(Xohana Torres)
¿Un café ayudará? Lo dudo. Mientras voy hacia la cocina se me ocurre pensar que es en la infancia donde se preparan todos los viajes y todos los miedos.
Necesito un abrazo, pienso obstinadamente mientras lleno con agua la cafetera. Y entonces el timbre del teléfono me reclama. ¿Alguien está pensando en mí? Yo solo puedo pensar en dejarme querer y poner a descansar las penas.
—Hola...
—¿Cómo estás neniña?
Qué poco —y qué tanto— necesitamos a veces para descorrer las nubes del alma.
—¡Lina! ¡Qué alegría me da escucharla!
—Sí claro, por eso me llamas tan seguido —desliza irónica—. Quería agradecerte por el último relato que me mandaste, que me hizo sentir emociones nuevas que vienen de lejos, y decirte que pienso mucho en ti, como si te conociera de siempre.
—No sabe lo contenta que me pone escucharla. Hoy necesitaba desesperadamente una caricia para el alma, y usted me la termina de dar. Gracias querida Lina, muy pronto iré a verla. Estoy escribiendo sin parar sobre... pero mejor se lo cuento personalmente, ¿le parece bien?
—Estaré esperándote neniña. Pero antes necesito preguntarte si donde yo nací hay un monte lleno de flores amarillas, con helechos y pinos altos donde silba el viento.
—Desde luego que sí; es la flor del tojo que dora los montes de Galicia. ¿Acaso está empezando a recordar Lina? —pregunté ansiosa.
—No sé, son como pequeños destellos de la memoria que yo creía muerta para siempre, imágenes que de pronto aparecen contradiciéndose, atropellándose unas con otras, y eso me pone muy ansiosa y hasta me sube la presión. Por eso ayer el doctor me dijo que viva el presente y que ya no me preocupe de nada más. Le faltó decir que por el poco tiempo que me queda no tiene sentido esforzarme en recuperar mis recuerdos.
—¿Y usted qué piensa Lina?
El silencio del otro lado de la línea me hizo doler los huesos.
—A mí me da más miedo morirme sin recuerdos que morir antes por intentar recuperarlos. Por eso te llamo, neniña. Quiero que me ayudes a encontrar mi pasado, ¿lo harás?
—Desde luego que sí y será pronto. No bien termine de acomodar mis propios recuerdos le ayudaré a encontrar los suyos, y verá que juntas lo vamos a lograr, se lo prometo.
—Tus palabras me saben a gloria, neniña. Ya me siento con ganas de emprender el paseo por el parque, con especial invitación de Evaristo. ¿Te puedo contar un secreto?
—Desde luego —dije con la cabeza aún puesta en la promesa que acababa de hacerle, acaso temerariamente.
—Ayer Evaristo me dio un beso... de enamorados.
Ahora sí que me despabilé.
—¡Ah, bueno! ¿Y usted qué hizo?
—¿Y qué voy a hacer? ¡Devolvérselo como corresponde, que soy vieja no un cadáver! De todas maneras, aquí entre nosotras, me puse a pensar en cuanto me quedé sola que me salió demasiado natural, sin ningún pudor y por encima tenía ganas de más. Me gustaría averiguar cómo me gané la vida cuando llegué a Buenos Aires.
—¿Qué está pensando? —pregunté sin poder contener la risa.
—Lo mismo que tú. Y ahora te dejo porque me está esperando mi novio, y no quiero que se inquiete. La mañana está hermosa y la queremos aprovechar. Hasta pronto neniña, y no me falles.
Hasta cada instante Lina. Lina sorprendente, Lina que saluda a la vida mientras busca a tientas un resquicio por donde se cuelen sus recuerdos. Es que nada se entenderá del todo si antes no regresamos al punto de partida. Ella lo sabe y yo lo sé.
Afuera es primavera, donde todo renace, brota y se desborda, y Lina sale a pasear con Evaristo, el que lee para ella, el que toma su mano aleteando en el aire, el que le da besos de enamorados. Evaristo, así también se llamaba mi amigo, el que lloró al verme marchar, el mismo que me prometió ir a buscarme a Buenos Aires. Y cumplió.
La vida es maravillosa y solo hay que atreverse a vivirla descartando los señuelos que nos alejan de su goce. El ordenador me espera para bordar afectos sobre la pantalla.