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Borro esa estúpida aplicación de seguimiento, ya no me sirve de nada. ¿Cómo se supone voy a encontrar a Nino? ¿Qué voy a hacer? Puedo estar aquí sentada durante horas antes de que salga el próximo avión a Londres. Miro el móvil. No hay Tinder, no era lo suyo. Seguramente Beth ni siquiera sabía que existe. Por no mencionar Happn o Hinge o Grindr o Bumble o cualquiera de esas. Descargo Tinder, por curiosidad. Quiero ver qué pinta tienen los de aquí. A lo mejor tengo tiempo para uno rapidito en el aeropuerto. Podría ser un romance de vacaciones. Un apuesto cirujano cardiovascular rumano que me haga perder la cabeza… Instalo la aplicación, busco una foto de Beth y creo una cuenta con el nombre de Beyoncé. ¿Qué más da? ¿A quién le importa si soy una impostora? De todas formas, así es mi vida ahora.

Derecha.

Derecha.

Derecha.

Derecha.

Quiero una cita.

Se me cae la salivita.

Stefan.

Cristian.

Mihai.

Nicolai.

Chico, qué musculatura.

Sería una cita de altura.

¿Un modelo?

¿Doble de acción?

Batman.

He-Man.

Abdominales de Superman.

Boquita sexi de piñón.

Este tío está cañón.

Qué pechito.

Me lo como enterito.

Menuda trompa.

Me deja tonta.

Hum, me gustaría saber si Nino tiene cuenta de Tinder. Claro que sí. Él es una bestia de Tinder. ¿Para qué se apunta la gente?, ¿para conocer a su futuro marido o mujer? ¿Para forjar una relación larga y gratificante?

DIOS MÍO.

PUEDO USAR TINDER PARA DAR CON ÉL.

Puedo usar Swipebuster para localizarlo. Alvie, eres una puta genia. Tiene que funcionar. Esto es oro puro.

El único posible fallo, aunque es un fallo menor, es que el teléfono de Nino lo tengo yo. Sin embargo, me la juego a dos cosas:

  1. Ya tiene un móvil nuevo.
  2. Ha instalado Tinder.

(Con una libido como la suya, el hombre necesita sexo al menos dos o tres veces al día. Estoy segura de que está conectado ahora mismo. No hay un segundo que perder). Vamos a ver: ¿adónde iría Nino? Me mojo y digo que a Italia. Sicilia no, porque es demasiado arriesgado. Lo busca la policía y la mafia. ¿Nápoles, pues? Creo que lo mencionó cuando planeábamos la huida.

Le digo a Swipebuster que estoy buscando a alguien que se llama Nino Brusca y que la última vez que apareció fue en Nápoles. Creo una dirección de correo electrónico falsa para recibir los resultados y enseguida se oye una alerta: hay un mensaje en la bandeja de entrada.

Pues no. Nada. No lo encuentran. En Nápoles no hay nadie que se llame así. A lo mejor ha puesto Giannino Brusca. O un pseudónimo. Ay… Ya veo que esto será frustrante. Debe de haber una forma más fácil.

Hago una búsqueda en Google: «Cómo encontrar a alguien en Tinder». Aparece Albion Services, que usa tecnología de reconocimiento facial. Solo necesito una fotografía. A lo mejor Beth tenía una en el móvil… Echo un vistazo en la galería: miles de instantáneas de Ernie. Un puñado de selfis con vestidos nuevos. Algunas fotos artísticas del teatro de Taormina. Y, uy, ¿qué es eso? Una fiesta de cumpleaños. Parece el de Ambrogio. Y ahí está Nino. Sí, no cabe duda de que es él. Está plantado junto a Ambrogio mientras él sopla las velas. La imagen es un poco oscura y la cara se ve pequeña, pero quizá… Quizá sirva. Recorto la foto y amplío esa cara de belleza criminal. La subo al bot y trato de adivinar la ciudad. De hecho, pruebo con Nápoles de nuevo, por si acaso. Introduzco la dirección de correo electrónico y espero. Venga, venga, venga.

Me llega una notificación de mensaje.

No, no está en esa ciudad.

Mierda. Joder. Maldita sea. Coño ya.

¿Y Londres? ¿Es posible que siga allí?

Lo escribo y subo la foto de su cara. Una cara que hasta los ángeles deberían envidiar. Suspiro. Qué lástima que vaya a hacer foiegras con él. Pulso el botón y me muerdo las uñas. Más vale que esto dé resultado.

Me llega otro mensaje a la bandeja de entrada.

Nada. Lo intentaré de nuevo.

¿Qué tal si pruebo con Roma? Roma está en Italia. DIOS MÍO, ¡ES ÉL!

Parece una fotografía reciente de Nino sin sombrero (porque lo llevo en el bolso). «Nino Brusca, 39. Roma». Alucinante, no, lo siguiente. Siempre he querido ir a Roma, está en lo más alto de la lista de cosas que hacer antes de morir. Roma, La Habana, Las Vegas, Bangkok. He oído que allí hay clubes de sexo Hipantes. Está yendo a pedir de boca.


Por fin han abierto los mostradores. Compro un billete de ida a Roma y espero en la puerta de embarque. Viajo con el nombre de mi hermana, ya que la muerte de Alvie es oficial. Es posible que me hayan bloqueado el pasaporte y el riesgo no merece la pena. El avión despega dentro de quince minutos y estoy ansiosa por partir. No paro de moverme mientras veo las noticias.

¿Qué coño es eso?

Miro la pantalla boquiabierta.

Esa mujer es mi madre.

¿Qué narices hace en la tele? ¿Será un programa sobre antigüedades? No, para nada. La cámara ofrece un primer plano del rostro permabronceado de mi madre: maquillaje perfecto, pelo voluminoso secado con cepillo, tres ristras de perlas. No oigo lo que dice, así que intento leerle los labios (pero fracaso). Me recuerda a una Margaret Thatcher rubia; el mismo aire diabólico. Acuna a Ernesto, que está dormido, pero mira directa a la cámara y casi parece que me mire a mí. Yo le devuelvo la mirada sin pestañear ni respirar, más tensa que un gato a punto de saltar. No la veía desde hacía dos años, y no ha envejecido ni un solo día; es como una de esas manzanas radiactivas del supermercado. Tal vez haya estado criogenizada y la hayan descongelado hace unos días. A su espalda, los restos del chalet de Elizabeth, carbonizado y destruido por el fuego; hay brasas y humo, como si se tratara de un accidente aéreo. Las palmeras, las flores, los franchipanes, todo calcinado y convertido en polvo negro. Los destellos de la piscina asoman por encima de su hombro derecho. Me estremezco en el asiento del aeropuerto.

En la pantalla aparece una fotografía de Beth durante su luna de miel, en Kenia. Debajo dice «ELIZABETH CARUSO» en mayúsculas. Se me hace un nudo en el estómago. Mierda. Es oficial: la policía busca a mi hermana gemela. Seguro que quieren interrogarla en relación con mi presunto asesinato. Ni que decir tiene que eso significa que me buscan a mí. Mi madre está pidiendo ayuda para encontrarla, por eso parece tan desesperada. Apuesto a que la policía piensa que yo sé algo. Que soy una testigo, o algo peor. ¿No sospecharán que la he matado yo? No, no, no, eso sería muy jodido. Ahora harán un seguimiento de su móvil. ¿Por qué yo? Menudo desastre.

¡Ping!

¿Qué pasa ahora?

Un correo de mi madre. Pulso para abrirlo.

De: Mavis Knightly

MavisKnightly1954@yahoo.com

Para: Elizabeth Caruso

ElizabethKnightlyCaruso@gmail.com

Fecha: 1 de septiembre de 2015, 08.56

Asunto: ¿Dónde estás?

 

Elizabeth, angelito, ¿has recibido mi mensaje anterior? Mi estrés va en aumento y aquí nadie tiene ni idea de adonde has ido. Tengo la ansiedad por las nubes. Casi no he pegado ojo y no es por culpa del jet lag, te lo aseguro. Tengo migraña, la boca seca, me pica la piel. Me ha salido un eccema detrás de la rodilla. Y una úlcera de estómago. Estoy segura de que es psicosomático. Un dolor punzante en el abdomen, cinco centímetros por encima del ombligo. Es muy incómodo. Me duele tanto que voy doblada. No doy ni dos pasos y ya tengo que sentarme. Demasiados jugos gástricos, necesito comer tiza. Pero, claro, mi médico está en Australia y el hombre de la farmacia no habla inglés. Me agoto solo de escribir esto. Por favor, llámame.

 

P. D. Te busca la policía. Quieren hacerte unas preguntas sobre tu hermana.

Entorno los ojos, borro el mensaje, apago el móvil de mi hermana y lo guardo en el bolso.

Si la policía busca a Beth, tendré que ser Alvie. En cuanto llegue a Roma, usaré mi pasaporte. Con el de Beth he pasado el control de seguridad, pero ha sido antes de que saltase la noticia. A menos que… A no ser que… Dios mío. Estoy segura de que la policía bloqueará el pasaporte de Alvie. Pero ¿cuánto tardan en hacer todo el papeleo después de que alguien la diñe?

Llaman a los pasajeros de mi vuelo y embarcamos. En la fila, rompo a sudar. ¿Qué haré cuando lleguemos a Italia? ¿Quién demonios soy, Alvie o Beth?