CAPITULO XXII

La paloma se posó sobre la mole oriental del primer pilono; Crestos se encargó de cogerla. El pájaro llevaba un mensaje del obispo: la madre del hermano carpintero agonizaba. Si este último lo deseaba, se beneficiaría de la autorización especial de abandonar la isla para ir a la cabecera de la moribunda. Unos soldados le esperarían en la orilla y le escoltarían. Tendría prohibido hablar con la población.

Ni Isis ni Sabni se opusieron. Conmovido, el carpintero se puso en marcha en el acto; la paloma le serviría de salvoconducto.

Los soldados le obligaron a vestirse con una túnica marrón y un gorro de lana que ocultaría su cabeza rapada. No le llevaron a casa de su madre, en el barrio pobre, sino hasta la vivienda del obispo, introduciéndole por una puerta baja. Gracias a la rapidez de la operación nadie pudo identificar al visitante.

Una vez en presencia del prelado y del prefecto, el carpintero perdió los estribos. ¿Había caído en una trampa? Teodoro le tranquilizó acerca del estado de salud de su madre, que, a los ochenta años, se ocupaba de la granja sin ayuda de nadie.

Obligó al adepto, impresionado por la fría mirada de Maximino, a sentarse en una silla plegable.

—No queremos hacerte ningún mal —garantizó el prefecto—, pero necesitamos tu ayuda.

El hermano se quedó pasmado ante este comienzo.

—He oído hablar mucho de ti. Parece ser que eres un carpintero excelente que ofrece al templo los mejores servicios, aunque no sean apreciados en su justo valor.

El adepto asintió.

—¿Por qué permaneces en la comunidad?

—Son mi verdadera familia, los que me han educado.

—¿Has franqueado la puerta de los grandes misterios?

—Isis, con la aprobación de Sabni, me lo ha impedido.

El hermano se arrepintió al instante por haber confiado en unos profanos. Pero la culpa la tenían el sumo sacerdote y su compañera.

—Si no celebrases un culto impío, te habría alistado con gusto y ahora serías rico.

—La fortuna no me interesa. Quiero a File.

—¿No amas más la vida? —preguntó el prefecto. El adepto palideció—. Si es así, habla; si no, mis soldados tendrán que abatir a un desertor que habrá alterado el orden público.

—¿Qué esperáis de mí?

—Información sobre tu comunidad.

—File resucita. Incluso los más pesimistas recobran la esperanza.

—¿A qué actividades os dedicáis?

—A mantener el templo, presentar las ofrendas, adorar a la gran diosa…

—¿Conspiráis contra el emperador?

—No… ¡Claro que no!

—¿Quién os alienta así?

—Sabni, Isis y…

Los hermanos acusaban al carpintero de tener la lengua muy larga. Una vez más había hablado sin reflexionar. El prefecto se aproximó y posó las manos sobre los hombros del adepto, que tuvo la sensación de ser agarrado por un ave rapaz.

—¿Y…?

El carpintero había jurado guardar silencio. Al traicionar su juramento, condenaba a la comunidad a desaparecer. Pero ¿cómo resistir a la tortura? Su sacrificio no salvaría el templo. Todos lo reconocerían; sacrificarse sería inútil.

—Un campesino ha sido admitido entre nosotros. Su entusiasmo es una promesa de futuro.

—¿Cómo se llama?

—No lo sé.

El obispo se propuso identificar al desertor. File, al acogerle, había cometido una falta de la que sabría sacar provecho.

Maximino no dio ninguna importancia a aquel detalle. Él quería informaciones de otro tipo.

—¿Está Sabni preparando alguna acción subversiva?

—El sumo sacerdote sólo se ocupa del templo. Es un hombre duro e intransigente.

—¿Los hermanos están preparados para rebelarse contra él?

—No se atreverían. Nadie pone en duda su autoridad.

—¿Tampoco Isis?

—Isis… no lo desautoriza.

Maximino percibió el malestar del hermano. No decía la verdad e intentaba ocultar un hecho más importante. Los dedos del prefecto se clavaron en sus hombros con violencia; el carpintero profirió un grito ahogado.

—Sólo es un dolor ínfimo comparado con los sufrimientos que te reservo si sigues mintiendo. Isis y Sabni se odian, ¿verdad? ¡Ella quiere casarse conmigo y él se opone!

—Sí… él se opone.

Pese a su loca pasión, el prefecto se mantenía lúcido. El adepto confesaba lo que él deseaba escuchar. Le abofeteó. El carpintero comenzó a llorar; el obispo miró hacia otro lado para no verlo.

—Sacad a este hombre de aquí.

—No será por mucho tiempo… Si no habla, le estrangularé.

El prisionero se dio cuenta de que la ira del prefecto no era fingida. Callarse por más tiempo sería un suicidio.

—Sabni e Isis se han casado según la costumbre pagana. Al atravesar juntos el umbral de su vivienda se han convertido en marido y mujer.

Maximino soltó su presa. Durante un momento, estuvo tentado de machacar a puñetazos la cara amorfa del adepto.

—Vuelve a la isla. Serás nuestro espía.

El carpintero salió de espaldas, inclinándose. Sobrevivir le parecía la recompensa más generosa.

—Ese matrimonio no tiene ningún valor legal —declaró el prefecto—, pero Isis me ha engañado. File y Sabni serán castigados. Los cristianos obtendrán satisfacción, reverendísimo obispo. Vos disfrutaréis de vuestra victoria y yo someteré bajo mi ley a la mujer que amo.

Auré rellenó la vasija de plata con agua del Nilo y la vertió sobre las manos de los adeptos. El preciado líquido provenía de Nun, el océano de energía en el que se bañaba el universo entero. La tierra sólo era una colina que emergía con el primer resplandor del día cuando el creador, nacido de sí mismo, pronunció la primera palabra. Todos los templos de Egipto rememoraban aquel origen revivido por el rito del alba.

Auré presentó la vasija ante la gran sacerdotisa, evocó el momento decisivo en que el corazón del príncipe se volvió consciente gracias a su hijo, Vida, que juntó sus miembros y les dio movilidad. Él, el único, llevó su cuerpo a la existencia gracias a la magia del verbo y puso en el alma de todos los seres el deseo de compartir la eternidad de aquel instante, por medio de la iniciación en los misterios.

Mientras la comunidad saludaba al sol elevando sus manos puras hacia él, Crestos hablaba con Sabni.

—¿Por qué me ha olvidado la ritualista?

Auré se giró rápidamente hacia el joven.

—¡Cállate, neófito!

—¿He cometido alguna falta grave para que me trates así? ¡En ese caso, quiero saber qué es lo que he hecho mal!

—Que este imprudente sea castigado como se merece. Pido autorización al sumo sacerdote para castigarle severamente. Crestos no bajó la voz.

—Soy un hermano como los demás y pido lo que me corresponde. Si la injusticia reina en este templo como en el mundo profano, que sea expulsada al instante.

Fuera de sí, Auré se valió del bastón que le tendía el carpintero.

—¡Échate al suelo, rebelde! Cuando hayas probado este jarabe de palo, tu vanidad no será tan arrogante.

Crestos imploró con la mirada a Sabni y a Isis. Ninguno de los dos interrumpieron la acción de la ritualista. Con los labios y los puños cerrados, el joven se estiró sobre el suelo y recibió cinco bastonazos que no le arrancaron un solo grito.

El ungüento calmó el dolor que sentía. Sabni volvió a masajear el hombro derecho de Crestos, todavía hinchado.

—Mi cuerpo no me importa. ¿Por qué el sumo sacerdote no me ha defendido de la iniquidad?

—El impetuoso es como un árbol que crece muy deprisa y sólo sirve para hacer fuego. El silencioso reverdece, sus frutos son dulces; agradable es la sombra que proyecta sobre el jardín.

—¡No podemos estar siempre callados!

—Es triste permanecer callados frente a palabras injustas, pero también es inútil contestar al ignorante. Llevarle la contraria conduce a la discordia, pues su corazón no soporta la verdad.

Los ojos de Crestos centellearon.

—¡Entonces admites que la ritualista ha cometido un error! Ella descuida su tarea… esta hermana es una ignorante. No le volveré a dirigir la palabra nunca más.

—No seas engreído. Consulta tanto al ignorante como al sabio, ya que nadie posee el conocimiento total. La palabra excelente está más oculta que la piedra verde; sin embargo, la encontrarás en los más humildes, junto a los servidores del templo que se entregan a él sin esperar nada a cambio.

—¡Ése no es el caso de Auré!

—No juzgues tan precipitadamente.

—No puedes estar tan ciego… ¡tú no!

—¿Me despreciarías?

El joven agachó la cabeza enfadado.

—No, pero esta hermana…

—El seguidor que desea alcanzar los grandes misterios debe afrontar las pruebas más difíciles de todo corazón. Es en el interior de la comunidad donde las sufrirás, no en el mundo exterior. Olvida la crítica, el rencor y las disputas y prepárate a vivirlas.