CAPITULO 5

 

Al día siguiente, durante el desayuno las hermanas de Lucien se quejaron de haber escuchado ruidos durante la noche y ambas tenían aspecto de no haber dormido bien. Lo cual era natural después de lo ocurrido a la joven Leclerc. Clarise fue la única que durmió profundamente y casi sonrió al escuchar el testimonio de la dupla Montfort.

— ¿Qué clase de ruidos?— se burló su hermano.

El barón fingió no escuchar la conversación pero Amandine estaba tensa.

—Pasos y creo que alguien hablaba en voz alta —respondió Gertrude, incómoda pero segura de sus palabras.

—Mademoiselle Montfort, este es un lugar muy antiguo, y en ocasiones se escuchan ciertos ruidos. No debe inquietarse, seguramente quedó una ventana abierta y el viento que sopló anoche produjo quejidos y suspiros ahogados, un sonido tétrico pero es el que producen las rendijas… — El barón dio por zanjada la cuestión y cambió rápidamente de tema.

Pero la explicación no satisfizo a Gertrude quien replicó mientras engullía rápidamente un panecillo repleto de mermelada de damasco: —Yo oí una voz, un quejido como de alguien que solloza y no era ninguna ventana mal cerrada.

Se hizo un incómodo silencio en el comedor, el anfitrión mantuvo la mirada torva de su invitada. —Quizás fue solo un sueño Mademoiselle Montfort, en ocasiones las pesadillas se vuelven casi reales.

Amandine volcó su té y contuvo un chillido, una sirvienta que estaba cerca corrió a su auxilio.

—Tal vez, pero fue muy inquietante oír esa voz —dijo Gertrude y probó un trozo de tarta de hojaldre de crema y manzana que olía tentador.

Amandine se escabulló apenas pudo llevándose a Clarise consigo. Se detuvieron al llegar al pequeño jardín cerca del huerto de frutas.           

—¿Qué ocurre? —preguntó Clarise intrigada.

Había un viento fresco y Amandine tembló. Miró el cielo diciendo: — Bueno, al menos habrá buen tiempo, pero aquí nunca se sabe. ¡OH, Clarise! Ha vuelto a ocurrir. Las hermanas Montfort no mentían, anoche estuvo el fantasma aquí. Yo también escuché la voz llamando a Armand, luego el sollozo ese que hiela la sangre. Estaba en ese estado en el que no se está dormido ni despierto, encendí la luz y vi que el espejo cubierto temblaba y que alguien giraba el picaporte de la habitación contigua a la mía.

—¿De veras?

Su amiga tenía las pupilas dilatadas y estaba muy pálida, no dejaba de temblar.

—Esto es muy serio, Amandine.

—Intentó entrar porque cubrí el espejo, os juro que me quedé inmóvil y aterrada, creí que moriría del susto. Mi esposo no me cree, dice que fue una pesadilla.— su voz se quebró y sollozó.

—Tranquila, Amandine. Escucha, debéis tener calma. Alguien quiere asustaros.

—¿Qué? ¿Pero por qué?..

—Lo ignoro, pero debemos develar el misterio, en cuanto se marchen las visitas iremos a recorrer el castillo, buscaremos indicios, algo que nos dé una pista de lo que está ocurriendo. Entretanto vos debéis conservar la calma, pensad con firmeza que no es un fantasma, sino alguien que quiere que pienses que lo es. Es tan sencillo utilizar una leyenda.

—¿Acaso no oísteis a las hermanas de Montfort? Ellas también escucharon ruidos extraños.

—Sí, debieron oír lo que ocurría en vuestra habitación. Si la dama fantasma hubiera aparecido en su habitación habrían muerto de miedo, pues a pesar de ser criaturas imponentes en el fondo son cobardes y bobaliconas. Estaban asustadísimas por una simple voz en la mitad de la noche. Aunque os confieso que me agradaría que Gertrude recibiera un susto. ¡OH, cuanto me reiría!

—Clarise, no os burléis. Pude ocurriros a vos. Además, no comprendo ¿por qué alguien querría asustarme? ¿Quién haría algo así, con qué fin?

Clarise se pudo seria. —Lo ignoro, pero tal vez alguien no está muy contento de que os casarais con Philippe. Ya sabéis como son estos nobles, pagados de sí y de su sangre azul. Tal vez no vean con buenos ojos que él os escogiera.

—Sí, Sophie dijo que Philippe debía casarse con ella pero como tenía esa rareza… Pero Sophie no parece malvada.

—Mademoiselle Sophie es mucho más astuta de lo que parece, además tiene una expresión… Es como si disfrutara cuando a alguien le pasa algo malo. Y tal vez alguien la ayude.

—Oh, Clarise es solo una visita. Pronto se irá pero las voces continuarán. Yo no creo que sea alguien de aquí, creo que es este lugar… Este castillo está encantado. Los fantasmas están enojados porque el heredero se casó con una joven parisina en vez de escoger a una dama de noble cuna.

—¡ Pero esas son patrañas amiga! Los fantasmas no se preocupan por esas cosas os lo aseguro.

—Y ahora vos parecéis experta en asuntos fantasmales —se mofó Amandine.

Dieron un corto paseo, admiraron las especies exóticas y vieron partir al barón y a Lucien al galope en sus regios caballos.

—OH, sé algo querida, sé bastante de fantasmas. En Paris había una dama que llevaba a cabo conversaciones con espíritus…

Su amiga no la escuchaba, permanecía con la mirada en la distancia siguiendo la dirección de su marido.

Clarise guardó silencio. Ella tenía sus sospechas, pero por el momento no deseaba mencionarlas.

— ¡Qué jardines tan cuidados amiga! —dijo entonces. Y Amandine entusiasmada por el tema habló del jardinero y las plantas y flores exóticas que había plantado. Era mejor que seguir con ese asunto del fantasma por supuesto aunque le fue imposible a Clarise; que poco sabía de botánica, memorizar esos nombres en latín.

—Bueno amiga, creo que es tiempo de regresar con las visitas.— dijo Clarise con pesar.

Y regresaron en silencio. Al llegar a la puerta y a cierta distancia Amandine se detuvo y señaló hacia una ventana en lo alto. – Es ella, la dama del espejo.— dijo.

Clarise siguió la dirección de su mirada.— Pero allí no hay nada Amandine. No hay nadie en esa ventana.

—Estaba allí, la he visto. Era ella.

—¿Y cómo sabéis que era el fantasma? Está a mucha distancia.— observó Clarise.

Su amiga parecía muy alterada, temblaba. – Era ella.—insistió.— Estaba mirándome, pero su vestido no era rosa sino oscuro y sus ojos… Sentí su mirada maligna de odio.

—Calma Amandine, calma, no debéis pensar esas cosas. ¿Por qué habría de odiaros un fantasma? No tiene sentido amiga…

—Yo la vi pero no estoy segura de que fuera la dama del espejo… La dama siempre llora y llama a alguien, pero ese espectro estaba inmóvil y parecía maligno.

Antes de entrar Clarise le dijo: —Escuchad amiga, no ha de ser un espectro y averiguaré quien se aloja en esa habitación. Debe ser Sophie o su madre, resentidas porque sois la esposa del barón y su hija fue rechazada.

Pero las damas estaban todas reunidas en la sala de música, mientras Gertrude tocaba y piano con deleite. Sophie y su madre permanecían en un rincón. Entonces, ¿quién estaba en la habitación donde Amandine vio al fantasma?

Su llegada causó un raro silencio como de suspenso, pero fue la otra hermana de Luicien quien se encargó de romperlo con una media sonrisa. — Habéis regresado en el momento justo para conversar y comer un bocadillo. Por favor, tomad asiento a nuestro lado.— dijo como si fuera ella la dueña del castillo y ambas unas visitas indeseadas.

Ambas obedecieron y Clarise no demoró en acaparar la conversación hablando de las veladas y tertulias parisinas, mientras las hermanas de Lucien las escuchaban sin disimular su envidia de no haber tenido su baile blanco en Paris como todas las jovencitas distinguidas.

—Nuestro padre habló con una tía que vive en la Rue de Saint Germain y esta le dijo que era muy costoso y que en Paris solo había coroneles seductores de muchachas y un enjambre de necios oportunistas —se quejó Gertrude con amargura.

—Así que nuestro baile blanco fue en Provenza, en nuestro castillo — intervino Marion.

Clarise pensó que un baile blanco en Paris no hubiera hecho la diferencia aunque reconoció que solo un oportunista desesperado se habría interesado en esa dupla de hermanas feas. Aunque se apresuró a decir que en Paris también había artistas, nobles y jóvenes encantadores, aunque los militares eran los preferidos de las damas. Luego les habló de sus propuestas matrimoniales y amistades y casi sintió pena al ver la mirada de envidia y frustración de Gertrude. ¿Podría hacer algo por ella Madame Ernestine? Era experta en belleza y sofisticación y se decía que hacía milagros con las jovencitas menos agraciadas: les hacía nuevos peinados, les colocaba polvillos para resaltar mejillas, ojos y labios, las vestía con tonos más favorecedores… Sin darse cuenta habló de esa dama que vivía en el corazón de montmartre y embellecía a las jóvenes más opacadas de Paris y Gertrude le escuchó como hipnotizada al igual que Marion. ¡OH era una pena que en provincias no hubiera damas así! ¡Ella jamás tendría oportunidad! Habían pasado los veinticinco sin recibir una sola propuesta matrimonial y ya nadie las invitaba a las fiestas.

Gertrude pidió las señas de Madame Ernestine y las anotó cuidadosamente en su diario para no olvidarlas, luego se juró que convencería a su padre para que las dejara ir a Paris a pasar una temporada.

Latour regresó justo a la hora de almorzar y su mirada fue para su esposa y de pronto Clarise tuvo una idea. “¡Claro, debió ser él quien girara el picaporte de la habitación contigua y la muy tonta creyó que era el fantasma!” Ese hombre es todo un caballero, su amiga era afortunada.

Lucien le dirigió miradas a hurtadillas y a media tarde dieron juntos un paseo a caballo a la hora en que ninguno se atrevió a salir por temor a que se desatara una tormenta. El mismo barón les advirtió que no era buena idea y Clarise sintió deseos de estrangularle, era su oportunidad de estar a solas. Corrió a ponerse su traje de montar, moderno, color marrón oscuro. Un golpe en su habitación casi la sobresaltó. Era su amiga Amandine, parecía preocupada.

—OH, no me diréis que oísteis al fantasma otra vez.

—No, pero se está levantando un viento y se acumulan las nubes en el cielo, es peligroso que vayáis a dar ese paseo con Lucien.

Clarise se asomó a la ventana. —Por favor solo son un par de nubes. ¡Habláis como mi madre!

—Philippe dijo que no era correcto ni prudente que fuerais a dar un paseo a solas y las hermanas de Montfort quisieron unirse a la excursión pero con esta tormenta en ciernes han cambiado de idea.

—Pues me alegro, nadie las ha invitado para que sean mis chaperonas. Solo será un paseo.

Momentos después Montfort y Clarise se alejaban al galope del castillo embrujado sin importar el cúmulo de nubes plomizas que se amontonaban conspiradoras en el cielo. Sus voces y risas se oyeron hasta que se internaron en el bosque.

—No es correcto, no lo es —bufaba Gertrude observando con desaprobación a los jinetes que se alejaban tras el ventanal del comedor y su hermana asentía con los labios fruncidos.

Amandine dijo que se retiraría a descansar pues sabía que no toleraría la compañía de esas dos sin Clarise.

Los caballos relincharon furiosos cuando estalló el primer trueno. Aquello era serio. Se encontraban bebiendo agua en el riachuelo del bosque, Lucien y Clarise conversaban y se miraban sin testigos. Era la primera vez que Montfort le hacía una invitación personal y Clarise suspiraba sin poder disimular el rubor que cubría su rostro. ¿Qué importaban esos truenos ni que se desplomara una cortina de viento y agua?

—Este lugar es extraño —dijo de pronto él mirando el castillo a la distancia.

—¿Extraño? ¿Os referís a que está encantado?

Lucien asintió muy serio. – Dicen que fue por una extraña muerte, una tragedia ocurrida en el pasado que ahora el castillo es un sitio sombrío donde moran los espíritus que no tienen paz.

—¿ Cómo la dama que llora?

—¿La habéis oído?

—No, pero mi amiga Amandine sí, algunas veces, y yo creí que era alguien intentando asustarla.

Montfort se puso muy serio. —Por eso se ve tan asustada. Pero ¿quién querría asustarla?

—Lo ignoro, solo fue una idea que tuve porque no creo demasiado en los fantasmas.

—Pues deberíais, aquí hay más de uno: la dama que llora, la sombra que habita la torre. Pero vos no tenéis miedo, no os asustáis.— Montfort miró sus labios y tuvo el impulso de besarla pero se contuvo. Si daba ese paso debería hablarle y tuvo miedo. No era prudente estar a solas en ese lugar.

—Bueno, si me hubiera asustado no habría permanecido aquí ni una noche.

—¿Y no añoráis los salones parisinos?

Clarise asintió, en esos momentos no extraña nada absolutamente. Él siguió hablando de sus tierras en Provenza hasta que un trueno pareció sacudir ese bosque hasta las entrañas.

—OH, esto se está poniendo muy serio.— dijo él mirando un cielo tan oscuro que parecía haberse hecho la noche a mitad de la tarde.

“¡Qué tiempo maldito!” Pensó Clarise observando el cielo atravesado por una víbora inmensa luminosa. Los rayos eran peligrosos, no era prudente estar allí debían regresar. Montfort iba a ayudarla a subir a su yegua cundo de pronto cediendo a un impulso la tomó entre sus brazos y la besó suavemente. No fue el beso de un mozalbete torpe, no fue un arrebato fue el beso de un experto seductor. Y antes de que pudiera explicar la situación, decir una palabra esquivó la mirada y dijo: — Debemos regresar o quedaremos atrapados en la tormenta.

Clarise se apeó a su caballo con la ayuda de Lucien con la sensación de que flotaba en una nube. ¡Qué importaba ese cielo oscuro y amenazante, los pájaros chillando y los árboles sacudiéndose furiosos, Montfort la había besado!

Estaba interesado en ella, lo había visto en sus ojos, ella le importaba aunque no había sido el momento para hablarle. Tal vez fuera muy pronto.  La lluvia estalló cuando dejaban los caballos en los establos, justo a tiempo aunque no pudieron evitar mojarse un poco.

En el castillo las hermanas Montfort jugaban a las cartas en compañía de los anfitriones. Amandine no hacía más que mirar por el ventanal preocupada por Clarise. Fue un alivio al verla llegar, empapada pero perfectamente sana. Gertrude y Marion lanzaron una exclamación dirigiéndole una mirada de profunda desaprobación a la recién llegada. Su conducta había sido francamente inapropiada pero esta las ignoró y corrió a su habitación para cambiarse la ropa empapada.

 

A media noche todo el castillo despertó con los gritos provenientes de la habitación de Gertrude, la primera, en camisón y bata no hacía más que gritar: — Un fantasma, un fantasma. ¡Socorro! ¡Ayuda!.— Mientras su hermana menor intentaba en vano calmarla.
 

Todos corrieron a su habitación a ver qué ocurría y solo vieron a Gertrude con la mirada desorbitada que se lanzó sobre los recién llegados:

—Acabo de ver un fantasma que lloraba y gemía de forma horrible. No podéis engañarme, sé bien lo que vi y no era una pesadilla.

Montfort fue en busca de una botella de coñac y una copa mientras Latour retrocedía incómodo al notar que las señoritas Montfort estaban en camisón y aunque este no fuera un espectáculo indecoroso ni tentador, resultaba embarazoso.

—Conservad la calma por favor, mademoiselle, debió ser una pesadilla sin duda alguna. Los fantasmas no existen.

—No es verdad, lo vi con mis ojos, una mujer vestida con ropas luminosas y ojos rojos, casi muero del susto. Estaba parada allí y me miraba y decía algo extraño.

La llegada de Lucien con la botella y la copa de coñac evitó al barón tener que responderle a la alterada mademoiselle Montfort.

—Lo lamento muchísimo mademoiselle Gertrude — fue cuanto pudo decirle.

—Pues yo no volveré a dormir en esta habitación.— respondió la joven dama antes de vaciar la copa.

Momentos después abandonaba el cuarto seguida de sus hermanos.

Amandine se escudó en su esposo con la sensación de que todo era irreal mientras Clarise no podía contener una sonrisa socarrona. Les estaba bien empleado a esas dos por latosas, el fantasma les hizo saber cuál era su lugar.