28

Ivanov se recostó en el sofá y esperó paciente la respuesta de Karina Sokolova.

—Qué desastre —dijo ella al cabo de unos instantes.

—A veces surgen imprevistos, Karina —repuso Ivanov con voz suave—. Es imposible controlarlo todo.

Karina lo miró resignada.

—¿Y tú crees que es la mejor solución?

—Hablé con su amigo, Alexandr Shemiakin, y él me aseguró que a Viktor no le importaría.

—¿Ese Shemiakin es el enfermo de leucemia?

—Sí.

—¿Y cómo está el tema?

—El trasplante ha sido un éxito.

Karina lanzó un suspiro.

—Bueno, algo tenemos.

—No le des más vueltas, Karina —repuso Ivanov—. Al parecer, la chica era una bomba.

—Ya. —Ella asintió con pesar—. Pero nos comprometimos a devolverla sana y salva.

—No sé qué ha pasado. De hecho, ni el propio Shemiakin tiene ni idea de adónde iban ni por qué. En teoría, tenían que esperar a que Viktor regresase.

—¿Y la chica que conducía?

—Está mucho mejor. De hecho, solo tiene un par de costillas rotas, y mañana le dan el alta en el hospital.

—Bueno, pues a ver cómo se lo digo a Viktor.

Ivanov se levantó del sofá, dispuesto a irse.

—Un buen tipo, Viktor Sokolov. Fiel a los suyos —dijo.

Karina asintió con una leve sonrisa.

—Tú también, Ivanov —repuso—. Y gracias por todo.

—No me las des. Era parte del trato.

—Aun así.

Ivanov lanzó un suspiro.

—Karina, este es mi último trabajo contigo —le dijo—. Al final, he decidido colaborar con Svetlana.

Ella asintió.

—Me alegro.

—Yo no me alegro —murmuró Ivanov entristecido—. Sé que tienes razón, y lo hago porque me lo has pedido, pero tengo la sensación de que soy una rata que abandona el barco cuando se hunde.

—No te lamentes tanto. —Karina sonrió levemente—. El barco se hunde y no sirve de nada que te quedes.

—Es por lealtad.

—No insistas, Ivanov —dijo Karina—. Te irá mucho mejor con Svetlana Djacenko que conmigo. Ella tiene madera de jefa, y yo estoy acabada.

Ambos permanecieron en silencio durante unos instantes.

—¿Me aceptas un consejo? —dijo Ivanov.

Karina lo miró fijamente, luego asintió.

—Te recomiendo que te retires completamente del negocio —dijo él.

—¿Qué es lo que sabes?

—Svetlana no te quiere.

—Eso ya lo sé.

—Y no sé hasta dónde sería capaz de llegar para apartarte de su camino.

—Me mataría, si fuera preciso.

—Sí —asintió Ivanov—. O te haría daño donde sabe que te duele. Y ella sabe que Viktor Sokolov te duele.

—Maldita zorra.

—Dile también a Viktor que desaparezca —le aconsejó Ivanov—. Además, con lo que le ha dejado Martín Arístegui puede vivir a cuerpo de rey durante toda su vida.

—Se lo diré, pero no sé si me hará caso —dijo Karina encogiéndose de hombros—. No es muy obediente que digamos.

—Es tan tonto como Arístegui.

—Sí. Tan tonto como Arístegui.

Durante unos segundos, Karina Sokolova se mantuvo en silencio, con la mirada ausente. Luego, avergonzada por mostrarse tan vulnerable, se dirigió a Ivanov con energía.

—¿Y el certificado?

Ivanov se llevó las manos a la cabeza.

—Soy un estúpido —dijo—. Ya no me acordaba.

Y ante la mirada de sorpresa de Karina, sacó un documento del bolsillo y se lo extendió.

—¿Leonela Abigail Maldonado Guzmán? —leyó Karina Sokolova arrugando la nariz.

—Ah, es el nombre con el que entró en el país.

Karina hizo un mohín.

—¿Estás seguro de que funcionará?

Ivanov la miró con la cabeza ladeada.

—¿Cuándo te he fallado, Artika?

Ella sonrió.

—Gracias, Ivanov. Eres un buen tipo.

—Sí, soy un buen tipo, dentro de lo que cabe.

Después de dar un corto paseo por los alrededores, Viktor vio a Ivanov que se subía a un automóvil. Intentó apretar el paso para interceptarlo, pero lo único que consiguió fue que la herida le doliese aún más. Frustrado, vio partir el coche y no pudo hacer nada por evitarlo. Los tres últimos días habían sido agónicos para él. Ni Sasha ni Olya respondían a sus llamadas, y tenía la desagradable sensación de que algo grave había sucedido. Por desgracia, su estado físico era deplorable, y aún se sentía sin fuerzas para reemprender la vuelta a San Petersburgo.

En cuanto cruzó el umbral, descubrió a Karina en mitad del vestíbulo.

—Tengo noticias para ti, Viktor. Supongo que has visto a Ivanov.

Él la miró a los ojos.

—¿Malas noticias?

—Entra en el despacho, por favor. Hablaremos con más tranquilidad.

Viktor obedeció, y cruzó el vestíbulo para entrar en la sala. Se desplomó en el mismo sofá que había ocupado Ivanov minutos antes, y miró a su madre impaciente.

—Dime.

—Tu amigo Alexandr Shemiakin ha recibido el trasplante con éxito. Se está recuperando rápidamente.

Viktor sonrió aliviado.

—¿Es por eso que no contesta a mis llamadas?

—Sí —asintió Karina—. Está completamente aislado en una cámara esterilizada, y así permanecerá durante varios días. No tiene teléfono, ya que cuantos menos objetos tenga a su alrededor, menos fuentes de posible infección.

—Por supuesto. —Viktor sonrió satisfecho—. En cuanto vuelva a San Petersburgo iré a verlo.

—Aún tendrá que pasar mucho tiempo en el hospital, así que ten paciencia.

—Lo sé. En estos últimos dos años, Sasha ha pasado más tiempo ingresado en el hospital que en su propia casa. Ha vivido un auténtico vía crucis entre pruebas y tratamientos de todo tipo.

—Me lo imagino.

—Es duro, muy duro.

—Supongo.

La conversación había derivado en un punto muerto, una especie de descanso antes del segundo asalto. Tras unos segundos de tregua, Viktor rompió el silencio.

—Y ahora, dime la mala noticia.

Karina asintió con lentitud.

—Es la chica. Leonela no sé qué…

Viktor tragó saliva. De repente, el mundo dejó de girar.

—¿Qué le ha pasado a Julia? ¿Qué le han hecho?

—Ha sido una fatalidad.

—¿Qué? ¿Quién?

Karina le hizo un gesto expresivo con las manos para que se tranquilizase.

—Nadie ha tenido la culpa. Ha sido un accidente de coche.

—¿Un accidente de coche? ¿Y adónde iba?

—No lo sé, pero se dirigían a San Petersburgo.

—¿Se dirigían? ¿Quiénes?

—Ella y una amiga tuya, que era la que conducía.

—¿Olya?

—Creo que sí. —Karina intentó recordar el nombre que le había dicho Ivanov—. Sí, Olya Vasilieva.

Viktor se tapó el rostro con las manos.

—Olya… No, por Dios…

—Olya está bastante bien, Viktor. De hecho, solo tiene dos costillas rotas. Mañana mismo le dan el alta médica. Es la otra, la del nombre largo, la que ha salido peor parada.

—¿Julia ha muerto?

—Está en coma.

—Dios…

—No llevaba puesto el cinturón de seguridad y salió disparada en el momento del impacto. Al parecer, se golpeó la cabeza contra el suelo y quedó inconsciente.

Viktor se levantó del sofá y se paseó por la habitación como un león enjaulado.

—Maldita sea, Julia —masculló—. ¿Por qué no llevabas el cinturón? ¡Un final tan estúpido, despues de todo!

Karina lo siguió con la mirada, consciente de la angustia que dominaba a su hijo. Fuera quien fuese aquella Julia, el amigo enfermo tenía razón.

A Viktor no le importaría.

—Lo siento —dijo—. Veo que es una persona muy importante para ti.

Viktor se detuvo y la miró.

—Sí, lo es.

—¿Estás enamorado de ella?

—Es mucho más que eso —contestó—. Le debo la vida.

Karina lo miró expectante, esperando que él prosiguiera.

—Es una larga historia que ahora no voy a explicarte. —Viktor meneó la cabeza con vigor—. Además, tengo que irme.

—No puedes. Estás aún muy débil.

—¿No lo entiendes? Tengo que verla.

—No quiero ser brusca, pero si está en coma, a ella le da igual.

—Pero a mí no.

Karina se pasó las manos por la cara en un gesto de desesperación.

—Hay algo más que debo decirte —repuso.

—¿Qué? —Viktor la miró confuso.

—Verás… Tu amiga no es rusa.

—¿Y qué?

—Que su situación es complicada. Tuvimos que visitar a tu amigo para que nos aconsejase.

—¿A Sasha? ¿Ivanov fue otra vez a molestar a Sasha?

—Sí.

—¡Se lo prohibí expresamente!

—Fue preciso, Viktor. Tuvo que pedirle consejo.

—¿De qué? ¿Para qué?

—Tu amiga entró en Rusia con un visado de visita. Necesita un permiso de residencia para que su situación no sea aún más complicada de lo que es.

—¿Y qué importa eso?

—Es importante, Viktor, te lo aseguro —repuso Karina paciente—. Hay cosas que tienen que resolverse.

—De acuerdo —repuso Viktor intentando tranquilizarse—. Julia necesita una tarjeta de migración. ¿Es eso?

—Sí.

—Bien, pues se le falsifica. Yo mismo puedo ocuparme de ello.

—No es preciso, Viktor —asintió Karina con una sonrisa—. Ya lo hemos hecho nosotros.

—Perfecto. ¿Y para falsificarle un permiso de residencia era imprescindible pedirle consejo a Sasha?

Karina asintió con vigor.

—Sí, Viktor.

—¿Por qué?

—Porque para obtener un permiso de residencia, era casi indispensable que tu amiga Julia estuviese casada con un ciudadano ruso.