XVII: Un rostro nimio
Que preguntamos por ellos en cada campamento que encontrábamos bosque adentro, eso escribía en un informe que, a esas alturas, parecía más un diario íntimo que el tipo de texto destinado a recabar y ofrecer información exacta y objetiva. El resumen de todas las cosas. Su comprobación más dura. Que, en todos ellos, siempre había alguien que los había visto o había oído hablar del peculiar matrimonio de la taiga al cual seguían de muy cerca un lobo no tan pequeño y esa otra cosa no humana que se colgaba de las ramas más altas. Era imposible no sentir que nos acercábamos poco a poco, con gran dificultad, a nuestro propósito último: hallarla, hablar con ella, llevarla de regreso. Era imposible no dejarse embargar por el optimismo. No sería, después de todo, ni la primera vez, ni la última, escribiría eso también, por puro gusto. El optimismo.