XII: Las cosas esas
Que me hubiera gustado ser un ama de casa, incluso un ama de casa un poco triste, a veces pensaba eso. En lugar de caminar sin rumbo en tierras lejanas haciéndome preguntas imposibles, prefería, a menudo, porque lo sabía poco probable, eso: ser un ama de casa. Pero no lo había sido ni lo era ni lo sería. Era, en cambio, alguien que caminaba sobre muchas piedras puntiagudas mientras se preguntaba si había visto algo, una mano, por ejemplo, una mano pequeñísima para ser más exactos, sobre una pared o sobre una pared en sueños. Era una persona que tenía frío pero resistía el frío.
El niño llegó por el mismo camino que había utilizado la mujer de la canasta de pan y la joven del gorro de lana. Aguzamos los oídos y, cuando el sonido de sus pasos sobre la tierra suelta nos indicó que se encontraba a unos cuantos metros de distancia, abrimos la puerta. Un rechinido. Esperaba ver a un adulto, eso es cierto. La figura reducida del niño, la mirada de miedo o de espanto dentro de esos ojos desmesuradamente abiertos, me decepcionó. El traductor, en cambio, lo invitó a pasar.
—¿Y tu mamá? —le preguntó o dijo que eso le había preguntado.
—Allá —el niño señaló un punto indeterminado del caserío al que me había acostumbrado a llamar «la comarca». El dedo índice en lo alto.
—¿Tú hiciste esto? —prosiguió el traductor, sacando una hojas de papel arrugado de otro compartimiento de su mochila.
Dijo la verdad. Dijo que sí. El niño.
—¿Por qué?
—Porque lo vi.
—¿Dónde?
—Aquí.
Nadie tuvo que traducir ese intercambio para mí.
—Pero eso no existe —dijo el traductor, meneando la cabeza, intentando sonreír.
—Sí existe —sostuvo el niño, sin parpadear—. Aquí.
Recuerdo los confines del mapa que en ese momento avizoré o vi. En la antigüedad, cuando la ciencia de la cartografía estaba en sus inicios pero se sabía ya que era asunto de vida o muerte y no sólo para los que se hacían al mar, se llamaban «protolans». De algún lugar de la memoria emergieron entonces las palabras «Carta pisana». La fecha: 1290. La argucia de las orillas. El detalle de la vida de las grandes aguas. Recuerdo, sobre todo, cómo entró, de repente y todo junto, el bosque que nos rodeaba. Recuerdo la humillación.