CAPITULO 4
Durante la cena Clarise observó a Philippe Latour como si le viera por primera vez y le notó misterioso y reservado, distante, como si un extraño sufrimiento le agobiara. ¿La esposa loca que se disfrazaba de fantasma para atormentar a la nueva baronesa? Él amaba a su amiga, por eso había hecho esa locura, pero aquello no era correcto y si ese matrimonio no era válido debía deshacerse sin demora. ¡Pobre Amandine si llegaba a enterarse! Era mejor no decirle hasta que tuviera pruebas.
¿Podría hurgar en el Château sin ser descubierta? La servidumbre y esa imponente ama de llaves parecían un ejército bien entrenado de espías, pero podía intentarlo, con la excusa de que deseaba conocer el castillo…
La excursión debió ser postergada con la llegada de unos visitantes y el fantasma dejó de atormentar a su amiga esos días. Tal vez Latour puso un candado en la habitación de su primera esposa o reforzó la vigilancia de esta…
Ella misma olvidó el asunto con la llegada de un joven aristócrata llamado Lucien de Montfort, simpático y jovial, muy alto y con porte marcial (como esos encantadores militares de las fiestas parisinas) moreno y de traviesos ojos verdes. Su presencia le dejó encandilada un buen rato y de inmediato quiso deslumbrarle y no estuvo nada segura de haberlo conseguido.
El joven era amigo del barón y había ido al castillo con dos hermanas feas y antipáticas, que miraban todo con desdén cubriendo su fealdad (muy notoria por cierto) con inmensos abanicos negros con puntilla al estilo español, al igual que sus vestidos oscuros para disimular sus imponentes estampas. Gertrude y Marion. Gertrude tenía la voz chillona y era quien acaparaba conversaciones mientras la menor asentía mecánicamente y rara vez hablaba como si la presencia de su imponente hermana la cohibiera. Clarise se preguntó cómo podían ser esas damas feas hermanas de un joven tan guapo y encantador, ¿serían hijas del primer matrimonio?
La voz de Gertrude llenó el recinto luego de dirigir a ambas un saludo fríamente cortés. Su atención se centró en el gran comedor y en el barón Latour: — OH, habéis cambiado el mobiliario Philippe, por supuesto que tenéis gusto y sobriedad… ¿Cómo está Rosalie?
Latour dijo que su hermana estaba estupendamente y presentó formalmente a su esposa que permanecía casi escondida en un rincón como una niña castigada.
—¡OH, qué joven tan encantadora! Cuánto lamentamos no haber podido asistir a vuestra boda Philippe, pero nuestra madre enfermó —dijo Gertrude mirando a la joven baronesa con mirada aguda. Latour murmuró que comprendía.
La dama cloqueó, y saludó a Clarise con indiferencia, la menor: Marion la imitó, y al parecer era la sombra de Gertrude. Dos criaturas antipáticas, feas y con vestidos oscuros pasados de moda. Clarise las observó con creciente disgusto. No era la clase de compañía que hubiera deseado para pasar sus vacaciones, habían llegado sin avisar y hasta el barón parecía incómodo y extrañado por su visita. ¿Cuánto irían a quedarse? A juzgar por el abundante y pesado equipaje que arrastraban penosamente tres criados, serían algunas semanas.
Gertrude continuó hablando de unos parientes lejanos del barón mientras Marion escuchaba y asentía con su larga nariz de dilatadas aletas.
Sí, eran feas, antipáticas y anticuadas, pero su hermano Lucien de Montfort en cambio era tan diferente. Debió ser adoptado, habrían dejado un canasto con una cartita en la puerta del castillo de los condes de Montfort, pues no tenía parecido alguno con esas hermanas. Solo el cabello moreno y levemente ondulado, la mirada de gato ladino era simplemente increíble…
—OH, Mademoiselle Dubois, no hemos sido presentados. — En el instante que besó su mano una corriente recorrió su cuerpo mientras él la miraba apreciativamente con esos ojos brujos.
Ella se sonrojó y poco después conversaban no recordó de qué, como si se conocieran de siempre.
La dupla de hermanas optó por recorrer el Château y sus jardines antes del almuerzo y Amandine debió seguirla intentando disimular su desgano.
* * *
Resultaba extraño tener huéspedes, eso pensaba el barón a la mañana siguiente mientras cabalgaba al trote, hombre taciturno y solitario por naturaleza, pero era necesario ser amable y su esposa necesitaba compañía. Compañía más adecuada que su amiga Clarise (una coqueta infatigable, frívola y astuta), casi empezaba a lamentar haber accedido al pedido de Amandine. Había cierta perspicacia en esa joven, la había visto recorrer el Château y hacer preguntas a las criadas. Imaginaba que por el fantasma, su esposa le habría contado, de todas maneras era molesto que una invitada se dedicara a curiosear.
Latour se alejó al galope, aquel asunto del fantasma le ponía de un humor de los demonios y él también necesitaba alejarse del castillo.
—Esperadme, Philippe. – gritó Montfort sin ser oído, debió azuzar a su caballo para lograr alcanzar a Latour.
—Espera. ¿Por qué la prisa? Corréis como un demonio —le acusó Lucien.
Philippe lamentó que su amigo le hubiera alcanzado tan rápido, ahora debería ir más despacio.
—Es lo que hago todas las mañanas, Montfort.
Lucien rió como si aquello le causara gracia. —Os felicito, habéis tardado pero habéis sabido escoger esposa —le dijo luego. — Confieso que cuando Gertrude me dijo que os casasteis en primavera no lo creí, dije que debía haber un error. Dijisteis que nunca haríais tal cosa.
Latour le miró imperturbable sin dejar traslucir más que cierta incomodidad. Su viejo amigo no se estaba burlando, él mismo se sentía así luego de ese matrimonio precipitado.
—Bueno, al parecer os enamorasteis de la joven —le acusó Montfort con sorna.
Latour no le respondió y se lanzó al galope con su semental negro. Sí que amaba a esa joven pero ese matrimonio no era lo que debía ser y no dejaba de culparse. ¿Por qué aún dormían en cuartos separados? ¿Por qué temía tanto acercarse? La respuesta era la noche de bodas en aquel cuarto en el lujoso hotel de Paris recién inaugurado. Debió esperar a llegar a Farnaise, todos sus ancestros habían tenido su noche de bodas en el castillo, formaba parte de una tradición. Y ninguno había tenido problemas, sus matrimonios habían sido fructíferos y duraderos excepto el de sus padres…
OH, habría deseado borrar de su memoria el recuerdo de esa noche, nunca había sentido un deseo tan doloroso y jamás se había sentido tan herido y frustrado cuando su esposa se desmayó en sus brazos.
Pero ¿qué imaginaba Montfort de sus asuntos?
—Espera amigo, ¿qué ocurre? Espero no haberos ofendido —dijo Lucien tras alcanzarle. Debió azuzar bastante a su caballo blanco para lograrlo.
La mirada de Philippe era impasible.— No me habéis ofendido. Ya era tiempo de que me casara ¿no creéis? Vos deberíais hacer lo mismo.
Lucien rió y de pronto pensó en la joven de mirada picaresca y aire ingenuo que le miraba tímidamente. Era bonita y tan inexperta, irresistible para su olfato de cazador y seductor. Pero era la amiga íntima de la esposa del barón, no era correcto, no podía… Y sin embargo a poco de conocerla experimentaba una necesidad apremiante de conquistarla. Enamorarla y luego… No pudo completar el pensamiento.
—OH, sí, yo también debo casarme algún día… Pero ahora soy muy joven para tamaña responsabilidad. Qué lugar tan espléndido. — Cambió de tema, señalando el castillo.
—Sí. —Pero Philippe no pensaba en Farnaise con sus viñedos, colinas y lagos, y hermosos bosques. Pensaba en Amandine con dolorosa añoranza. Añoraba su compañía y ansiaba que dejara de temerle y que fueran un matrimonio verdadero.
—Os felicito de nuevo amigo, por la prosperidad de vuestro castillo y por la acertada elección que habéis hecho. Ahora os propongo una carrera como en los viejos tiempos. ¡A corred! —Lucien ignorando los pensamientos de su amigo azuzó al caballo y corrió hacia el lago. Era el trayecto que mejor conocía. Y hacía un día tan espléndido sin nubes, debían aprovecharlo.
En el castillo Amandine y Clarise recorrían las habitaciones mientras las hermanas de Montfort dormían plácidamente. —Dios, qué par de feas solteronas son esas Srtas., ni con toda su fortuna han logrado pescar un marido— se quejaba Clarise mientras Amandine sonreía.
—Feas y desagradables. ¿Cuánto tiempo se quedarán?
Amandine dijo que lo ignoraba.
—Bueno, aprovechemos que duermen como marmotas para investigar.
Se detuvieron en una habitación. No esperaba encontrar rastros del fantasma sino alguna pista del “ilusionista” experto en crear “fantasmas”. La excusa de que deseaba conocer el castillo le sirvió para buscar alguna pista de que había alguien haciéndose pasar por fantasma para asustar a su amiga. No había querido hablarle al respecto, no hasta estar totalmente segura. Si ese matrimonio era falso debía ser cautelosa, el barón había empezado a mirarla con cierta desconfianza, no había dejado de notarlo. Porque ese hombre debía estar ocultando algo.
—Todas las habitaciones se parecen, excepto esta, es como si hubiera permanecido inalterable a través del tiempo. —Observó y se dedicó a estudiar cada detalle con atención.
—Es una de las habitaciones de huéspedes, aunque creo que no se usa.—Amandine se sentó en la cama preguntándose por qué su amiga lo revisaba todo.
—¿Acaso buscáis huellas del fantasma? —le preguntó luego.
Clarise descubrió un armario repleto de ropas sin usar. —¡Voilá! —exclamó.— Esta es la habitación de una dama joven, que ya no está en este castillo, aunque estas prendas están algo pasadas de moda. —Mientras estudiaba los vestidos buscaba alguna pertenencia más íntima, un retrato, carta o lo que fuera que dijera a quién había pertenecido esa habitación.
—Quizás aquí dormía la hermana del barón antes de casarse —dijo su amiga sin entusiasmo. Bostezó como si aquello fuera aburrido y tedioso. – ¿Qué buscáis? No es correcto husmear así —la acusó.
Pero Clarise no le hizo caso. —¿Acaso sabéis si vuestro esposo estuvo casado antes? Le habéis preguntado o él mencionó el hecho.
Amandine se sonrojó y balbuceó incómoda. —Por cierto que no, ¿pero por qué preguntáis, qué importancia tiene eso?
—No lo sé, pero si vuestro esposo estuvo casado antes deberíais saberlo. — A Clarise no se le ocurrió decir otra cosa. Amandine se quedó pensando.
—En Paris decían que era un solterón empedernido de treinta años, y él jamás mencionó que hubiera tenido otra esposa.
—Quizás se casó muy joven y el matrimonio no duró mucho, los nobles suelen casarse a edad temprana. Además un hombre puede casarse en provincias y luego aparecer en Paris diciéndose soltero y… Preguntadle a vuestro esposo si estuvo casado antes.
—No puedo preguntarle eso. Sería como una acusación.
—OH, parece que teméis a vuestro marido. —Clarise se impacientó.
Amandine le miró disgustada y su amiga se preguntó qué pasaría con ese matrimonio. Dormían en cuartos separados y aunque eso podría ser una costumbre de los nobles ella tenía la sensación de que ese matrimonio no iba como debería. Pero no podía cometer la impertinencia de preguntar, siempre esperaba una confesión pero Amandine se había vuelto reservada y al parecer la presencia del fantasma le absorbía por completo.
Amandine abrió la boca, iba a decir algo, sus manos se movieron nerviosas, pero la llegada del ama de llaves puso fin a su impulso.
—Madame Latour, Mademoiselle Dubois, las hermanas del conde Montfort están desayunando y preguntan por usted—anunció la imponente dama con una mirada suspicaz.
Clarise pensó que esa mujer era la coronela al mando del ejército de criados y sirvientes, dirigía todo y su pobre amiga, la Señora del castillo era una muñeca de porcelana que simplemente asentía y causaba menos molestias que una parienta pobre o una huérfana.
—Iremos enseguida, Madame Marchant —la respuesta fue rápida, impulsiva, su amiga parecía molesta de que esa señorona llegara sin avisar y las tratara como a un par de chiquillas traviesas.
El ama de llaves asintió con sus labios fruncidos y se retiró.
Al entrar en el pequeño comedor encontraron a las hermanas engullendo pan recién horneado con mermelada con gran voracidad.
Ellas ya habían desayunado muy temprano pero decidieron tomar otra taza de té para acompañarlas.
Y luego de calmar su hambre casi canina Gertrude habló, dijo algo de ir a dar un paseo a caballo pues de lo contrario el día sería muy largo.
Momentos después Amandine escoltó a las hermanas Montfort hasta los establos y Clarise rió por lo bajo imaginando a esas dos mujeronas montadas en un pobre caballo. Su traje de montar era ciertamente ridículo, ¿dónde lo habrían conseguido? Una pollera marrón y una chaqueta. Y ojalá supieran montar porque podrían llegar a tener una caída fea.
“OH, ¿dónde estaría su hermano Lucien? Era lo único agradable de ese grupo.” Se preguntó imaginando que habría salido con el barón a recorrer las propiedades.
Esa noche Clarise pudo lucir sus cualidades musicales en el piano, antes de la cena.
—Toca UD admirablemente Srta. Dubois —le dijo el conde Montfort clavando esa mirada de gato en ella haciéndola estremecer de placer. Era un hombre fascinante y ella no entendía por qué, solo que era más que guapo y encantador, tenía un charme muy especial como si fuera la medida justa entre el hombre guapo, inteligente y encantador. O tal vez estaba enamorada porque cada vez que él la miraba fijamente ella temblaba como una hoja y ningún hombre había logrado eso últimamente.
Tocó una pieza de Beethoven sumamente ruborizada mientras flotaba en una nube.
Clarise suspiró pensando cómo podía haber un fantasma en ese lugar, y si acaso su amiga no lo habría imaginado todo. Tal vez el fantasma molesto era su marido intentando entrar en su habitación y el llamado quejoso, el llanto no era más que el susurro del viento.
A la cena llegaron más invitados, una pareja de ancianos vecinos del barón, Monsieur Leclerc y su esposa y la hija de estos, joven, bonita pero con cierta rareza, vestía un traje pasado de moda, recargado y llevaba lazos en el cabello lo que acrecentaba su apariencia infantil. La mirada de águila de Clarise lo notó de inmediato, era como una joven aniñada y tonta, que reía de cualquier cosa. Pobrecilla, eso ocurría cuando se tenían hijos a edad tan madura.
Latour bailó con ella por cortesía y también Lucien y la joven se desempeñaron bastante bien mientras Gertrude tocaba en el piano una polka.
Clarise permaneció un tiempo sentada conversando con Amandine y la pareja de más edad. Eran agradables pero hablaban poco. Ella se volvió impaciente hacia Lucien preguntándose si acaso la invitaría a bailar solo una pieza. Casi sentía celos de esa chiquilla tonta que pretendía acapararle toda la noche.
Tuvo la sensación de que transcurría una eternidad hasta que los caballeros se retiraban a beber oporto en la salita contigua y las damas se sentaban en los sillones a conversar.
Fue entonces cuando la joven aniñada habló, dijo a la baronesa como quien pregunta por el tiempo: —¿Habéis visto a la dama que llora?
Su expresión era de completa inocencia pero Amandine sufrió un sobresalto al tiempo que la madre de la joven le dirigía una mirada de desaprobación y le decía: —¡Pero Sophie! Por favor, sabéis que no es más que una leyenda.
Gertrude dejó de tocar el piano y miró a la joven.
—OH, mamá, solo quería saber —se excusó Sophie.
Clarise intervino. —¿Qué sabéis de la dama que llora?
La joven le miró con total inocencia. —Dicen que aparece en primavera y llama a su amante, que la abandonó hace muchos, muchos años. Deambula por la torre y llora, llora desconsolada. Por eso este castillo está encantado y la anterior baronesa…
—¡Calla Sophie!— su madre la reprendió con una mirada furibunda y la joven obedeció.— ¿Es que no veis que estáis asustando a la joven Señora de este castillo?
Las hermanas Montfort se miraron y Amandine defendió a la joven que parecía un poco rara y tonta. —Descuide Madame Leclerc, he sabido de ciertas leyendas de este Château y le aseguro que ningún fantasma ha trastornado mi sueño.
La dupla de solteronas pareció suspirar hondamente y la joven Leclerc sonrió como una niña perdonada de una travesura sin importancia. Su madre cambió rápidamente de tema hablando de cierta cofradía de beneficencia que estaba organizando una dama del pueblo y el padre André pero Amandine apenas le prestó atención. No hacía más que pensar en las palabras de Sophie sobre la difunta baronesa.
Clarise, con la misma intriga fue más astuta y acompañó a la joven al baño del piso superior (y alargó el paseo hasta el otro piso para poder sonsacarle más secretos sobre ese castillo.)Sophie miraba todo sin perder detalle, las bujías de las lámparas centelleaban como sus ojos en los corredores y Clarise llevaba la suya para la habitación a la que se dirigían.
—Y pensar que pude ser la dama de este castillo —dijo de pronto suspirando.
—¿Qué habéis dicho niña? —Clarise la reprendía como si fuera una chiquilla fantasiosa y debía tener su edad o quizás más.
La joven la miró con cierta arrogancia. —Philippe Latour se hubiera casado conmigo de no ser yo así. Aunque él era reacio al matrimonio, durante años su padre quiso que se casara pero Latour nada quería saber al respecto. Otra joven quiso ocupar mi lugar, Marie Anne Baumelle pero a Philippe no le agradó tampoco, a pesar de ser una Mademoiselle de buena familia.
—¿Y por qué Philippe Latour debía casarse con vos?
—Porque su padre deseaba unir ambos señoríos, yo soy hija única y nuestras propiedades son linderas. Y tal vez él se hubiera interesado en mí de no haber ido a Paris y haberse casado precipitadamente con esa joven hija de mercaderes.
Clarise iba a replicar, a defender a su amiga pero tuvo una idea mejor, le preguntó por el fantasma y la anterior baronesa.
La mirada de Sophie cambió y ella se preguntó si esa rareza que la hacía aniñada y tonta sería tan importante pues sus pensamientos delataban cierta inteligencia.
—La madre de Philippe era una dama muy buena pero perdió la cabeza, por culpa de ese fantasma que no la dejaba en paz. Dicen que es maligna y que enloquece a todas las esposas de la familia Latour por venganza de aquél que la abandonó por ser casado.
Clarise experimentó un escalofrío pero procuró disimular, la joven la miraba con maligna satisfacción como si disfrutara su contrariedad y temor. Luego su mirada cambió al llegar a la habitación dorada, observó la lujosa cama y el mueble de toilette y tal vez volvió a lamentar de nuevo que ese castillo no fuera de ella.
—OH, debo irme, me llama la baronesa. ¿Sabéis regresar a la salita?
Sophie la miró con expresión confiada, su anterior arrogancia había desaparecido. —Claro que sé regresar, he visitado este castillo desde que era una niña.
Momentos después una aterrorizada Sophie, con el cabello revuelto y la mirada asustada aparecía sollozando presa de un ataque en la sala.
—Estaba allí, el fantasma. Oí su llanto —balbuceó.
La penosa escena impresionó a las hermanas Montfort y a la servidumbre que mansamente retiraba el servicio. Clarise casi sintió deseos de sonreír por su travesura pero luego se sintió culpable, al fin y al cabo la pobre joven sufría una tara. En esos momentos se comportaba como una niñita asustada y caprichosa. Y sin embargo cuando apareció Philippe Latour seguido de Montfort y Leclerc, Sophie corrió a sus brazos para contarle todo lo ocurrido. La joven baronesa se quedó mirando la escena sin comprender y Latour molesto apartó a Sophie entregándosela a su padre como si fuera un paquete pesado y molesto.
—Bebed esto hijita querida. —Le entregaron una generosa copa de coñac, que la joven bebió lentamente. Luego se marcharon a pesar de la invitación de Latour de quedarse a pasar la noche.
Clarise les vio partir con un gesto de desdén, esos nobles arrogantes llamándolas hijas de mercaderes cuando no hacía mucho tiempo atrás sus aristocráticas cabezas rodaban sin parar para contento de la turba y de sus ancestros tenderos.
La reunión se dispersó, las hermanas Montfort no hacían más que hablar del episodio. —Un fantasma, ¿entonces era verdad? Yo creía que era una leyenda.
Amandine se retiró seguida de Clarise y al llegar al pasillo del piso superior le susurró: —Yo no creo una palabra de esa historia. Tuve la sensación de que esa joven fingía para llamar la atención.
Clarise pensó que era perfectamente posible pues había notado el rubor de placer de la joven cuando el barón se acercó para reconfortarla. Conociéndole supo que en ningún momento estuvo en su mente casarse con esa joven por más tierras linderas que recibiera en su dote. "Sí, Latour deseaba una mujer bonita y despierta, aunque no tuviera sangre noble.” Sus pensamientos regresaron a las palabras de Sophie Leclerc, ella no solo creía firmemente en la existencia del fantasma sino que aseguraba que la difunta baronesa había perdido la cabeza. Lo que no era de extrañar en ese sitio lúgubre y hostil.
Amandine besó su mejilla. —OH, a pesar de todo creo que hoy no podré dormir. Esa joven tenía algo macabro y cuando gritó desde los pisos de arriba sentí que se me helaba la sangre.
—Pues ella se lo buscó por husmear donde no debía, molestó al fantasma.— respondió Clarise antes de alejarse.
Y por cierto que esa noche había un clima de intranquilidad en todos los habitantes del Château. Los sirvientes estaban silenciosos pero se miraban expectantes como si no necesitaran hablar. No estaban asustados, solo levemente inquietos, como algunos de los invitados… “Entonces ellos saben algo, han visto algo extraño pero no se atreven a mencionarlo. Todos los aquí presentes saben del fantasma” Pensó Clarise. Ella no estaba asustada y no tardó en dormirse.