CAPITULO IX
Turlock supo lo que iba a ocurrir apenas les vio salir de la cantina. Y se dijo que había sido un tonto dejándose llevar por su irritación a cometer aquella innecesaria torpeza. Ahora debería capear el temporal...
No varió su ritmo de marcha ni su rumbo. Pero los tres vagabundos se echaron veloces al arroyo y abriéronse, cerrándole el camino. Tres contra uno y los dos restantes salieron a la puerta, el pelinegro delante, con evidente propósito de vigilar la calle. Bueno, eso significaba que no pensaban usar los revólveres...
Ellos eran jóvenes; él tenía cuarenta y dos años cumplidos. Pero no le preocupaba tanto el resultado de la pelea como sus derivaciones posibles, si los del pueblo que se mostraron dispuestos a seguirle venían en su ayuda. De todos modos no podía, ni pensaba, echar a correr. No ante aquellos pequeños granujas metidos a bandidos prepotentes.
Jake fue quien le cerró ostensiblemente el paso, con Buck algo a su derecha y Hal maniobrando ya para colocarse a la espalda de Turlock. Tenían los tres torcidas, malignas expresiones, y Jake la voz aguardentosa cargada de rencor al hablarle, alto:
—Das muchos paseos tú, come tierra, ¿verdad?
—Doy todos los que necesito.
—¿Sí? Pues terminaste de darlos. Me harté de ti y de tu cochina cara de negro sucio. Ya estás echando a correr hacia tu casa, vamos.
Lo que hizo Turlock fue avanzar derecho a él, impasible, sin variar su ritmo de avance.
Eso enfureció a Jake. Se sabía mirado, y que los demás aguardaban a que diera el primer golpe. Se abalanzó sobre Turlock, amagándole con la derecha mientras trataba de soltarle un alevoso golpe con la zurda.
Su puño derecho chocó y fue desviado por un duro antebrazo, su puño izquierdo ni llegó adonde iba. De repente vio diez mil estrellas, se quedó sin aliento y un dolor brutal lo dobló con una ahogada exclamación. Antes de que se pudiera reponer del seco derechazo al hígado, un jab de izquierda a la mandíbula le estalló certero a la derecha y lo envió, medio inconsciente, al suelo. Había sido sorprendido por la agilidad, contundencia y maestría de un hombre que le doblaba la edad.
Pero Turlock no se hacía ilusiones. Vio venírsele encima a Buck y cómo Hal saltaba hacia su espalda. Dando a su vez un salto atrás esquivó por milímetros la coz del primero, conectando a su vez un golpe largo que chocó contra los duros músculos del bíceps de Buck. Este giró con rapidez y le acertó en el costado con un golpe que hizo a Turlock abrir la boca para tragar aire.
Ya Hal llegaba, traicionero, a su espalda, disponiéndose a pegarle en los riñones, su criminal golpe favorito.
Pero Turlock no estaba descuidado ni tocado. Esquivó de nuevo a Buck, lanzado como un toro, saltó de costado, giró y movió su largo brazo como un ariete, alcanzando a Hal de revés en la base del cuello cuando ya se disponía a su vez a pegarle. Hal gritó y se fue trastabillando para atrás varios pasos, perdió el equilibrio y cayó, sentado, al polvo.
Pero Buck había rectificado y le cayó a Turlock en cima. Su primer puñetazo hizo ver las estrellas a Turlock, que apenas si tuvo tiempo para parar el segunda con su antebrazo derecho, que le quedó entumecido, Contestó con un directo al pómulo derecho de Buck, que lo acusó rugiendo, y se echó a un lado esquivándolo, sin demasiada suerte, porque Buck se le vino encima como un búfalo, pegando con ambas manos y obligándole a retroceder bajo los salvajes mazazos.
Ya estaba levantándose Jake, con una mirada y una mueca asesinas. También Hal lo hacía, no menos dolorido, enrabiado y lleno de ideas criminales.
Tres contra uno... le atacaron por tres lados distintos y Turlock se defendió corajudamente, contraatacando en cuanto podía. Hal demostró una vez más su cobardía manteniéndose a distancia prudente y buscándole la espalda. Jake se unió a Buck en el ataque frontal, pero ahora con mucha más cautela. Aun así, Turlock pudo hacerles frente durante cinco larguísimos minutos.
Luego lo inevitable sucedió. Buck lo cazó con una de sus demoledoras coces, al costado, dejándole aturdido y sin alientos. Hal se aprovechó para saltarle a la espalda y golpearle el riñón derecho, luego le agarró por detrás ambos brazos y les gritó a sus compinches que lo remataran. Jake no deseaba otra cosa, se le vino encima...
Y sacando fuerzas de flaqueza, Turlock echó todo su peso sobre Hal, alzó ambas piernas, las encogió y cazó a Jake con una doble patada en la cadera y el vientre que lo envió, rugiendo, hacia atrás cual disparado por una catapulta, dando con él de nuevo en tierra.
Entonces cargo Buck. Estaba rabioso por los duros golpes recibidos y tenía un ojo tumefacto, sangraba por la boca reventada de otro golpe. Castigó a Turlock de manera salvaje, con ambos puños, mientras Turlock trataba de zafarse a la presa de Hal. Lo único que consiguió fue caer con el traicionero vagabundo a tierra y allí se vio atacado a patadas por Buck y, también, por Jake, que vino, espumeando de rabia asesina, a unirse al sádico trabajo.
Entonces sonó un disparo de rifle y el proyectil pasó aullando por encima de las cabezas de ambos vagabundos, cortando en seco su acción. Ambos, y también los dos que contemplaban la escena desde la entrada de la taberna, miraron con sobresalto al que había disparado.
Era Jo Smith, desde la puerta de su almacén. Con el rifle en las manos avisó, a grito pelado:
—¡Se acabó, vosotros! ¡Dejadle en paz!
Un viejo con un rifle... Jake y Buck estaban cogidos de espaldas; Hal en tierra aún, tratando de zafarse del cuerpo de Turlock y eludir patadas de sus enrabietados compinches. Pit tenía ya la mano en la culata de su revólver cuando descubrió a los otros hombres. Y no lo sacó.
Sí, los hombres de Saucedal habían salido a presenciar la pelea. No todos cuantos fueron a la reunión, pues muchos de ellos salieron por donde habían entrado, la parte de atrás de la casa de Bulke. Pero una decena más o menos lo hicieron por delante a la noticia que de la pelea trajo uno de ellos. Ninguno se había lanzado a intervenir.
Ahora, el disparo hecho por el almacenero motivó que varios se decidieran a actuar. Tres o cuatro, de los que mostráronse antes partidarios de la proposición de Turlock, avanzaron. No iban armados con revólveres, pero dos traían sendas escopetas y otro un rifle. Más que suficiente para que los vagabundos no osaran lanzarse a la pelea.
Hubo un momento de gran tensión, no obstante. Jake estaba rabioso, Buck no tenía cerebro. Pero Pit sí, y se mantenía sereno.
—¡Dejadle y venid! —les gritó.
Ninguno había sacado sus rifles, con sólo revólveres sabíanse en gran desventaja, sobre todo imaginándose acechados por emboscados en tejados y ventanas.
El primero en obedecerle fue Hal, y aprisa. Buck vaciló, luego miró a Turlock, casi inconsciente y ensangrentado, se encogió de hombros y se fue hacia la cantina también. Finalmente Jake, viendo acercársele a hombres armados y teniendo otro a su espalda, dejó hablar a la prudencia.
Los cinco vagabundos formaron un grupo compacto, con las manos sobre los revólveres, delante de la entrada a la cantina. Pero no los sacaron. Ante su almacén, Jo Smith no les perdía de vista, el rifle listo en sus huesudas manos. Los cinco hombres del pueblo que venían desde la casa de Bulke hacíanlo sin prisas, nerviosos, también decididos a mantener el tipo. Y los vagabundos no podían saber si los seis que había más atrás no estaban cubriéndoles las espaldas, si había más hombres apostados, apuntándoles.
Tedder, el herrero, era un hombre muy fuerte, como suelen serlo todos los de su oficio. De unos treinta y cinco años, en pleno vigor físico. No era pendenciero, cobarde tampoco, había apoyado a Turlock en la asamblea, ahora se adelantó a sus convecinos y habló a los vagabundos con dureza mientras dos de los que le acompañaban iban a ayudar a levantarse a Turlock, que trataba de hacerlo con cierta dificultad:
—Parece que vosotros sois muy valientes, forasteros. Tres contra uno y a' traición.
—¿Tienes ganas de morir tú, hijo de negra? —le aulló Jake.
Pero el herrero tenía poco aguante para insultos y, una vez adoptada una decisión, iba al fondo.
—Tú eres el hijo de negra. Y si de veras te crees tan valiente, quítate ese cinto, ven a pelear. Tú y todos vosotros, empezando por ese gorila sucio.
Pit tuvo el tiempo justo para impedir que Jake sacara su arma, sujetándole el brazo.
—¡Estáte quieto!
—¡Maldito seas, déjame!
—¿Quieres que nos abrasen?
Por lo menos, Hal y Miles no tenían tal deseo, el propio Pit tampoco. Y Buck, ahora, sentíase bastante castigado para recoger el reto del fornido herrero, tan recio, al menos, como él mismo. Jake tuvo que frenar una vez más, pero lo hizo con mucha rabia venenosa llenándole la sangre y el cerebro.
—¡Me estás saliendo demasiado prudente! ¡Vamos a enseñar a estos cometierras quién manda aquí!
—Mandamos nosotros —el herrero también estaba notando la verdadera catadura de los vagabundos—. Y si sacáis un arma lo vais a comprobar en seguida.
No la sacaron. Instantáneamente pensaron en la amenaza de Turlock; miraron, furtivos y ansiosos, hacia los tejados, esperando ver en ellos, en las ventanas, armas apuntándoles. No vieron ninguna, pero eso no significaba nada.
Turlock ya estaba repuesto en parte. Se soltó de los que le ayudaron a alzarse y avanzó, tambaleándose un poco. Tenía una ceja rota y las narices reventadas, un moretón grande, dolorosísimo, en el pómulo izquierdo, provocado por un puñetazo de Buck, y le parecía como si lo hubieran pateado mulas locas. Con todo, pudo haber sido mucho peor..., y no se volvería a meter tontamente- en una situación así. Avanzó, pues, y se paró junto al herrero, mirando fijo a los cinco nerviosos vagabundos.
—¿Cómo está, Turlock?
—Bien. Gracias por la ayuda.
—No nos gustan los que luchan con ventaja y atacan a traición.
—Es lo suyo. No saben ni pueden actuar de otro modo.
—Se ve que la paliza no le ha quitado el temple, Turlock —Pit tomó la palabra con frialdad desdeñosa, insultante—. Es lástima que no use revólver, porque le demostraría con gusto su equivocación.
—No lo uso, en efecto. Cualquiera puede adquirir uno y gastar unas cajas de balas en adquirir cierta habilidad manejándolo. Cualquiera, también, puede dárselas de pistolero, y hasta tratar de serlo en serio, como parece ser que hace usted. Lo realmente difícil es no acostumbrarse a utilizarlo para resolver las cuestiones y los problemas de todo género.
—Vaya, también es predicador...
—No lo soy. Ni ustedes lo que quieren aparentar, acaso con la exclusión de usted. Será mejor que monten a caballo y se marchen cuanto antes.
—¿Y si no nos vamos, qué?
—Antes me preguntó si había otros como yo aquí. Ya ve que sí.
—Tenemos suficiente de ustedes, vagabundos —añadió duro el herrero—. Si quieren pelea se la vamos a dar. Y será la clase de pelea que menos va a gustarles.
Volvió a crecer la tensión. Pero ahora tres de los vagabundos estaban golpeados; Pit conocía sus límites; Miles no era capaz de iniciar por sí mismo una pelea a muerte. Fue Pit quien de nuevo habló.
—Ted, tú y Hal id a por los caballos, os esperaremos aquí. Vamos a ser de lo más razonables, en consideración a estos honrados campesinos. Después de todo no ha pasado nada grave, ¿verdad? Nos divertimos un poco...
—¡Vete al infierno, Pit! ¡Yo no...!
Jake estaba tratando de recuperar su posición de mando. Pero tenía mala fortuna, porque justo ahora la patada que Turlock le había pegado en pleno vientre hizo sus efectos, a medio hablar le entró una fuerte arcada y debió ir, tambaleándose, a vaciar su estómago entre convulsiones agarrándose a una pared. Pit le miró con una mezcla de desprecio y asco, que también compartían los del pueblo.
—No estás muy bueno para pelearte, ¿eh, Jake? Ese Turlock pega duro... Id a lo que he dicho, vosotros. Nadie os va a molestar, ¿verdad, Turlock? Usted parece ser el gallo aquí, es lo bastante inteligente para comprender qué haremos si se ponen bravos sus amigos.
Turlock no le quitaba ojo, mientras iba recuperándose despacio.
—Tienen media hora para dejar el pueblo, Pit. Procuren que les baste.
—Lo procuraremos...
Entonces, Turlock dio media vuelta y echó a caminar hacia el almacén. Necesitaba de modo agobiante sentarse, beber agua y un trago de licor, pero no quería demostrárselo a los vagabundos. Había salido todo mucho mejor de lo calculado, pero mientras ellos no abandonaran el pueblo no se podía cantar victoria. Y aun entonces...
El herrero y los otros que vinieron en su ayuda vacilaron, pero le siguieron mientras Hal y Miles iban, aprisa, hacia la cuadra. Pit permaneció alerta en el porche ante la entrada de la cantina. Parecía preocupado. Luego de un momento le ordenó, seco, a Buck, que estaba limpiándose las huellas del combate, hosco e inquieto:
—Lleva a Jake a dentro, se está sintiendo muy mal...