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Órdenes de Don Bernardino
DON Bernardino me ha dado licencia —comenzó a decir Herman Cartelegar— para que vuestras mercedes pasen en Escocia.
Forcada y Alderete se miraron perplejos y el primero preguntó:
—¿Escocia? ¿No será por ventura más a propósito ir derechos a Irlanda y tomar allí noticia de si aún siguen con la vida las personas de mi criado Guillaume y de la doncella que dije a vuestra merced?
—Conoce vuestra merced cómo su excelencia el embajador —replicó Cartelegar— os es muy aficionado y os está tan obligado por los servicios que a él y a su majestad habéis hecho. Y en particular estima en mucho Don Bernardino el trato que por vuestro medio pudo tener con el embajador que tiene aquí la reina de Inglaterra, milord Stafford, cuyos avisos han sido de mucha ayuda en la pasada jornada de Inglaterra, y aún lo hubieran sido más si ésta hubiera salido como de causa tan ofrecida a Nuestro Señor se esperaba, que se ha mandado ya el memorial de vuestros servicios con el ruego de Don Bernardino de que se os haga merced. Pero al dicho Don Bernardino se le han representado los muchos inconvenientes que se ofrecerían si pasarais derechamente en Irlanda y que vos mismo entenderéis…
El confidente del embajador comenzó a enumerar estos inconvenientes, que a su juicio el primero y principal era desembarcar directamente en Irlanda dos españoles como lo eran el señor de Forcada y el padre Alderete, sin contacto alguno en la isla ni conocimiento de ella ni de su geografía, y estando los ingleses que la ocupaban tan prevenidos contra los españoles, que parecía gran temeridad y ponerse en peligro muy cierto de acabar apresados y ejecutados por los hombres de la reina de Inglaterra.
Forcada asintió a este argumento, pero explicó en su descargo:
—No piense vuestra merced que no me he representado este inconveniente que apuntáis. Mas la determinación de pasar en Irlanda sin divertirme primero a Escocia viene motivada por lo mucho que urge hallar a esos dos mozos que sabéis, pues que en estos casos desesperados, en los días y aun en las horas que se desperdician suele residir el llegar cuando aún es tiempo de prevenir el daño. Demás de la poca costa y poco tiempo con que podría hacerse la jornada hasta Irlanda, que ya tengo yo escrito al señor Isoardo Capello en Nantes para que prevenga alguna barca de aquellos pescadores bretones que pueda pasarnos al padre y a mí con todo secreto a uno de los puertos de aquella parte. Que en hábito de tales pescadores no levantaríamos sospecha y luego podríamos adentrarnos en el país y tomar noticia de lo que sabéis que buscamos.
Cartelegar sonrió y elogió la determinación e ingenio del capitán:
—Bien veo cómo sigue siendo vuestra merced hombre resuelto y de ánimo —dijo el confidente— y no fuera mal esa idea de pasarse a Irlanda en barca de pescadores, sino porque su excelencia el embajador ha determinado que será de más servicio que paséis primero en Escocia por ciertos respectos que me encargó os comunicara.
Alderete preguntó cuáles eran las razones del embajador Mendoza, y el confidente de Don Bernardino continuó:
—La principal razón es que vuestro viaje a Escocia aprovecharía para que trajerais noticia cierta de los españoles que iban en la armada del duque de Medina Sidonia y aportaron en aquel reino y en el de Irlanda. Pues la mayor parte de los que al presente han quedado con la vida de los que naufragaron allí han llegado ya en Escocia y aguardan medio para pasar en Flandes o aquí en Francia. Así, ordena Don Bernardino hagáis relación de quiénes y cuántos son estos que están en Escocia, y toméis noticia de los que aún pudieran quedar en Irlanda y busquéis modo de sacarlos de allí apelando a la ayuda de los señores católicos escoceses. Que a propósito de los dichos señores escoceses de nuestra religión habéis también de comunicaros con ellos e informar de la situación en que ahora se encuentran y la ayuda que podrían prestar cuando su majestad envíe nueva armada a ese reino o al de Irlanda…
Forcada sonrió y Cartelegar le correspondió con otra sonrisa entre amistosa y astuta al comprobar cómo el capitán, a pesar de su largo retiro en aquel convento de Santa Catalina desde que regresara dos años antes de Inglaterra, conservaba intacta su antigua perspicacia.
—Ya conoce vuestra merced cómo todo lo ha trastornado este mal suceso de la armada del duque —continuó el privado del embajador— y no habrá que representaros cuán necesario se hace ahora tener avisos prontos y ciertos de lo que ocurre en aquellas partes…
Meses antes habían partido a Escocia los caballeros católicos Robert Bruce y el coronel Semple con la misión de concertar con algunos señores católicos escoceses una rebelión que debía forzar al rey Jacobo VI, hechura de sus consejeros protestantes y cebado con la promesa de suceder en el trono a la reina Isabel de Inglaterra, para que abrazara el catolicismo y apoyara desde su reino la invasión española de Inglaterra. Algunos de estos nobles escoceses habían caído en prisión por estos tratos con España desde el momento en que Jacobo se sintió lo bastante seguro para responder, que fue cuando comprendió el fracaso de la armada española y que ésta se retiraba a España sin posibilidad de desembarcar en su reino. El único noble católico con el que se podía contactar ahora era el conde de Huntly, demasiado poderoso todavía incluso para que Jacobo se atreviera a atacarle. Aunque convenía también sondear al conde de Bothwell, sobrino del que casó con la reina de Escocia, que a pesar de declararse protestante, se creía era secreto católico y gran aficionado al rey de España.
—Don Bernardino confía en que vuestra ida a Escocia, además de servir para mantener prendado al dicho conde de Huntly para cuando la ocasión sea más a propósito, no os impedirá, con el apoyo de este gran señor, por la mucha gente y séquito que tiene, pasar en Irlanda si fuere menester el hacerlo. Antes al contrario, lo podréis hacer desde allí con tanta mayor seguridad y confianza que si lo hicierais por vuestro propio medio. Y además de esto, podríais comunicaros con los dichos Bruce y Semple, e informar de lo que tengan ya tratado, y tomar noticia de ellos y otros agentes que Don Bernardino tiene en aquel reino y en Inglaterra de las nuevas que haya. Y muy particularmente de las armazones que se teme estén haciendo aquella reina y el Drake para enviar armada contra España y Portugal, pues que se tiene en la corte sospecha, por avisos que han ido llegando, de que el tiro apunta a llevar embarcado al Don Antonio, prior de Crato, y al calor de intentar desembarcarlo en Portugal con un ejército de ingleses, proclamarlo por rey y levantar en aquel reino a los muchos partidarios secretos que se sabe aún tiene en él…
Forcada dejó de sonreír y protestó:
—Veo vuelve Don Bernardino a las andadas de querer volverme en espía, que es oficio en que juré no habría de ponerme una segunda vez.
—No es esto lo que mi señor persigue —replicó Cartelegar— que su mira está puesta en servir a vuestra merced en su propósito de rescatar a vuestro criado y a la hija de esa dama. Mas nada hay de malo ni de dañoso para vos en que, al tiempo que intentáis lo uno, toméis noticia de lo demás, que a sólo esto os obliga la comisión que del embajador os traigo, y que se os encarga como merced y servicio que haréis a su majestad, de quien sois vasallo y a quien estáis obligado como tal.
—No es a Don Bernardino a quien culpo —continuó el capitán—, pues que él nada sabe ni debe saber de la promesa que hice a la reina de Inglaterra de no deservirla ni volver a poner pie en su reino, sino a vos, que sí conocéis bien esta obligación que me ata a la palabra empeñada…
—Y en nada contradice a vuestra palabra dada la comisión que os hace mi señor, ni yo hubiera consentido en otra cosa —respondió picado Cartelegar— que lo solo que habéis de hacer, como tengo ya dicho, es tomar noticia y mandar aviso. Además de que para ello no habréis de poner pie en Inglaterra, y si os fuese forzoso hacerlo en Irlanda, cuya jurisdicción la reina de Inglaterra afirma poseer, estaríais de cualquier modo incumpliendo vuestro juramento…
—No lo incumpliría si a lo que voy es a un solo particular que en nada ofende a la realeza de esa señora ni en nada le hace deservicio, como es el de librar a esas dos personas que son, la una de mi propia sangre, y la otra tan estrecha a mi persona que no la estimaría en más si fuera mi propio hijo. Pero poner mano en hacer espías y mandar avisos cae de lleno en la categoría de deservicio que tengo vedado y juré ante Nuestro Señor y ante mi conciencia, como el padre Alderete es testigo, no volver a tratar, como juré también no volver a derramar la sangre del prójimo.
—¿Y por esa razón ha vuelto vuestra merced a empuñar la espada y a esgrimir con ella? —ironizó Cartelegar.
—Sabe vuestra merced eso no es sino ejercicio del cuerpo que hago —repuso Forcada molesto— para entretener el tiempo y porque así me lo aconsejó el licenciado Monguion para que no se atrofien las coyunturas de mis miembros del mal que los tormentos que me dieron les causaron…
—Bien puede ser como vuestra merced dice. Pero tengo para mí que vuestra ánima sigue siendo la de soldado y que un hombre de tanto pecho como vos y tan leal vasallo de su majestad no puede dejar de venir en socorro de su rey cuando éste lo necesita. Y si ha habido otra ocasión en que, como al presente, precise nuestro señor el rey de España de todos sus fieles vasallos, os certifico que yo no la he visto en todos los años que llevo sirviéndole. Y aunque entraran en contradicción el juramento que decís tenéis hecho a la reina de Inglaterra con la fidelidad que debéis a vuestro señor natural, todas las leyes divinas y humanas os obligan más con el segundo que con la primera y os excusarían, llegado el caso, de cumplírselo. Más aún siendo esa señora reina hereje y perseguidora de cristianos, de cuya obediencia incluso sus propios vasallos están liberados, como se afirma en bula del papa y en la proclamación que sabéis hizo el cardenal Allen.
En este punto terció, en su condición de teólogo, y con gran satisfacción suya, el padre Alderete:
—Cuanto dice el señor Cartelegar se atiene a la recta doctrina —aseguró el fraile— y todos los que de ella han tratado concuerdan en ello. Máxime que el derecho que el señor natural posee sobre la fidelidad de su vasallo es a todas luces superior a cualquier otro, a lo que se une la imprescriptible obligación que con la propia patria y con el rey se tiene en todo momento. Así, la promesa hecha a la señora reina de Inglaterra le obliga a vuestra merced sólo como a gentilhombre, y aun esto es discutible, por ser ella mujer herética y usurpadora de la corona que ciñe. Mas por encima de estos derechos y obligaciones está sólo Dios Nuestro Señor, y aunque lo que su excelencia el embajador Mendoza ordena al capitán que haga es en su servicio, se ha de respetar la promesa solemne que tiene hecha de no levantar la espada contra criatura alguna, como no sea en defensa de la propia vida o de persona de su familia, que entonces la ley natural no sólo lo admite, sino que aun reprobaría desamparar y no defender a los que son de su propia sangre.
Volviéndose ahora al capitán Forcada, prosiguió:
—Demás de que con el voto solemne que hicisteis de no volver a portar armas, tengo para mí, y así os lo he declarado en más de una ocasión, que caísteis en alguna demasía y aun en no pequeña soberbia, queriendo enmendar vuestras graves culpas pasadas con un juramento descompuesto y poco templado, contrario a lo que el orden natural determina. Pues que como gentilhombre que sois no podéis renunciar a vuestra condición de soldado y defensor de la verdadera fe y de vuestro rey, si no es pasando al orden y brazo religioso, para lo que sólo Dios os escogería si ésa fuese su voluntad. Y así, en tanto ésta no se manifieste en mandato expreso de Nuestro Señor, vuestra sangre y pasados y el ser vasallo de su majestad os obligan a servirle con las armas en la mano en lo que él estime sea de mayor servicio suyo, y esto es así en cualquier república cristiana rectamente gobernada…
Cartelegar sonrió muy complacido por la intervención del padre y, dando por zanjado el asunto, pidió al capitán que le atendiera en las instrucciones que debía de darle en nombre de Don Bernardino:
—Si os partís por la posta esta misma tarde, en dos o tres jornadas estaréis en Dunquerque, en cuyo puerto estará aguardándoos un filibote nombrado El Hijo Pródigo cuyo capitán es un julio de Heclenbergue, con quien ya está concertado que pasaréis en Escocia. Aquí tenéis una carta de creencia para el dicho capitán, por la que sabrá sois la persona que se le ha ordenado desembarque en Edimburgo.
Forcada cogió la credencial y la examinó:
—¿Un filibote de capitán flamenco? Fiaría yo más de algún capitán español de los que en ese puerto hay. Mi amigo el señor Pedro de Zubiaur me pasaría con sumo gusto, así que no veo necesidad de fiar mi vida a alguno de estos flamencos.
—Don Pedro de Zubiaur fue a España con cartas del duque de Parma para su majestad y aún sigue allí —contestó secamente Cartelegar—. Las otras cartas de creencia que van con ésa son para el coronel Semple, para el conde de Huntly y para el rey de Escocia. De esta última os serviréis sólo si fuere menester, pues en ella se le agradece al rey Jacobo, en nombre de su majestad, el buen tratamiento que ha dado a nuestros españoles y se le solicita ayude a pasar en Flandes los que están refugiados en su reino. En Edimburgo debéis de comunicar con un Patrick Bostok, irlandés, que os pasará los avisos que tenga y os será útil, por conocer bien la tierra y tener sus deudos allí, si habéis de pasar en Irlanda.
—¿Puedo fiar en él?
—Don Bernardino lo tiene por buen católico y es éste hermano de uno de los capitanes que sirven en Flandes en el regimiento de irlandeses.
Forcada asintió y Cartelegar concluyó:
—Con los papeles que os he dado van los nombres de algunos españoles que llevan sus mercaderías a los puertos de Irlanda y dónde hacen sus tratos, que os puede ser de alguna utilidad el conocer a quién acudir si os habéis de pasar a aquella isla. Para los avisos os valdréis de la misma cifra que acordasteis con el señor Oberholtzer en la otra ocasión…
—¿La de los dos libros de Samuel?
—Esta misma es —confirmó el confidente—, que vuestros avisos los encaminaréis por el correo de mercaderes que se os ofrezca, que aunque es más lento, por este medio vienen más seguros en los tiempos presentes, y el viaje desde Escocia a Flandes o Francia es más corto, por no estar tan vigilados los puertos como en Inglaterra.
Hizo una pausa y concluyó:
—En cuanto a la ayuda de costa que llevaréis no he podido juntar sino estos trescientos y veinte escudos. Y esto con harto trabajo, que aunque sé bien cómo pudiera vuestra merced precisar de más si hubiese de gastarlo en sobornos para librar de prisión a los que va a buscar, no he hallado de dónde sacar más, pues aún no han llegado los créditos que se le adeudan a Don Bernardino de la segunda mitad de es te año, y aun tiene empeñados ya una buena parte de los del año venidero…
—¿Se ha entendido algo más del Robledo?
—No, sino lo que ya os avisé de que había pasado por Londres y fue recibido en audiencia por el secretario de la reina, sir Francis Walsingham. Mas no se ha entendido con qué propósito…