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El plan de Forcada

TRAS golpear en la puerta con una seña convenida, Patrick Bostok entró en la casa del mercader español Gaspar de Zuazo, se quitó el capote empapado de lluvia y se arrimó a la chimenea para calentarse.

—¿Qué hay del negocio del carcelero? —le preguntó Forcada—. ¿Podemos fiar en él? ¿Lo dejó vuestra merced prendado?

—Le entregué los cuarenta escudos que me disteis para prendarlo —contestó Bostok— con promesa de darle otro tanto a la ejecución del negocio. También le he hecho llevar a su casa los tres azumbres de vino de Cádiz, del que gustan mucho este carcelero y el otro su compañero, que aquí el señor Gaspar nos ofreció para ello…

—¿Pero fiáis en su persona? —insistió Forcada.

—Tanto como fiaría yo en el demonio —replicó el irlandés—, reas siento que no osará hacernos traición. Lo primero porque es hombre codicioso y no repararía en vender a su mujer si ello le reportara beneficio, que no ve el momento de verse con el otro dinero prometido. Que demás de esto, le apreté mucho y le puse temor de que si al joven borgoñón lo cuelgan por haber faltado él a la palabra que me tiene dada, soy quién para degollarle, y donde yo no pueda tomar mi venganza, habrá otros que lo harán en mi nombre…

—¿Y vuestra merced está seguro de esa doncella hija del que está preso por deudas en la misma cárcel? —preguntó ahora el capitán a Gaspar de Zuazo.

—Más de lo que el señor Bostok pueda estarlo del carcelero —respondió el mercader—, pues que le conviene tanto a este señor Valentín Blake, que es el padre de esta doncella, hacernos este buen servicio. Que de ello pende pueda restaurar él su fortuna, salir de la cárcel y que se levante el embargo que en Bilbao tienen hecho de su mejor barco, que es uno nombrado el Michael. Y no espera menos de que aún haga yo oficio con el corregidor, como le tengo prometido si nos cumple lo que hemos tratado con él, para que liberen a su criado, un Andrew Linch que es su factor en España, y le quiten los cargos que por espía le tienen puestos.

—¿Y no le tentará más declarar nuestra intención al gobernador y que le recompensen devolviéndole la libertad? —inquirió de nuevo el capitán.

—No creo yo eso, pues que haciéndolo como vuestra merced dice sólo remediará lo de su libertad, mas no las otras cosas que le interesan, que la sola manera de obtenerlas es haciéndonos este servicio que le tenemos encargado a su hija, y en el que él tan poco arriesga. Demás de que si nos hiciera traición, con perder para siempre su barco, que con la carga no bajará su valor de cerca de tres mil ducados, faltarle los dineros que yo le tengo prometidos para que pague sus deudas, que no son menos de otros cuatrocientos escudos, y no sacar a su factor de la cárcel en que está preso en Bilbao, conoce bien cómo no podría volver a tratar en España en toda su vida, que es de lo que él y su familia viven, pues quedará señalado para siempre como enemigo de su majestad, y yo me encargaré de que no haya puerto en que se le reciba a él ni a ninguno de los suyos.

—A él y a los demás mercaderes de esta villa les conviene acudir a remediar el mal tratamiento que han dado en este último tiempo a los españoles que aportaron aquí —intervino de nuevo Bostok—. Que pone mucha indignación y lástima haber visto cómo, con venirles tanta de su prosperidad del trato y comercio que tienen en España, los más de los de esta villa, y aun de las más principales familias de mercaderes, que en los puertos de España son bien acogidos como irlandeses y católicos, y de ello se han beneficiado para hacer contrabando de bienes de ingleses y prosperar, cuando llegaron aquí los desdichados españoles de la armada, los entregaron todos al gobernador Bingham, conociendo cómo éste habría de tratarlos, que fue como se ha visto…

—Así lo he hablado yo con muchos de éstos, que conozco de tantos años que vengo haciendo el trato de Irlanda —corroboró Zuazo—, y les he representado cómo no pueden esperar que su majestad les conserve el buen tratamiento y ventaja que tenían de comerciar en nuestros puertos sin ser estorbados, lo que les tiene muy temerosos de perder su comercio en España. Que el conocerse el caso de este Blake, que es de las principales casas de mercaderes que en esta villa hay, y haber visto cómo su barco fue embargado por tenerse la certeza de que hacía contrabando de bienes ingleses y su factor llevaba cartas del secretario de la reina de Inglaterra para los espías que tiene en aquellos puertos, les ha puesto mucho miedo de que no les suceda igual a ellos. Y ya otros que comercian con esta villa han llevado a España noticia de cómo no han socorrido los de aquí a los españoles que naufragaron, de que se tiene mucha indignación en aquellos puertos, y ellos el miedo de que no les quieran recibir más. Y cuando el otro mes pasado ordenó el gobernador se registrara mi casa, ellos fueron al punto a protestarle no lo hiciera por no agraviarnos más a los españoles y provocar se les diera a ellos el mismo mal tratamiento en España, que cuando lo entendió el dicho gobernador, no osó pasar adelante en su intención…

—Confío estéis ambos en lo cierto —concluyó Forcada—, pues conocéis cómo de tener un mal suceso en este negocio, con la vida de ese pobre mozo Guillaume, arriesgamos todos nuestras propias cabezas…

—Tenga confianza vuestra merced —le pidió Bostok—, que con la traza que hemos ingeniado, no fallándonos el carcelero, y haciendo la hija del Blake lo que tenemos concertado con ella, mañana ese mozo estará libre y todos nosotros embarcados en el Tigre del señor Gaspar de Zuazo camino del primer puerto en Francia, donde no deseemos llegarnos a un puerto de España…

—La única precaución que vos, Doña Isabel, habéis de tener —se dirigió Zuazo ahora a ésta— es procurar entrar en la prisión un poco antes de que cambie la guardia de la noche, que es a las ocho. Estaos sosegada, que nadie os estorbará el paso, pues tomándoos por la doncella hija de Blake, cuya hechura y edad tanto a las vuestras son semejantes, y cuyo vestido os pondréis, ninguno sospechará sois otra distinta, que todos en la cárcel conocen tiene ella licencia del alcaide para visitar al padre y llevarle su sustento de dos en dos días, y aun se alegran de ver entrar allí a doncella joven y de buenas prendas. Lo sólo que debéis evitar es mostrar algo vuestro rostro, por que alguno no os descubra, que para ello bastará pasar cubierta con la capucha como la otra de ordinario hace, y andar muy honesta y a lo vuestro, sin atender a las lisonjas y solicitudes que los soldados sin duda os harán…

Doña Isabel miró con cierto enojo al mercader por aquella última aclaración suya, que juzgó del todo innecesaria. Pero reprimió la mala contestación que le vino a la mente y continuó ella el discurso del plan que habían concebido:

—… Seguiré entonces hasta la celda del señor Valentín Blake guiándome por el recuerdo del dibujo que me hicieron vuestras mercedes del lugar en que se encuentra su celda. Y mientras el carcelero de ella me pasa adentro, el buen Guillaume, a quien el otro carcelero que tenemos dicho guiará hasta allí, pasará por donde yo he ido y saldrá de la cárcel como si fuera yo al tiempo que la guardia aún no ha cambiado. Quedaré un tiempo con el mercader Blake aguardando a que se releve la guardia, y cuando la nueva haya entrado, podré salir yo como si sólo una y la misma persona hubiese salido de la prisión.

—Será muy a propósito —advirtió Bostok— que entretengáis un tiempo al carcelero de esa parte, que para ello os servirá ofrecerle del almuerzo que lleváis a vuestro padre y del vino de Andalucía que mañana traeréis, que aquí se le tiene mucha afición y él os lo tendrá por gran merced. De manera que deis así ocasión a que el mozo Guillaume pase vestido con las ropas de mujer que ya debe de tener en su celda, y que lo haga por el mismo lugar donde está el Blake sin ser notado de aquel carcelero…

Forcada siguió el discurso del plan con mirada inquieta, y el padre Alderete se santiguó tres veces y comenzó de nuevo a rezar entre sí rogando a Dios les amparase.

—Es de creer que el dicho mozo habrá sabido entender lo que se le decía en el billete que iba con la ropa y cuando salga de la cárcel sabrá guiarse hasta aquí por el dibujo escondido en el vestido… —añadió Zuazo.

—No espero yo otra cosa del despeje e ingenio de mi criado —replicó algo picado Forcada—, pues no es él mozo necio y de tan cortas entendederas que no haya de reparar en su significado…

Y aún más irritada por este nuevo comentario, que se sumaba al anterior del mercader dándole consejos acerca de su proceder honesto ante la guardia, saltó Doña Isabel:

—Ocúpese vuestra merced de que esté lista vuestra urca y la tripulación bien prevenida para zarpar en cuanto la marea y un terral propicio lo permita, que, de lo que a otros toca, podéis estar asegurado de que cada uno hará como conviene…

Calló el comerciante un tanto mohíno con esta salida de la doncella, y por atenuar el desaire que Doña Isabel le había hecho, terció el padre Alderete:

—Que es justo declarar cuán agradecidos quedamos todos por vuestro buen proceder en este caso desesperado, señor Gaspar, pues de no contar con vuestra ayuda no sé qué nos habríamos hecho para sacar a ese pobre mozo de la prisión y anuncio de muerte tan cruel como la que le han sentenciado. Y esto es de más mérito aún por arriesgar vos vuestra propia vida y sustento y trato que aquí tenéis, que de sospecharlo el gobernador os lo puede tener por gran deservicio y tomar venganza contra vuestra persona…

—No ha de inquietarse por esto último vuestra merced —explicó Zuazo, ahora más satisfecho—, pues en tanto no me sorprendiera el gobernador con las manos en la ejecución, y Dios no lo permita, no se atreverá a tocarme un solo cabello, que sabe se alzarían en mi defensa todos los mercaderes de aquí, por ser todos amigos míos de antiguo, y por el temor que tengo dicho a las represalias que en España se tomarían contra ellos mismos. En cuanto a la ayuda que en este caso presto, en nada se aparta de aquélla a la que estamos obligados los que somos de una misma nación, más aún en tiempo tan triste como el presente y cuando es más menester seamos todos uno para tomar desquite de la victoria que estos herejes ingleses han tenido sobre nosotros. Y con gusto doy yo esta ayuda, y aun mi vida y persona daría en servicio de su majestad, que todavía me pesa cómo no pude rescatar a los otros españoles que aquí estaban, que cuando había comenzado a tratar del modo de que se salvaran algunos sobornando a carceleros y soldados, los mudaron a todos al monasterio de los agustinos y dieron muerte sin dejar ninguno vivo.

El capitán encareció también mucho el servicio que les hacía el mercader Zuazo y concluyó diciendo:

—Lo que con más cuidado me tiene de este negocio es que mi enemigo Robledo se halle aquí en Galway, que es hombre tan avisado, maligno y engañoso, que temo por mis pecados no vaya a calar de algún modo nuestra intención. Por ser estas materias tan fiadas a la fortuna y pendientes de la voluntad de Dios, mucho más tranquilo andaría yo, si el dicho Robledo estuviera muy lejos de Galway, que así no podría de ninguna manera estorbarnos que salgamos nosotros con nuestro intento…

—Por las palabras de vuestra merced no parece sino que ese Robledo sea el mismo diablo… —se burló Bostok.

—Y yo le certifico a vuestra merced que en verdad lo es —sentenció el capitán.

El padre Alderete volvió a santiguarse y comenzó de nuevo sus rezos, todavía con más ahínco que antes.