11
La sangre me hierve. Tengo que calmarme. No somos novios. No tenemos una relación exclusiva. Cierro mi agenda de golpe. ¡Es un gilipollas!
—¡No me puedo creer que haya vuelto a hacerte esto! —le grito indignadísima a Lola, que me mira como si acabase de salirme una segunda cabeza—. ¿Cómo ha podido Donovan volver a engañarte?
La intrusa se vuelve hacia mí con los ojos como platos.
—A ti —añado con ímpetu. Mi amiga me mira sin entender una palabra, apremiándome con la mirada a que me explique—. A su mujer —sentencio haciendo un exageradísimo hincapié en cada letra.
Enarco las cejas de manera muy expresiva. Lola me mira atónita y abre la boca dispuesta a decir algo, aunque no sabe qué. La chica se vuelve alarmada hacia ella y, antes de que vea cualquier atisbo de duda, reacciona.
—¡Oh, Dios mío! —grita Lola melodramática—. ¿Por qué? No me lo merezco —se queja con voz lastimera y llevándose la mano al corazón—. Yo le mantuve, trabajando como camarera en el turno de noche de una cafetería del Bronx, mientras él estudiaba derecho. ¡Me atracaron dos veces!
La chica la mira realmente compungida y yo tengo que aguantarme un ataque de risa en toda regla.
—Yo, yo… —tartamudea nerviosa.
—¡Me contagió un herpes! —la interrumpe Lola.
Apoya el brazo en la encimera de la cocina y, gimoteando, deja caer la frente sobre él.
—De verdad que… —trata de explicarse la chica culpable.
—¡Y estoy embarazada! —la interrumpe de nuevo—. ¡De gemelas! —añade fingiendo un llanto propio de las reinas de los culebrones colombianos. Debe de ser su sangre latina.
La mujer de los tacones de infarto está al borde del colapso. Mira a Lola e inmediatamente me mira a mí, que cambio a tiempo mi cara de «cuánto estoy disfrutando con todo esto» por «comparto el dolor de mi amiga».
—Le has perdonado demasiadas cosas —sentencio asintiendo.
—¡Donovan! —grita Lola clavando la mirada en el techo, cerrando el puño con fuerza y bajándolo despacio como si de pronto fuera Madonna interpretando a Evita—. ¿Por qué? ¿Por qué me has hecho esto, Donovan?
—¿Por qué he hecho qué?
Ya no tengo que aguantarme la risa. Se me corta de golpe cuando oigo la voz de Donovan a mi espalda. Me giro y lo veo en la puerta de la habitación, pasándose las palmas de las manos por los ojos para terminar de despertarse, con el pelo revuelto, sólo con el pantalón del pijama, descalzo. El hijo de puta está guapísimo, pero hoy no me importa. No me puedo creer que haya metido a otra chica en nuestra cama, quiero decir, su cama. ¡Maldita sea!
—¿Cómo siquiera puedes atreverte a preguntar? —le suelta la chica indignadísima.
Donovan frunce el ceño y la mira como si ni siquiera entendiese por qué le está dirigiendo la palabra.
—¿Qué haces todavía aquí? —inquiere Donovan con su falta de amabilidad habitual.
—Claro —replica la chica como si de pronto lo entendiese todo—. Eso es lo que pretendías, ¿no? Que me marchara antes de que ella llegara y poder seguir con tus mentiras.
Lola y yo nos miramos cómplices. Tengo que morderme el labio inferior para contener una carcajada.
—¿De qué coño estás hablando? —pregunta confuso, pero sin mucho interés en intentar entenderlo—. Lárgate.
La chica resopla y, sin dudarlo, camina hasta Donovan y le da una sonora bofetada. Yo me llevo la mano a la boca para contener un suspiro y de paso un par de carcajadas más.
—La atracaron dos veces por tu culpa —le recuerda.
Donovan la mira sin poder creer lo que está viviendo. Aprovechando este momento de confusión y, supongo, imaginando que jamás tendrá una oportunidad mejor, Lola anda decidida hasta Donovan y le da una bofetada en la otra mejilla.
—Olvídate de conocer a tus hijas.
—¿Mis hijas? —murmura con una voz amenazadoramente suave tan sorprendido como furioso.
Mi amiga gira sobre sus pies, otra vez fingiendo el llanto más lastimero del mundo. La chica la toma por los hombros y trata de consolarla mientras se la lleva hacia el ascensor. Donovan las fulmina con la mirada, pero no tarda en atar cabos y acaba clavando esos ojos, ahora mismo verdes como un bosque de Oregón, en mí. Soy plenamente consciente de que no debería seguir provocándolo, pero, antes de que me dé cuenta, me encojo de hombros impertinente y sigo a la mujer y a la amante.
Tienes lo que te mereces, Donovan Brent.
Lola continúa llorando en el ascensor. Está disfrutando muchísimo con todo esto. En la puerta del edificio, la chica le entrega una tarjeta con su nombre y teléfono y, tras disculparse por enésima vez, se ofrece a llevarle el divorcio. Lola abre su minibolso de Chanel, que aún está pagando a plazos en Macy’s, y se guarda la tarjeta mientras promete que, por sus hijas, se lo pensará.
—Bueno y ¿tú qué tal estás? —pregunta Lola mientras observamos cómo la chica se mete en un taxi.
—¿Tú cómo crees que estoy? —inquiero a mi vez malhumorada.
—Furiosa, celosa, molesta e inmersa en el autoengaño.
—¡Lola!
—¿Qué? —pregunta con una sonrisa de lo más insolente.
Tiene razón. ¿A quién pretendo engañar? Ha dado en el clavo con cada palabra.
—Es que seguro que ni siquiera se ha planteado que podría molestarme —me quejo.
Resoplo con fuerza y la sonrisa de Lola se ensancha. No pienso seguir pensando en esto.
—Vámonos a la oficina —mascullo.
Lola asiente y nos dirigimos a su Vespa, aparcada en la acera.
—Pasamos del autoengaño a no querer hablar del tema. No te creas que no me he dado cuenta —dice subiéndose en la moto y colocándose el casco—. Te lo perdono porque me has dado la oportunidad de darle una bofetada a Donovan Brent y eso no tiene precio.
Aunque no quiero, no puedo evitar sonreír mientras me abrocho el casco y me subo yo también a la Vespa.
En cuanto pongo un pie en la oficina, me cubro de trabajo hasta las cejas. Cualquier cosa con tal de no pensar en ese imbécil. Sin embargo, la tranquilidad me dura poco. Apenas llevo media hora en la oficina cuando la puerta se abre y se cierra con brusquedad.
—¿Qué coño te crees que haces? —ruge Donovan deteniéndose al otro lado de la mesa de centro, justo frente a mí.
—Ah, ¿pero te has dado cuenta de que estaba allí? —pregunto displicente—. Pensé que estarías más preocupado por lo que esa chica pensara de ti.
Donovan resopla furioso a la vez que se lleva las manos a las caderas. Está enfadadísimo.
—Pecosa, me importa una mierda lo que esa chica piense o deje de pensar sobre mí, pero no voy a consentir que me montes una escenita y después te largues —masculla apretando la mandíbula.
Maldita sea, enfadado el malnacido está aún más guapo.
—Yo no te he montado ninguna escenita —me defiendo levantándome del sofá.
No he mentido. Técnicamente no la he montado yo.
—Tú y yo no somos novios —me recuerda malhumorado.
—Eso sería lo último que querría en esta vida —siseo, más bien miento.
Estoy a punto de montar la madre de todos los espectáculos.
—Bien —gruñe.
—Bien —respondo dirigiéndome al baño.
Necesito perderlo de vista.
—¡Bien! —replica furioso.
—¡Bien! —grito justo antes de cerrar la puerta de un sonoro portazo y echar el pestillo.
¡Lo odio! ¡Lo odio! ¡Lo odio!
Suspiro hondo tratando de tranquilizarme. «No puedes asesinarlo, Katie Conrad. Si lo asesinas, irás a la cárcel y, si vas a la cárcel, hay muchas posibilidades de que acabes convirtiéndote en el juguete sexual de una presa asiática de cien kilos, y he visto demasiados capítulos de “Orange is the new black” como para saber que eso no es agradable».
Donovan trata de abrir la puerta. Yo miro el pomo agitándose con fuerza. No pienso salir de aquí. Este sitio es mi fortín antigilipollas demasiado guapos. Puedo poner una placa en la puerta.
—Te estás comportando como una niña malcriada —me reprende al otro lado.
—Y tú no eres capaz de tener un mínimo de empatía o, qué sé yo, inteligencia emocional.
—Y a ti te vendría bien dejar de leer novelas románticas y empezar a darte cuenta de cómo funcionan las cosas.
¿Cómo puede seguir siendo tan arrogante? ¡Incluso ahora!
—¡Era una zorra! —protesto.
—Y tu amiguita y tú estáis locas.
—Y tú eres un capullo.
—Ahora es cuando dices que no te gusto y yo tengo que disimular un ataque de risa.
Cabeceo a punto de sufrir el mayor ataque de ira de la historia.
—Pues yo no he contratado como ejecutiva júnior a una chica de veinticuatro años sin ninguna experiencia sólo porque estaba celoso. En ese momento yo sí que tuve que disimular un ataque de risa.
No aguanto más. Sin dudarlo, me dirijo hacia la puerta dispuesta a abrirla, salir y darle una bofetada. No entiendo por qué yo he sido la única que no le ha soltado una esta mañana. Soy la que más motivos tiene para recurrir a la violencia física con él.
Sin embargo, cuando corro el cerrojo, oigo cómo Donovan lo echa al otro lado de la puerta. Intento girar el pomo pero lógicamente no consigo abrir.
—¡Ábreme! —grito furiosa.
—No te confundas, Pecosa. No lo hice porque estuviera celoso —contesta ignorándome por completo—. Sólo quise evitar poner de mensajera del más incompetente a la más incompetente. ¿Qué puedo decir? —añade irónico y escucho cómo se aleja unos metros de la puerta—. Os tengo cariño, por eso no os echo a la calle.
Un sonido me distrae y veo la esquina de algo blanco y metálico pasar por la hendidura bajo la puerta.
—¡Anda! —comenta tan burlón como sardónico—, es verdad que el iPad es tan fino que cabe por debajo de una puerta. ¡A trabajar!
Yo miro boquiabierta, indignada y furiosa la tablet a mis pies. Creo que literalmente estoy echando humo. Cojo el tirador de la puerta con fuerza y comienzo a moverlo violentamente.
—¡Déjame salir! —me quejo llena de rabia.
—No te oigo. Mi inteligencia emocional, mi empatía y yo estamos partiéndonos el culo a tu costa.
—¡Déjame salir!
—Déjame salir, señor Brent —dice odioso.
Resoplo. Actualmente la cárcel ni siquiera me parece tan mala idea.
—Déjame salir, señor Brent —mascullo entre dientes.
—Lo haré cuando te disculpes por echar a esa chica, que podría ser el amor de mi vida, de mi casa.
Sonrío llena de malicia.
—¿Cómo se llamaba? —pregunto malhumorada.
—Y yo qué coño sé. Me la follé desde atrás. No me dio tiempo de preguntarle el nombre.
Agito las manos absolutamente exasperada. ¡No lo soporto!
—¡Gilipollas!
Oigo abrirse el pestillo. Cojo el iPad del suelo y salgo del baño como una exhalación.
Donovan está sentado tranquilamente en su mesa. Cruzo el despacho con paso acelerado, destilando rabia pura. Ni siquiera quiero mirarlo, pero de reojo lo veo sonreír más que satisfecho mientras desliza el dedo sobre la pantalla de lo que creo es su iPhone.
—¿Donovan? ¿Donovan, estás ahí? —mi voz trabándose por el alcohol resuena por todo su despacho. Joder. Joder. Joder—. Seguro que ya estás dormido y guapísimo. Me gusta mirarte mientras duermes… Me gusta mirarte siempre… Mirarte es genial. Siento cosquillas cuando te miro… unas cosquillas geniales —le aclaro antes de echarme a reír—. Te echo de menos —digo recuperando mi tono desconsolado—. Me da igual que sólo sea una noche. ¿Tú también me echas de menos a mí? Échame de menos, por favor.
«Si el mundo fuera un concurso de bocazas con mala suerte sumidas en el autoengaño, tu foto estaría en las medallas, Katie Conrad».
Cierro los ojos con fuerza aún de cara a la puerta, sin moverme un milímetro, esperando desaparecer por arte de magia o que de repente se despierte un terremoto o un volcán en plena erupción emerja de entre la Quinta y la Sexta, un ataque alienígena, Hulk, lo que sea, cualquiera cosa que me libre de este momento. Le mandé un mensaje de voz. ¡Le mande un maldito mensaje de voz!
—La gente dice que el invento más relevante de la humanidad es el ferrocarril —comenta sardónico y presuntuoso, disfrutando de todo mi bochorno—. Yo creo que es la combinación perfecta de margaritas y mensajería de voz.
Resoplo con fuerza y cierro los puños aún con más. Me vuelvo despacio y, cuando lo veo con esa arrogante media sonrisa en los labios, creo que voy a saltar por encima de su escritorio y lanzarlo por la ventana.
—¡Quiero un despacho! —grito justo antes de girar sobre mis talones y salir de su oficina.
No cierro. Si lo hago, daré un portazo que tirará el edificio abajo.
¡No lo soporto! «Échame de menos, por favor». Él tirándose a otra chica y yo mandándole mensajes como una idiota. ¡Soy gilipollas!
Estoy tan enfadada que no veo por dónde voy y me estampo contra un bonito traje gris marengo.
—¿Encanto? —inquiere sorprendido el dueño de los brazos que me rodean y han impedido que me dé de bruces contra el suelo.
—¿Brodie? —pregunto alzando la mirada, confusa.
Él sonríe y me deja sobre mis pies.
—¿Qué haces aquí? —pregunta divertido.
—Trabajo aquí.
—¿En serio?
Asiento divertida.
—¿Y tú? —pregunto.
He venido a ver a Fitzgerald. Mi jefe tiene algunos negocios con él.
Estamos parados en mitad del pasillo, más concretamente frente a la puerta del despacho de Donovan y, teniendo en cuenta que no cerré la puerta, es más que probable que esté siendo espectador de toda la escena. Para comprobarlo, me giro discretamente y tengo que esforzarme en ocultar una sonrisilla con malicia cuando lo veo con la vista clavada en nosotros. Tiene la mandíbula tensa y no hay un rastro de esa presuntuosa sonrisa. Me alegro.
—Si ahora trabajas aquí, significa que tienes muchas cosas que contarme. Así que, ¿qué te parece si te llevo a cenar cuando salgas de trabajar?
—¿A cenar? —pregunto para ganar tiempo y pensar la respuesta.
—A cenar —repite Brodie divertido.
La verdad es que Brodie siempre ha sido amable conmigo. Se ve a kilómetros que es un buen tío y, además, es simpático y guapo… y, sobre todo, Donovan está mirándome. Seguro que él no lo dudó dos veces antes de llevarse a esa chica a su casa.
—Claro —respondo con una sonrisa.
—¿A las cinco?
—Las seis —le aclaro.
Brodie me regala una última sonrisa y se marcha en dirección al despacho de Colin.
Miro a Donovan, pero él ya no está en su mesa. Resoplo. No me importa absolutamente nada. El señor Brent hoy se ha cubierto de gloria. No pienso dedicarle un minuto más.
Me voy a la sala de conferencias y me paso el resto del día trabajando allí. No veo a Donovan y lo prefiero. Sigo muy enfadada.
A las cinco y media despejo la mesa y me preparo para marcharme. Apenas me he alejado unos pasos de la puerta de la sala de reuniones cuando Donovan sale de su despacho. No pienso despedirme y esta noche dormiré otra vez con Lola.
—Pecosa —me llama sin ninguna amabilidad cuando me he alejado otro puñado de pasos.
—¿Qué? —respondo impertinente sin girarme.
—Tienes que arreglar el archivo antes de marcharte —me anuncia.
A regañadientes, me vuelvo y resoplo antes de dirigirme a la habitación en cuestión. Abro de mala gana, pero lo que veo me hace quedarme sencillamente atónita.
Todo el archivo, literalmente todo, está completamente desordenado. El suelo es una alfombra de dosieres. Hay carpetas y papeles por todos lados y prácticamente todos los cajones están abiertos.
—Pero… —No acierto a decir nada con un mínimo de sentido. ¡Esto es una locura!
—Parece que te quedan unas cuantas horas de trabajo.
Su voz se abre paso desde mi espalda, mordaz, sardónica y con ese punto de maldad que sólo Donovan Brent sabe imprimirle a las palabras.
—¿Cómo has sido capaz? —me quejo exasperada a la vez que me giro para tener a este malnacido frente a frente.
—Ey —se queja fingidamente triste—, sé un poco más compresiva, Pecosa. Esta misma mañana me he enterado de que mi mujer no va a dejarme volver a ver a mis hijas.
—Eres odioso.
—Espero que te diviertas mucho —responde disfrutando de cada letra.
Estoy a punto de contestarle exactamente como se merece cuando oigo pasos acercarse a nosotros e instintivamente los dos nos volvemos.
—Katie —me llama Brodie—, ¿estás lista? Sandra me ha dicho que estabas aquí. —Por inercia sus ojos se encuentran con el archivo y, sorprendidísimo, enarca la mirada—. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Un huracán? —pregunta socarrón.
—No lo sé —respondo resoplando—, pero tengo que ordenarlo todo antes de marcharme.
Resignada, giro sobre mis pies y me llevo las manos a las caderas mientras contemplo semejante desastre. Esto va a llevarme horas.
—Bueno —dice Brodie dando un paso hacia delante con cuidado de no pisar ningún documento—, cuanto antes empecemos, antes terminaremos.
Observo con una sonrisa cómo Brodie se acuclilla y comienza a recoger carpetas. Es un verdadero encanto.
—No tienes que ayudarme. No voy a obligarte a vivir esta tortura —comento burlona.
Él me devuelve la sonrisa.
—Claro que tengo que ayudarte —replica concentrado en lo que está haciendo—. ¿Qué clase de desalmado te dejaría así?
Miro a Donovan. Él pierde su vista a un lado visiblemente incómodo a la vez que se humedece el labio inferior. Espero que se sienta aludido.
—Además, no es el restaurante que había pensado, pero podremos charlar.
Donovan resopla. Lo conozco lo suficiente como para saber que ahora mismo está furioso. Tira su carísimo abrigo de Ralph Lauren sobre uno de los archivadores y da un paso hacia delante.
—No os entretengáis y terminemos lo antes posible —gruñe.
Los dos miramos a Donovan, quien, ignorándonos por completo, comienza a recoger documentos. Brodie asiente algo violento y yo por un momento sencillamente no sé qué hacer o cómo comportarme. No es la manera en la que imaginé que terminaría el día esta mañana, pero, claro, tampoco pensé que encontraría a otra chica saliendo de la habitación de Donovan o que discutiría con él a través de la puerta del baño. La vida es imprevisible.
—¿Y cómo es que has terminado trabajando aquí? —pregunta Brodie sentado a mi lado en el suelo de parqué.
Donovan está enfrente, separado unos metros, con la espalda apoyada en la pared y sus largas piernas estiradas. Apenas ha hablado y finge no oírnos. Sin embargo, algo me dice que está atento a todo lo que decimos.
Yo pienso un momento la pregunta de Brodie.
—Casualidad —respondo al fin.
La verdadera respuesta es demasiado larga y deja a Donovan demasiado bien.
El rey de Roma enarca las cejas con la vista clavada en los papeles que revisa.
—¿Una casualidad buena o mala? —contraataca Brodie con una sonrisa.
Esa pregunta es todavía más complicada, aunque supongo que, si me lo hubieran preguntado ayer, tendría clarísimo la respuesta.
—Mitad y mitad, supongo —respondo tímida.
De reojo observo a Donovan. Otra vez no levanta su mirada de los papeles, pero sé que mis palabras han tenido un eco en él.
—Bueno —comenta Brodie pensativo rascándose la barbilla—, yo no creo en las casualidades. Todo sucede por algo.
—¿Eso no es de la sinopsis de una peli? —lo interrumpo divertida.
—Puede ser —responde y los dos nos echamos a reír—, pero lo importante es la idea. Todo sucede por algo, creo.
—El problema es que ese algo no siempre merece la pena.
Al oír mis palabras, Donovan alza la cabeza y nuestros ojos se encuentran. No creo que le haya dolido, para eso tendría que tener algo parecido a sentimientos; sin embargo, por un instante, su expresión cambia y su mirada se recrudece. ¿Acaso le importa lo que piense de él?
—¿Y te gusta? —inquiere Brodie sacándome de mi ensoñación.
—¿El qué? —planteo confusa apartando mi mirada de Donovan.
—Donovan —me aclara levantando la cabeza de una pila de carpetas, mirándome a mí y después mirándolo a él. Yo abro la boca nerviosa sin saber qué decir. La pregunta me ha pillado fuera de juego—. ¿Te gusta trabajar con él? —especifica—. ¿Estar todo el día juntos?
Actualmente cualquiera de esas preguntas es igual de complicada.
Donovan deja caer la carpeta que tenía entre las manos y se cruza de brazos con la mirada clavada en mí.
—Contéstanos a eso, Pecosa —dice arisco y repentinamente atento—. ¿Te gusta estar conmigo?
Yo lo fulmino con la mirada. No necesito esto. Bajo la cabeza a la vez que ahogo una sonrisa nerviosa en un suspiro aún más nervioso.
—Es sólo trabajo —respondo al fin displicente y, aunque no quiera reconocerlo, también un poco dolida.
Brodie se encoje de hombros.
—Supongo que no tiene por qué gustarte.
Sonrío, pero es un gesto forzado que no me llega a los ojos. Ahora mismo sólo quiero salir de aquí. Kamikaze, alzo la cabeza y me encuentro con la mirada de Donovan. Si no fuera una absoluta locura, diría que él también está dolido.
Bájate del unicornio, Katie Conrad.
Me obligo a apartar la mirada y sigo apilando carpetas. Donovan nunca sentirá nada por mí.
Brodie se levanta y con ese movimiento roba toda mi atención.
—Voy a bajar y traeré algo de comer y unas cervezas —me informa poniéndose el abrigo y colocándose bien los cuellos—. Las necesitaremos —añade con una sonrisa.
—Claro —respondo obligándome a devolverle el gesto.
Brodie sale de la habitación y un tenso silencio se apodera al instante del ambiente. Finjo que Donovan no está ni siquiera en la estancia y continúo revisando carpetas. Estoy demasiado cabreada con él.
—Antes has sido muy poco específica —comenta cerrando la carpeta que tiene entre las manos y dejándola sobre un montón.
No quiero hablar con él, pero no voy a negar que ha conseguido que me pique la curiosidad.
—¿Con qué? —inquiero sin ni siquiera mirarlo.
Abro el siguiente dosier y echo un vistazo a uno de los documentos que contiene para saber de qué trata.
—Brodie debería saber la relación que en realidad tenemos.
Automáticamente alzo la mirada. ¿A qué ha venido eso? Es el colmo.
—¿La chica de ayer sabía la relación que en realidad tenemos?
Donovan se humedece el labio inferior tratando de contener una sonrisa.
—No es lo mismo.
—¿No?
Me estoy enfadando todavía más.
—Yo no me dediqué a contarle a esa chica mis teorías sobre la vida —me aclara burlándose claramente de Brodie.
Dios, es tan arrogante.
—¿Y te molesta que él lo haga?
—Me molesta tener que estar aquí escuchándolo. Es un gilipollas que lo único que quiere es parecer interesante.
—Es interesante —le defiendo.
—Claro —se apresura a replicarme socarrón—. Seguro que ahora mismo está en Google buscando nuevas frases.
Donovan es consciente del aspecto que tiene, es consciente de lo que provoca en las mujeres y es consciente de cómo folla. No necesita esforzarse en parecer interesante, ni siquiera amable, y eso también lo sabe. Ahora mismo es la arrogancia personificada y, aunque me parezca un capullo, no puedo evitar pensar que tiene razón y, sobre todo, no puedo obviar lo injustamente atractivo que me parece cargado de toda esa masculina seguridad.
Pero, en cualquier caso, no soy estúpida. Sé que Brodie no le cae bien y que no le gusta verlo por aquí, pero no puede tratarme como si fuera su muñequita, algo con lo que él decide si juega, con quién juega y cómo juega, aunque él disfrute de todos los juguetes de la tienda cada vez que quiera.
—El problema aquí es que eres incapaz de entender que en el mundo hay gente amable que, a diferencia de ti, puede simplemente charlar, sin ningún interés oculto.
Donovan resopla brusco.
—No, Pecosa, el problema aquí es que tú no entiendes cuándo simplemente quieren follar contigo.
No sé si refiere a Brodie o a él mismo, pero, sea lo que sea, se ha pasado muchísimo.
—Donovan, eres…
—¿Qué? —replica presuntuoso.
¡Dios, es odioso! Estoy tan furiosa que ni si quiera soy capaz de encontrar la palabra que mejor defina a este estúpido cabronazo, engreído, capullo arrogante y gilipollas, sobre todo gilipollas. Sonrío mentalmente. Acabo de encontrar la definición perfecta de Donovan Brent. Ahora sólo me falta gritársela a la cara.
Abro la boca dispuesta a hacerlo, pero de nuevo unos pasos me distraen. Unos segundos después Brodie entra con tres Budweiser heladas.
—No he encontrado nada decente de comer —nos aclara—, pero por lo menos tenían cerveza.
Me entrega una cerveza, que le agradezco con una sonrisa, y después le acerca una a Donovan, que la coge sin dar las gracias, prácticamente sin mirarlo.
Brodie vuelve a acomodarse y durante un par de minutos simplemente revisamos y ordenamos carpetas.
—¿Sabes? —me llama Brodie—. No puedo dejar de darle vueltas a que nos hayamos encontrado precisamente hoy. Ha sido una casualidad perfecta.
De reojo observo cómo Donovan ahoga una sonrisa de lo más socarrona en un suspiro realmente impertinente y le da un trago a su Budweiser con la mirada perdida en los documentos que tiene delante.
—Sí, a mí también me ha gustado que nos encontráramos —comento con una sonrisa con el único objetivo de fastidiar al señor eficiencia alemana.
—Pecosa y yo nos acostamos —comenta Donovan como si nada, aunque siendo plenamente consciente de la importancia que tiene cada palabra que ha dicho—. No se atrevía a contártelo.
Conmocionada, me vuelvo hacia él. ¿Cómo ha sido capaz?
Donovan tuerce el gesto imperceptiblemente, pero ni siquiera ahora parece contrariado. La rabia y la arrogancia dominan por completo su mirada más azul que nunca. Yo cabeceo decepcionada. No puede hacer siempre lo que le venga en gana.
—Brodie, lo siento —me disculpo nerviosa girándome hacia él.
—No te preocupes —responde tratando de restarle importancia.
Fracasa estrepitosamente. Es obvio que está dolido.
Brodie se levanta obligándose a sonreír y recupera su abrigo.
—Si no os importa, me marcho. He recordado que tengo algo que hacer.
Me siento fatal. Más aún cuando Brodie mira a Donovan y él levanta levemente su cerveza a modo de brindis. Es un gilipollas y me las va a pagar.
—Déjame acompañarte —le pido intentando conmoverlo con una sonrisa.
Brodie lo piensa un segundo y finalmente asiente. Atravesamos en silencio la oficina hasta llegar a los ascensores.
—Siento mucho lo que ha pasado —me vuelvo a disculpar.
—No ha sido culpa tuya.
—Eso da igual. Donovan no tendría que haberte dicho eso. No sé en qué estaba pensando.
—Yo sí —replica y me sonríe cómplice.
Frunzo el ceño sin comprenderlo muy bien. Brodie avanza un par de pasos y se inclina suavemente sobre mí. Las puertas del elevador se abren.
—Hasta luego, encanto —se despide y me da un suave beso en la mejilla.
Me sonríe de nuevo y se monta en el ascensor. Lo observo hasta que las puertas se cierran. Es un buen tío. No se merece haberse enterado así.
Regreso al archivo hecha una furia. No me puedo creer que Donovan se haya comportado así. A unos metros de la puerta me detengo y respiro hondo intentando calmarme. Ni siquiera quiero gritarle. No se merece que invierta una sola palabra en él. Anoche se acuesta con otra chica y hoy, después de asegurarse de tenerme aquí durante horas, se permite echar a Brodie. ¡Estoy muy cabreada!
Terminaré de recoger esas malditas carpetas, cogeré mi bolso y mi abrigo y me marcharé a casa de Lola. No pienso compartir con Donovan Brent más tiempo del necesario.
Con ese objetivo entro en el archivo. Aunque es lo último que quiero, soy inmediatamente consciente de dónde está, de pie junto a uno de los muebles. Camino de prisa hasta el centro de la habitación, cojo uno de los montones de carpetas y lo dejo sobre la delgada mesa de consultas. Tengo la mente enmarañada con un millón de pensamientos diferentes y al mismo tiempo estoy demasiado furiosa para concentrarme en ninguno.
—Pecosa —me llama.
Ni siquiera me molesto en contestarle. No quiero. Cojo un par de carpetas y las llevo a su cajón correspondiente.
—Pecosa —y esta vez yo diría que, más que llamarme, me está advirtiendo.
Yo vuelvo a ignorarlo. Cojo otro dosier y lo abro malhumorada sobre la mesa.
Donovan resopla. Él también está furioso, lo sé.
Sin darme oportunidad a reaccionar, cubre la distancia entre nosotros, me toma de las caderas y, girándome, me sienta en la pequeña mesita. Me sujeta las muñecas contra el reluciente metal a ambos lados de mis muslos y sin ninguna delicadeza se abre paso entre mis piernas.
—Si quieres enfadarte, enfádate —masculla—, pero no te comportes como una cría.
¿Me está llamando cría? Es lo último que me faltaba por oír.
—¿Me estás llamando cría? ¿Tú? Que has desordenado el archivo de una empresa sólo porque estabas celoso.
Donovan sonríe odioso y presuntuoso.
—Ya te lo dije una vez, Pecosa. Sólo hay dos motivos para que un hombre se ponga celoso y aquí no se da ninguno de los dos.
Otra vez toda esa seguridad, demostrando que tiene clarísimo que estoy coladísima por él y, ¡maldita sea!, puede que sea así, pero no tiene ningún derecho a vanagloriarse.
—¿Por qué has tenido que decírselo así a Brodie?
—Brodie sólo quiere follarte, Pecosa —replica arisco, tratando de esconder que está realmente furioso.
—¿Tan raro te resulta que un hombre me quiera para algo más que para sexo? —mascullo llena de rabia, intentando soltarme.
—Yo no he dicho eso —me aclara malhumorado.
—Pero tú nunca te pondrías celoso porque obviamente no sientes nada por mí.
Donovan resopla mientras sigo sintiendo sus ojos abrasadores sobre mí.
—Yo no estoy enamorado de ti, Pecosa, y no lo estoy porque no me interesa querer a nadie, y si alguna vez lo hiciese, no sería a una chica como tú.
Asiento y me muerdo el labio inferior tratando de contener las lágrimas. Ha sido brutalmente sincero. No había un solo resquicio de duda en su voz.
Donovan vuelve a suspirar brusco. Se inclina sobre mí y acaricia mi nariz con la suya. El gesto es tan dulce que por un momento me rompe los esquemas y reacciono instintivamente alzando la cabeza.
—Pero eso no significa que no me guste estar contigo.
Me pierdo por completo en sus ojos. La luz juega con ellos y se llenan de un delicioso verde.
Donovan se inclina un poco más, pero yo vuelvo a agachar la cabeza. Sé que no debo aceptar sus besos. No ahora y no así.
—Te eché de menos —susurra con su voz más ronca.
Y yo, que debo ser rematadamente estúpida y kamikaze, simplemente le creo y levanto la cabeza. En ese instante Donovan se retira apenas un centímetro impidiendo el beso. Abro los ojos confusa justo a tiempo de ver cómo me dedica su espectacular sonrisa y me besa con fuerza.
Disfruto de sus labios y poco a poco todo mi enfado, los celos que sentí esta mañana, incluso mis miedos, se van diluyendo en lo bien que me siento cuando estoy entre sus brazos.
Donovan levanta despacio sus manos de las mías, como si no quisiera tener que hacerlo pero la prisa por tocar mi cuerpo le fuese suficiente recompensa. En cuanto me siento liberada, alzo mis manos y rodeo su cuello, estrechando aún más nuestros cuerpos.
—Será mejor que paremos —susurra con la voz rota de deseo sin dejar de besarme.
—Sí, será mejor que paremos.
Pero ninguno de los dos hace el más mínimo intento de detenerse.
—Joder, Pecosa —protesta de nuevo contra mi boca.
Sin separarse un milímetro, me inclina sobre la mesa y él lo hace sobre mí. Ninguno de los dos quiere parar… y creo que ninguno de los dos puede.
Un par de horas después ya sólo nos quedan por revisar y recoger una docena de carpetas. Mi iPhone suena en algún punto de la habitación avisándome de un mensaje entrante. Ni siquiera sé dónde está mi bolso. Donovan y yo miramos a nuestro alrededor hasta que él divisa mi móvil junto a mi bolso y mi abrigo sobre uno de los archivadores. De un par de zancadas llega hasta el mueble, coge el teléfono y me lo pasa. Yo lo agarro y tiro de él, pero Donovan no lo suelta. Alzo la cabeza y lo miro frunciendo los labios para disimular sin mucho éxito una sonrisa.
—Cada vez que me miras así me entran ganas de…
Tiro del móvil a la vez que empiezo a canturrear divertida para no oírlo. Con el iPhone entre mis manos, me alejo unos pasos bajo su atenta mirada. Cuando ya estoy lo suficientemente lejos, dejo de cantar y sonrío.
—… follarte —añade imprimiendo sensualidad en cada letra.
Yo pongo los ojos en blanco divertida y miro la pantalla. Cierta incomodidad y cierto sentimiento de culpa se instalan en mi estómago cuando leo el nombre de Brodie.
Siento cómo reaccioné. Déjame compensarte.
Apuesto a que aún estás hasta arriba de carpetas.
¿Te recojo y nos vamos a cenar?
Miro el mensaje fijamente un par de segundos. Soy plenamente consciente de todo lo que me ha dicho Donovan, pero no soy idiota. Es evidente que le molesta que pase tiempo con Brodie. No estoy buscando que me jure amor eterno. Sólo quiero que lo admita para que entienda cómo que me he sentido yo esta mañana. Quizá este mensaje sea una buena oportunidad para conseguirlo.
—¿Todo bien, Pecosa? —pregunta al ver que sigo mirando el teléfono mientras lleva una carpeta a uno de los archivadores.
—Es Brodie. —En cuanto pronuncio su nombre, su expresión cambia—. Quiere llevarme a cenar.
—¿Y tú quieres ir?
De pronto el ambiente se vuelve muy tenso. Los dos estamos siendo mucho más civilizados de cómo nos sentimos por dentro.
—Donovan, dime que no quieres que vayas, que estás celoso, y no iré.
Él tuerce el gesto y cierra el cajón del archivador de golpe.
—No voy a tener otra vez la misma conversación, Pecosa —me advierte.
Yo ahogo una sonrisa nerviosa en un suspiro y me encojo de hombros. ¿Por qué no puede admitirlo?
Le mando un mensaje pidiéndole que me recoja en quince minutos y acelero el ritmo para acabar con las últimas carpetas que quedan.
Ninguno de los dos vuelve a decir una palabra.
Exactamente diez minutos después, ya hemos terminado. Me estoy poniendo el abrigo cuando mi móvil vuelve a sonar. Es Brodie avisándome de que ya está abajo. Miro tímida a Donovan, pero él parece haberse olvidado de que existo. Está enfadado, mucho, es más que obvio, pero no puedo retirar mi farol ahora. No voy a hacer nada con Brodie. No quiero hacer nada con Brodie. Pero no sé cómo me sentiría si volviese a ver a otra chica saliendo de la habitación de Donovan.
—Me marcho —musito.
Giro despacio sobre mis pies, dándole unos segundos más para decir algo, pero no lo hace. Agarro el pomo dispuesta a salir, pero, cuando apenas he separado la puerta del marco unos centímetros, Donovan aparece como una exhalación, coloca la palma de su mano contra la madera y la cierra de golpe.