.
El padre comenzó a toser y se agitó, pero nada le impidió que hablara.
—Es la torre, allí está. Lleve a un exorcista a la torre, antes de que vuelva a ocurrir una desgracia Madame.
—¿Se refiere al fantasma?
El padre negó con un gesto de impaciencia. Volvió a toser.
— No, no es un fantasma, es un ser maligno, y todo lo malo pertenece al diablo. He estado pensando en todo lo ocurrido, siempre hubo desgracias en ese Château, cuando yo era niño mi madre me contó que una baronesa se había suicidado en la torre y luego, su hija pequeña murió de fiebres, todo el pueblo lo sabe Madame. Cada vez que llega una baronesa a Farnaise el mal se desata y hay una desgracia. Ud. porque es una joven fuerte, pero otra en su lugar habría perdido el juicio. Y es lo que la dama desea. No es una dama, no es un fantasma, es la maldad, es un espíritu maligno, porque el diablo toma muchas formas y apariencias. No se engañe, no tenga piedad, porque esa dama solo espera la oportunidad para hacer el mal una vez más.
Los ojos del padre brillaban febriles, como si sus consejos le dieran fuerza. —En Paris hay un padre que ha realizado exorcismos, se llama Raoul, yo lo he intentado pero he fallado, no creí que hubiera un demonio metido en la torre, cuando usted vino a verme no le creí. Tanto se ha hablado en el pueblo del fantasma de Farnaise, que al final la historia pierde veracidad.
La joven se movió inquieta en su asiento. —¿Cuál leyenda? Por favor debe decirme. ¿Quién es la dama que está en la torre?
El padre volvió a toser y Amandine sintió deseos de golpear su espalda para que dejara de sufrir esos accesos y pudiera responderle.
—No es una dama, tal vez lo fue hace mucho tiempo. Pero cuando un ser humano es tan malo que no puede ser redimido, y ha cometido crímenes terribles, deja de ser hijo de Dios.—las palabras estremecieron a Amandine, no había peor castigo que ese.
—Nada puede hacerse, excepto expulsarle a donde será bien recibido: en el infierno y eso solo podrá hacerlo el padre Raoul. Búsquele, vaya a Paris si es necesario, háblele de mí. Él está en la Iglesia de Notre Dame, vaya a verle.
—Usted sabe mucho más de lo que ha dicho padre. ¿Quién está en la torre, quien es ese espíritu maligno? ¿Acaso Chloé?
—Su nombre no importa Madame, Ud. ha perdido mucho tiempo valioso intentado saber quién fue ese fantasma en vida y yo le repito que eso no tiene importancia, no es más que un artilugio del demonio, que Ud. se entretenga tejiendo historias, sintiendo pena por quien no lo merece. Y temo que eso fue lo que hizo la difunta Señora de ese castillo Madame Euphémie, que en paz descanse, ella quiso saber, sentía pena por el fantasma al igual que usted. Por eso sobrevivió el mal, porque nadie pudo enfrentarle, expulsarle de la torre. Allí hay una habitación secreta, fue tapiada con yeso, y madera hace cientos de años, allí se esconde el demonio y usted no debe abrir ese lugar, jamás, porque si lo hace… Todos morirán, todos Uds. pero el demonio, criatura artera y maldita, sobrevivirá hasta que un día alguien lo expulse para siempre. Busque al padre Raoul, Monsieur Latour no cree en nada, como su padre, pero usted tiene fe, tenga fe en Dios y en su infinita bondad, solo a él podrá acudir en los momentos más difíciles, solo a él.
La joven baronesa se marchó impresionada por las revelaciones del padre André. Casi no deseó regresar al Château de tan asustada que estaba. El demonio era asunto serio, ella había aprendido a temerle, y saber que había un emisario suyo en la torre hizo que esa noche permaneciera despierta con dos lámparas encendidas mientras rezaba padres nuestros y aves marías. Rezar siempre era reconfortante y casi había olvidado hacerlo desde que llegó a ese lugar.
A la mañana siguiente todavía seguía preguntándose qué debía hacer.
“No pierda el tiempo indagando, investigando, intentando saber quién fue el fantasma, no es un fantasma, es un demonio.” Amandine recordó las advertencias del padre, ¿qué debía hacer? Su cuñada llegaría en pocos días, el que hablaba con los espíritus tal vez llegara mañana. ¿Iría ella a Paris, a hablar con un padre experto en exorcismos? ¿Sería capaz de inventar una excusa convincente? No sabía mentir, lo hacía con mucha dificultad y algo le decía que su marido no lo aprobaría. Así que solo podía escribirle una carta y esperar. ¿Aceptaría él ir a Farnaise solo con una carta desesperante y persuasiva?
Su cabeza daba vueltas, los pensamientos bullían calientes y obsesivos. Dio un paseo por los jardines para tomarse un tiempo para pensar.
Escribió una carta y esperó como siempre lo hacía. Si el espiritista fallaba, si el padre no se equivocaba entonces buscaría al padre parisino, experto en exorcismos.