CAPITULO 19

 

 

Dieron su primer paseo a caballo días después, entonces ya eran como viejas conocidas, Amandine descubrió que era fácil hacer amistad con su cuñada, era tan cálida y amable, siempre sonreía como si fuera tan feliz. Hablaba mucho de su marido y de Provenza, pero en ocasiones señalaba alguna habitación del castillo y contaba alguna anécdota de su infancia.

Mientras cabalgaban le confesó:—Sabéis, me alegro que mi hermano os escogiera a vos y no a esa detestable chiquilla… Marian. Mi padre pretendió casarle con ella cuando era muy joven y yo nunca la soporté, por fortuna mi hermano tampoco. ¡OH, era tan necia y malvada! Hubiera sido capaz de venir aquí y hacer azotar a sus sirvientes como en otros tiempos. Pero eso no ocurrió. Mi hermano se opuso, aunque era su deber de aristócrata casarse y tener herederos con una dama de alto rango dijo que lo haría con quién él escogiera. Y yo respondí que haría lo mismo. Nuestros padres se horrorizaron tanto que no nos hablaron durante tres semanas. Pero sabéis, los Latour siempre hemos sido muy rebeldes y voluntariosos.

Sus pensamientos viajaron al pasado. —Mi boda fue allí, en ese jardín —ella señalaba hacia el jardín de la torre. —Nos casó el padre André. Iré a visitarlo en cuanto pueda, me ha dicho Madame Marchant que está muy enfermo.

—Sí, tiene congestión.

Rose la miró con fijeza como si deseara saber más. Entonces miró hacia la torre.

—El día de mi boda había una mujer asomada en una de las ventanas de la torre. Eso dijeron, yo no la vi, pero mi doncella y unos invitados sí y se persignaron. Dijeron que era el fantasma de la torre y que era un mal presagio que apareciera el día de mi boda. Pero yo me reí de esas tonterías. 

—¿Entonces nunca visteis al fantasma? —Amandine no pudo evitar la pregunta. Sabía que su esposo no lo aprobaría pero ya era tarde para guardar silencio.

Rosalie detuvo su caballo y la enfrentó.

—No, pero una vez vi algo, escuché una voz y no pude dormir en toda la noche. Mi madre le veía con frecuencia y eso no le hacía nada bien.—Apretó los labios como si deseara lanzar una imprecación o echarse a llorar. No tardó en dominarse, su mirada se tornó aguda: — Vos le habéis visto ¿no es así? Por eso parecéis tan asustada. Es una pena que esa desdichada, sea fantasma o lo que sea, siga atormentando a las esposas Latour. Yo creí que no era más que una leyenda tonta sin sentido.

—Existe. Está aquí y la he visto llorar en un espejo y llamar a Armand.

Rosalie, nada sorprendida por sus palabras dijo: —Mi madre decía lo mismo, que era una imagen atrapada en un espejo llamando a Armand le diable.

—¿Armand le diable?

—Sí, un personaje malvado y patético de los tiempos de los Luises que al parecer tuvo un montón de amantes y más de una esposa. Dice que a estas las encerraba cuando encontraba una amante bonita y distinguida, las encerraba en la torre y hacía creer a todos que había enviudado. 

—¿Ese hombre está en la galería de ancestros Latour?

—Por supuesto, es el que porta una inmensa espada y está vestido con una casaca dorada y esos pantalones inflados tan ridículos. Venid, os lo mostraré.

Regresaron al Château y se detuvieron en la galería de retratos murales.

—Los Latour siempre fueron amantes del retrato, creo que aquí están los ancestros más notables de nuestra familia. Hubo arzobispos, abades, místicos y hasta artistas, pero predominaban los belicosos guerreros, soldados al servicio de algún rey. Les encantaban las armas. Mi hermano tiene una colección muy valiosa de ellas y en sus ratos libres la limpia y contempla con orgullo.

Amandine asintió pensando cuántas cosas ignoraba de su marido, luego observó el retrato de Armand le diable. Se veía fiero y maligno aunque sus ropas fueran suntuosas y ridículas, su mirada era profunda y había cierta tristeza y amargura en ella. Sostenía la espada con orgullo.

—No vivió mucho el don Juan, solo hasta los cuarenta y ocho, aquí dice. Imagino que alguna dama le habrá dado su merecido.

—Pero no hay ninguna Chloé.

—¿Chloé? ¿Quién es Chloé? Por cierto que ha habido varias Chloé en nuestra familia, es un nombre anticuado y bastante común.

—Creo que el fantasma se llama Chloé.

—¿Cómo podéis saber eso?

La joven guardó silencio, no sabía si era oportuno decirle cuanto sabía pero finalmente le habló del retrato y de la inscripción que lucía en el mismo.

—¡Vaya descubrimiento! Bueno, este hombre tuvo muchas amantes y algunas esposas, tal vez una de ellas se llamó Chloé. Pero es raro que hubiera aquí un retrato de su querida, ¿no sería una de sus esposas?… Sin embargo. Bueno, os diré que la leyenda habla de una amante engañada y resentida, que persigue a las esposas de los Latour por venganza. Aunque tal vez la leyenda sea falsa. Me refiero a que como ocurren con las hazañas de los héroes que son contadas por sus nietos y bisnietos y repetidas a todo aquel que quiera escucharlas, cambian con el transcurso del tiempo. Tal vez el fantasma atrapado en la torre no sea su amante sino la esposa de Armand le diable. Mi madre se interesó mucho por la dama que lloraba frente al espejo, juntó unos recortes y en su diario la menciona a menudo. Temo que terminó obsesionándose.— Rosalie hizo un gesto de pena.

—¿Vuestra madre escribía un diario?— intentó que la pregunta sonara casual.             

Rosalie le dirigió una mirada rápida y especuladora. — Sí, y otras baronesas Latour también lo han hecho, mi madre no solo tenía el suyo sino que tenía otro, de una dama llamada Adelaide, casada con un Latour en los tiempos de la Revolución. ¡Sí que habrá sufrido la pobre y tendría historias cruentas para contar! Ignoro como ese diario llegó a sus manos pero ella solía leerlo y compadecerse de la dama.

—¿Y sabéis dónde están esos diarios?

Rosalie sonrió cómplice. —Temo que os estáis obsesionando con el fantasma. En realidad no es bueno que eso pase, mi madre… Mi madre terminó muy afectada, sus nervios, sufrió demasiado. Era una mujer buena y vulnerable y se preocupaba por todo y mi padre se burlaba de ella.—Apretó los labios disgustada.—Creo que no debieron venir a vivir aquí.

Amandine no supo que decir. Se moría por tener esos diarios y poco les importaban los sanos consejos de su cuñada, ¡tarde llegaban! Ya era parte de esa familia y de ese castillo con sus secretos.

—No tengo el diario de mi madre, aunque mi hermano quiso que lo llevara cuando recibí las joyas que me había legado. Vos tenéis su anillo de casada, os queda perfecto y creo que os parecéis un poco, ella era así, suave y agradable, nunca se quejaba por nada. Ni del tiempo tormentoso que hay aquí, ni de las corrientes heladas, ni de sus desavenencias con… No importa. Tampoco se quejaba de ese espectro desdichado que aparecía en el espejo. Era valiente pero al final. – no terminó la frase.

—Quiero saber la verdad, para que el fantasma deje de importunarnos y podamos vivir aquí en paz. Si descubro algo importante tal vez…

Rosalie miró el retrato de Armand le diable.

— Es un poco difícil saber lo que ocurrió hace más de doscientos años, sí, porque este hombre vivió en los tiempos de los Luises, allá por 1600. Y entonces los caballeros no escribían sobre sus queridas a nadie, pero decidme, si habéis visto a la dama del espejo y estáis convencida de que se trata de su amante y se llama Chloé, ¿dónde está ese retrato? Debería estar en algún lugar del castillo.

—Vuestro hermano lo escondió, el no desea que investigue y…

Rosalie hizo un gesto de “me lo imaginaba, tratándose de mi hermano, esconderá todos los indicios de aquí en su señorío mora un espectro maléfico y quejoso.”

—Mi hermano no cree en nada. Y vos debéis ser muy valiente para vivir en este lugar y soportar la presencia de una criatura espectral.

Amandine se sonrojó y volvió a hablar de las apariciones del fantasma, de lo que había ocurrido con la llegada de las últimas visitas.

—¡Dios mío, pero ese fantasma sí que está salido de la vaina! Realmente preocupa su insistencia y sobre todo su gran descaro. Sabéis, temo que le estáis dando demasiado importancia, si le ignoráis un tiempo tal vez deje de molestar tanto.

Ambas abandonaron la galería en silencio, ensimismadas en sus pensamientos.

De pronto su cuñada habló como si recordara algo.— Bueno, en verdad no sabemos con certeza si esa fantasma llama a Armand le diable, mi madre lo dijo una vez pero ella no tenía manera de estar muy segura a menos, que hubiera descubierto algo más, que la fantasma le dijera… Pero si ha vuelto a las andadas solo puedo aconsejaros que no os fiéis de sus lamentos. No os hará ningún bien ahondar en este triste asunto. Y os advierto que esta criatura siempre aparece en otoño y se marcha en primavera, y durante años desaparece y nadie vuelve a saber nada de ella.

Amandine se detuvo en la habitación de su difunta suegra. — ¿Aquí está su diario y el de la otra dama llamada Adelaide?

Rosalie miró la habitación. — En realidad lo ignoro, tal vez estén… Al menos el de mi madre, no se me ocurre otro lugar en el que pueda estar.

—Ayudadme a encontrar el diario por favor.

Rosalie se detuvo indecisa.

—He estado pensando que quizás no sea buena idea, mi madre no estaba muy bien, en sus últimos años vivía encerrada y decía cosas… Temo que os afectará conocer sus pensamientos sobre el fantasma.

—OH, por favor, debo hacer algo, creo que Chloé espera que descubra algo.

Amandine no esperaba seguir el consejo de su marido, el adivino parisino podría no ser del todo eficaz, ella debía seguir investigando por su cuenta.

—¿Y os pondréis a disposición de un fantasma desesperado y plañidero?

Pero la joven baronesa ya había entrado en la habitación y su cuñada debió seguirla de mala gana. Todo aquel asunto de querer investigar y ayudar a un fantasma era una idea demasiado descabellada para Rosalie. Ella simplemente habría huido de Farnaise para no volver jamás.

Al entrar en la habitación abrió las ventanas para que tuvieran luz. Contempló la cama, los muebles con expresión pensativa.

—Mi madre era muy celosa de su diario, lo escondía cada vez que alguien entraba en el cuarto.—Rosalie se sentó y se alisó la falda, su cuñada supo que lo hacía porque estaba nerviosa o deseaba tomarse un tiempo para hilar la historia.

— Esa dama de compañía era una bruja con ese cabello rojo y esos ojos casi negros. Nunca me gustó, —continuó— Yo se lo dije a mi padre pero este se burló, dijo que tenía una imaginación viva como mi madre, creo que tenía cierto interés en la mujercita aquella aunque el asunto no prosperó, afortunadamente. Sabéis que las institutrices y gobernantas, las damas de compañía siempre desean casarse con los señores de la casa como en las novelas. En fin, creo que esa pelirroja le llenaba la cabeza a mi madre, hablaba siempre entre susurros y mi madre pasaba demasiado tiempo postrada, no le hacía bien. Pero volviendo al diario, que ella escondía como ardilla… No lo guardaría en el placar, ni en la cómoda, ni en ese mueble vetusto y horrible lleno de cajones. Sino en un lugar donde nadie pudiera encontrarlo. En una ocasión en que atravesaba el corredor vi a mi madre dormida sujetando ese diario y sentí curiosidad, no porque creyera una palabra de esa historia del fantasma del espejo, solo deseaba saber qué estaba escribiendo ella, así que entré luego de que se marchara la pequeña bruja pelirroja a dar un paseo por los jardines; cosa que siempre hacía a media tarde cuando mi madre dormía y lo tomé entre mis manos con cuidado. Unos recortes de periódico salieron de él, decían “extraña muerte en Farnaise” y estaba fechado treinta años antes, al parecer una esposa Latour se había suicidado arrojándose por una ventana de la torre. Tomé el diario y leí las últimas líneas. Sabía que no era correcto hacerlo pero lo hice. Tuve miedo por mi madre. Ella no estaba bien, pasaba demasiado tiempo encerrada en su habitación. Recuerdo una frase, decía “anoche vino aquí, deambulaba por el corredor como sombra maligna, era ella de cuerpo entero, la misma que vi en un rincón y que confundí con una invitada hace ya casi veinte años. Su presencia me llenó de un indecible espanto, apareció de la nada, atravesando la oscuridad y su rostro era tan perverso como la muerte. Me miró y luego se marchó. Al parecer no era a mí a quien buscaba.”

¿A quién buscaba la dama fantasma? ¿Y por qué era tan desdichada y malvada a la vez?

Rosalie siguió recordando mientras recorría la habitación con pasos lentos.

—Confieso que esas líneas me provocaron un escalofrío intenso. Pero me negué a creer que aquel encuentro con el fantasma malvado fuera verdad, lo que pensé entonces fue que mi pobre madre estaba enloqueciendo y tenía visiones.

—Rosalie, he visto al fantasma muchas veces, vuestra madre no estaba loca.

—En ocasiones las personas ven cosas extrañas que otras no pueden ver, y también hay quienes ven cosas salidas de su pobre mente trastornada.

—Pues yo no estoy loca, y creo que es hora de que todos crean que aquí hay un fantasma y hagan algo al respecto. Es muy fácil acusar a alguno de loco mientras un fantasma insistente y perseguidor llora en un espejo y amenaza con volvernos locos a todos. — Amandine estaba disgustada y su cuñada se disculpó.

—No os acuso de nada, solo os decía que no es sencillo creer cuando una no ha visto ni oído nada. Pero ya que estáis tan decidida a descubrir por qué el fantasma no os deja en paz, os ayudaré a encontrar ese bendito diario. Aunque temo que no será tan fácil encontrar el otro que mi madre mencionó una vez.

La joven dio unos pasos hacia la gran cama.— Ven aquí, ayúdame con este colchón.— 

Amandine obedeció y entre ambas levantaron el pesado colchón mientras Rosalie maldecía a las mucamas por el polvo que allí había.

En la parrilla no había nada pero de pronto la hermana del barón palpó algo y encontró unas costuras en el colchón que corroboraron sus sospechas. —¡Voilà, aquí hay algo escondido! —dijo triunfal— Un cortaplumas, busca uno allí en uno de sus cajones.

Amandine corrió a buscar uno en la mesita destinada a escribir cartas y encontró un cortaplumas con mango de marfil pensando que en su última incursión no había pensado en ese gabinete, tal vez ni siquiera le había visto pues estaba levemente escondido entre el placar y un reclinatorio antiquísimo.

—Bueno, este trabajo es digno de un hurón, está bien cosido, escondido. Imagino a mi madre cosiendo y descosiendo como Penélope todas las tardes, guardando celosamente sus memorias en el colchón.— Rosalie tomó el diario con tapas de cuero color marrón, era más grande lo habitual. Leyó unas hojas y Amandine hubiera deseado arrebatárselo, ahora era suyo, le pertenecía, debía saber qué decía del fantasma. Pero su cuñada la ignoró por completo. Empezó a pasar las hojas mientras sonreía ensimismada. De pronto alzó la vista y al ver su expresión de impotencia y angustia exclamó: — OH, casi lo olvidaba, el fantasma… Bueno, primero debo leerlo, perteneció a mi madre. En realidad no sería apropiado que te lo diera sin más, tal vez haya demasiados secretos de familia, de esos terribles y vergonzosos.

—Solo quiero saber qué llegó a averiguar del fantasma, no seré indiscreta.— Amandine casi no podía contener las ganas de empujar a Rosalie y arrebatarle el diario, en ocasiones era tan necia y exasperante como su hermano.

Rosalie se dio por vencida. – Está bien, confiaré en ti. Mi madre se casó a los dieciocho años y nació… Os pido que leáis desde el día de su boda en adelante y no os detengáis en asuntos indiscretos, solo si aparece el fantasma. ¿Me lo prometéis?

Amandine sintióse ofendida. – No soy indiscreta ni deseo enterarme de cosas que no me incumben. Leedlo vos y decidme si acaso llegó a saber algo más del fantasma, algo que yo desconozca. Marcad las hojas en que se lo mencione y luego yo las leeré…

Rosalie aceptó la propuesta. Esa joven no tenía por qué enterarse de sus problemas familiares. Ahora le urgía saber qué había escrito su madre en esas líneas. Había buscado tanto ese diario.

Pero Amandine estaba muy lejos de sentirse satisfecha con los resultados. ¿Cuánto tardaría su cuñada en leer un diario de tantas páginas? ¿Por qué siempre debía esperar? 

Bueno, al menos había aparecido. Se conformó, hizo una mueca mientras regresaba a su habitación para cambiarse.