CAPITULO XIV
En todos los sentidos, Buck era una bestia. No tenía cerebro, sí apetitos. No era cobarde ni tampoco valiente. Un bruto, puro instinto. Por eso obedecía órdenes, en vez de darlas.
Pero las obedecía como los brutos. Pit se engañó en cierto sentido al preferirlo como custodia de los Mellaart.
Pit había dicho que no debía molestar a la hija de Mellaart. Pit creía ser ahora el jefe, era listo, sabía leer y escribir, además muy rápido con el revólver. Mejor jefe que Jake, desde luego. Este golpe de ahora lo probaba, habían conseguido mucho dinero.
Turlock había tomado sus precauciones para llegar hasta allí. Halló la puerta abierta y sabía quién era el vagabundo que quedó dentro de la casa, no se esperaba precisamente lo que halló. Primero empujó la puerta con cuidado, vio en el piso la sangre del criado y luz en el salón, por bajo cuya puerta pasaba; también vio, abierto e iluminado, el despacho. Primero fue allí y en una ojeada tuvo suficiente. Mellaart amarrada a su sillón de trabajo, con toda la cara ensangrentada, el criado caído de bruces en tierra, la criada hecha un ovillo también en el suelo...
No se detuvo a comprobar si vivían o estaban muertos. Giró sobre sus pasos, fue al salón, asió el pomo de la puerta y abrió, con energía, entrando.
Atrapó a Buck en plena faena de despojarse del cinto de balas, mirando hambrientamente a la hija de Mellaart. Para la rápida mirada de Turlock, fue bastante.
Para Buck fue como si de repente se abriera el cielo soltando un rayo sobre su cabeza. Se quedó paralizado, contemplando estúpidamente al hombre que menos esperaba pudiera llegar en aquel momento, a aquel largo revólver negro sobre cuyo flanco derecho rebrillaban dos filas de estrellitas de oro.
Turlock ni tan siquiera habló. Apretó dos veces el gatillo, implacable, duro, sombrío, y le metió ambas balas en el cuerpo, una en el hígado, la otra en el estómago dos heridas mortales de necesidad.
Buck tenía una gran vitalidad. Se estremeció a los impactos casi a bocajarro como coceado por mulas invisibles, abrió mucho la boca, movió las manos y las crispó sobre ambas heridas. Al hacerlo, su ya suelto cinto se deslizó por sus caderas. Dio un paso, dos, y el cinto con el revólver cayó al suelo con un ruido seco. Buck, ahora, tenía una expresión agónica, rabiosa, aturdida, atroz. Le rodaron las pupilas y, de pronto, movió ambas manos, ya ensangrentadas, hacia su matador, alzándolas crispadas como si quisiera atacarlo.
Entonces, cuando iniciaba el tercer paso, sufrió una violenta convulsión y cayó, de cara, estremeciéndose con violencia.
Turlock le miró un instante con sombría implacabilidad, el largo revólver humeando en su diestra. Luego respiró hondo, giró y salió de la casa. Allí afuera se detuvo a cambiar los gastados cartuchos por otros. Ya en el piso alto sonaban las asustadas voces de las hijas pequeñas de Mellaart.
Pit y Hal estaban ya dentro del corral del almacén, que habían escalado fácilmente, aunque no descubrieron al caballo de Turlock amarrado bajo el álamo, a corta distancia, y se disponían a aplicar a la puerta de la cocina la especie de bomba que habían preparado en casa de Mellaart con pólvora de cartuchos de caza, uniéndole una corta mecha, para volarla. Al oír los disparos, claramente perceptibles en el silencio de la medianoche, se quedaron quietos de golpe.
—¿Qué es eso?
—Ha sido hacia la casa de Mellaart...
—Buck. Habrá entrado el hijo de Mellaart.
—Buck sabía que no debía disparar.
—Es un animal, ya lo sabes. Sigamos con lo nuestro; esos disparos habrán alarmado ya al viejo y a su sobrina.
Pit vaciló. Por un lado, aquellos dos disparos nada le gustaban; por el otro, el mal ya estaba hecho, debían seguir adelante con su asunto. Finalmente se encogió de hombros y se arrodilló junto a la puerta, poniéndose a hacer con su cuchillo un hueco para la rudimentaria bomba de pólvora. Hal, a su vez, hacía otro más arriba.
En la cantina, Jake dejó de torturar al campesino y quedó un instante en vilo, al igual que Ted Miles y todos los demás. Disparos hacia la casa de Mellaart... ¿Y si Pit, a la postre, le había engañado?
—¿Qué habrá sido eso? —Miles estaba ligeramente inquieto, también.
—Voy a averiguarlo. Vigila a ésos y dales plomo si se mueven.
No iba contra las instrucciones de Pit, pensó, enrabiado, mientras salía a toda prisa a la calle, con el rifle alistado. Que Miles se quedara en la cantina con los campesinos acoquinados, él iría a ver lo sucedido en la casa de Mellaart. Tal vez Pit se había llevado allí a Hal, previamente conchavado con Buck. Podían haber tramado deshacerse de ellos dos, quedarse con todo... Sí, aquel maldito de Pit era capaz de eso y de más.
Jake era ruin y como tal pensaba. No era demasiado inteligente. Corrió pues calle arriba, hacia la casa de Mellaart, sin cuidarse en exceso, al menos de momento, de su propia seguridad.
Turlock le vio venir por la calle, una figura solitaria. El acababa de recargar su revólver. Avanzó, pero con cautela, por la parte más en sombras, hacia la derecha de Jake. No podía saber quién de los cuatro forajidos restantes era el que venía, pero sí que era uno de ellos. Su plan estaba resultando aún mejor de lo que esperó.
—¡Aquí, tú!
Jake había llegado justo a medio camino entre la cantina y la casa de Mellaart, donde ahora había luces movedizas en la planta alta. También en otras de las casas debía haber gentes despertadas, pero en ninguna se escuchaban ruidos ni veíanse luces. Oyó la dura conminación, reconoció a medias la voz que se la hacía, se sobresaltó, giró veloz, el dedo en el gatillo, vio emerger la ominosa figura ante él, a treinta pasos de distancia y, sin pensarlo dos voces, se echó el rifle a la cara, disparando.
Demasiado aprisa y nerviosamente, el proyectil le pasó a dos palmos del brazo izquierdo a Turlock. Este había actuado así adrede, con plena sangre fría, conocedor de la psicología y los reflejos de la clase de hombres a que pertenecía su contrincante en una situación como aquélla.
El breve fogonazo del rifle delimitó perfectamente la postura de Jake y asimismo su situación. Del revólver de Turlock salieron dos llamaradas tan sucesivas que parecieron una sola, como uno solo pareció el eco de ambos estampidos.
Alcanzado de lleno, en el pecho, Jake giró como impulsado por fuerzas invisibles, emitiendo un ronco grito de dolor y agonía, soltó el rifle y cayó al suelo de costado. Tenía el pulmón derecho a travesado en diagonal y la segunda bala, pegándole en el esternón, se lo había roto, desviándose oblicuamente, desgarrándole el costado izquierdo y partiéndole el corazón.
Turlock avanzó a rápidas zancadas mientras con un golpe seco abría el tambor del revólver, sus dedos tomaban los cartuchos gastados y ardorosos, sacándolos, tirándolos, yendo a tomar del cinto otros dos y metiéndolos en los vacíos orificios. Ya estaba el arma recargada cuando llegó junto a Jake. Lo removió con el pie y entonces lo reconoció.
Allí delante, en la cantina. Miles había escuchado el nuevo tiroteo, ya sabía que algo iba muy mal. Porque sin duda el primer disparo, el del rifle, lo hizo Jake. Los dos siguientes, de revólver, idénticos a los anteriores, habían sido de otro...
En el corral del almacén, Pit no tenía ya ninguna duda Algo acababa de suceder que echaba al traste su plan. El que disparó antes dos tiros de revólver y otros tantos ahora, era la misma persona. Y por lo menos la segunda vez había matado a uno de sus compinches. Acaso también la primera, a Buck...
La voz de Hal sonó tensa, chirriante, mientras se incorporaba Pit dejando su tarea y ambos quedaban a la escucha.
—Eso ha sido en la calle...
—Sí. Coge tu rifle, vamos a ver qué pasa.
No hablaron más. No lo necesitaban.