4
Alzo la cabeza y veo a Donovan en el otro extremo de la habitación. Está sentado en uno de los elegantes sofás. Su traje negro luce aún más sofisticado aquí, como si fuera el decorado perfecto para alguien tan injustamente guapo. Tiene un vaso con whisky y hielo en una mano, haciéndolo jugar entre sus dedos. Su otro brazo reposa despreocupado sobre la espalda del tresillo. Se lleva la copa a los labios y me observa por encima del cristal. Sus ojos están hambrientos, llenos de un deseo que, a pesar de la distancia, incendia todo mi cuerpo y consigue que clame por él.
Entre nosotros se cruzan decenas de personas que flirtean, bailan, ríen, pero yo tengo la sensación de que estamos solos, rodeados por una suave atmósfera que se vuelve deliciosamente eléctrica en cuanto noto sus ojos dibujar con descaro cada centímetro de mi cuerpo justo antes de volver a dominar los míos.
Donovan me dedica esa sonrisa tan sexy, tan insolente, y que por primera vez voy a permitirme reconocer que me encanta porque me hace sentirme atractiva y deseada y, sobre todo, desearlo a él hasta un límite insospechado.
Una mujer canta una suave canción; suena sexy y sensual como nosotros.
Inconscientemente me muerdo el labio inferior. Ahora mismo me muero por sentir sus manos sobre mi piel.
Donovan parece escuchar la petición que no llego a hacer en voz alta y se levanta. Atraviesa el salón sin levantar sus ojos de los míos. Primero son azules, después verdes. La luz de la sala los hace cambiar misteriosos de color y me hipnotizan aún más.
Llega hasta mí y, sin decir una sola palabra, coge mi mano y tira de ella. Me guía hasta unas escaleras y accedemos a la planta de arriba, a un ancho pasillo con luces tenues y un ambiente increíblemente sugerente.
Abre una de las puertas y entramos en una habitación. El ambiente del pasillo se desborda en la estancia. Hay una enorme cama redonda en el centro, pero no parece sórdida en absoluto. Es moderna e incita a hacer cosas inimaginables.
Donovan se gira y clava de nuevo sus ojos en los míos. Alza su mano y con la punta de los dedos acaricia suavemente mi vestido a la altura de mi ombligo. Sonríe. Sonrío. Sé perfectamente lo que ha pensado.
Estamos demasiado cerca. Su calor y su olor me envuelven y yo no puedo evitar sentirme tímida y nerviosa por toda esta situación, por cómo despierta mi cuerpo.
La penumbra de la habitación lo envuelve todo en un halo de deliciosa sensualidad. Donovan se inclina sobre mí. Su frente está casi apoyada en la mía y nuestros alientos se estremezcan cálidos.
—Tú no me gustas —murmuro nerviosa y nunca había dicho una estupidez mayor.
Él sonríe sexy y peligroso.
—Claro —responde en un susurro con su voz más ronca.
—Y no quiero que me beses —me apresuro a añadir.
—Por supuesto que no —replica haciendo que su voz suene tan salvaje pero a la vez tan carnal que es una auténtica locura.
Yo suspiro con suavidad absolutamente entregada. Él toma mi cara entre sus manos y al fin me besa apremiante y lleno de deseo. Su boca exigente conquista la mía y me hace pensar que no hay una sensación mejor en el mundo. Me besa con fuerza y se separa dejándome ansiosa de más. Sonríe a escasos centímetros de mi boca y, con sus manos todavía en mis mejillas, vuelve a unir nuestros labios.
Pero, no sé por qué, algo me dice que no debería estar aquí, no ahora y no así, no después de que me hayan pagado. Brodie dejó muy claro que el dinero no era por esto, pero, viendo lo que he visto abajo, son más que evidentes las intenciones de la fiesta y del club Archetype en general.
No puedo.
—Donovan —susurro contra sus labios.
Mi voz es un suave hilo inundado de deseo.
—Donovan —repito y hago un pobre intento por apartarlo.
—¿Qué? —pregunta impaciente, mirándome directamente a los ojos.
—Tengo que irme —musito.
—No, de eso ni hablar.
Me sonríe justo antes de volver a besarme y yo dejo que lo haga. ¡Sabe tan bien!
—Donovan, por favor.
Él vuelve a separarse y suspira algo exasperado. Yo clavo mi vista en el suelo. De pronto me siento tímida y, para qué negarlo, algo estúpida, como si fuera una cría que no sabe lo que quiere.
—Katie —susurra a la vez que me levanta la barbilla con el reverso de sus dedos.
Es la primera vez que pronuncia mi nombre y algo dentro de mí sonríe feliz.
—¿Quieres estar conmigo esta noche? —inquiere con sus ojos aún atrapando los míos y rodeado de ese inconmensurable atractivo que le da el conocer perfectamente la respuesta a esa pregunta.
—Me has llamado por mi nombre.
Donovan vuelve a sonreír de esa manera suave, serena y sexy que tengo la sensación de que sólo reserva para mí.
—Contesta a mi pregunta —me ordena dulcemente.
Sólo puedo asentir nerviosa. Está demasiado cerca y esos ojos son demasiado bonitos.
—Entonces, déjate llevar.
Vuelve a besarme y estoy a punto de olvidarlo todo y simplemente suspirar y quedarme aquí hasta que salga el sol, pero ¿cómo reaccionaría él si dentro de una semana o un mes descubre que me pagaron por estar aquí? ¿Y si ya lo sabe? ¿Y si es algo que hace habitualmente y para él no supone ningún problema? Desde luego, para mí sí.
—Lo siento, Donovan.
Lo aparto y salgo corriendo. Cruzo el pasillo como una exhalación y bajo aún más de prisa las escaleras. Al llegar a la sala principal, intento disimular lo atropellado de mi huida para no llamar la atención. Reconozco a algunas personas que antes estaban en la fiesta y que ahora se hacen arrumacos en las mesas en penumbra.
Alguien me toma por el brazo a unos metros de la puerta. Temo que sea Donovan y ni siquiera quiero girarme.
—Encanto.
Suspiro aliviada. Es Brodie.
—Lo siento, tengo que irme —lo interrumpo.
—Katie, ¿estás bien? —pregunta sosteniéndome de nuevo por la muñeca.
Cuando oigo mi nombre, suspiro suavemente y comprendo al instante que ya nunca me sonará igual.
—Sí —me obligo a reaccionar—, sólo es que tengo que irme.
Él asiente y me suelta, pero, cuando estoy a punto de alcanzar la puerta, veo de reojo que hace un gesto, como si acabara de recordar algo, y vuelve a llamarme.
—Espera —me pide caminando hasta mí—, aún no te he pagado.
Saca su cartera del bolsillo interior de su chaqueta.
—No, Brodie —me apresuro a replicar negando también con la cabeza para reforzar mis palabras—. Por favor, no.
—No seas tonta. Quedamos en trescientos, ¿verdad?
Me tiende los billetes, pero yo doy un paso atrás. Ni quiero ni puedo aceptar su dinero.
—De verdad, Brodie, no puedo aceptarlo.
Sólo quiero marcharme de aquí.
—Katie, ¿alguien ha intentado propasarse contigo?
Suena realmente preocupado. Supongo que se siente responsable.
—No, de verdad que no.
—Vale, pues… no es que sea un gurú de las mujeres, pero es obvio que te pasa algo.
Me encojo de hombros. No quiero hablar de esto.
—Por lo menos déjame llevarte a casa.
—No —contesto rápidamente.
—Insisto. Es lo menos que puedo hacer. Acabas de ahorrarme trescientos pavos.
Ambos sonreímos, pero a mí no me llega a los ojos.
Sopeso las opciones. Confiaba en poder pagarme un taxi con el dinero de Brodie. Desechada esa opción, sólo me queda el bus y lo cierto es que no es la mejor hora para montarse en uno.
—Está bien.
El asiente sonriente y estira su brazo cediéndome el paso.
Su coche está aparcado en la misma manzana y lo agradezco. Hace muchísimo frío o por lo menos yo tengo esa impresión. Definitivamente estoy incubando algo.
Brodie va muy concentrado en la carretera y yo me he tranquilizado mínimamente. No tengo ni la más remota idea de cómo manejar toda esta situación con Donovan. Al menos mañana continuaré trabajando con el señor Colton y no con él. Lo más inteligente sería fingir que no ha pasado nada, pero tampoco quiero eso. Donovan, a pesar de todo, me gusta. Suspiro mentalmente. ¿Qué voy a hacer? ¿Qué demonios voy a hacer? Además, por si fuera poco, no paro de hacerme preguntas sobre el club, sobre el tipo de fiestas que se hacen allí y, sobre todo, si Donovan es o no un cliente habitual.
Miro de reojo a Brodie y por un momento me planteo hacerle todas esas preguntas. Suspiro de nuevo. Es una pésima idea. Apenas lo conozco y preguntarle sobre Donovan implicaría dar explicaciones que ahora mismo ni siquiera quiero pronunciar en voz alta.
Llego a casa con la cabeza hecha un auténtico lío, una maraña de pensamientos confusos sobre el Archetype y Donovan. Me alegro muchísimo de haber rechazado el dinero. No quiero pensar en cómo me sentiría si ahora tuviese esos trescientos dólares.
Me tomo otro ibuprofeno y me meto bajo el nórdico. Hace un frío que pela. ¡Malditas ventanas! Mientras intento sin ningún éxito conciliar el sueño, aunque sé que es lo peor que podría hacer ahora mismo, no puedo evitar recordar cómo me sentí en el momento en el que me guiaba por el pasillo, mientras acariciaba mi vestido, cuando me besaba.
Suspiro exasperada y me tapo la cara con la almohada.
Katie Conrad, de profesión, kamikaze sentimental.
El despertador suena infatigable pero no puedo decir lo mismo de mí. Estoy hecha polvo. Dormí con el vestido de ayer y ahora mismo siento un frío intenso en todo mi maltrecho cuerpo. Me meto en la ducha con la idea de entrar en calor, pero ni siquiera con el agua prácticamente hirviendo lo consigo.
Me pongo mi falda marrón de lunares sólo porque hace conjunto con el jersey más tupido que tengo. Soy consciente de que no es mi mejor atuendo, pero tengo sueño, estoy exhausta y aún muerta de frío. Sólo espero que el señor Colton se apiade de mí y no tenga mucho trabajo.
Llego a la oficina y paso discretamente, casi de puntillas, por delante del despacho de Donovan. No estoy preparada para tenerlo cara a cara. Durante todo el viaje en bus he intentado concienciarme de que lo vería, incluso me he preparado un discurso bastante absurdo, pero ahora prefiero evitarlo. Con un poco de suerte, cuando me marché, se cruzó con otra chica que le gustó y acabó divirtiéndose en la cama redonda. Hago una mueca. Esa idea no me ha gustado nada.
—Buenos días, señor Colton —digo entrando en su despacho y, sin que él diga nada, cerrando la puerta tras de mí. Hoy esta oficina tiene que ser mi búnker.
—Buenos días, Katie —responde de pie al otro lado de su mesa.
Por un momento las vistas a su espalda me roban el aliento. Desde luego este edificio debe de ser el mejor emplazado de toda la ciudad.
—¿Preparada?
—Claro —respondo volviendo a la realidad.
El señor Colton teclea algo en su ordenador y, pensativo, observa unos segundos la pantalla. Finalmente sonríe satisfecho y muy arrogante. Sea lo que sea lo que ha visto, ha salido exactamente como esperaba.
—Hoy tenemos mucho que hacer —me informa—. Lo primero, ve al despacho de Donovan y recoge los archivos de Foster y Blair, e imagino que necesitarás tu iPad.
¡Maldita sea, el iPad! ¿Por qué ayer no tuve la brillante idea de dejarlo en cualquier otro sitio? No quiero ir a la boca del lobo todavía. Es demasiado temprano y, además, el lobo en cuestión tiene que estar enfadadísimo.
—Claro —respondo resignada y, aunque es lo último que quiero, echo a andar.
—Katie, espera. —No sé qué ha adivinado Jackson en mi expresión, pero la suya parece haber cambiado—. Voy yo, tengo que hablar unas cosas con él. Además, con el humor de perros que tiene esta mañana probablemente la pagaría contigo —sentencia divertido dirigiéndose hacia la puerta.
Sonrío automáticamente relajada.
—Empieza revisando las medias de Wall Street de esta semana —me ordena saliendo del despacho.
No he revisado ni dos páginas cuando la puerta se abre de golpe y Donovan entra con paso firme. Tiene la mirada endurecida y la mandíbula tensa. Deja caer un par de carpetas sobre la mesa de Jackson y apoya su mano en el respaldo de mi silla, inclinándose sobre mí.
—Me importa bastante poco lo que hagas con tu vida —susurra amenazador y con una voz suave, demasiado suave, como si condensara toda la calma que precede a una tormenta—, pero aquí soy tu jefe. La próxima vez que llegues tarde y no te molestes si quiera en pasarte por mi despacho, te despido.
Sin más, sale del despacho cruzándose con el señor Colton en la puerta. Yo me quedo sentada, sin mover un solo músculo, intentando no tener la más mínima reacción delante de Jackson. No pensé que estuviera tan enfadado, aunque también ha sido un poco injusto. No creo que me merezca que me hable así.
Durante toda la mañana trato de concentrarme en el trabajo, pero no puedo dejar de pensar en Donovan. Me siento culpable y, al margen de cómo me haya hablado, creo que le debo una explicación. Al fin y al cabo salí huyendo.
Le pongo al señor Colton una excusa bastante idiota y voy al despacho de Donovan. Llamo suavemente y espero paciente a que me dé paso. Cuando lo hace, abro la puerta y cierro tras de mí.
Está sentado a la mesa, tan injustamente guapo como siempre. Se ha quitado la chaqueta azul oscuro y se ha remangado la camisa hasta el antebrazo. Que esté sentado me da alguna posibilidad. Por lo menos sé que no voy a quedarme embobada viendo lo sexy que le caen los pantalones sobre las caderas.
—Donovan, ¿puedo hablar contigo? —pregunto.
Pretendo que mi voz suene firme, pero no tengo del todo claro que lo haya conseguido.
—¿Seguro? —inquiere a su vez irónico sin ni siquiera mirarme—. Lo mismo tienes pensado salir huyendo y no me apetece tener que volver a ver algo tan patético.
—Tenía mis motivos —intento explicarme.
—Pues ve a contárselos a quien le importe.
Su tono de voz es arisco y presuntuoso. Está claro que no quiere tenerme aquí y no tiene la más mínima intención de disimularlo. Cierra la carpeta en la que estaba trabajando y la deja caer sobre un montón de ellas apiladas en una esquina de su escritorio. Entonces me mira. Su expresión es imperturbable, como si se encargara de echar a chicas de su despacho todos los días. Lo peor es que probablemente pase más a menudo de lo que quiero pensar.
Ahogo una sonrisa nerviosa en un suspiro, giro sobre mis talones y salgo de su despacho. Con la puerta cerrada a mi espalda, tengo que volver a suspirar hondo para tratar de controlar el ciclón de emociones que me invaden por dentro.
Esto es lo mejor que podía pasar. Donovan Brent no me conviene en absoluto.
«Ahora sólo hace falta que te lo creas».
Regreso al despacho del señor Colton y continúo trabajando. Agradezco que no me dé un respiro porque, cada vez que me descuido, acabo pensando en Donovan, en el club y en sus besos, sobre todo en eso, aunque me temo que a él no le pasa lo mismo.
Después de una pequeña parada para almorzar, de vuelta en el despacho, comienzo a pensar que el termostato debe haberse estropeado porque hace muchísimo frío. Sin embargo, cuando empiezan a dolerme músculos que ni siquiera sabía que tenía, entiendo perfectamente lo que me pasa. No puedo creerme que haya cogido la gripe otra vez.
—Katie, ¿estás bien? —me pregunta el señor Colton desde el otro lado de la mesa—. Estás temblando.
—Tengo mucho frío. Hace frío. ¿Tú no tienes frío? —pregunto tratando de desviar la atención.
No creo que, pedirme una baja cuando sólo llevo cinco días trabajando en la empresa, sea muy profesional.
—Estás enferma —sentencia descolgado el teléfono y marcando el botón de recepción—. Eve, el coche.
—Señor Colton, no hace falta. Sólo es un resfriado. Una pastilla y estaré como nueva —replico restándole importancia.
—Te vas a casa —ordena sin asomo de duda.
No sé si ha sido su voz o su mirada, pero algo me dice que no está acostumbrado a que le desobedezcan. Ahora comienzo a entender el comentario que hizo Lola sobre que ser controlador era un rasgo muy característico por aquí.
—El coche te está esperando —añade—. ¿Llegarás bien sola?
—Sí, claro que sí… y gracias.
No tengo fuerzas para discutir, así que opto por dejarme llevar.
«Curiosa frase».
En el coche le pido al conductor que ponga la calefacción. A pesar de que no se queja ni una vez, estoy convencida de que le estoy dando el viaje. Aquí dentro la temperatura es nivel sauna e inexplicablemente sigo teniendo frío.
Lo primero que hago cuando llego a mi apartamento es tomarme dos ibuprofenos. Lo segundo, coger varias toallas y tapar los malditos huecos de las ventanas. Son los responsables de cada futuro golpe de tos. Maldita sea, de todas formas sigue haciendo un frío que pela. Creo que tengo fiebre.
Me meto en la cama y me tapo hasta las orejas con la única compañía de mi iPhone. En mitad de mi estado febril, pienso en llamar a Donovan. La gripe me está haciendo delirar.
Sistemáticamente se me cierran los ojos. Estoy muy cansada.
Me despierto. Está lloviendo. Estoy algo desorientada. Oigo la voz de Lola, pero no recuerdo cuándo ha llegado. Los párpados me pesan. Deben de ser las pastillas.
Vuelvo a dormirme.
Oigo a alguien gritar. Me esfuerzo sobremanera y consigo abrir los ojos. Es Lola. Está al teléfono. Parece asustada, muy asustada.
—No lo sé. Tiene mucha fiebre y no se despierta. Iba a llevarla al hospital, pero no para de llover y él taxi no llega… Sí, sí… Vale. Adiós.
¿Con quién está hablando? ¿Y de quién? Yo estoy bien. Sólo tengo sueño.
Sigue lloviendo. Abro los ojos despacio y veo a Lola. Está sentada a mi lado y me pasa un trapo húmedo por la frente y el cuello. Está helado. Me quejo e intento apartarla, pero no tengo fuerzas.
No consigo mantenerme despierta.
Noto unos brazos alzarme de la cama. Me apoya contra su pecho y escondo la cabeza en su cuello. Reconozco su olor, a limpio, a suavizante caro y gel aún más caro.
—Donovan —pronuncio en un débil susurro.
Salimos a la calle. Me estrecha contra su cuerpo para protegerme de la lluvia y mantener el calor. Rápidamente entramos en la parte trasera de un coche. No me separa un ápice de él y yo me dejo envolver por sus perfectos brazos.
Me despierto. No sé dónde estoy. Intento incorporarme. Todo me da vueltas.
—No te muevas, Pecosa —dice Donovan acercándose a mi cama y empujándome sin mucho esfuerzo para que mi cabeza caiga de nuevo en la almohada.
—¿Dónde estoy? —pregunto.
—En el hospital.
Me observa con sus preciosos ojos y me sonríe suavemente mientras me mete un mechón de pelo tras la oreja.
—Creí que estabas enfadado conmigo —susurro.
—Y lo estoy. Mucho —me aclara—. Pero alguien tenía que traerte al hospital.
Me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa. Los dos sabemos lo que acaba de hacer por mí.
—Buenas noches.
Inmediatamente llevamos nuestra mirada a la puerta y vemos entrar a un doctor con bata blanca y pijama azul de hospital. Tiene pinta de llevar aquí más horas de las que le gustaría. En seguida abre un sobre marrón enorme y saca unas radiografías. Las engancha a una pantalla luminosa y las observa con detenimiento. Asiente un par de veces y finalmente camina hasta mi cama.
—En principio, has venido a tiempo —me dice—. Todo parece indicar que tienes neumonía.
—¿Neumonía? —pregunta Donovan como si no terminara de creerlo.
—¿No fuiste al médico cuando pensaste que tenías gripe? —inquiere de nuevo el doctor.
—No —confieso sintiéndome como una verdadera idiota—. Tome ibuprofeno, las mismas pastillas que me mandaron la última vez que tuve gripe.
—Supongo que te dirían que te tomaras unos días de reposo, ¿lo hiciste?
—No —musito. Donovan gruñe—. No podía dejar de trabajar.
El doctor asiente.
—Katie, ¿quién es tu médico? —pregunta.
Dudo en contestar. Presiento que la respuesta no va a gustarle nada a Donovan.
—No tengo médico. Fui a la clínica gratuita.
Donovan suspira breve y brusco y se cruza de brazos, aunque inmediatamente se lleva el reverso de los dedos a la boca. No sé si está más furioso o indignado.
El médico se sienta en un taburete y lo desliza hasta quedar de nuevo junto a mí.
—Katie, ahora te sientes mejor por los calmantes que te hemos dado, pero… no te equivoques, lo que tienes es grave. Llegaste aquí inconsciente por la fiebre y no te quepa duda de que necesitas descansar.
—Descansará —sentencia Donovan mirando al doctor. Tiene la mandíbula tensa y la mirada endurecida—. Yo me encargaré de ello.
¿Él? ¿Cómo? Creo que todo me da vueltas otra vez.
—Ahora necesito que me cuentes cómo te hiciste el corte del costado.
Este doctor va a acabar metiéndome en un verdadero lío.
—En el trabajo —musito.
—No pudiste hacértelo en el trabajo —interviene Donovan.
—No en la oficina. —Suspiro. Nunca pensé que acabaría dando estas explicaciones y mucho menos en estas circunstancias—. Trabajo en un restaurante por las noches y hace unos días me corté con la puerta de la nevera.
Donovan asiente, pero yo no me siento para nada tranquila. Es más algo amenazador que conciliador.
—Necesitas puntos. Tienes un principio de infección y probablemente sea responsable de parte de la fiebre. En seguida te los doy. Primero necesito que me digas si tomas alguna medicación.
Niego con la cabeza.
—Sólo la minipíldora anticonceptiva.
El facultativo apunta algo en mi historial y lo cierra, para luego dejarlo sobre la mesita metálica a mi lado.
—Ahora te daremos esos puntos —me confirma guardándose el bolígrafo en el bolsillo de su bata.
—Gracias, doctor… —Busco una placa con su nombre, pero no la veo.
—Newman —me aclara.
—Gracias, Michael —añade Donovan.
¿Se conocen?
—De nada pero, la próxima vez, tened los ataques febriles a las diez de la mañana. Estaba acabando la guardia.
Ambos sonríen y el médico se levanta y camina hacia un armario metálico de donde empieza a sacar instrumental.
Donovan me mira y por un momento me siento como una cría de seis años; presiento que me espera la bronca de mi vida. Él apoya una de sus manos en el cabecero de la cama, la otra sobre el colchón y se acerca peligrosamente a mí.
—Tú y yo hablaremos luego.
Otra vez esa voz tan increíblemente suave.
Trago saliva inconscientemente y mis ojos se pierden en la suyos. Creo que enfadado está todavía más guapo o quizá sean los analgésicos mezclados con el hecho de que una parte de mí ahora mismo lo ve como mi caballero andante. Me pongo los ojos en blanco mentalmente. ¿A quién pretendo engañar? Es mezquinamente guapo.
El doctor regresa ajustándose los guantes de látex. Me pide que me gire para poder acceder mejor al corte. Cuando noto el pinchazo de la anestesia, suspiro y arrugo el rostro. Ha dolido.
—Esa naricita —me dice Donovan inclinándose de nuevo sobre mí y acariciándome la nariz dulcemente con el índice.
Sonríe y, a pesar del dolor, yo hago lo mismo.
La anestesia poco a poco ha ido sustituyendo el dolor por una sensación de frío, como si el médico estuviera trabajando con hielo sobre mi herida. Donovan no me quita ojo de encima y yo me siento extrañamente protegida.
—Bueno, esto ya está —anuncia el doctor Newman.
Vuelvo a acomodarme en la cama y observo cómo el médico deja el instrumental sobre una mesita auxiliar de la que coge un pequeño vasito de plástico.
—Ahora te vas a tomar estas pastillas —dice tendiéndomelo—. Son unos antibióticos muy fuertes. Te dejarán algo adormilada las próximas horas.
Me tomo las pastillas y cojo otro vaso que me ofrece más grande, de cristal y lleno de agua fresca.
No tardo mucho en sentirme como si flotara. Apenas puedo asentir cuando el médico se despide y Donovan sale con él. Parecen viejos amigos.
Casi sin darme cuenta, voy sonriendo intermitentemente.
Ya no me importa la neumonía, mis dos trabajos, los ciento veintiséis mil trescientos cuarenta y tres dólares con ochenta centavos que debo, el Archetype, Donovan. Sólo puedo pensar en dos palabras: dejarme llevar; en realidad, Donovan, el Archetype y dejarme llevar. Eso son cuatro palabras… bueno, seis. ¿Las palabras pequeñitas cuentan? Nunca lo he tenido claro.
Vuelvo a sonreír. Bendita prescripción médica.
Donovan regresa y cierra la puerta tras de sí.
—Pecosa, nos vamos.
—¿Adónde? —pregunto con una boba sonrisa—. ¿A mi apartamento?
—Sí, el lugar perfecto para recuperarse de una neumonía es donde la pillaste.
Me observa divertido intentando incorporarme. No soy capaz y, presa de un nuevo ataque de risa, me caigo otra vez en la cama.
—¿Vas a ser capaz de mantenerte en pie? —pregunta.
—No lo sé, pero si me caigo y tu amigo tiene que volver, ¿me dará más pastillas? Me han sentado de maravilla.
Me trabo pronunciando la última palabra y eso me hace volver a reír. Donovan suspira fingiéndose exasperado aunque todo esto parece divertirle y, sin decir nada más, vuelve a cogerme en brazos.
—Podría acostumbrarme a esto. Se te da muy bien hacer de salvador de chicas indefensas —comento alargando estúpidamente la última ese.
—Cállate —me ordena con un trasfondo divertido.
—Qué dominante.
—No sabes cuánto —responde con una sonrisa llena de malicia asomando en sus labios.
—Lola dice que Jackson, Colin y tú sois tres obsesos del control. Tres obsesos del control que trabajan juntos y los tres sois guapísimos. No me negarás que es hasta un poco ridículo. —Comienzo a reír de nuevo—. Controladores y atractivos, ¿hicisteis una especie de casting o algo así para haceros amigos?
No dice nada, sólo sonríe.
Humm. Giro en la cama. Es grande y cómoda. Ya no siento nada de frío. Me desperezo rodeada de almohadas. Esta cama es genial.
Es genial y no es la mía.
Abro los ojos de golpe. ¿Dónde estoy?
Me incorporo y miro a mi alrededor. No reconozco la habitación. Intento hacer memoria y no sé cómo he acabado aquí. Lentamente comienzan a llegar a mi embotada mente imágenes del día de ayer. Recuerdo que Jackson me mandó a casa. Recuerdo que me metí en mi cama y también que estuve en el hospital…
¡Dios! ¡Estoy en casa de Donovan!