25

Piazza Venezia, Roma, Italia

Típico. Para una vez que la asesina no soy yo, me pillan a mí. Es irónico, como en la canción de Alanis (solo que yo no necesito una cuchara, sino una pistola). Pero me soltarán, tienen que hacerlo. Tienen que dejarme libre. Verán que es otro tipo de bala, se darán cuenta de que ha sido un disparo de larga distancia. Al menos, eso espero. Es de risa, pero ESTOY MUY CABREADA.

—Es Nino. Buscáis a Nino. Él es el puto asesino en serie.

Miro al policía a través del espejo retrovisor, pero con rabia. Uy, la verdad es que está bastante bueno. No me había fijado en él, y eso que parece un príncipe de Disney. Una versión italiana de Aladdín: pelo lacio, buenas cejas, ojos bonitos. Es guapo hasta cuando pone mala cara (ahora mismo me mira mal). Tengo debilidad por los uniformes, y debo decir que también por los policías italianos. Casi merece la pena que te arresten. Ya estoy mojada.

Vamos a toda velocidad por calles llenas de gente, esquivando coches, con la sirena atronando y el puente de luces emitiendo destellos azules. Se me clavan las esposas, menos mal que tengo las manos delante. ¡Ja! Menudo aprendiz: se supone que tienen que esposarte con las manos a la espalda. Aun así, no tengo manera de quitármelas. Apoyo la cabeza en la ventanilla y suelto un suspiro largo e intenso. Mierda. Tengo que salir de aquí. Encontrar a Nino. Menudo capullo, no me puedo creer que le haya pegado un tiro a Rain. ¿Qué le ha hecho ella? ¿Es porque nos ha llevado a su casa o porque conocía su identidad? Ella le consiguió el pasaporte, así que quizá no quería dejar cabos sueltos. Estaba borrando sus huellas. Seguro que ha sido él el que ha llamado a la policía. Ese cabrón los ha enviado al apartamento de Rain.

El cristal frío contrasta con mi mejilla caliente. Necesito una forma de escapar, pero ¿cómo? Esto es ridículo. ¿Por qué me arrestan a mí? Ese stronzo está campando a sus anchas cuando acaba de matar a esa chica a plena luz del día. Ella estaba a un metro de mí y, ¿sabes qué?, empezaba a gustarme. Cada vez me caía mejor. Me gustaban sus zapatillas de deporte, su laca de uñas. El bolso de Marc Jacobs me encantaba. Ojalá no me hubiera pegado; pero, si dejamos eso de lado, era muy guay.

El príncipe Disney tiene mi pistola, pero conservo la granada de mano. (Menos mal que no me ha cacheado. Seguro que ha pensado que esa era mi única arma. Ja, ja, ja, qué gran error). Noto su peso en el bolsillo interior de la chaqueta, la siento sobre la cadera. Supongo que en la comisaría sí me registrarán, no ha sido más que un despiste. Cuando la encuentren, me la quitarán y estaré metida en un buen lío…

Se me ocurre una de mis ideas locas.

Aprieto la mandíbula.

Es genial. ¿Sabes qué? Voy a hacerlo.

Miro el retrovisor. El agente está concentrado en la carretera. Alcanzo la granada con las manos esposadas y la saco. Al retorcer las muñecas, me clavo el metal y me araño la piel. Duele, pero sé que vale la pena. Será fantástico. Sostengo el caparazón de metal irregular entre ambas manos mientras el coche patrulla vuela por las calles dando tumbos y saltos. Espero tener tiempo suficiente. Me muevo poco a poco hacia delante, hasta que estoy literalmente al borde del asiento. (Menos mal que no llevo el cinturón abrochado… Pero, oye, ¿eso no era ilegal?) Tenso los muslos y levanto el culo. Me tiran los isquiotibiales, me queman. Me bajo los pantalones y las bragas, como en el taxi cuando iba con Rain. Cuesta, pero el cuero es elástico y el tanga, minúsculo. Me meto las manos entre las piernas y me duelen las muñecas del esfuerzo y el roce. Au. Au. Au. Las esposas me aprietan más de lo que pensaba. El metal se me clava en la carne, me roza los huesos. Poco a poco y con mucho cuidado me meto la granada dentro. Noto cómo va subiendo por mi (ligeramente húmeda) vagina. La carcasa plateada está fría y dura y (¡oh!) tiene muchas protuberancias. Estiro los dedos y la empujo hacia el fondo con las puntas. La hostia puta, qué sensación tan intensa. No, perdona, eso no: es la puta hostia. El metal me roza el punto G. Jadeo, me retuerzo, gimo.

—OOOOOOHHHHH…

—¿Qué demonios hace ahí atrás?

—Nada. Oh. Oh. OH.

Me subo el tanga y los pantalones y me dejo caer contra el respaldo. El coche pisa un bache. El explosivo se mueve en mi interior. Es como llevar un huevo vibrador enorme dentro o un par de bolas chinas con estrías. El agente frena en seco delante de la comisaría. Creo que voy a correrme. Recuerda, Alvie, es importante. Llámalo una nota urgente para ti misma: no tires de la anilla como si fuera el hilo de un tampón. Eso no sería buena idea.

Me registran por casi todas partes sin encontrar nada. Me tiran dentro de una celda y cierran la reja de metal. Escucho los pasos del guardia que se aleja. Se hace el silencio. Nada. Nadie. Solo yo. La celda es pequeña y está muy sucia, como Archway, joder. Techo gris, paredes grises, una cama gris, suelo gris. El aire huele a pis y a desesperación. El hueco entre los barrotes es demasiado estrecho para meter la cabeza (cosa que supongo que es un punto positivo). La ventana está demasiado alta para ver por ella. El colchón es diminuto y la manta, muy fina. El retrete fue blanco en otro tiempo; no hay tapa ni asiento. No quiero ni tocarlo. Me aguantaré hasta que me dejen salir. No será mucho rato, seguro.

Alguien ha escrito su nombre con sangre, lo ha garabateado en la pared: «Anna, augusto 2013». Han intentado borrarlo, pero sin éxito; cuesta la hostia quitar las manchas de sangre, lo aprendí en Sicilia. Me gustaría saber quién es Anna. ¿Era inocente como yo?

Agarro un par de barrotes y grito hacia el pasillo:

—NINO, ERES UN COMPLETO HIJO DE PUTA. YA VERÁS CUANDO ME SUELTEN.

La última vez me dejó en el Ritz con cientos de miles de libras esterlinas en diamantes. Pero esta vez se ha cargado a mi nuevo ligue y voy a pudrirme en una celda. Ahora se ha pasado mucho más. La traición es mucho mayor. Si ya estaba furiosa con él, ahora estoy loquísima de rabia. Saldré de aquí. Y luego le declararé la guerra nuclear. Le haré estallar la polla en la cara. Alvie reirá la última.

Doy vueltas en la celda. Arriba y abajo. Necesito un plan infalible, tengo que pensar. La policía se dará cuenta de que ha cometido un error y pronto irán a por Nino. Querrán buscar al verdadero asesino, sabrán que no he sido yo. Tienen los recursos humanos y técnicos. Y ahora que Dinamita está muerta, me he quedado sin pistas.

¿Y si nos aliamos? La policía puede ayudarme a encontrar a Nino (para matarlo). Tengo que ganarme al príncipe Disney y convencerlo de que puedo ayudarlos. Pero ¿cómo lo llevo a mi terreno? ¿Qué puedo hacer para persuadirlo?

Ya me preocuparé luego de eso.

Primero, el arma homicida.

Miro el pasillo, pero no hay nadie. Me bajo los pantalones y el tanga para sacar la granada. Me muerdo el labio. Me tiemblan los dedos. Tengo que hacerlo bien. Me meto los dedos despacio y con cuidado…

«Vas a saltar por los aires», dice Beth.

Entonces pierdo los putos estribos.

DIOS MÍO.

¿CÓMO SE ME HA PODIDO OCURRIR?

LLEVO UNA BOMBA EN EL TOTO.

¿Dónde está la argolla?

Voy a morir.

Me meto los dedos hasta el fondo, pero no la alcanzo.

Creo que no puedo sacármela.

Se me ha quedado atascada.

Se me ha quedado atascada.

Se me ha quedado atascada.

—El puto Nino, joder. Me cago en todo.

Empiezo a hiperventilar. Inhalo, exhalo. Inhalo, exhalo. El aire entra y sale con un silbido agudo. Parezco una cobaya asmática. Necesito una bolsa de papel para respirar. Gas o algo así… Necesito no tener una bomba encajada en el coño. ¿Qué cojones hago?

Me hago un ovillo en el hormigón duro y frío del suelo.

Venga, Alvie, ¿qué demonios haces? No puedes dejártela ahí.

«El mejor día de mi vida».

—Que te folien, Beth. Estás muerta.

Respiro hondo y meto las manos entre las piernas. Un poco más adentro. No sé de qué parte tirar. Un paso en falso y esta cosa podría estallar… No consigo meter los dedos por los lados. Dios mío, me rindo. No soy capaz de sacarla. Qué puto desastre… Tendré que pedir que me lleven al hospital y contarlo todo. Pero ¿cómo coño explico esto? Respiro hondo. Venga, no pasa nada. Tranquila, ellos ya lo han visto todo. Todos los días hay alguien que va a urgencias con objetos extraños atascados en varios orificios: botellas de cristal, aerosoles, latas de cerveza y hámsteres. Una vez leí algo sobre un tipo de China que no podía sacarse una anguila del culo. Estaba viva y le destrozó las entrañas a mordiscos. ¿Una granada? Eso no es nada. Ni siquiera pestañearán, seguro que pasa a menudo. Y cuando me la saquen, ¿qué pasará? Sí, eso es lo malo: me acusarán de tenencia ilícita de armas. Primero la pistola y luego una bomba. No, no, no. Esto es un suicidio. Tengo que cambiar de plan.