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El carcelero Sampson
—¿QUIÉN sois?
—Decid a vuestro señor Robledo que quiere hablarle Tobías Sampson, carcelero de la prisión de Galway, pues tengo una novedad que comunicarle, como me tiene ordenado.
El criado dejó pasar al visitante y lo condujo hasta su señor.
—¿Cuál es esa novedad tan urgente que me traéis? —le preguntó Robledo.
—Me ha venido hoy a hablar el mismo irlandés que me advirtió vuestra merced y que es aquel que me dio hace dos días un vestido de mujer para que se lo entregara al prisionero que sabéis…
Sampson continuó refiriéndole a Robledo el plan de fuga que había acordado con el irlandés y las instrucciones que éste le había dado de que guiase al mozo borgoñón, disfrazado de mujer, hasta la puerta de la celda de un Valentín Blake, mercader de mucha nota en aquella villa, que estaba encerrado por deudas.
Robledo le fue interrogando con cuidado hasta enterarse de todos los detalles de lo que había concertado el carcelero con el irlandés, y luego dijo:
—Entiendo… Y ha sido muy a propósito que vengáis a advertirme de ello. ¿Habéis traído también la copia del billete que iba prendido en el vestido que entregasteis al mozo?
—Como me ordenó vuestra merced, que me costó mi dinero que me hiciera el traslado un escribano conocido mío, por no tener yo letras para hacer la copia…
Robledo sonrió con escondida ironía, y asegurándole al otro que se lo recompensaría bien, hizo un gesto impaciente con la mano ordenándole se lo entregara.
Leyó luego para sí el mensaje de Forcada y, al llegar al final, lo releyó varias veces, la última entre sí:
—«Que el mismo vestido que llevaréis os guiará hasta mí…».
Quedó Robledo caviloso un minuto y después su ceño se arrugó en una mueca de enojo:
—Fuisteis un gran necio en no haberme traído ese vestido para que yo lo mirara antes de entregarlo al mozo —dijo al fin—, pues, además del billete que visteis iba en la capucha, debía de llevar escondido en alguna parte secreta un mapa para guiar la fuga del mozo y conducirle hasta los que le han de sacar de Galway…
—Suplico me excuse vuestra merced —se defendió Sampson—, que no pude hacer de otro modo, y aun fue bastante que, antes de entregarlo, consiguiera hacer el traslado del papel que iba prendido del vestido, que el hombre que digo me apretó mucho cómo debía llevarle luego otro billete del mozo como confirmación de que había recibido el primero, que me juró que si no se lo daba al otro día me había de hacer degollar…
—Está bien así —le despidió Robledo aparentando mansedumbre—, podéis marcharos ya. Haced lo que habéis concertado con ese irlandés, como si nada ocurriese ni de nada me hubierais dado aviso.
—¿Vuestra merced consentirá que se escape el prisionero conociendo lo que os he avisado? —Se maravilló el carcelero.
—Vos haced lo que os mando y no os cuidéis más que de darme satisfacción, que sé bien lo que me hago y no he de perder el tiempo dándoos razones a vuestra merced, pues urge poner pronto remedio a lo que me habéis contado. Y luego que sintáis cualquier otra novedad tocante al preso no tardéis en acudir a darme aviso…
—Disculpe vuestra merced —repuso Sampson, sin decidirse aún a marchar—, pero los dineros que me prometisteis dar por avisaros tan puntualmente como yo lo he hecho…
Robledo soltó una fuerte carcajada y respondió:
—Se os acordará cómo ya os entregué cuatro libras la primera vez, y cómo concertamos que el resto se os pagaría cuando ese mozo borgoñón se muestre hecho cuartos en las puertas de la muralla de Galway. Además de que bien podréis vos aguardar dos días más con los dineros que ese irlandés Bostok sin duda os habrá entregado ya para que socorráis al prisionero en su fuga…
Luego que se marchó el carcelero, Robledo se alivió diciendo para sí entre dientes:
—¡Necio bellaco!
Y después de esto llamó a su criado y le mandó:
—Ve adonde el señor Comerford y adviértele que deseo hablarle de un asunto de mucha importancia. Que yo le estaré aguardando aquí y es menester venga a hablarme antes que se pase esta misma noche. ¡Ve a toda furia!
Antes de que hubiese acabado de anochecer regresó el criado acompañado de Gerald Comerford, quien no parecía venir de buen humor, aunque el miedo que tenía al español le previniera en contra de demostrarlo.
Robledo le contó lo que por medio del carcelero había conocido acerca del plan de fuga del prisionero borgoñón.
—Pues que lo conoce vuestra merced tan bien —respondió Comerford sin atreverse a mirar de frente el deforme rostro de Robledo—, no veo en qué os soy yo necesario, pues basta con que prevengáis al alcaide de la prisión de lo que se trama…
—No soy yo tan ignorante que no se me alcance lo que me representáis —replicó Robledo con impaciencia—, sino que me conviene mucho siga su paso la fuga que ha trazado el señor de Forcada y que ese mozo escape…
Comerford se quedó aún más asombrado que antes el carcelero, y como el inglés le pidiera que se explicara, Robledo dijo:
—¡Por eso necesito la ayuda de vuestra merced! Saliendo de la prisión como tienen trazado, el mozo Guillaume se reunirá en alguna parte con el capitán Forcada… ¿Entendéis ahora?
El espía inglés cabeceó asintiendo, pero aún preguntó:
—¿Y en qué os puedo servir yo en este negocio?
—El mozo me conoce a mí y os conoce también a vos, y se recataría si descubriera que le acechamos. Pero vuestra merced puede poner a alguno que le siga los pasos cuando vaya a juntarse con ese bellaco de Forcada y que luego me traiga el aviso de dónde se hallan los dos…