15

Esta vez no juega a besarme y a separase. Esta vez sólo hay un deseo desbocado, casi desesperado.

—Ríndete —repite separándose de mí y volviendo a unir nuestras frentes, como si necesitara una parada para reunir fuerzas antes de alejarse definitivamente de mí.

—Yo sólo quiero ayudarte, Donovan —trato de hacerle entender—. Sólo quiero que estés bien. Sea lo que sea lo que pasó, podemos arreglarlo entre los dos.

—Ojalá fuera tan fácil, Pecosa.

Donovan se separa y me sonríe de una manera triste, apagada. De verdad desea que las cosas sean de otra manera.

—Lo que pasó no se puede arreglar —susurra—. Yo ya no tengo arreglo.

Y en ese preciso instante me doy cuenta de que lleva una carga sobre sus hombros demasiado grande. «Lo que Donovan vivió ayer no debería vivirlo nadie». Recuerdo las palabras de Jackson y mi corazón se encoge un poco más. ¿Qué fue lo que ocurrió?

—Donovan…

El sonido de la puerta al abrirse me interrumpe. Estoy a punto de girarme, pero el repiquetear de unos tacones contra el suelo me dice que me haga un favor y no lo haga.

—Cielo, ¿estás listo?

Odio haber oído su voz. Ahora tengo algo más con lo que martirizarme.

Por un instante, antes de contestar, Donovan me mira a mí y yo a él. No sé lo que pasó, no sé cómo de horrible fue, pero, sea lo que sea, podemos superarlo.

—Sí —responde, y sus ojos siguen sobre los míos azules—. Katie, por favor, termina ese balance y entrégaselo a Jackson.

Yo asiento y salgo procurando no mirar a ninguno de los dos. Me ha llamado Katie y no Pecosa. Nunca imaginé que me dolería no escucharlo. No es que me guste, pero que no lo haya hecho significa que se ha deshecho de esa pequeña parcelita de intimidad y complicidad que teníamos, y lo ha hecho por ella.

Regreso a mi pecera y me dejo caer en mi silla. ¿Cómo puede besarme de esa manera, pedirme que deje de luchar por él y un par de segundos después elegirla a ella?

«A ella la eligió hace mucho».

Resoplo y me hundo un poco más en el asiento. Soy Ana Steele, sólo que mi Christian Grey ha decidido que es más fácil rendirse e irse con otra. Cabeceo. Este es precisamente el problema. Esta absurda visión romántica que tengo de Donovan, de la vida en general. Christian Grey, tú eres el culpable de todas mis desgracias.

Después de pasar toda la tarde trabajando, estoy despejando mi mesa cuando Sandra llama a la puerta.

—Katie, tengo algo para ti —dice cantarina.

Frunzo el ceño confusa con una sonrisa que ella me devuelve. ¿Qué está pasando aquí?

Se saca la mano de la espalda y me muestra un iPhone reluciente. Sigo sin comprender.

—Tu móvil —me dice como si fuera obvio—. El señor Brent me ha dicho que lo olvidaste en su despacho. Si yo hubiese perdido el mío, estaría como pollo sin cabeza.

Miro el smartphone. Es completamente negro. El que Donovan me dio y yo dejé en su casa era rosa chicle. En ese preciso instante lo entiendo todo. Él ha cambiado la carcasa. Ya no es rosa chicle porque ahora es un móvil de empresa y nada más. Sólo trabajo. Esas dos palabras van a perseguirme toda mi vida.

—Aunque… claro… —continúa hablando Sandra—… imagino que perder un móvil de empresa debe de ser hasta un poco liberador, sobre todo si el señor Brent tiene el número.

Sonrío por inercia y cojo el móvil austero y formal. Le agradezco el favor y Sandra se marcha con una sonrisa.

Con el gesto torcido, observo el iPhone. Recuerdo cómo me quejé cuando me lo dio, diciéndole que no podía aceptarlo porque era rosa y los móviles de empresa nunca son rosas. Sonrío triste. Debería haberme quedado calladita y disfrutar del momento. No podría haber un mensaje más claro que este. Carcasa negra: fría e impersonal. Giro el teléfono en mis manos y frunzo el ceño absolutamente atónita cuando veo una pequeña pegatina de un unicornio en la parte inferior.

Ahora mismo sólo quiero ir a su despacho y tirarle el móvil a la cabeza. ¡Deja de mandarme mensajes contradictorios, maldito cabronazo!

Dejo el iPhone sobre la mesa de malos modos, asesinándolo con la mirada, pero en ese momento comienza a sonar sobresaltándome y diluyendo mi ataque de furia. Miro la pantalla y la cara de Lola lanzándome un beso se ilumina intermitente. Vuelvo a fruncir el ceño. Van a salirme unas arrugas monstruosas en la frente.

—¿Cómo sabes que he recuperado mi móvil? —le pregunto antes siquiera de decir hola.

—Nunca dudes de que yo me entero de todo —sentencia—. Además, Sandra ha estado aquí hace quince minutos.

Eso lo explica todo.

—¿Y me llamabas para algo más que para reinaugurar la línea? —inquiero socarrona.

—No te dediques al humor. No es lo tuyo —replica.

—Ja, ja —le respondo sarcástica, ya que no puede ver el mohín que le dedico.

Deberíamos empezar a hacer videollamadas.

—Esta noche vamos a salir —me advierte—. Así que deja todo lo que estés haciendo y baja al vestíbulo. Nos vamos ya.

—Estoy de acuerdo —murmuro sin más.

No me apetece salir, pero tampoco quiero estar aquí o, en su defecto, en el apartamento de Lola, dándole vueltas a todo.

—La predisposición es tu punto fuerte —me asegura.

—Y lo que te ha hecho famosa en el barrio gay —replico burlona.

—Esa me la vas a pagar —me amenaza, pero prácticamente no la oigo. No puedo dejar de reír encantadísima con mi propia broma.

A las nueve en punto estamos increíblemente vestidas y perfectamente maquilladas. Lola me ha dejado un minivestido dorado muy elegante. Se ajusta a mi cuerpo a la perfección y, en lugar de escote, un sencillo encaje adorna la parte superior. Lo combino con mis salones de plataforma nude y un fantástico clutch de Edie Parker que Lola me entrega con el mismo fervor y cuidado que si me estuviese dando las tablas con los diez mandamientos.

—Sigo sin entender cómo puedes meterte dentro de este vestido —comento mirándome en el espejo del recibidor.

Me encanta cómo me ha recogido el pelo a pesar de tenerlo corto.

—Pues metiéndome —contesta como si fuera obvio, ordenándose su larga melena negra con los dedos.

—Tiene que quedarte pequeño.

Lola es altísima y tiene un cuerpo espectacular lleno de preciosas curvas a lo Jennifer López. Yo, en cambio, soy más bien menudita. Si a mí me está ajustado, es imposible que a ella le quede perfecto, y conozco demasiado bien a Lola: jamás se pondría nada que no le estuviese exactamente como le tiene que estar. Todavía recuerdo cuando lanzo unos tacones por la ventana porque le hacían las piernas gordas. Después tuvo que asomarse y pedirle perdón al taxista en cuyo techo del coche aterrizaron los zapatos. Se disculpó diciendo que era una persona muy carismática y se libró porque el taxista no tenía muy claro el significado de esa palabra.

—Me queda divino, como toda mi ropa —sentencia.

Lola abre su máscara de pestañas scandaleyes rockin’ curves y se la pone con mucho cuidado.

—Es imposible —digo pellizcando el vestido a la altura de la cadera y tirando de él. Ahí no cabe un centímetro de aire.

—¿Me estás llamando gorda? —pregunta ofendidísima dirigiéndose hacia mí.

—Claro que no, idiota —contesto sin dudar—. En todo caso te estoy llamando tía buena.

Ella sopesa durante un par de segundos mis palabras.

—Mejor así —sentencia divertida cerrando el pequeño tubo de rímel rojo y negro.

Se marcha cantarina a la habitación, imagino que a ponerse los zapatos, y yo sonrío mientras me sigo observando en el espejo. Me encanta mi peinado.

Llaman al timbre. Extrañada, doy un paso hacia la puerta. En cualquier otra circunstancia apostaría a que es Harper, pero Lola ya me ha comentado que, inexplicablemente, hoy no le apetecía salir y se quedaba en casa.

Estoy a punto de llegar cuando Lola, dándose la carrera de su vida, me adelanta por la derecha, agarra el pomo antes que yo y abre la puerta con la sonrisa más grande del mundo en sus labios. ¿Qué está tramando?

Todas mis preguntas se contestan cuando veo a Brodie en el rellano. Él me mira de arriba abajo un momento e inmediatamente lleva su vista hacia mis ojos, disculpándose en silencio por lo que acaba de hacer.

—Hola —nos saluda con una sonrisa.

—Hola —respondo sorprendida.

¿Qué hace aquí?

—Hola, Brodie —añade pizpereta—. Verás —continúa llamando mi atención—, le he llamado esta tarde para que saliéramos todos juntos. Brodie prometió traer un amigo.

Lola da un paso hacia delante y mira a derecha e izquierda.

—Humm —pronuncia fingidamente triste—, supongo que no has encontrado ninguno para mí. Una lástima. Me quedaré aquí.

Mi amiga, que no sé si pronto continuará siéndolo, ante mi atónita mirada, coge rápida mi clutch del pequeño mueblecito del recibidor, mi abrigo del perchero, me lo pone todo entre las manos y me empuja para que salga del apartamento.

—Pero… —trato de protestar.

—Que os divirtáis —dice ignorándome por completo y, sin más, cierra la puerta.

—¡Lola! —me quejo.

—Que os divirtáis —repite sin ningún remordimiento por la encerrona que acaba de prepararme.

Con una sonrisa nerviosa, me giro hacia Brodie. Él se encoge de hombros con las manos metidas en los bolsillos.

—Tal y como yo lo veo, tenemos dos opciones —comenta divertido.

—Di mejor una —le replico contagiada de su humor—. No creo que Lola me deje volver a entrar.

—Crees bien —sentencia a través de la puerta.

—No me lo puedo creer —protesto al borde de la risa sin girarme—. ¿Estás en la mirilla?

—Que os divirtáis —repite.

Brodie y yo sonreímos y él extiende su brazo, animándome a que echemos a andar. Asiento y salimos del edificio.

Me lleva a cenar a un precioso restaurante cerca del parque. La comida está buenísima y, como siempre, consigue sacarme más de una sonrisa.

—No querrás irte ya a casa, ¿verdad? —pregunta y de nuevo me ofrece una sonrisa de anuncio de pasta de dientes.

Yo asiento tratando de no sonreír, aunque no puedo contenerme mucho. Su sonrisa es de lo más contagiosa. Llevamos así toda la noche.

—Hace un frío que pela —me quejo dando saltitos en mitad de Columbus Circus.

—Pues, si tienes frío, claramente lo mejor es una copa —dice sin asomo de duda.

Brodie me mira de arriba abajo un segundo, pero, tal y como pasó en la puerta del apartamento, inmediatamente lleva su vista hacia la mía, disculpándose. No puedo evitar pensar en todas las veces que Donovan me ha mirado así. Él lo hacía con descaro, impertinente, lleno de arrogancia; jamás se disculpó, y no podría haberme parecido más atractivo.

—Lo mejor es estar debajo de mi nórdico —replico y yo sí que no tengo ninguna duda.

Brodie tuerce el gesto fingidamente pensativo.

—¿Eso es una proposición, Conrad?

Me lo pregunta tan serio que por un momento me deja fuera de juego, pero, entonces, como si no pudiese disimularlo más, sus labios se curvan hacia arriba.

—Qué idiota —me quejo golpeándole en el hombro.

—Vamos a tomar esa copa —sentencia.

Brodie me propone ir al club y, aunque en un principio dudo, acabo aceptando. El Archetype no es sólo un lugar donde dejarse llevar por todo tipo de fantasías, también es un club genial con música increíble y un ambiente de lo más increíble.

Además, Brodie sabe exactamente hasta dónde puede llegar. Sólo somos amigos y nunca vamos a ser nada más que eso.

Entramos en el Archetype y nos acomodamos en la barra. Hay música en directo. Un hombre impecablemente vestido canta, casi susurra, una canción muy suave sentado en un taburete mientras otro más mayor y afroamericano lo acompaña al piano. Tardo un segundo de más en darme cuenta de que es Sam Smith. ¡Sam Smith! Desde luego en este club el concepto de exclusivo alcanza otro nivel.

—¿Qué te apetece beber? —me pregunta Brodie sacándome de mi ensoñación.

Sonrío. Creo que soy la única persona del local que estaba mirando embobada al cantante.

—Humm… —Sé lo que quiero beber. Sólo tengo que atreverme a pedirlo—. Glenlivet con hielo.

Brodie se gira hacia la camarera y pide nuestras copas. Estamos charlando tranquilamente cuando empiezan a sonar los primeros acordes de Stay with me.[9] Poco a poco, voy prestándole más y más atención a la letra. Es la historia de alguien que siempre tropieza con la misma piedra, pretendiendo convertir los encuentros de una noche en amor de verdad. Le doy un sorbo a mi Glenlivet y el sabor me traiciona y me despierta de una manera demasiado cruel. Echo de menos a Donovan. Quiero a Donovan.

—¿Estás bien? —me pregunta amable Brodie.

Tardo un segundo más de lo necesario en contestar y ese pequeño detalle no le pasa por alto.

—No debí proponerte que viniésemos aquí —se disculpa.

—No te preocupes —respondo obligándome a sonreír—. Estoy bien.

En realidad no lo estoy, pero no quiero arruinarle la noche.

Brodie da un largo trago de su vodka con hielo y juguetea por un segundo con la copa de nuevo apoyada en la barra. Parece que trata de armarse de valor.

—Katie, ¿puedo preguntarte algo?

—Claro —respondo sin dudar.

Sonríe antes de atreverse a hacerlo. Es una sonrisa preciosa y todo sería mucho más fácil si despertara en mi todo lo que despierta otra. Si la encontrase sexy, serena, sincera, dura, sensual.

—¿Donovan Brent y tú aún estáis juntos?

Oír su nombre me sacude por dentro.

—No —contesto en un golpe de voz.

Brodie sonríe aliviado, pero por primera vez en toda la noche el gesto no se refleja en mis labios.

—Mañana la fundación benéfica de mi jefe da una fiesta en la azotea del Empire State y había pensado que a lo mejor te apetecería venir.

—Brodie, me pareces un chico increíble —es la verdad—, y es cierto que ya no estoy con Donovan, pero todavía está todo demasiado reciente y yo…

No soy capaz de sacármelo de la cabeza porque no dejo de pensar que, en el fondo, me está pidiendo ayuda… y él no me lo pone nada fácil besándome y siendo tan increíblemente guapo.

—… necesito tiempo —sentencio.

Una respuesta mucho más sana.

Brodie sonríe y se inclina ligeramente hacia mí a la vez que asiente.

—Mañana la fundación benéfica de mi jefe da una fiesta en la azotea del Empire State —repite con una sonrisa— y había pensado que a lo mejor te apetecería venir, como amigos.

Está siendo un encanto, pero ahora mismo me siento muy incómoda. Nunca podría tener nada con él; en realidad, creo que no podría tenerlo con ningún otro chico. Resoplo con fuerza mentalmente. Estoy condenada a una vida sin sexo y mesas para uno.

—Me lo pensaré —me obligo a responder.

No quiero darle un no rotundo. No quiero que él también se sienta incómodo.

Poco después regreso a casa. Subo al apartamento y, frente a la puerta, busco mis llaves con paciencia. No entiendo dónde demonios están. El clutch es diminuto. Finalmente consigo abrir y, al ver la tele encendida y a Lola dormida en el sofá, cierro con cuidado. Se merece que la despierte con un baile con platillos después de la cita-encerrona, pero decido perdonárselo. Me bajo de los tacones y disfruto un segundo de los pies descalzos sobre el parqué. Apago la tele e intento que se levante y vaya a la cama, pero es una misión imposible, así que le acomodo la cabeza entre los cojines y la tapo con una manta.

Recojo mis zapatos del suelo y voy hasta la habitación. Voy a quitarme el vestido cuando mi iPhone, en mi bolso sobre el colchón, comienza a sonar. Con el ceño fruncido, me siento en la cama y saco el móvil. Cabeceo nerviosa y respiro hondo cuando veo el nombre de Donovan escrito en la pantalla.

No debería cogerlo, pero me conozco demasiado bien y, si no lo hago, me pasaré toda la noche dándole vueltas y acabaré llamándolo yo. Francamente prefiero tener la ventaja de ser quien recibe la llamada en plena noche y no quien la hace.

—Hola —respondo nerviosa.

—Hola.

Sólo ha sido una palabra, pero su voz me traspasa y activa todo mi cuerpo.

—¿Qué quieres, Donovan?

—¿Te estás acostando con Brodie?

Suspiro brusca. Se merece que le diga que sí sólo para que entienda lo injusto que es que él, con novia, me esté llamando a la una de la madrugada para preguntarme eso.

—¿Eso es lo único que te interesa? —inquiero y, sin quererlo, mi voz se ha llenado de dolor.

—Contéstame —me apremia impaciente.

—Eres un hijo de puta, Donovan. —Estoy furiosa—. Y no, no me estoy acostando con Brodie.

Lo odio por llamarme sólo para saber si la pobre tonta enamorada sigue colada por él. Aunque la culpa es sólo mía. Él no me quiere. Lo dejó muy claro. Sólo le interesa comprobar que sigue teniendo su juguetito.

—¿Por qué? —pregunta sin suavizar un ápice su tono de voz.

La pregunta me pilla fuera de juego, pero en seguida me recupero.

—No pienso contestarte a eso —siseo.

—Katie —me reprende.

—¡Porque sé que no me sentiría con él como me sentía estando contigo! —respondo llena de rabia, cansada de él y de esta situación—. ¿Eso es lo que querías oír?

Voy a colgar, pero mis manos se niegan a colaborar y, a pesar de su silencio, sigo al teléfono.

—Katie…

—Katie, ¿qué?, Donovan. —Un sollozo se escapa de mis labios y, sin quererlo, las lágrimas vuelven a caer—. Tienes novia. Tú eres el que se acuesta con otra persona.

—Necesito estar con otra chica para poder mantenerme alejado de ti.

Sus palabras me enmudecen y aceleran mi corazón aún más. Le oigo suspirar con fuerza y durante unos segundos vuelve a guardar silencio otra vez. Las lágrimas siguen rodando por mis mejillas y otro sollozo inunda la línea. Inmediatamente me tapo la boca con la mano porque no quiero que se dé cuenta de que estoy llorando y decida que esta conversación no es buena idea.

—Ella es una válvula de escape, una manera de olvidar la idea de que, cuando me gire en mi cama, tú no vas a estar, de imaginarte con Brodie, de querer tocarte cada día y no poder hacerlo.

Su voz sigue sonando tan increíblemente masculina como el día que lo conocí, pero ahora también está rota, como yo.

—Te echo de menos, Pecosa —susurra y mi mundo se destroza un poco más.

—Si me echas de menos, ven —murmuro entre lágrimas.

Sé que no debería pedírselo, que no me hará ningún bien, pero no puedo evitar quererlo.

—No puede ser.

Tengo la sensación de que no necesita convencerme sólo a mí.

—Donovan —lo llamo y es casi una súplica.

—Estabas preciosa en el club. Eras la única chica a la que podía mirar. Y antes de que pudiese darme cuenta, estaba recordando todas las veces que estuve en el Archetype contigo.

Me dejo caer en la cama despacio, acurrucándome, sin despegar un sólo instante el teléfono de mi oreja, tratando de dejar de llorar o hacerlo en el máximo silencio para no perderme una sola palabra.

—Recordé todas las veces que jugamos con Erika o con otras chicas —continúa—, pero de ellas no era capaz de visualizar nada, ni siquiera sus caras, y de ti lo recordaba absolutamente todo, cada vez que te has corrido entre mis brazos, esa preciosa sonrisa que pones justo después con los ojos aún cerrados. Tu olor, Katie. Joder, ¿cómo es posible que me acuerde de cómo olías?

Suelto todo el aire en una bocanada. Mi corazón ha latido más fuerte con cada palabra. Una sonrisa suave y sincera se mezcla con mis lágrimas y al otro lado puedo sentir cómo Donovan imita mi gesto.

—¿De verdad te acuerdas de cómo olía? —murmuro.

—La primera vez que dormimos juntos olías a mandarina. Cuando me desperté, ese olor estaba impregnado por toda la cama y sencillamente me volví loco. Quise follarte desde que te vi por primera vez en la oficina de Charlie Cunningham, pero desde aquella mañana no podía pensar en otra cosa.

Sonrío y Donovan guarda silencio, como si quisiese saborear ese débil sonido.

—Cuando duermes haces unos ruiditos muy sensuales. No sabes cuántas noches me he quedado despierto viéndote dormir.

—Eso es muy romántico —bromeo.

—La culpa es tuya —replica divertido—. No te haces una idea de lo sexy que eres, de cuántas veces he tenido que contenerme para no abalanzarme sobre ti.

—Donovan —trato de frenarlo, aunque en el fondo no quiero que pare por nada del mundo.

—Mis manos en tu piel. Joder, Katie, a veces creo que voy a volverme loco.

—Donovan, yo me siento exactamente así.

Suspiro con fuerza y mi mente y mi cuerpo se calman para volver a tensarse de una manera completamente diferente.

—Por Dios, ni siquiera puedo concentrarme en el trabajo —se confiesa, exasperado porque algo esté rompiendo sus esquemas—. Sólo puedo imaginarte a ti, a nuestros cuerpos acoplándose perfectamente. Sentir tu olor, tu calor. Katie, te me has metido debajo de la piel y ni siquiera sé cómo ha pasado. Sólo puedo pensar en la última vez que estuvimos juntos, en cómo tu cuerpo se tensaba bajo del mío.

Mi respiración se acelera. Mi piel arde.

—Donovan —murmuro.

Antes de que pueda pensarlo con claridad, mi mano avanza por mi cuerpo y acaricia fugaz mi pecho.

—En cómo me sentía entrando y saliendo de ti. Era el puto paraíso, Katie.

Perdiéndome en el recuerdo de cada vez que estuve en sus brazos, retuerzo mi pezón entre mis dedos y tiro de él.

—Era como saltar al vacío —murmuro, casi gimo, con la voz rota por todo el placer y todo el deseo.

—Sí, joder, era exactamente eso. —Y sé que una sonrisa se ha dibujado en sus labios.

Su respiración también está acelerada. Lo imagino acariciándose. Me imagino acariciándolo.

—Era la mejor sensación del mundo.

Mis dedos bajan por mi cuerpo y se esconden bajo mis bragas.

—Tener el control sobre ti, Katie, sobre tu cuerpo, sobre todo tu placer.

Me deslizo en mi interior.

—Sin dejarme escapatoria.

Las palabras se escapan de mis labios antes siquiera de que pueda pensarlas.

—Eres mía, Katie. Eres sólo mía —pronuncia cada letra envuelta en sensuales gruñidos.

Nuestros jadeos se entremezclan cada vez más fuertes a través de la línea telefónica.

—Soy tuya.

Mis piernas se deslizan inconexas por las sábanas, llenándose de todo el placer de su voz, de mis dedos.

—Torturarte.

Gimo.

—Hacer contigo exactamente lo que quiera —susurra con una seguridad implacable y todo mi cuerpo se tensa—. Que te deshagas en mis brazos. Follarte una y otra vez.

—Hasta caer rendidos —jadeo.

—Hasta caer rendidos.

Echo la cabeza hacia atrás y me pierdo en un maravilloso orgasmo con su nombre en mis labios y la imagen perfecta de sus espectaculares ojos en mi mente. He saltado al vacío.

—Eres la chica más increíble que he conocido nunca y todo lo que soy sólo tiene sentido cuando estoy contigo.

Sin darme oportunidad a decir nada más, cuelga. Yo me quedo en la cama con la respiración hecha un auténtico caos y el corazón latiéndome con tanta fuerza que puede llegar a doler. No quiero pensar. Rápidamente me quito el vestido, me pongo el pijama y me meto bajo las sábanas, acurrucándome con fuerza. No quiero pensar, porque, si lo hago, sólo podré hacerlo en que, aunque sólo haya sido por un período muy breve, Donovan se ha quitado la coraza y eso sólo ha servido para que lo eche más de menos, para que lo necesite más, para que le quiera todavía más.

Me despierta un sonido incesante y molesto. Giro y me acurruco contra el otro lado, tratando de dormirme de nuevo, pero el sonido vuelve con más fuerza. Abro los ojos y por un momento no recuerdo dónde estoy. Parpadeo y me oriento sin ninguna dificultad. El ruido regresa y me doy cuenta de que es la puerta. Miro el reloj despertador sobre la mesita. Apenas son las siete. ¿Quién puede ser?

Me levanto a regañadientes y cruzo el salón. Extrañada, observo el sofá. Lola no está. Camino del recibidor me asomo por la ventana de la cocina. Tampoco está allí. Qué raro.

El sonido se intensifica. Sea quien sea quien está llamando, se está empleando a fondo.

Giro el pomo y, antes de que abra la puerta del todo, una mano sujeta la madera con fuerza y la abre de golpe, obligándome a dar un paso atrás. Casi en el mismo instante, esa mano se posa en mi cadera posesiva, brusca, indomable, justo antes de estrellar sus labios contra los míos buscándolos ansioso, casi desesperado.

Donovan cierra de un tosco portazo y me estrecha del mismo modo. Ni mi cuerpo ni mi mente ni mi corazón necesitan más. Mis manos rodean sus hombros, aferrándome a ellos con fuerza cuando las suyas vuelan hasta mi trasero y me levantan a pulso. Rodeo su cintura con mis piernas y nos quedamos perfectamente acoplados. Sin dejar de besarnos, nos desnudamos veloces. Su sexo choca perfecto contra el mío y mis gemidos se entremezclan con sus gruñidos en nuestros besos.

Nos lleva hasta la habitación y nos tira en la cama. Su cuerpo cubre por completo el mío mientras mis piernas siguen rodeándolo, acercándolo todavía más a mí. Hunde sus labios en mi cuello. Enredo mis dedos en su pelo. Mueve las caderas. Gimo con fuerza. Lo he echado demasiado de menos.

Vuelve a besarme casi desesperado.

—Donovan, te…

—No lo digas —me interrumpe con la respiración acelerada, separando lo justo nuestros labios y apoyando su frente en la mía— o, cuando todo esto acabe, te arrepentirás.

No ha sido una advertencia ni tampoco se está riendo. Me está previniendo. Está preocupándose por mí porque tiene demasiado claro cómo acabará esto. Una presión se instala en mis costillas y casi me impide respirar. Antes de que pueda controlarlo, una lágrima cae por mi mejilla. Toda la situación me está sobrepasando. Yo quiero estar con él. Quiero ayudarlo. Quiero que sea feliz. No puede venir, besarme, recordarme lo perfecto que es estar entre sus brazos y después dejarme dolorosamente claro que todo tiene una fecha de caducidad. ¿Por qué lo hace? ¿Qué es lo que quiere de mí?

Donovan se separa un poco más, posa sus ojos en los míos pero inmediatamente rompo nuestras miradas girando la cabeza. Él, por un momento, continúa observándome. Puedo notar sus preciosos ojos escrutarme tratando de averiguar cómo me siento.

Alza la mano y, despacio, enjuga con el reverso de los dedos las lágrimas que bañan mis mejillas. No puedo más. Yo le quiero y, si él nunca va a quererme, necesito que se aleje, que me deje respirar una atmósfera donde nada me recuerde a él.

Intento empujarlo y levantarme, pero reacciona en seguida atrapando mis muñecas y llevándolas contra el colchón.

—Suéltame —le pido.

Donovan niega con la cabeza. No está jugando. No está haciéndome rabiar. Algo me dice que está tan asustado como lo estoy yo.

—Esto es una locura y un sinsentido —me quejo con rabia—. Tú no me quieres y está claro que ni siquiera soportas que yo te quiera a ti. Me merezco ser feliz, Donovan, y tengo que ser rematadamente estúpida para seguir pensando que a tu lado puedo serlo.

—Katie —trata de calmarme.

—¡No quiero escucharte! —replico aún más enfadada.

Forcejeo, pero Donovan me mantiene sujeta sin ningún esfuerzo.

—Si no te dejo decirme que me quieres es porque sé cómo va a acabar esto, cómo está acabando, y no quiero que sufras todavía más. Pecosa, tú y yo no podemos estar juntos. Sólo nos haríamos daño —susurra.

Sus ojos se llenan de un millón de emociones que los vuelven aún más verdes. No ha hecho sino confirmarme todo lo que mi devastado corazón ya había dado por supuesto.

—Entonces, ¿por qué estás aquí? —le pregunto con la voz llena de las lágrimas que no me permito llorar.

Donovan permanece en silencio, mirándome.

—¿A qué has venido? —repito.

—Katie…

—Contéstame —le pido desesperada.

—A ser feliz, joder, aunque sólo sean quince putos minutos.

Su sinceridad me desarma. Me vuelvo un poco más loca o quizá un poco más cuerda, ¿quién sabe? Donovan también me echa de menos, también desea estar conmigo, ¿también me quiere? Otra vez la sombra de lo que pasó aquella noche vuelve a planear sobre nosotros. ¿Tan malo fue? A veces creo que, sencillamente, sea lo que sea, lo ha destrozado por dentro y ni siquiera él puede rehacer los pedazos. Esa idea me sacude. Quiere ser feliz y yo también, y los dos sabemos que sólo hay una manera en la que vamos a poder serlo, por eso está aquí.

Mi mirada cambia por completo y sé que él se ha dado cuenta. Muevo suavemente las manos pidiéndole en silencio que me suelte, que no me marcharé. Sin apartar sus preciosos ojos de los míos, libera mis muñecas pero, antes de que pueda separarse de mis manos, entrelazo nuestros dedos. Sus ojos brillan. Ahora mismo no existe nada más. Y Donovan estrecha nuestras manos con fuerza.

—Bésame —le pido llena de dulzura—. Yo también quiero ser feliz.

Donovan exhala todo el aire de sus pulmones. Está controlando lo indomable que le arrolla por dentro y que se está despertando rugiendo y llamándome.

Se inclina despacio y me besa. Sus labios me conquistan con el primer roce y gimo entregada. Le deseo tanto. Desliza su mano por mi mejilla, perdiéndola en mi cuello, apretando un poco, reavivando todos los recuerdos, activando todo el placer anticipado.

Su mano continúa bajando mientras sus labios siguen el mismo camino. Relía sus dedos en el cordón de mi pijama al mismo tiempo que su perfecta boca baña mis pezones con su cálido aliento por encima de la fina tela de algodón.

Me retuerzo bajo su cuerpo y cierro los ojos llena de placer. Donovan me besa jugando con su lengua, empapando la tela. Me muerde. Gimo. Su mano se pierde bajo mis pantalones.

—Donovan —susurro.

Se recoloca sobre la cama para dominar mi cuerpo por completo, haciéndome sentir demasiadas emociones a la vez. Sobreestimula mi cuerpo, lo agita, lo convulsiona. Sus manos. Su boca. Su lengua. Su voz.

Se separa de mí, dejándome al borde del abismo. Se coloca de rodillas entre mis piernas y se deshace de mi ropa. Cuando me tiene desnuda, me observa, y yo me embriago de sus ojos tan azules como verdes llenos de un deseo y una lujuria casi infinitos.

Despacio, empieza a quitarse la ropa, dándome la oportunidad de poder perderme en su cuerpo delgado pero perfectamente definido, aunque, como siempre que he podido, mis ojos vuelan hacia el músculo que nace en su cadera y se pierde bajo sus vaqueros.

Gloriosamente desnudo, saca un preservativo del bolsillo de los pantalones.

—No —le suplico en un susurro—. Quiero sentirte sólo a ti.

Otra vez todo el deseo aumenta, crece, lo inunda todo. Donovan se inclina sobre mí. Toma mi mano enredando nuestros dedos de nuevo. La levanta hasta colocarla por encima de mi cabeza mientras nuestros cuerpos se acoplan y, de un solo movimiento, brusco, duro, perfecto, entra en mí.

La sensación de sentir su piel contra la mía es maravillosa. Se mueve salvaje, tosco, haciendo que nuestras pelvis choquen una y otra vez.

Mis gemidos se intensifican. No está teniendo piedad. Pero en mitad de toda esta lujuria destilada en cada centímetro cúbico de aire, Donovan nos levanta de la cama y me acomoda en su regazo. Me inserta en su maravillosa erección y mi cuerpo reacciona abriéndose para él, acogiéndolo entero, profundo y duro.

Sus caderas comienzan a moverse de nuevo mientras sus manos siguen el contorno de mis piernas rodeando su cintura.

Instintivamente mi cuerpo sale a su encuentro una y otra vez. Una de sus manos se ancla en mi cadera y la otra se enreda en mi pelo. Una sonrisa sexy e impertinente se cuela en sus labios justo antes de guiar mi boca contra la suya con un deseo enloquecedor.

Me embiste cada vez más torturador. Nos besamos cada vez más desbocados. Su mano se desliza hasta acomodarse en mi cuello, hasta recordarme quién tiene el control, y, antes de que pueda darme cuenta, todas las sensaciones se funden, se solapan. Mi cuerpo ruge y me pierdo en un orgasmo increíble, devastador, que me arrolla, me incendia, me vuelve absoluta y completamente loca, adicta a Donovan Brent, a lo que sabe hacerme, a lo que quiere hacerme.

No me deja apartar mi boca de la suya, disfruta de mis gemidos y de mi respiración acelerada contra sus labios.

El placer me supera. Todo mi cuerpo se acomoda al suyo, a sus movimientos, a todo lo que siento. Sus embestidas son cada vez más rápidas, más duras, más certeras, más perfectas.

¡Dios!

Y en mitad de todo, comienza a girar las caderas absolutamente torturador, expandiendo un placer exquisito e indomable a cada rincón de mi cuerpo. Echo la cabeza hacia atrás. No puedo más. Donovan baja su boca por mi mandíbula, mi cuello, haciendo el placer aún más salvaje. Su aliento me quema, me gusta. Su polla me vuelve loca.

Me embiste con fuerza. Grito. Me aferro a sus hombros. Sale. Entra. Me domina. Le quiero. Le pertenezco.

—¡Donovan! —grito corriéndome sobre su regazo una vez más, sintiendo cómo él se pierde dentro de mí.

Me hace feliz.

Nos quedamos en silencio, abrazados. Donovan acaricia suavemente el final de mi espalda y yo hago pequeños dibujos en la piel de su hombro. No sé cuánto tiempo pasamos así, con miedo a que el otro se esfume si nos movemos.

—Katie —susurra.

Yo asiento y me separo suavemente. Sé lo que va a decirme y no quiero escucharlo.

Donovan se levanta y comienza a vestirse. Yo me cubro con la colcha y simplemente observo cómo se pone los vaqueros dando un pequeño salto y después una simple camiseta de la que se remanga las mangas inmediatamente. Está sencillamente guapísimo. No pude fijarme cuando entró, pero a cambio ahora tengo la oportunidad de explayarme.

No entiendo por qué las cosas tienen que ser así. No paro de repetírmelo desde que he dejado de sentir su cuerpo junto al mío.

—¿Vas a casarte con ella? —murmuro.

Ni siquiera lo miro cuando lo pregunto. Estoy muerta de miedo.

Donovan suspira. De un par de zancadas rodea la cama y se sienta junto a mí.

—No pienso en casarme con ella o en tener hijos con ella. Katie, ¿no lo entiendes? No pienso en un futuro con ella.

—¿Y conmigo lo pensabas? —inquiero con mis ojos azules posados en cómo mis dedos retuercen nerviosos la colcha.

Él resopla de nuevo, coloca el reservo de sus dedos en mi barbilla y me obliga a alzar la cabeza hasta que nuestras miradas se encuentran.

—Contigo lo quería, Pecosa —sentencia con su increíble voz—, más que nada.

—Y, si lo querías, ¿por qué no podemos tenerlo? —murmuro nerviosa, casi desesperada. Necesito que lo entienda. Quiero que lo entienda. Quiero que nos deje ser felices—. Donovan, ¿qué fue lo que pasó?

No dice nada. Toma mi cara entre sus manos e, inclinándose sobre mí, me besa. Lo hace lleno de deseo pero también de rabia y automáticamente comprendo que va a marcharse.

—Adiós, Katie —dice separándose apenas unos centímetros de mí.

Sin darme opción a responder, se levanta y sale de la habitación dejándome completamente desamparada. ¿Cómo puede ser que algo que ni siquiera conozco me esté destrozando por dentro?

Me dejo caer en la cama pero no aguanto ni cinco minutos. Las sábanas, la habitación, todo tiene su olor. Quiero mantener la dignidad y no convertirme en una protagonista de novela romántica en sus horas más bajas, pero eso es muy complicado en estas circunstancias.

Resuelta a ponérmelo lo más fácil posible, cambio las sábanas y abro las ventanas de la habitación. Estamos en pleno noviembre y la temperatura debe de rondar los cero grados, pero no me importa. Es una cuestión de supervivencia. Sin embargo, para mi desgracia, comprendo que su olor está impregnado en mi propia piel.

Resoplo absolutamente exasperada y me meto en la ducha. Cuando regreso a la habitación envuelta en una toalla, hace un frío casi glaciar. Corro hacia la ventana y la cierro, pero con las prisas me golpeo el pie con la pata del tocador vintage de Lola. Lanzo un «ay» y gimoteo hasta llegar a la cama y sentarme en ella. Me agarro el pie mientras sigo quejándome y de pronto la habitación, aunque sería más acertado decir mi vida, se me cae literalmente encima.

Lo echo menos y lo peor de todo es que tengo la horrible sensación de que lo echaré de menos siempre. Me casaré con otro hombre, tendré hijos y seguiré echándolo de menos, recordando sus manos sobre mi piel.

No quiero, de verdad que no, pero, sin que pueda controlarlo, empiezo a llorar… y nada de algo elegante o contenido. Lloro a moco tendido, como si se fuera a acabar el mundo. No me hace sentir mejor y, aun así, soy incapaz de parar.

Como si de una tortura china se tratase, involuntariamente comienzo a pensar en todos los momentos que he vivido con él, en los buenos y en los malos, y con cada uno de ellos lloro un poco más. Me tumbo hasta clavar la vista en el techo con los brazos en cruz sobre la cama.

—Mi vida es un asco.

Y, sorbiéndome los mocos, me he dado cuenta de que he cruzado esa línea y he hablado sola como en las telenovelas. Katie Conrad estás acabada.

En algún momento decido levantarme, vestirme y salir al salón. Se suponía que hoy no iría a la oficina para ir a la universidad; obviamente no ha sido así.

Ya son casi las seis. Lola estará a punto de volver. Muevo el culo hasta la cocina y comienzo a preparar la cena. Espaguetis boloñesa. Combatamos las penas con hidratos de carbono.

Oigo el característico rumor de las llaves y, después, la puerta cerrarse.

—Hola —me saluda Lola desde el recibidor.

—Hola —le respondo desde la cocina.

Espero a que entre, pero de reojo la veo cruzar por delante de la ventana que comunica el salón con la cocina y dirigirse a la habitación. Me pongo tensa al instante. Por un momento temo que, al igual que se entera de todo en la oficina, también se entere de todo en su propia casa y sepa que Donovan ha estado aquí. No le haría ninguna gracia.

—¿Qué tal la mañana? —pregunta apoyándose en el marco del puerta.

Yo me encojo de hombros con cara culpable, pero, como estoy de espaldas a ella, no puede vérmela.

—Bueno, pues entonces cuéntame qué tal anoche.

Respiro aliviada. Si me pregunta por Brodie, es que no sabe nada de Donovan. Siempre ha sido una chica muy ordenada y los chismes en esta casa se tratan por riguroso orden de prioridad.

—¿En tu encerrona? —pregunto impertinente.

—Oh, sí —responde en un fingido gimoteo—. Te mandé a cenar con un chico guapo. No merezco que sigamos siendo amigas.

Yo me vuelvo, le hago un mohín y sigo cocinando. Ella sonríe, coge los platos y se los lleva a la mesa.

—En serio, ¿cómo fue? —vuelve a preguntar regresando por los cubiertos.

—Normal. Nada que contar —respondo indiferente ante la atenta mirada de Lola—. Fuimos a cenar y después a tomar una copa. Fin.

Vierto la salsa sobre la pasta.

—Desde luego —se queja cerrando el cajón de golpe—, le quitas la gracia a todo.

Sonrío.

—¿Qué esperabas? —grito socarrona para hacerme oír en el salón—, ¿que viniese diciendo que me había enamorado de Brodie?

—¡No! —replica indignadísima a mi espalda, haciéndome dar un brinco que por poco termina con nuestra cena en el impoluto suelo—. Un polvo, Katie. Quería que echarás un polvo.

Niego con la cabeza. Salgo de la cocina y pongo la olla sobre el salvamanteles de madera.

—¿Qué pasa? ¿Ya no piensas follar nunca más? —inquiere igual de indignada que antes, cruzándose de brazos y apoyándose en el marco de la puerta de la cocina.

—Sí, sí pienso —contesto de manera mecánica sirviendo los platos y tomando asiento.

—Pues empieza ya —me advierte caminando y sentándose a la mesa—. Por ejemplo, en la terraza del Empire State.

La miro boquiabierta. ¿Cómo consigue enterarse de todo?

—Echar un polvo allí arriba tiene que ser espectacular —continúa con la vista perdida, fantaseando con la idea. Cuando vuelve al mundo de los que no estamos practicado sexo en una terraza, se encoje de hombros—. Brodie me ha llamado esta mañana para pedirme que te convenciera.

Comienzo a remover la comida en mi plato sin mucho entusiasmo. Ahora me siento incómoda y presionada. No entiendo por qué tiene que llamar a mi mejor amiga para asegurarse de que vaya.

—No voy a ir —suelto sin más.

«A lo mejor por eso, idiota».

—¿Por qué? —pregunta Lola tapándose la boca elegantemente con el extremo de la servilleta.

—Porque no quiero —respondo como si tuviera cinco años— y porque es lo mejor —añado para compensar y volver a convertirme en una adulta de veinticuatro.

—Vas a ir —sentencia sin más.

—No —digo negando también con la cabeza.

—Sí —responde ella asintiendo— y tengo el vestido perfecto —remata cantarina mientras deja la servilleta sobre la mesa y se levanta con una sonrisa—. Guárdate tu respuesta definitiva hasta que lo veas —me advierte desde la habitación.

A los pocos minutos regresa con un vestido espectacular. Dejo el tenedor sobre el plato y me levanto de un salto. Es increíble. Negro, sin tirantes, ajustado por la parte superior y con una falda que se levanta por el tul azul que sobresale gracioso y diferente por la parte inferior a la altura de la rodilla. Es un vestido digno de cualquier alfombra roja en el Ziegfeld Theater.

—¿De dónde lo has sacado?

—Una chica tiene que estar preparada para cualquier vicisitud —responde satisfecha—. Lo tenía en el fondo del armario. Sólo me lo he puesto un par de veces. Te estará perfecto.

Aún no ha terminado su frase cuando algo me llama la atención entra las capas de tul; alzo la mano y suspiro boquiabierta al ver la etiqueta. ¡Este vestido es nuevo!

—¿Se puede saber por qué me estás contando semejante rollo? —me quejo—. ¡Acabas de comprar este vestido!

De pronto todo encaja.

—¡Y el de ayer también! —protesto aún más indignada—. Por eso me quedaba como un guante.

Lola abre la boca dispuesta a decir algo, pero tras unos segundos la cierra y resopla.

—Sí, te he comprado ropa —confiesa—. Quería animarte y, como eres ridículamente pobre, decidí hacerme cargo de tu aún más pobre armario.

—Lola —protesto.

—Lola, nada —replica—. Es una pasada de vestido, ¿o no? —añade con una sonrisa agitando el modelito.

Quiero seguir enfadada. Me parece un gesto precioso, pero tendría que haberme consultado antes de desperdiciar el dinero. A ella tampoco le sobra. Sin embargo, no puedo evitarlo y acabo sonriendo como una idiota. El vestido es espectacular.

—Es genial.

—¿Significa eso que irás? —me pregunta esperanzada.

—¿Dejarás de comprarme ropa? —inquiero a mi vez apuntándola con el índice.

—¿Dejarás de ser tan idiota?

Me encojo de hombros.

—Eso depende de si sigo viviendo contigo —respondo socarrona—. La estupidez es contagiosa, ¿sabes?

Lola me golpea en el hombro y yo me quejo divertida.

—Kelly Gale —me informa pensativa—, desfile de Valentino, Milán 2014.

Mi sonrisa se ensancha. Contra eso no puedo luchar.

A las ocho estoy lista. Cuando me miro en el espejo, no puedo evitar sonreír. A Lola deberían contratarla como estilista en la semana de la moda. Siempre consigue que me sienta como una estrella de cine.

Brodie llama a la puerta puntual. Le saco la lengua a mi reflejo en el espejo y voy a abrir disfrutando de cada paso en estos espectaculares salones negros. Desde luego la vida se ve diferente subida a unos Manolos, aunque sean prestados.

—Hola —me saluda con una sonrisa—. Estás preciosa —añade rápidamente.

Le devuelvo el gesto. Él también está muy guapo. Lleva un traje negro realmente bonito y una camisa azul. Sin embargo, mi mente traidora me recuerda que no está ni siquiera próximo a acercarse, a estar la milésima parte de atractivo que Donovan cuando se viste con uno de sus trajes de corte italiano.

Me pongo los ojos en blanco mentalmente y me obligo a dejar de pensar en Donovan. Donovan ni siquiera es una opción.

Brodie ha dejado su precioso Lexus en la puerta del edificio. Caballeroso, me abre la puerta. El Empire State está relativamente cerca, así que no tardamos mucho en llegar.

Nos detenemos frente a la entrada de la Quinta Avenida. Todo está engalanado para la ocasión. Varias vallas acorralan a las decenas de periodistas junto a la entrada principal y un portero impecablemente vestido nos abre la puerta.

Tomamos el ascensor y esperamos pacientes hasta llegar a la planta ochenta y seis. En cuanto las puertas se abren, sonrío asombrada. Una chica vestida de bailarina y un chico de soldadito de plomo nos reciben. Bailan un segundo frente a nosotros y, tras hacernos una reverencia, nos invitan a pasar.

Mi sonrisa se ensancha y se vuelve aún más perpleja cuando compruebo que todo el mirador está perfectamente decorado como si estuviésemos dentro de un baúl de juguetes antiguos. Más chicas y chicos disfrazados se pasean por toda la terraza: hay arlequines, piratas, hadas. La parte superior del edificio está alumbrada con un espectacular juego de luces. Los mismos colores se repiten por la decoración de toda la terraza. Hay una barra inmensa y, sobre ella, auspiciando el centenar de botellas, una carpa de circo se levanta majestuosa, creando el efecto óptico de deslizarse edificio abajo. ¡Es espectacular!

—La fundación es benefactora de muchas causas. El dinero que recauden esta noche será destinado íntegramente a las escuelas públicas de la ciudad —me explica Brodie para hacerme entender el leitmotiv de la fiesta. Yo lo escucho y asiento encantada. Me parece un motivo precioso—. Así que estamos obligados a gastar —añade con una sonrisa—. ¿Una copa?

Asiento de nuevo y ambos echamos a andar. No hemos avanzado más que unos metros cuando veo a Colin, a Jackson y, por supuesto, a Donovan junto a la barra. ¿Cómo he podido ser tan estúpida de no adivinar que estarían aquí? Controlan las finanzas de medio Manhattan. Es obvio que les invitarían.

Aparto mi mirada para evitar quedarme embobada con Donovan, pero, aun así, el único segundo en el que lo he visto ha sido más que suficiente para que todo mi cuerpo suspire absolutamente obnubilado. Traje negro, camisa negra con los primeros botones desabrochados y todo ese halo de puro atractivo gritando a los cuatro vientos que no hay ningún hombre más guapo que él.

—Vaya, tus jefes están ahí —comenta Brodie—. ¿Los saludamos?

—Claro —respondo tratando de no sonar incómoda, ni inquieta, ni nerviosa, ni otros muchos «ni».

De todas formas, mi respuesta tampoco habría valido mucho de ser un no, Brodie ya ha empezado a caminar hacia ellos.

—Fitzgerald —saluda tendiéndole la mano a Colin.

—Stears —responde estrechándosela—, me estoy empezando a cansar de ver tu cara en todos lados —bromea.

Yo, que me he quedado rezagada absolutamente a propósito, avanzo un paso más. Ni Jackson ni Colin me ven, enfrascados en los saludos con Brodie, pero Donovan sí. Me recorre de arriba abajo con su habitual descaro y finalmente sus preciosos ojos aguamarina se posan en los míos. Está enfadado y no tiene ninguna intención de disimularlo.

—Katie —llama mi atención Colin—, estás deslumbrante.

—Gracias —murmuro dando un nuevo paso y colocándome junto a mi acompañante.

Donovan no dice nada. Mira a Brodie por encima de su vaso destilando rabia y arrogancia.

—No sabía que vendrías —me comenta Jackson.

Sonrío nerviosa como respuesta. Despacio, Donovan deja su vaso sobre la barra y, con una seguridad desbordante, da un paso hacia mí. Nuestras miradas se cruzan un instante justo antes de que coja mi cara entre sus manos y me bese con fuerza. No es un beso de amor, es posesión pura y dura y muchísima rabia.