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De repente, la voz de Taylor Swift cantando Style[1] inunda el espacio vacío entre los dos. No puedo apartar mis ojos de los suyos.

—Otra vez llevas uno de esos vestiditos —susurra sensual pero a la vez salvaje, absolutamente indómito—. Eres la cosa más sexy que he visto en mi vida.

Coloca su mano en mi rodilla y suavemente me acaricia con el pulgar. Mi cuerpo se enciende con esa efímera caricia y de pronto me vuelvo más consciente de cada pequeño detalle.

Los rayos perezosos de sol se filtran entre las nubes y el inmenso ventanal e iluminan su rostro.

—Ahora son verdes —murmuro antes de pensar con claridad.

—¿El qué? —pregunta con una sonrisa suave, serena, sexy.

—Tus ojos —vuelvo a susurrar.

Suspiro suavemente y su mano se desliza bajo mi vestido.

—¿Por qué no me besaste ayer? —musito.

No contesta. Durante unos segundos sólo me mira y sus ojos me dominan por completo. Finalmente sonríe y por inercia yo también lo hago.

—Porque sólo estaba jugando —susurra—, como ahora.

Su sonrisa se transforma en otra impertinente y endiabladamente sexy y aparta brusco la mano de debajo de mi vestido a la vez que se levanta. Yo lo observo y me siento como si me hubiesen despertado de golpe de un sueño. Ha vuelto a reírse de mí y yo he sido tan estúpida de volver a reaccionar exactamente como él quería.

Me levanto como un resorte y camino hasta el sofá.

—Me alegra divertirle como siempre, señor Brent —comento mostrando mi monumental enfado.

Él ahoga una sonrisa malhumorada en un breve suspiro y toda su expresión se endurece.

—Ya te lo dije —me replica presuntuoso—. Para eso estás, Pecosa.

Le dedico una sonrisa fingida y fugaz. ¿Cómo he podido ser tan estúpida de pensar que lo que estaba pasando hace menos de dos minutos era real?

Tiro el iPhone sobre el sofá y voy hasta la puerta.

—¿Adónde vas? —me apremia con la voz endurecida.

—A por su café —contesto arisca.

Salgo del despacho sin darle oportunidad a responder. Es un gilipollas odioso y yo, la estúpida más tonta, crédula y confiada sobre la faz de la tierra.

Regreso a la oficina y me sorprendo al encontrar a otro hombre charlando con el señor Brent.

—Te estaba esperando —me dice el desconocido nada más verme.

Sonríe y yo lo hago por acto reflejo. Es muy muy guapo. Con el pelo castaño y unos ojos verdes que cortan la respiración.

—¿En qué puedo ayudarlo? —pregunto profesional y, la verdad, algo confusa.

El señor Brent nos observa sentado en su sillón, pero yo me esfuerzo en fingir que en estos instantes ni siquiera compartimos continente. Dejo su taza en la mesa, frente a él, pero ni siquiera me molesto en mirarlo.

—Soy Jackson Colton —se presenta.

El socio que me quedaba por conocer.

Me ofrece su mano y yo la estrecho.

—¿Qué te parecería trabajar hoy conmigo?

El señor Brent va a decir algo, pero yo me adelanto.

—Me encantaría —respondo con una sonrisa de oreja a oreja.

Aunque no lo veo, sé que ahora mismo me está fulminando con la mirada.

—Todo dicho, entonces —confirma el señor Colton—. Estás al corriente de la cuenta Foster, ¿verdad?

Asiento entusiasmada.

—Pues espérame en la sala de conferencias.

Asiento de nuevo, cojo mi bolso y mi tablet y salgo del despacho. Soy tan estúpida que, en cierta manera, me siento desilusionada al pensar que no pasaré el día con él.

Soy patética.

«Y necesitas desesperadamente una copa».

El señor Colton no tarda en llegar a la sala de reuniones. Entra sonriente y me invita a sentarme en la silla frente a la suya a la vez que lo hace él.

—¿Qué tal con Donovan? —me pregunta jugueteando con una estilográfica de platino entre los dedos de la mano derecha.

—Bien; lo normal, supongo.

De pronto me siento increíblemente nerviosa.

—Bien —repite el señor Colton abriendo una de las carpetas que ha dejado sobre la mesa y centrando su mirada en ella.

Frunzo el ceño y sonrío con la sensación de que está diciendo más de lo que parece a simple vista. Tengo mucha curiosidad e incluso abro la boca dispuesta a preguntar, pero hasta yo, la más bocazas entre todas las bocazas, sabe que una no le puede preguntar esa clase de cosas a su jefe, aunque se muera de ganas.

La mañana con Jackson Colton resulta ser de lo más interesante. Es sencillamente brillante. Como me pasó ayer con el señor Brent, creo que sólo con escucharlo ya he aprendido muchísimo. Repasamos todo lo que tengo sobre Foster, pero, como me explica el señor Colton, resultan ser unas inversiones ligadas a otras que también debemos revisar. Por lo tanto, mañana por la mañana también trabajaré con él.

Como con Lola y con Mackenzie y, justo al salir del ascensor, recibo una llamada del señor Colton ordenándome que vuelva lo antes posible, ya que tenemos una nueva reunión en la sala de conferencias. Acelero el paso y, cuando entro en la enorme estancia, el señor Fitzgerald y el señor Colton ya están allí, charlando animadamente con unos clientes.

—Buenos tardes —saludo discretamente y tomo asiento.

Mis jefes me sonríen amables y continúan hablando de fusiones estratégicas, me parece entender.

La reunión empieza. Me sorprende que Donovan Brent no esté. Aún no hemos pasado del primer punto cuando él entra. Parece de un humor de perros. Echa un rápido vistazo a la sala y finalmente se sienta a mi lado. Yo lo ignoro por completo. Es un capullo engreído y no se merece ni una pizca de mi atención.

Cuadro los hombros profesional y me centro en el señor Colton, esforzándome en ignorarlo a él, sobre todo cuando noto que clava sin ningún disimulo sus ojos en mí. A pesar de mi enfado, no puedo evitar que me afecte. Enciende mi cuerpo absolutamente en contra de mi voluntad.

—Espero que te divirtieras con Jackson —susurra malhumorado, ladeando la cabeza discretamente.

Su voz está endurecida. Definitivamente está enfadado, y mucho, pero yo también.

—Por supuesto —murmuro furiosa—. Mucho más de lo que me divierto contigo.

—Pecosa, tú no sabes lo que es divertirse conmigo.

Suena exigente y arrogante, aún más molesto que hace unos segundos.

—Ni quiero —farfullo.

—Claro que no —continúa irónico—, pero recuérdatelo la próxima vez que te quedes mirándome embobada.

—Eres, eres… —Un gilipollas, un capullo, un bastardo engreído y presuntuoso que no podría ser más guapo, ¡joder!

—¿Qué? —me apremia desafiante con esa mirada tan presuntuosa.

—La reunión ha acabado —anuncia el señor Colton—. Gracias por su tiempo.

La voz de Jackson Colton se abre paso en mi mente y decido agarrarme a ella como a un clavo ardiendo. Me levanto y salgo de la sala de conferencias como una exhalación. Con un poco de suerte, Colin o Jackson tendrán algo que comentar con Donovan y lo entretendrán lo suficiente como para que yo pueda entrar en su despacho, coger mi bolso y largarme.

No he llegado al sofá cuando oigo pasos acelerados irrumpir en el despacho y cerrarse la puerta de un golpe tras de sí.

—Pero ¿tú quién te crees que eres? —pregunta furioso casi alzando la voz.

—No, ¿quién te crees que eres tú? —replico girándome. ¡Estoy muy cabreada!—. Trabajo para ti, punto. Eso no te da derecho a reírte de mí, ni a comentar mi vestuario, ni a ponerme en situaciones en las que…

Otra vez no sé cómo seguir. ¿Situaciones en las que queda completamente claro cuánto te deseo? Sí, esa sería la respuesta adecuada, pero muerta antes que admitirlo.

—Situaciones en las que… ¿qué? —me apremia arisco y exigente.

Dios, ¿por qué tiene que ser tan rematadamente atractivo y tan condenadamente odioso?

—Situaciones en las que nada —casi grito absolutamente exasperada.

Suspiro con fuerza. Mi frustración parece divertirle, porque su expresión se relaja y me sonríe otra vez de esa manera que parece decir «nunca, jamás, me han dicho que no». ¿Cómo puede ser tan sexy? Consigue que me olvide de todo, incluso de lo enfadada que estoy.

Da un paso hacia mí y algo bajo mi piel me dice que ya estoy perdida.

—Normalmente las chicas me lo ponen más fácil, ¿sabes? —susurra dando otro paso.

—Imagino que mucho más fácil.

Otra vez me siento tímida, sobrepasada, inquieta, nerviosa, acelerada… viva.

—Sí —vuelve a murmurar tan cerca que casi puedo notar sus labios sobre los míos—, por eso aquí el control lo tengo yo, ¿entendido? —pregunta deliciosamente exigente.

—Sí —musito con la voz llena de deseo.

Va a besarme y yo no he deseado nada tanto en toda mi vida.

—Bien —susurra sensual, pero entonces se separa bruscamente y todo mi cuerpo se queja soliviantado—, pues tenlo en cuenta la próxima vez que decidas huir de mí con el primero que te lo proponga.

¡¿Qué?!

Lo observo boquiabierta recoger unas carpetas de su escritorio y dirigirse hacia la puerta como si nada acabase de suceder. Sale del despacho y yo vuelvo a quedarme como una tonta en el centro de su oficina excitada, enfadada y frustrada; menuda combinación.

No entiendo cómo puedo ignorar todo lo que pienso, todas las señales de alarma, sólo por tenerlo cerca. Desde luego mi sentido común huye ante su proximidad. Ahora mismo sólo quiero gritar. Soy una estúpida y otra vez he dejado que se marche de este despacho pensando que me tiene exactamente donde quiere.

«Porque te tiene exactamente donde quiere».

¡Oh! ¡Cállate!

Después de recuperar la compostura y que mi enfado se calme un poco, continúo con todo lo que aún tengo pendiente. Afortunadamente, el señor Brent no ha vuelto a aparecer por su despacho, así que he podido trabajar tranquila.

Estoy peleándome con la impresora láser, tratando de cambiar el tóner, cuando llaman a la puerta.

—Adelante —doy paso.

No me pongo automáticamente en guardia porque sé que no es el señor Brent. Él no llamaría a la puerta en su propio despacho.

—¿Cómo va?

Es Mackenzie.

—Bien, la batalla con la impresora la voy ganando yo.

Ambas sonreímos.

Vuelvo a tirar del tóner y por fin sale, llenándome todos los dedos de tinta. Odio esta impresora y odio a su dueño.

—Espera, que te ayudo —me propone acercándose.

—Pásame el tóner nuevo, por favor.

Mackenzie asiente y me lo da. Entre las dos conseguimos engancharlo, aunque ella también acaba manchándose de tinta.

—Lo siento —me disculpo observando cómo se mira los dedos salpicados de borrones azules.

—No te preocupes. Vamos al baño del señor Brent —me propone socarrona—. Nos lavamos las manos y te invito a una copa. Tienes pinta de necesitarla.

Sonrío. No podría tener más razón, sobre todo después de escuchar ese «aquí el control lo tengo yo». Lo cierto es que sólo con recordarlo cerca de mí me tiemblan las rodillas.

Soy ridícula.

—¿Qué tal con Donovan? —me pregunta mientras abre el grifo del lavabo.

—Bien, pero… si le dejamos su impoluto baño lleno de tinta en cada rincón, mejor.

Volvemos a sonreír y en ese momento se oye la puerta. Entran varias personas y en seguida entendemos que son los chicos. Con rapidez, Mackenzie entorna la puerta y me chista suavemente.

—Será divertido —me anima en un susurro.

Las dos nos acomodamos sigilosas junto a la madera. Se oyen risas al otro lado.

—Genial. —Es la voz de Donovan. Algo dentro de mí me dice que podría reconocerla en cualquier parte—. ¿Queréis torturarme con otra cena de negocios con esa pandilla de gilipollas ricos e inútiles?

—¿Por qué no te traes a Katie? —propone el señor Fitzgerald.

¿A mí? Antes de que pueda evitarlo, una boba sonrisa se dibuja en mis labios.

—¿A Pecosa? No, ni hablar —responde tajante.

La estúpida sonrisa acaba de evaporarse.

—Esa chica te gusta —sentencia el señor Colton y parece absolutamente convencido.

—Que haya pensado puntualmente en follármela no significa que me guste. Me saca de quicio. Es insolente, incompetente, patosa y lo peor de todo es que se comporta como si fuera adorable.

—Es adorable —replica su amigo.

—Que rápido te convencen, Jackson.

Mackenzie me mira y yo sólo quiero desaparecer. Acaba de superarse a todos los niveles y yo no podría sentirme peor. No quiero alargar más la agonía y tampoco quiero estar aquí para escuchar cualquier otra lindeza que tenga pensado comentar, así que, armándome de valor y con la idea de dimitir para no volver a verle más flotando sobre mi cabeza, trago saliva y empujo la puerta.

Él es el primero en vernos salir del baño. La sonrisa se le borra de golpe, pero no dice nada. Mackenzie me sigue y por un momento todas las miradas se centran en mí.

—Bueno, ya nos vemos —me despido nerviosa.

Cruzo la sala y recojo mi bolso del sofá. Nadie dice nada y toda la situación se vuelve aún más incómoda.

—¿Nos tomamos esa copa? —intenta animarme Mackenzie.

—Mejor otro día.

Ella me sonríe llena de empatía y yo sólo quiero desaparecer.

—Buenas tardes, señor Brent.

Lo llamo así a propósito, marcando una ridícula frontera que a estas alturas ya no vale de nada pero que por algún motivo mi maltrecha autoestima necesita poner.

—Buenas tardes —susurra sin levantar sus ojos de mí.

Salgo del despacho y prácticamente corro hasta la parada del bus número 5. Como siempre, no tengo la suerte de que esté aguardándome como si fuera mi carroza y me toca sentarme a esperar. No pienso cederle mi asiento a nadie. Mi vida es un asco. Hoy me lo he ganado. Pero entonces llega una ancianita con pinta de abuelita de anuncio de galletas cargando una bolsa de la compra que probablemente pesa más que ella y acabo levantándome.

«La vida siempre te tiene preparada una alegría más».

Sonrío irónica y me apoyo, casi me agarro, a la barra de la parada. A unos metros de mí veo detenerse el jaguar negro y poco después Colton, Fitzgerald y Brent salen del edificio y caminan hasta él.

No sé por qué me siento tan mal. ¿Qué esperaba? ¿Escuchar que me procuraba amor eterno a través de la puerta del baño? Supongo que me hubiera conformado con que simplemente hubiese sido un poco amable, aunque tampoco entiendo por qué iba a serlo. No creo que ni siquiera sepa cómo.

Los observo murmurar y discutir y finalmente el señor Brent comienza a andar hacia mí. Probablemente le hayan obligado.

—Hola —dice a unos pasos de mí.

Yo finjo no oírle. Será mi jefe, pero no lo es fuera de la oficina y fuera del horario laboral.

Por suerte veo el autobús girando desde la Sexta. Como el resto de las personas de la parada, doy un paso para acercarme al bordillo de la acera.

—Vamos, Pecosa —se queja colocándose frente a mí—. No te pongas así.

¿Qué no me ponga así? Esto es el colmo. ¿Qué pretende?

—Ha sido una tontería —continúa—. Es cierto que eres un poco incompetente, pero confío en que puedas aprender y la verdad es que no tendría ningún problema en echarte un polvo.

Antes de que la idea sea un pensamiento claro en mi mente, lo abofeteo. Es un engreído que encima ha vuelto a hablarme con ese tono tan presuntuoso, como si encima tuviera que darle las gracias.

Él se lleva los dedos a la mejilla y se la roza con suavidad, con la expresión sorprendida y la mirada tan endurecida como impertinente.

—Eres tan mezquino que sería inútil tratar de explicarte todas las cosas que odio de ti, ni siquiera sabría por dónde empezar.

Su rostro se mantiene imperturbable, pero algo en su mirada, un destello, me hace comprender que mis palabras le han afectado aunque sólo sea un poco. Me alegro. Las suyas a mí me han dolido mucho más, aunque no vaya a permitirme admitirlo ni una vez más.

Sin mirar atrás, me monto en el autobús que, gracias a Dios, arranca en cuanto entro. Tomo asiento y me concentro en no pensar en él. Ahora mismo me siento como si tuviera a un grupo de música pop cantando una canción triste a mi espalda. No es divertido y lo peor de todo es que ni siquiera sé cómo he llegado al punto de que me importe lo que piense de mí.

«¿Pudo ser la primera vez que te quedaste embobada mirándolo, es decir, a los tres segundos de conocerlo?».

Suspiro brevemente y apoyo la cabeza con brusquedad en el asiento de enfrente. Mi voz de la conciencia es una hija de puta.

Llego puntual al restaurante y me cambio rápidamente. Hoy no me apetece trabajar por demasiados motivos.

Una de las veces que entro en la cocina a buscar un pedido, mi móvil suena avisándome de que tengo un mensaje entrante. Lo saco del bolsillo del mandil y miro la pantalla. Es Donovan Brent.

Todo lo que dije esta mañana es verdad.

Suspiro como una idiota y me apoyo en la pared. ¿Qué significa eso? ¿Que le gusto? Esta mañana los dos dijimos muchas tonterías y creo que también tuvimos la misma mala idea. Pero, entonces, ¿por qué después se comportó como si lo hubiese fingido todo sólo para reírse de mí? Dios, este mensaje era lo último que necesitaba o lo único… Ahora mismo quién demonios lo sabe.

—Katie, no te duermas —me apremia Sal sacándome de mi ensoñación.

—Lo siento —respondo guardándome rápidamente el móvil en el mandil y poniéndome de nuevo en marcha.

Me hago el propósito de no darle más vueltas y casi al final del turno, mientras estoy recogiendo la barra con Cleo, me doy cuenta de que sólo he pensado en el mensaje unas doscientas veces. Soy un maldito desastre. Mi sentido común me dice que debería olvidarme de él antes de que las cosas se compliquen más, pero entonces recuerdo la manera en que me mira, su cicatriz sobre la ceja derecha, y no tengo nada claro que quiera hacerlo.

—¿Qué tal te van las cosas en tu curro nuevo? —me pregunta Cleo mientras rellena la taza de café del señor Cooper.

—Bien.

Miento para evitar el tema. No quiero hablar de lo mismo en lo que llevo pensando toda la tarde.

—No sé cómo lo haces. Yo ya me habría quedado dormida en el autobús —comenta— o en la ducha —añade con una sonrisa.

Yo imito su gesto.

—Sólo tengo que pensar en la palabra factura cada vez que se me cierran los ojos y me espabilo de golpe —le explico burlona.

—Facturas —se queja compungida—. La palabra motivacional de los pobres.

—Gran verdad.

Las dos nos echamos a reír.

—Encanto —me llama uno de los clientes de la barra. Un ejecutivo treintañero que, hasta que ha decidido llamarme encanto, me había parecido de lo más simpático.

—¿Sí? —pregunto acercándome a él.

—¿A qué hora sales de trabajar esta noche? —inquiere sonriéndome.

—Pues —apoyo las dos manos en la barra a la vez que me giro y miro el enorme reloj a mi espalda—, tratándose de ti —su sonrisa se ensancha—, en tres días —contesto divertida al tiempo que me incorporo y comienzo a caminar alejándome de él.

Vuelve a sonreírme. No es la sonrisa más increíble que he visto hoy. Cuando caigo en la cuenta de lo que acabo de pensar, sacudo la cabeza y acelero el paso. No me puedo creer que haya pensado eso.

—Espera, no te vayas —dice siguiéndome al otro lado de la barra—. Esta noche doy una fiesta. Va a ser alucinante. Además, he oído que tienes problemas de pasta. Podría pagarte trescientos dólares.

¿Qué? Me paro en seco. Camino hasta él y, sin dudarlo, le doy una sonora bofetada. La segunda de hoy y las dos merecidísimas.

—Pero… ¿qué coño haces? —pregunta llevándose la mano a la mejilla.

—No, ¿qué coño haces tú? —pregunto furiosa—. No soy ninguna puta.

¿Pero quién se ha creído que soy? Reviso la barra en busca de algo que tirarle a la cabeza si no se larga ahora mismo.

—Por Dios, relájate —intenta calmarme alzando ambas manos en señal de tregua. Yo, que ya había agarrado el asa de la jarra de agua como precaución, la suelto lentamente—. No me refería a eso. Necesito que haya chicas guapas en la fiesta para crear ambiente. Serás como una especie de figurante. No te voy a pagar por sexo. ¡Joder, qué carácter! —se queja acariciándose la mejilla de nuevo.

Yo lo miro desconfiada.

—Si me tocas un pelo…

—Nadie va a tocarte un pelo —se apresura a interrumpirme—, a no ser que quieras, eso ya es cosa tuya. Entonces, ¿aceptas?

Miro de reojo a Cleo, que observa la escena casi sin pestañear. Trescientos dólares por pasearme por una fiesta no es un mal plan para un viernes por la noche.

—Está bien. —Él asiente disimulando una sonrisa y se mete la mano en el bolsillo interior de su chaqueta.

—Espera un momento —me corrijo rápidamente.

Saco mi móvil del mandil y le hago una foto.

—¿Qué haces? —pregunta tan confuso como sorprendido.

—Te he sacado una foto y voy a enviársela a una de mis amigas por si acabo muerta en un callejón junto a un club de mala muerte. Quiero que sepan a quién tienen que denunciar en comisaría.

Él vuelve a sonreír y finalmente se saca una tarjeta del bolsillo y un bonito bolígrafo y escribe algo en ella.

—La fiesta es a las once —dice tendiéndome el trozo de papel—. Por cierto, me llamo Brodie Stears, por si quieres decírselo a tu amiga —añade divertido.

Ahora la que sonríe soy yo.

—Yo soy Katie.

Nos estrechamos la mano. No parece un mal tío, pero una parte de mí no puede evitar pensar que voy a acabar en una fiesta de gente enmascarada como sacrificio humano.

—Te pagaré allí, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Deja unos billetes en la barra por la comida y se marcha. Lo observo a través del ventanal hasta que desaparece calle arriba. Frunzo los labios y miro la tarjeta. Es de un blanco casi inmaculado y sólo pone «Archetype» justo en el centro con letras también blancas en un grueso y elegante relieve. Brodie ha escrito una dirección en el reverso. Nunca he oído hablar de ese club.

No paro de darle vueltas el resto del turno y de camino a casa de Lola. Conforme el tiempo va avanzado, me parece una locura cada vez mayor.

—¿Vas a echarte atrás? —me pregunta Lola escandalizada tijeras en mano.

—No lo sé. Es un poco extraño. ¿Tú no lo ves raro?

Se pone frente a mí y me estira dos mechones de pelo para comprobar si están igualados.

—Katie, es de lo más normal que un tío con pasta que da una fiesta quiera tener chicas guapas, y es muy común que se pague por ello. Tengo amigos que viven de eso.

Explicado así no parece algo por lo que tenga que preocuparme.

—Lo que no entiendo es por qué yo —continúo argumentando—. Soy de lo más normal.

—No es verdad —me replica tajante—. Tienes unos ojazos azules de escándalo que vamos a resaltar en cuanto te corte ese flequillo y te los pinte ahumados como Kate Moss en el desfile de Gucci de Londres en 1998.

Sonrío. Lola es única levantando ánimos.

—Te vas a poner ese vestido negro que nunca te pones y que he ido a recoger a tu apartamento con unos botines peep toes de infarto, y vas a estar de cine.

Me mira esperando que asienta y, fingidamente displicente, lo hago aunque no puedo disimular mucho y menos de un segundo después estoy sonriendo.

Termina de recortarme el flequillo, tira de mi mano para obligarme a levantarme y me lleva hasta el borde de su cama. Me da el vestido en cuestión y los zapatos y me manda al baño.

Me miro en el escaparate del pequeño restaurante chino junto al edificio de Lola y la verdad es que no he quedado nada mal. Estoy sorprendida. El vestido es de tubo, ajustado y sin mangas, con la parte delantera llena de pequeñas lentejuelas formando anchas bandas gris marengo y negras y un precioso y favorecedor escote redondo. La altura de estos botines es cuanto menos peligrosa, pero hacen que mis piernas se estilicen. Giro sobre mí misma para verme por detrás y mi pelo se levanta. El corte que me ha hecho Lola es genial. Definitivamente esta chica sabe cómo subirme la autoestima.

Llego al club en taxi. Si no supiera que está ahí, sería imposible encontrarlo. De hecho, miro un par de veces la tarjeta que me entregó Brodie para asegurarme de que no le he dado una dirección equivocada al taxista.

Me bajo del coche. Todo es muy misterioso y discreto. Me siento como en una película de Bogart. Eso me gusta. Las pelis de detectives en blanco y negro son mis favoritas.

Camino hasta la puerta. Hay un portero de unos dos metros de alto con pinta de pocos amigos flanqueándola.

—Buenas noches —musito.

Él no contesta. Algo intimidada, le enseño la tarjeta e inmediatamente me abre la puerta.

—Buenas noches —responde cuando paso a su lado.

Todo es muy clandestino, pero por ese mismo motivo también muy emocionante.

El interior del local es sencillamente impresionante. Mucho más grande de lo que parece y todo exquisitamente decorado en distintos tonos grises y negros, usando el rojo para destacar algunos pequeños detalles. Lo que parece la sala principal es enorme. Tiene una barra inmensa con camareras vestidas de pin-up y, en la pared de enfrente, amparadas bajo una penumbra de lo más interesante, una hilera de mesas con cómodos sofás. Al fondo hay un escenario vacío y, rodeándolo, una preciosa tarima de madera que intuyo es la pista de baile.

Busco a Brodie con la mirada, pero no lo veo, así que me acerco a una de las camareras que regresa de una de las mesas con la bandeja vacía.

—He venido a una fiesta —le comento—, pero no veo al chico que la organiza.

Ella sonríe y me señala con la mano a un grupo de hombres a unos metros de mí. No tardo en ver a Brodie entre ellos y él me ve a mí. Nos sonreímos en la distancia y finalmente se acerca.

—Estás espectacular —me dice regalándome otra bonita sonrisa—. Al final voy a arrepentirme de no haberte convencido para que salieses sólo conmigo.

Le devuelvo la sonrisa. No es un mal tío y es bastante guapo, pero no es mi tipo en absoluto.

—No te lo voy a poner difícil —claudica divertido ante mi silencio—. La fiesta es en aquella sala —continúa señalando una puerta.

—¿Cuánto tiempo tengo que quedarme?

Vuelve a sonreír.

—¿Por qué no pruebas primero a intentar divertirte? A lo mejor acabas siendo tú la que no quiere irse.

Sonrío por segunda vez. Tiene razón. Ya que estoy aquí, lo mínimo que puedo hacer es intentar pasármelo bien. El día ha sido horrible. Bailar y tomarme un par de copas me sentará de maravilla.

Me despido de Brodie, respiro hondo y me encamino hacia la sala.

La música suena sexy y cadenciosa. Hay más de una treintena de personas que flirtean abiertamente unas con otras. Todo parece muy relajado, como si la regla número uno en este sitio fuera dejarse llevar.

Sin embargo, mi nueva actitud no tarda en desvanecerse. Me siento demasiado incómoda, como si el hecho de que me hubiesen pagado por estar aquí significase que no me está permitido divertirme.

Un chico me sonríe. Yo le devuelvo el gesto, pero mi sonrisa es más forzada y de puro compromiso. No quiero ser antipática; además, imagino que tampoco puedo. Aun así, no deseo que se me acerque. El chico, que parece de lo más agradable, en seguida capta la indirecta y posa su atención en otra de las mujeres.

Apuro mi segunda copa y la dejo sobre una de las mesas. Me siento tentada de pedir una tercera, pero no me parece buena idea. No quiero emborracharme en una fiesta así, aunque no tenga del todo claro que significa ese así.

Camino desinteresada por la sala y finalmente me dejo caer sobre la pared del fondo. En realidad, lo único que quiero es pasar desapercibida. Pero entonces, mi cuerpo se enciende como si tuviese luz propia y noto su mirada sexy y exigente dominarme desde el otro lado de la sala.