LA SEMANA PASADA
Sábado, 29 de agosto de 2015
Taormina, Sicilia
Mi hermana está muerta. Yo soy rica de cojones. A celebrar tocan. Me hago una raya en el pecho de Nino y lamo los restos. Sudor cálido y salado. Cocaína ácida. Se me enciende el cerebro de nuevo. Mi lengua resbala por su piel y se me entumece la boca. Sabor amargo. Le acaricio el vello suave y negro de los pectorales con los dedos.
—¿Quieres otra? —le pregunto, y le paso el billete de cincuenta enrollado—. Venga, una más. Esta mierda es la bomba.
Nino se pinta una raya encima de mí, entre mis dos pechos. Me lame desde el pubis hasta el cuello.
—Oye, para ya. Me haces cosquillas —digo, y me escapo.
Me chupa la cara un poco más y me muerde la oreja.
—Basta. Basta ya, o te mato.
Tiene la lengua caliente y mojada.
Le doy en la cabeza con la almohada, y él finge estar muerto. Una pluma blanca y diminuta se escapa y flota hasta la cama. La miro hasta que se posa en la sábana y después me tumbo al lado de Nino. No sé qué tiene, pero follar en la cama de mi gemela muerta me resulta muy erótico. Las sábanas aún huelen a Ambrogio, a Armani Black Code. La lencería que hay esparcida por el suelo es de mi hermana. Llevo hasta su pintalabios: Rouge Allure, de Chanel. Nino también, alrededor de la polla.
Escuchamos las pulsaciones del silencio, la noche vacía y callada. No hay nada más allá de estas cuatro paredes: nosotros lo somos todo. Salvatore no está muerto en el suelo de la cocina. Domenico no está limpiándolo todo. Mi hermana no está enterrada en un bosque y Ambrogio tampoco está en un frío depósito de cadáveres. Nino y yo somos lo único que importa. El mundo gira a nuestro alrededor.
—Betta —me susurra al oído. Siento su aliento cálido en el cuello, me pone la carne de gallina. Percibo su fragancia almizclada y masculina—. Ven conmigo, tengo una idea.
Me coge la mano y tira de mí. Salta de la cama.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Adónde vamos?
—Será genial, te encantará. —Busca la ropa por el suelo—. Yo lo he hecho un montón de veces. Es una locura. La hostia de divertido.
—¿Hacer el qué? ¿Qué es tan guay? —pregunto. Quiero que nos quedemos aquí, esnifando cocaína.
Pero Nino ya está en marcha. Lo veo ponerse los vaqueros: su cuerpo es como el de Brad Pitt, como Tyler Durden en El club de la lucha. En la escena en la que está en el sótano sin camiseta. O esa en la que está desnudo en la bañera… Brad es perfecto, como un Action Man, pero no es nada en comparación con él.
Busco mi ropa. Las bragas. El sujetador. No veo el vestido, pero que le den. No puede vernos nadie, la mayoría están muertos. Nino sale por la puerta del dormitorio y yo lo sigo medio desnuda. Corro por el pasillo ataviada con la lencería de Beth, encaje rojo de La Perla. Pasamos por todo el chalet y salimos afuera. Estamos en el jardín de mi hermana, la piscina parece plata fundida. Me da la sensación de ir a ver a mi gemela, pero no. No está. No seas idiota. Estamos solos. Relájate.
Es una noche muy oscura, casi azabache; pero hay una luna menguante y gibosa que ilumina el monte Etna.
Nino se vuelve y sonríe un instante. Parece joven, casi un Nino.
El dulce aire nocturno y el olor de los franchipanes: acaramelado.
El canto de los grillos.
El bochorno de una noche de verano.
—Nino…
Me río. Estoy cieguísima. Sonrío de oreja a oreja.
—Nino, Nino, Nino… —canturreo como si fuera un camión de bomberos.
—Date prisa, Betta. Venga.
Tengo la risa floja y me muerdo el labio para controlarla. Me cuesta horrores no ponerme a gritar que me llamo Alvina.
Pasamos entre el follaje. Limoneros. Olivares. Casas. La brisa cálida me acaricia la cara. Llegamos a un claro y por fin lo alcanzo. Joder, qué globazo llevo. Apoyo las manos en las rodillas, estoy mareada. Levanto la mirada para ver dónde estoy. Nino se acerca a mí. Me coge del brazo, lo sigo. Nos asomamos a un precipicio y nos quedamos disfrutando de la brisa cogidos de la mano. Me lleva hasta el borde, la caída es la hostia. Parece peligroso. Mortal. La luna irradia una luz fantasmagórica que ondea en el agua silenciosa. Todo está en blanco y negro, como en una película antigua. Se me acelera el pulso. ¿Qué hacemos aquí? Parece el acantilado donde tiramos a Ambrogio. Me quedo helada.
—Nino, ¿en qué estás pensando?
—Vamos a saltar.
—¿Has perdido la puta cabeza o qué?
—¿Confías en mí? —pregunta.
Una pausa. Es una buena pregunta. ¿Va a deshacerse de mí como se deshizo de mi hermana? A ella la hizo desaparecer.
Nino me coge la mano más fuerte, tiene la palma resbaladiza.
—Uno, due…
—Espera, Nino.
—Uno, due, tre.
Primero folla conmigo y ahora va a matarme. Eso es más viejo que el hilo negro. Pero ¿por qué? Ay, Dios, ¿se habrá dado cuenta de que no soy Beth? ¿Sabe que he asesinado a su jefe? Si se entera de que he matado a Ambrogio, de que le aplasté la cabeza con una piedra, me asesinará a modo de venganza, igual que hizo con Salvo.
Tira de mí, y yo no puedo evitarlo: salto.
El suelo cede ante la nada…
Nada…
Y caemos, caemos, gritamos.
—¡AAAAAHHHHHH!
El aire frío del mar me abofetea.
Las estrellas se difuminan.
Se me hace un nudo en el estómago.
Qué locura de subidón. Creo que nunca había sentido nada igual.
Llevo un colocón del quince.
Salgo de mi mente y nos veo saltar desde las alturas. Veo cómo nuestros cuerpos se despeñan. La curva del mundo al girar. La Tierra es una bola azul y verde que se hace cada vez más pequeña.
Nos estrellamos contra el agua.
Un ruido ensordecedor. Un estruendo. Y regreso. Estoy despierta, excitadísima. Tengo los sentidos a flor de piel. Me siento viva. Y de pronto nos sumergimos. Noto un tirón en la mano derecha, y es Nino, que me saca a la superficie. Agua fría, negra, pesada, helada. Me salen burbujas de la boca y nado a la superficie tan rápido como puedo, doy patadas al agua. Agito los brazos. Nino y yo seguimos de la mano, no me ha soltado en ningún momento. Emergemos a través del agua gélida al aire de medianoche. Doy bocanadas de aire, salpico, reniego, estoy viva.
—¡JODER, JODER, JODER!
Nino me besa. Aprieta mi cuerpo contra su piel mojada y resbaladiza. Nuestros corazones laten al unísono. Flotamos entre olas, bajo un cielo vasto y estrellado. Subimos y bajamos y subimos y bajamos y subimos y bajamos…
Este beso. El mar salado. Sus labios fríos. Tiemblo. Tirito en el agua. Casi no puedo ni respirar.
Nino me acerca a él.
—¿Te gusta, Betta?
Ay, otra vez ese nombre. Voy a contárselo.
Cierro los ojos y dejo que me abrace. Noto la piel desnuda de su torso en el pecho.
—Nino, quiero contarte algo.
Callo.
Creo que no puedo decírselo.
Me imagino la cara de Beth.
Lo miro con miedo.
Sus ojos se ven negros y brillantes a la luz de la luna.
—¿Qué pasa, Betta? Venga.
—Esta es la mejor noche de mi vida.
Esta vez lo beso yo a él.