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Foro romano, Roma, Italia

Me abrazo a mí misma porque tiemblo a pesar de ir vestida. ¿Por qué ha tenido que echarme? ¿Qué más da si me he olvidado de su nombre? Son las seis de la mañana, ¿adónde voy a ir? ¿Cómo llego a casa? Oteo en la oscuridad, la calle vacía. No hay taxis. No hay tranvía. No hay autobuses. Genial. No me queda más remedio que andar, pero ¿a qué distancia está mi casa? Miro a mi alrededor en búsqueda de monumentos o edificios que me suenen, pero no hay nada.

Era un nombre estúpido. O sea, ¿quién demonios se llama «lluvia»? ¿Qué es?, ¿hippy? ¿La personificación de las precipitaciones? No tiene sentido. Escojo una dirección al azar; ¿eso qué es: el sur o el norte? Voy dando tumbos por la calle mientras revuelvo el bolso en busca del móvil. Abro Google Maps. Me cuesta diez intentos escribir la dirección (porque he tomado bastante absenta), pero al final aparece la ruta. Tardaré una hora en llegar. Me la juego a que Rain saldrá mañana y se llevará a casa a otra británica… «¡Fragilidad, tu nombre es mujer!» Nino. Rain. Nino. Rain. Nino. Ha sido un lapsus. Los dos nombres tienen cuatro letras.

Noto que me cae una gota en la cabeza y, de pronto, se abren los cielos. PLAF. PLAF. PLAF. PLAF. Me cago en todo… ¿En serio? Está lloviendo a mares. Muchas gracias, Dios. Muy apropiado. Como si quisieras darle la razón a ella. Echo a correr y me refugio debajo de un árbol. No llevo paraguas. Hace frío y hay humedad. Y llueve. Claro que sí, ¿cómo no?

 

Que sí, que no,

que caiga un chaparrón.

¿A mí qué me importa?

 

Necesito hacer pis. Debería haber ido al baño en casa de Rain, pero ahora es demasiado tarde. No pienso volver. Y tampoco sé dónde vive. Está todo muy oscuro y no conozco las calles y todo está volviéndose de color verde.

Me gusta la absenta. No la había probado hasta ahora y me siento como si fuera de plastilina. La acera se convierte en una nube de malvavisco y camino como si estuviera en la luna. Hay un cartel en una fachada. Floto hasta allí, pero no consigo leerlo. Cierro un ojo y giro la cabeza noventa grados: «violines y vírgenes» o «viaducto Virginia» o «vía delle vergini». Otro cartel dice: «galguería vie–TRI» O «GALLETAS TETRIS» O «GALERÍA TREVI». El siguiente, «formica» o «fonética» o «farmacia». No sé, puede ser.

La calle está flanqueada por los escaparates de comercios cerrados y con la persiana bajada. Hasta el infinito. Necesito hacer pis, en serio. No puedo correr, tengo la vejiga demasiado llena. Estoy acalorada y me mareo. Se supone que no hay que beber más de tres chupitos, y creo que me he tomado veinte.

Floto hacia arriba, me elevo, doblo una esquina y topo con algo grande y blanco. Ahogo un grito. Madre mía, ¿qué es eso? Unas farolas enormes con farolillos de cristal iluminan un oasis. Me froto los ojos. ¿Estoy soñando? Una fuente de mármol. Caballos alados. Y un dios. ¿Cuál es? ¿Neptuno? ¿Tritón? El rey de las sirenas. Un sireno. La túnica parece ondear al viento. Rocas majestuosas. Barba abundante. Un carro hecho de conchas. Está apostado sobre un mar centelleante de color turquesa.

Detrás de él hay un edificio majestuoso de mármol. Interminables hileras de balcones. Columnas corintias que se elevan hasta donde alcanza la vista. El sol asoma por el horizonte, los primeros rayos del amanecer penetran la noche plateada. La fachada cobra vida con las ninfas bailarinas, que se ven preciosas con la luz dorada.

Dejo el bolso en el borde y me meto en la fuente. El agua está fresca y azul, me sumerjo en el mar luminoso. Siento cómo el líquido se arremolina y fluye a mi alrededor. Me zambullo y pruebo el agua dulce, que se mezcla con el sabor a regaliz, el verde extraño y amargo. Hay cientos de monedas por todo el suelo, doradas y plateadas, todas brillantes. Cojo tres y me las guardo en el bolsillo. Entonces salgo a por aire y emerjo del agua. De pronto, las fuentes empiezan a manar. El agua sale a borbotones, un torrente que cae y salpica y forma ríos de espuma. (Lo de que necesito hacer pis va muy en serio, joder. Voy a hacerlo en el agua). Me coloco debajo de una cascada y dejo que me fluya la melena por la espalda. Soy una diosa. Una estrella de cine. Anita Ekberg en La dolce vita. Me entrego al dios.

Ahora que he hecho pis, me siento mejor.

FUORI DALLA FONTANA!

Oigo una voz. Una voz de hombre. ¿Es Dios quien grita? ¿Me grita a mí?

—Oye, ¡sal de la fuente!

Me seco los ojos y miro a mi alrededor.

—La multa es de quinientos euros.

Un policía me hace señales. Salgo de la fuente de un brinco y echo a correr empapada.

Ayuda. Ayuda. Ese policía va a matarme. Viene a por mí. Sabe lo que he hecho. Tengo que salir de aquí. Huir. Se ha acabado. Los asesinatos. Estoy acabada.

Doblo una esquina y después otra. Corro hasta que no puedo más, con el corazón a punto de explotar. No puedo respirar. Y además me he perdido.

¿Dónde estoy?

Es una especie de templo. Miro a mi alrededor, pero el policía ha desaparecido. Fiu, debo de haberle dado esquinazo. Está muy oscuro y tengo el sentido del oído más afinado: aullidos de alguna pelea de animales y el maullido largo y grave de un gato. Acaban de dar las seis de la mañana, según mi reloj de cuco, y no puedo dar un paso más. Los pies me están matando. ¿Por qué no he llamado un taxi cuando Rain me ha echado de su casa? No estoy fina. No tengo la cabeza despejada. Debe de ser por toda esa absenta.

Estoy cansada, empapada y temblorosa. La ropa me chorrea. ¿Adónde voy? ¿Qué es esa columna? ¿Y ese arco gigantesco? Mis pies machacan arena y piedras rotas. Vuelvo a consultar Google Maps, pero no sé si la pantalla tiene que estar hacia un lado o hacia el otro. ¿Ese puntito azul soy yo? Entorno los ojos para protegerme de esa repentina luz cegadora e intento averiguar dónde estoy. Piedras. Ruinas. Bloques de mármol. Mosaicos. Focos de luz. Sombras.

Ay.

¿Qué ha sido eso que ha pasado volando? ¿Son murciélagos?

Tropiezo con una especie de columna que se tambalea y se desmorona.

CRAC.

BAM.

MIERDA.

Al aterrizar se parte en dos y rueda por el suelo. A la mierda, parecía muy viejo. No daba la impresión de ser insustituible. Subo corriendo una escalera medio ruinosa y vuelvo a intentar orientarme con el teléfono. Sin embargo, me quedo sin batería y ya no puedo usarlo. Google Maps ya no me sirve. Estoy sola.

Encuentro un muro y me siento encima con las piernas colgando. Apoyo la cabeza en las manos. ¿Por qué me molesto? ¿Qué es lo que pretendo conseguir?

Mi padre me abandonó y Nino también. Ahora Rain me ha echado de su casa. Mi hermana gemela había urdido un plan para asesinarme. Mi madre parece alegrarse de mi muerte. Si me escuchas, Dios, dime, por favor, qué he hecho mal. Lo único que he querido en la vida es aceptación. O amor. El amor siempre ha estado fuera de mi alcance, ha sido algo reservado a los demás. Para Beth y para los guais del instituto. Para los personajes de los libros de cuentos. Para la gente normal y de buen ver. Para el perro de mi abuela.

—¿Por qué yo no? —le grito al cielo.

Nadie contesta.

Nadie sabe que he desaparecido. A nadie le importa que ya no esté. El único motivo por el que mi madre y la policía me buscan es porque piensan que soy otra. Miro entre mis pies, la caída es larga… Si saltase, ¿lo sabría alguien? ¿A quién le importaría?

«Cuando vienen las desdichas, no vienen como exploradores aislados, sino en legiones».

No se me ocurre ni un solo motivo para seguir viviendo.